PERSEVERANCIA

La victoria pertenece al más perseverante.

 

Napoleón Bonaparte

 

 

Mi querida Burkina ha tomado por costumbre imponerme estas tareas virtuales reflexivo-literarias a las que venís asistiendo durante los últimos días y en las que participáis activamente, por lo que me siento especialmente feliz.

 

Hablando de cuál sería la siguiente, tras el Silencio, la Soledad, la Paciencia, el Rencor y la Rutina, me dio varias opciones, de entre las que nos quedamos con la Estabilidad. Pero a mitad de tarde, no sé la razón, me planteó hablar sobre la Perseverancia.

 

Pensando que está muy relacionada con la Paciencia, le dije que sí. Que me gustaba. Y lo primero que se me vino a la cabeza fue el célebre dicho, no sé yo si acertado o no, de que «el que la sigue, la consigue».

 

Preguntado vía Twitter, Mauricio me contesta ácidamente que no. Que lo dicen para animarte y que sigas dándole con la cabeza a la pared, suscribiendo la tesis del escritor francés Jean Baptiste Alphonse Karr, para el que «nos gusta llamar testarudez a la perseverancia ajena, pero le reservamos el nombre de perseverancia a nuestra testarudez».

 

Y sobre esa base, planteando bronca, iba a comenzar estas notas cuando de repente… ¡le hubiese dado a Burkina un besazo de los que hacen época! Porque caí en la cuenta de que me había puesto a tiro hacer eso que tanto me gusta: ¡hablar de mi libro! 😀 

 

Así comienza el capítulo dedicado al western clásico de «Hasta donde el cine nos lleve», del que muy, muy pronto tendremos más noticias:

 

«-Hemos fracasado. ¿Por qué no lo confiesa?

-No. El que nos hayamos vuelto no significa nada. Nada en absoluto. Si está viva, se salvará. Por unos años la cuidarán como si fuera uno de ellos…

-Pero ¿cree usted que hay posibilidad de encontrarla?

-El indio, tanto cuando ataca como cuando huye, es inconstante. Abandona pronto. No comprende que se pueda perseguir algo sin descanso. Y nosotros no descansaremos. De modo que al final daremos con ella. Te lo prometo. La encontraremos. Tan cierto como que la tierra da vueltas.»

 

Lo siento. No podía evitarlo. Tan, tan a huevo estaba el hablar de «Centauros del desierto» que… pues eso. Pero no me digan que el ejemplo no viene al pelo. ¡Siete años se pasaron Ethan y Martin buscado a su sobrina! Y, tan cierto como que la tierra da vueltas, terminaron por encontrarla.

 

Empecinado. Así soy yo. Lo reconozco. De hecho, hay quién hasta me llamaba «Empecinón». Cuando algo se me mete entre ceja y ceja, me convierto en el conejito de las pilas Duracell: y sigue, y sigue y sigue. Efectivamente, si hay algo que me caracteriza, es la constancia.

 

Pero con condiciones.

 

Primero, tengo que creer en ello. Tengo que estar convencido. Me tiene que apetecer. Y, evidentemente, cuanto más me apetece, más persevero en el empeño. Una relación directamente proporcional en la que juega otra variable: que su consecución sea posible. Si no… corro severos riesgos de abandonar. Ojo, consecución posible. Que no segura. Ni tan siquiera probable. La posibilidad, combinada con el interés, me lleva a ser constante y perseverante. En eso soy tirando a Confuciano: «El hombre superior es persistente en el camino cierto y no sólo persistente».

 

Confucio: perseverancia con sentido
Confucio: perseverancia con sentido

Un ejemplo: la carrera. Saqué Derecho a base de perseverancia. No porque me interesara especialmente, sino porque terminar la Carrera era algo que debía hacer. Sin embargo, cuando terminé quinto y me planteé qué hacer, ni se me pasó por la cabeza preparar oposiciones. El resultado era tan improbable que el esfuerzo no merecía la pena.

 

Tirando de memoria, hay varias cosas de las que me arrepiento haber dejado atrás, por no ser lo suficientemente perseverante. Como la música, por ejemplo. Por suerte, a medida que pasa el tiempo, vamos sabiendo dónde poner empeño y qué trenes debemos dejar pasar. ¡Qué rabia, cuando te das cuenta de que has dejado escapara un tren que era el tuyo! Un error garrafal. Pero, a veces, la vida te da segundas oportunidades y, pasado el tiempo, llegando a una estación lejana, encuentras que allí está, en el andén, aquel dichoso tren que se te escapó, por una mala y errónea valoración de las circunstancias. O por una confusión en los horarios. O porque la dirección que seguía era distinta a la tuya… Pero ahí está. De nuevo. La pregunta es, ¿habrá billetes en la taquilla? Aunque, si hablamos de perseverancia… ¿qué más da? ¿No habíamos quedado en que es un tren que, con billete o sin él, tienes que coger, sí o sí? Pues, ¡arriba! Vamos, como si fuera necesario asaltarlo… porque, como dijera Theodore Roosvelt, «es duro caer, pero es peor no haber intentado nunca subir».  

 

¡Modelo a seguir!
¡Modelo a seguir!

O la Maratón. A quiénes me conocen… ¿hay una fisiología más antimaratoniana que la mía? Pues ahí me puse, empecinado, a entrenar como un demente. Y allá me fui, a Sevilla, a correr la Maratón. Y a terminarla. Aún lesionado desde el kilómetro 25. Que me dio igual. Don erre que erre. Pasito a pasito, lento pero seguro, viendo cómo me adelantaban decenas de corredores, pero sin andar ni un metro, hasta que crucé la meta. Pura perseverancia. Como dicen los rusos: «¡Caer está permitido! Levantarse es obligatorio».  O, parafraseando a Lewis Carroll, «puedes llegar a cualquier parte, siempre que andes lo suficiente». Así alcancé la cima del Kilimanjaro y, bajo esa premisa, culminé enormes, memorables y descomunales travesías montañeras. Sin embargo, fue probar la escalada… y desistí. No. Aquello no era para mí. 

 

Cuando alguien me dice que le gusta cómo escribo, aunque internamente se lo agradezco mucho más de lo que aparento, siempre le contesto con una gran verdad: en buena parte, es cuestión de entrenamiento. De ser persistente y perseverante. De borrar mucho. De leer y releer. De escribir y rescribir. De teclear, siempre y a todas horas: desde columnas y reportajes para el periódico a informes y comunicados en el trabajo. Y también valen los SMS y los Twitter, por supuesto, que te obligan a ser conciso hasta el extremo. Así lo defiende el historiador inglés Thomas Carlyle: «Si se siembra la semilla con fe y se cuida con perseverancia, sólo será cuestión de tiempo recoger sus frutos».

 

No dejar pasar los trenes
No dejar pasar los trenes

Hablando de la Paciencia decía que casi todo lo bueno que me ha pasado en la vida me llegó cuando actué pacientemente. Pues con más contundencia afirmo que todo lo que soy y lo que tengo se lo debo a la perseverancia. Sin atisbo de duda.

 

Es difícil no estar de acuerdo con que la perseverancia es una de las grandes virtudes que caracterizan al ser humano. Pero, en la sociedad de la lotería, el famoseo tomatoide y los pelotazos inmobiliarios… ¿habrá alguien que tenga el valor de decir que, con un buen braguetazo bien dao, todo solucionao?

 

Jesús Lens, perseverante en estas (y otras) lides.          

BOMARZO FOR PRESENT (ATOR)

Ustedes saben que en la Red tengo a un hermanito querido, que se llama Bomarzo y que es un crack.

 

Bomarzo for Present EBE 09
Bomarzo for Present EBE 09

Hace unas semanas, en menos que canta un gallo, me hizo ESTE montaje en el Youtube. Su Blog es de los imprescindibles y su pensamiento, afilado y lúcido como ninguno.

 

Pero es que, además, como presentador no tiene igual. Le disfrutamos en los informativos de Teleideal y, en el Premio  CajaGRANADA de Cooperación Internacional estuvo de lujo.

 

Ahora se postula como presentador para el próximo Evento Blog 09.

 

Jesús Lens, pidiendo la mejor y mayor difusión de esta noticia.

 

¿Alguien duda de que Bomarzo es EL hombre?

RUTINA

Dejaba que el mundo invadiera mi soledad,

que la mirada curiosa viajase de un sitio a otro,

de una sorpresa a una rutina.

 

Luis García Montero.

El camino del colegio.

 

 

Hay palabras que arrostran un peso tan terrible y una carga de negatividad tan grande que, de llevarlas prendidas al cuello y lanzarnos al agua con ellas, nos conducirían al fondo del océano a una velocidad vertiginosa.

 

Rutina es una de ellas.

 

Las rutinas, las costumbres… abundando en su carga negativa, sostenía Rousseau que «la única costumbre que hay que enseñar a los niños es que no se sometan a ninguna.»

 

A mi Amiga del Alma, Burkina, le interesa mucho el tema. Me dice que ella es persona de rutinas y que cualquier cosa que la saque de ellas, tiende a provocarle una ansiedad y un desasosiego que no le gustan nada. Ella suscribiría esta afirmación de W. James, filósofo estadounidense: «el hábito es el enorme volante de inercia que mueve a la sociedad, su más valioso agente de conservación».

 

Yo le digo que la ansiedad, el estrés y los nervios, en dosis moderadas, no son malos. Y estoy convencido de ello. Pero a nada que lo pienso, me descubro como la más felizmente rutinaria de las personas. A lo largo de mi vida he ido descubriendo las cosas que realmente me apasionan y las he integrado en mi existencia cotidiana. Cuando hablábamos de la Soledad, decía que mis principales aficiones absorben mucho tiempo. Y, como me gusta practicarlas con habitualidad y como los días sólo tienen veinticuatro horas…RU-TI-NA.

 

¿De verdad es maldita?
¿De verdad es maldita?

Hace unos meses tuve una fenomenal bronca con una amiga. Ella quería que comiéramos juntos y yo le decía que no. Que me marchaba a correr. Y no entendía cómo prescindía de comer juntos por algo tan banal y que practicaba casi todos los días, como salir a correr. Intenté explicárselo, pero no se quedó conforme. Para ella, era absurdo. Pero yo me encastillé en mis trece y, efectivamente, me fui a correr.

 

Porque correr todos los días, como escribir, como leer… es como respirar. Lo hago porque me gusta. Y porque lo necesito. Y porque, de buscarlas, siempre encontraría una excusa, una justificación para no hacerlo. Y porque cada día quiero ser mejor que el anterior. Y ya escribió Plinio el Joven que «el hábito es el maestro más eficaz». 

 

Correr a medio día, al salir del trabajo, lo tengo tan interiorizado en mi quehacer cotidiano que ni me lo planteo como una opción. De hecho, al cabo del día, ¿cuántas cosas decidimos hacer conscientemente y cuántas hacemos por rutina? Quizá nos de miedo repasar una jornada cualquiera de nuestra vida cotidiana, a ver qué nos encontramos.

 

La clave está, pienso, en hacer caso a lo que dice el ensayista Elbert Hubbard: «Cultiva sólo aquellos hábitos que quisieras que dominaran tu vida». Así, el día que tenemos peña de baloncesto, salvo causas de fuerza mayor, YO VOY a jugar al baloncesto. Y si me tengo que perder algún evento… pues mala suerte. Para el evento 😀 Muy importante, muy excitante, enormemente apasionante tiene que ser aquello que me saque de mis rutinas.

 

Porque no debemos confundir la rutina con la monotonía. Para mí, cada vez que salgo a correr, cada día que juego al baloncesto y todas y cada una de las horas que paso tecleando en el ordenador me resultan excitantes y apasionantes. Y creativas. Si no, lo dejaría. Como he hecho con algunas costumbres y aficiones que, al final, resultaban demasiado onerosas para las satisfacciones que reportaban. Insistamos, con Pitágoras: «Elige la mejor manera de vivir; la costumbre te la hará agradable.»

 

Ahora bien, como las circunstancias cambian y la vida no es estática, hay que adaptarse a las nuevas situaciones laborales o personales que nos tocan vivir. Y alterar las rutinas, siempre buscando aquellas que nos sigan reportando paz, estabilidad y bienestar. En ello estoy, firmemente encaminado, de un tiempo a esta parte. Con Paciencia. Con muuuucha y larga Paciencia, en la confianza de que el final del camino será felizmente venturoso. Encaminado, haciendo las cosas que realmente me gustan y de verdad me aportan, dejando a un lado esas otras que, como los fuegos artificiales, brillan un par de segundos y terminan desvaneciéndose sin dejar rastro de calor alguno.

 

La salida, el camino, las curvas, ¿la meta?
La salida, el camino, las curvas, ¿la meta?

El reto está, dentro de nuestras rutinas, en no caer en los tétricos vaticinios de Miguel de Unamuno: «Los satisfechos, los felices, no aman; se duermen en la costumbre». Ese si es un enorme riesgo del que tenemos que huir, como de la peste. Rutinas sí. Monotonía y aburrimiento; jamás. Porque, además, lo bueno de las rutinas es que, romperlas de vez en cuando, nos supone un placer sin igual.

 

¿Cómo lo veis? ¿Tiene razón mi querida Burkina al defender las bondades de la rutina o sois más bien de los que renegáis de ellas y procuráis que todo sea distinto, un día del siguiente? ¿Es compatible la rutina con la excitación o es un más que seguro camino hacia el aburrimiento?

 

Jesús Lens, rutinariamente preguntón y pasapalabra.

ASESINATO CREATIVO III

La primera parte de este cuento, era desopilada y demencial. La segunda, presentando personajes, más pausada. Aquí llega la Tercera… y SIgue, y SIgue…

 

  • A ver Laura, a mí me pones una Milno. Que esté bien fría, por favor. ¿Qué quiere tomar usted, Don Augusto?

 

Laura no daba crédito. Don Augusto y Tricky, en el bar, juntos. La de veces que les había escuchado despotricar al uno del otro, solos o en compañía de otros.

 

  • Yo también necesito algo fuerte. ¡Una Shandy, por favor!

 

¡Don Augusto pidiendo algo con una dosis de alcohol, aunque fuera mínima! Que las circunstancias le obligaran a compartir la barra con Tricky era una cosa, pero que se saliera de su austera Coca Cola sin cafeína de toda la vida… algo grave debía estar pasando. Y decir que algo grave ocurría en el Número 3 no era cuestión baladí.

 

  • A ver. Una Milno bien fría para Tricky, pero en vez de bebértela de la botella, como el macarra que te gusta aparentar que eres, hoy la tomas en vaso… acompañada de este submarino de tequila Cuervo, triplemente reposado. Y para Don Augusto, una Alhambra Especial, igualmente helada. Aunque sin submarino. ¡Salud! Que un día es un día.

 

Y Laura brindó con dos de sus clientes favoritos, tomando un chupito de tequila, áspero y ardiente como el infierno. Le gustaba haber provocado que aquellos dos tipos, tan parecidos entre sí como LeBron James y Torrebruno, estuvieran compartiendo una birra en su presencia.

 

  • ¿Quién empieza?
  • ¿Quién empieza qué?
  • ¿Pues que va a ser? ¿Quién empieza a contarme la última de Bárcenas?

 

Tricky y Don Augusto prorrumpieron en una sonora carcajada. Por algo les gustaba tanto desayunar como tapear en el «Sed lex». No era el bar más cercano a los juzgados, precisamente, pero el ambiente siempre era alegre y distendido, las tapas de Doña Gloria hacían honor al nombre de la cocinera y Laura siempre tenía una sonrisa alegre en la cara, una broma oportuna en la lengua y unos grandes ojos que irradiaban confianza y tranquilidad, invitando a expansionarse en su presencia. Además, era más discreta que la mitad de los auxiliares y oficiales de los Juzgados de La Caleta juntos, lo que, para una estudiante de traductores e intérpretes que se pagaba los estudios trabajando en la hostelería, tenía doble mérito.

 

  • Pues, y que Don Augusto me corrija si me equivoco, me parece que Bárcenas está pensándose si poner en libertad al chalao que detuvimos empapado en sangre, tras asesinar a ese chavalito, aspirante a director de cine…
  • Efectivamente. Y por la cara que su Señoría ponía, mientras escuchaba los desvaríos de ese enfermo, me parece que nada podremos hacer por evitarlo.
  • Y, sin embargo, algo tendremos que hacer…
  • Pues ya me dirá usted, Señor Fiscal, qué se le ocurre. Como si lo estuviera viendo, otra vez en la portada de IDEAL, un nuevo escándalo, otra vez el hazmerreír de la profesión…

 

Y justo en ese momento, entró López en el bar.

 

  • ¿Cómo está la Sonrisa más bonita de toda Granada? Anda, ponme un agua de Lanjarón con gas, limón y mucho hielo- dijo mientras dejaba su sempiterna mochila marrón en una banqueta.

 

Entonces se fijó en el panorama que ofrecía el final de la barra, con dos irrenunciables enemigos compartiendo una cerveza y, cabizbajos, mesándose los cabellos. E hizo lo único que podía hacer en un momento como ése: coger la mochila y salir por piernas del «Sed lex». Ya se tomaría el agua en cualquier otro sitio.

 

  • Hombre, López. Véngase usted para acá, a ver si entre todos conseguimos urdir algún plan que evite que a Bárcenas se le vaya la pinza… otra vez.

 

Al final, en vez de un plan para mantener a Andrés Berbellón en prisión, lo que consiguieron López, Tricky y Don Augusto fue agarrar una melopea de campeonato. Y eso que, en un momento dado, el fiscal pareció hilar una buena idea, pero justo cuando la misma empezaba a abrirse paso entre las neuronas medio borrachas, hubo algo que la hizo retraerse y volverse por donde parecía estar viniendo: CR9, de blanco inmaculadamente merengón, mostró su moreno de playa en la pantalla de televisión del «Sed lex». Y aquella no era una pantalla cualquiera: se trataba de un LCD de decenas y decenas de pulgadas, mostrando en alta definición cada detalle de la efigie del efebo futbolista luso del Real Madrid.

 

CONTINUARÁ

RENCOR

El que toca el fuego, se quema

El que busca al demonio, lo conoce…

 

Todos Tus Muertos.

 

 

A través de su silenciosa presencia, la persona provocadora e inspiradora de esta muy especial e íntima serie de Entradas -en las que seguiremos desnudando el alma en tanto que quiénes estáis al otro lado también lo hagáis, en mayor o medida- me reta a hablar del rencor.

 

Y, claro, una cosa son el Silencio (ésa salió motu propio, el lunes de madrugada, como apoyo y disculpa para esa persona tan especial), la Soledad y la Paciencia, virtudes todas ellas; y otra muy distinta es el Rencor.

 

Lo pensé un rato y terminé por decírselo: No.

 

No me veo capaz de hablar del rencor. Porque no lo comprendo. No lo vivo. No lo siento. Y así, es muy complicado.

 

La casualidad ha querido, sin embargo, que hoy mismo haya podido constatar la puñalada que una persona, supuestamente amiga, me pegó por la espalda hace unas semanas. Más o menos, la había intuido, aunque no suponía lo canallesco de la misma. Que no es lo mismo que te navajeen con una afilada y lisa faca de Albacete que con la retorcida hoja de un cuchillo malayo.

 

Navajas, cuchillos...
Navajas, cuchillos...

Así que estoy sentado en mi sofá, después de un buen rato de meditación, mientras corría a mediodía. He pinchado el abrasador disco del grupo argentino «Todos Tus Muertos» para ponerme en situación y aquí me tienen, aporreando las teclas del portátil, escribiendo unas palabras que, a buen seguro, serán de un tenor muy distinto al de esas meditadas, serenas y convencidas reflexiones de días atrás. Lo siento, que me gustaba ese tono tan íntimamente reflexivo de toda esta semana. ¿Me perdonáis?

 

O quizá no. Quizá no sean tan distintas.

 

Porque, ¿sabéis?, sigo sin sentir rencor. Siempre que por rencor entendamos odio, deseos de venganza o ganas de que a esa persona le pase alguna desgracia, por intervención humana o por intervención divina.

 

No.

 

No siento rencor.

 

Siento pena.

 

Pena. Como la que he sentido en las escasas ocasiones en que alguien me ha hecho mucho daño. Porque, hoy, cuando iba corriendo y reflexionando sobre esto del rencor, he recapitulado y, la verdad, no puedo quejar.

 

Para que alguien te haga daño, primero, te tiene que conocer. Y, después, ha de estar cerca de ti para albergar la capacidad de herirte. Y, a estas alturas de vida, uno ya sabe bien a quién se arrima y a quién deja arrimarse.

 

Por eso, cuando una de esas personas que tienes cerca consigue herirte, aunque la primera reacción sea sentir odio y rencor; en mi caso, rápidamente se ven superadas por una sensación de decepción y de pena, tanto más hondas y profundas cuánto más cercana era y estaba de mí la persona en cuestión.

 

E insisto en el tiempo verbal. En pasado. Pretérito ciertamente imperfecto.

 

No. Nunca me voy a consumir en el cultivo del odio o del rencor. No voy a gastar fuerzas ni a dedicar el más mínimo recurso o esfuerzo en imaginar o planear vendettas. ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene?

 

Lo único que hago es alejar a esa persona de mí. Borrarla. Convertirla en la nada que siempre debió ser. Ningunearla. Olvidarla. Hacerla desaparecer. Volatilizarla. Como si nunca hubiera existido. Y despreciarla, eso también. Pero nada más. Y nada menos.

 

Así que, lo siento. Al final, y después de tanta palabrería, se demuestra que, al menos por una vez… ¡yo tenía razón!: no puedo hablar sobre el Rencor.

 

Así que, tal y como acordamos, mi querida, provocadora y silenciosa Amiga, la próxima de estas entradas la dedicamos a un tema sobre el que os invito a ir reflexionando: la RUTINA.

 

Jesús Lens, a veces decepcionado, pero nunca rencoroso.