MATAR Y GUARDAR LA ROPA

Siempre se ha dicho que lo realmente difícil no es escribir una buena primera novela sino, una vez conseguido ese logro, escribir un segundo libro que no desmerezca al anterior. Y por eso, reconozco que tenía mis dudas a la hora de leer “Matar y guardar la ropa”, de Carlos Salem, publicada por el descubrimiento literario-editorial de este 2008: los inquietos, valientes y decididos chicos de Salto de Página. Un descubrimiento, dicho sea de paso, que tenemos que poner en el cada vez más generoso y abultado Haber de nuestra querida Cristina Macía, alter ego gijonés de un servidor… siempre que no estemos dentro de una cocina.

Y tenía mis dudas porque acababa de leer “Camino de ida”, entre las finalistas del Silverio Cañada de Semana Negra y, posiblemente, la novela con que más he disfrutado en lo que va de año. Y temía, tan cerca en el tiempo, leer la segunda obra del autor, recién publicada, y que se perdiera la magia, se rompiera el idilio o algo así. Me daba miedo que se repitiera, que fuera capaz de mantener el extraordinario nivel y que mi relación lectora con Carlos Salem tornase en un no deseado camino de vuelta.

Sin embargo, una vez devorada “Matar y guardar la ropa”, ya creo estar en condiciones de anunciar que esa relación ha entrado en lo que va a ser, sin lugar a dudas, un fructífero camino de no retorno: de ahora en adelante, todo lo que escriba Carlos Salem me tendrá como ferviente lector, admirador y seguidor.

Cuando me quedaban cien páginas de “Matar y guardar la ropa”, caí rendido por el sueño, el pasado lunes por la noche. A eso de las 5.30 am. Sacai me despertó. Un mosquito jodón de proporciones descomunales se estaba poniendo las botas a costa de nuestra sangre. Luces encendidas, busca y captura, juicio, sentencia y ejecución… e insomnio galopante.

En condiciones normales, ese insomnio me habría sentado como un derechazo en el hígado, ejecutado por el mejor Mike Tyson. En este caso, sin embargo, sonreí maliciosamente para mí mismo. “Mejor. Así puedo terminar el libro de Salem”, me dije, mientras me escabullía silenciosamente de la cama y me tumbaba en el sofá, siendo todavía noche cerrada.

Lo malo del asunto, lo peor de todo, fue que me llegó la hora de ir al trabajo y aún me quedaban treinta páginas por leer. Tentado estuve de llegar unos minutillos tarde… pero finalmente me pudo la responsabilidad y rematé su lectura esa misma tarde.

La de “Matar y guardar la ropa” es una lectura apasionante, protagonizada por unos personajes tan atractivos y singulares como los del “Camino de ida”, pero en una historia completamente diferente. En este caso, en vez de situarnos en mitad del Marruecos más exótico, el autor nos lleva a un camping nudista murciano, donde se dan cita un puñado de personajes muy diferentes entre sí, pero todos ellos relacionados con Juan Pérez Pérez, un teóricamente anodino ejecutivo de una multinacional, despreciado por su mujer que, sin embargo, tiene un trabajo muy especial: sicario.

A partir de unos personajes de raigambre marxista tan desaforados, caóticos y surrealistas como los Groucho, Chico y Harpo de las películas, Carlos Salem ha construido una novela en la que pasan muchas más cosas de lo que a simple vista parece, con unos diálogos ácidos y chispeantes como latigazos y unas relaciones entre los personajes en absoluto fáciles o maniqueas. Personajes de los que te gustaría ser amigo, con los que te gustaría compartir confidencias, secretos, un pasado común y, por supuesto, unas cuantas noches de farra en locales como, por ejemplo, ese Club Bukowski que tan buena pinta tiene.

“Matar y guardar la ropa” es una extraordinaria novela que se lee avariciosamente y que se disfruta desde la primera línea hasta la última, cuyos personajes se quedan guardados en la memoria del lector. Una novela que acredita a Carlos Salem como uno de los mejores narradores españoles de este comienzo de siglo XXI, un autor al que seguir la pista muy, pero que muy de cerca.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.