Los vampiros festivaleros

Fue una noche cálida. “¡Qué novedad!”, dirán ustedes. Y razón no les falta. Pero fue cálida en ambos sentidos de la expresión. Calurosa y, a la vez, embriagadora, con texturas, ecos y aromas africanos.

Cerca de 80 años tiene Mulatu Astatke y no paró quieto un momento sobre el escenario de El Majuelo, ese Club de Jazz en la Costa abierto a las estrellas que estrena Almuñécar todos los veranos. La definición de leyenda viva se queda corta. Es insuficiente. Porque el músico etíope está en plena forma. Si se mueve despacio es porque no necesita moverse más rápido. Como Paulie en ‘Uno de los nuestros’. 

Su concierto del miércoles estuvo repleto de texturas y de cargas atmosféricas. A través de su Ethio-jazz, Astatke fusiona la feraz tradición musical de su país con el jazz de los grandes maestros norteamericanos. Su música es un sólido muro de sonido envolvente, sin grietas ni fisuras. Personalmente me gustó más al vibráfono que a las percusiones o al piano. Pero eso da igual.

Los veranos son para la música. En vivo y en directo. Y más, éste, viniendo de donde venimos. Me ha dado coraje no poder sacar el abono para el portentoso Jazz en la Costa que, un año más y durante una semana, convierte a Almuñécar en capital mundial del jazz. 

Hoy, por ejemplo, hay alerta de incendio en la Costa Tropical, que Kenny Garrett amenaza con pegarle fuego. Por supuesto, ya no hay entradas. Pero si tienen oportunidad: pregunten, supliquen, unten o sobornen a quien sea menester para hacerse con una. Lo de robar suena a excesivo, pero no sería yo el juez que les condenara. 

Bajo el castillo iluminado y rehabilitado, me gusta cuando el escenario y los árboles del entorno se tiñen de rojo vivo. Es una estética muy de ‘Apocalypse Now’. Suenan los vientos, las cuerdas y los cueros de una banda con hechuras de orquesta. Los aires que vienen del cuerno africano colisionan con las corrientes del Atlántico y se desencadena la tormenta perfecta. Por fortuna, no hay heridos. Es el Jazz en la Costa, lleno hasta la bandera. 

Antes, para hacer madre y sentar las bases que acojan al mojito de tropicales maneras, unas cervezas y unas tapas en los bares aledaños al Majuelo. Dado que ‘El Lute y Jesús’, nuestro clásico por antonomasia, estaba de descanso, nos dejamos caer por otro igual de cercano. Y pedimos una espichá. ¡Uf! Esos boquerones secos con huevo frito y ajos tienen su aquel. Heavy metal. Sabores intensos a pescado. Muy intensos. 

 

El reencuentro con los amigos es otro aliciente de los festivales de verano. Como los vampiros, no tardamos en reconocernos, en sonreírnos, aunque hayan pasado meses, años incluso, sin coincidir frente a un escenario. Decíamos ayer…

Es otro de mis objetivos para este año. Ir a sitios a escuchar música. Volver a escenarios como el del Majuelo, al Tendencias de Salobreña y a ver qué otros se nos ponen a tiro estas semanas. 

Jesús Lens