Las cuentas claras

Iba camino de la panadería y, por la acera, solo un par de chavales, de unos siete u ocho años de edad. Dos pequeñajos que ya llevaban su barra debajo del brazo, por lo que me sorprendió que volvieran a entrar en el despacho de pan. Y más me llamó la atención que moreno le dijera al rubillo: “cagón, que eres un cagón. ¿De verdad me vas a dejar solo?”

El niño que podría haber protagonizado este sucedido

Llegué antes que ellos a la puerta, la abrí y dejé pasar al moreno, que se escurrió hacia dentro como una anguila. Miré al rubio, que no sabía dónde meterse, y le provoqué una chispa, preguntándole si no pasaba, pero me dijo que no, que esperaría fuera.

—¿Qué dices que no te entiendo? Espera que termino con este señor— le dijo la responsable de la panadería al chavalín, que murmuraba algo ininteligible por detrás, gesticulando y haciendo muecas. El señor no era yo, sino el cliente anterior, lo que me permitió esperar mi turno… y entender qué demonios pasaba.

Y es que el muchacho, azorado y nervioso, estaba allí para insistirle a la mujer en que no le había dado bien el cambio. Que le faltaban 10 céntimos. Ella, divertida, hizo unas cuentas sencillas, invitando al niño a que fuera sumando y restando con ella. ¡Y por fin lo vio claro, el zagal! Tanto que se golpeó la cabeza con la mano, una vez que le cuadró el problema matemático, antes de salir por piernas de la panadería.

La mujer me comentó que el chiquillo ya le había dicho antes que le faltaban 10 céntimos en el cambio, y que ella le había explicado la operación. —Se ve que no se ha quedado conforme y ha vuelto otra vez… pero mira que te diga: ¡me gusta que los niños sean así!— me decía la mujer.

—Y a mí— le contesté, mientras pensaba que, a ese niño, no le habrían colado las cuentas del pifostio de Lorca con la facilidad con la que se las han ido metiendo a todos esos sagaces y atentos integrantes y patronos de consorcios y fundaciones lorquianas que, ejercicio a ejercicio, daban por buena una contabilidad con más agujeros que un queso suizo.

Y si no, que le pregunten a Juan Tomás Martín y la sofisticadísima ingeniería financiera que utilizó para saquear las arcas de la Fundación Lorca.

Jesús Lens