La verdad sobre el caso Harry Quebert

¡Increíble! De verdad. ¡Me parece total y absolutamente increíble! ¿En serio este culebrón ha ganado todos los premios que dicen las solapas y la contraportada del libro que ha ganado? ¿De verdad es verdad que hay gente (seria) que, de verdad, ha escrito todas esas flores, loas y encendidas alabanzas que se leen en la faja roja que adorna el libro?

Esta es modestica...
Esta es modestica…

Quiénes me leéis sabéis que yo escribo reseñas porque me gusta y porque me da la gana. Así, hablo entusiásticamente de los libros que me entusiasman y, de los que me gustan menos, resalto lo más destacable, lo mejor que tienen. Sin embargo, cuando leo algo que no me gusta, no lo comento. Paso. Me callo. No soy profesional de la crítica y nadie me paga por escribir así que… no me gusta ser destructivo.

Excepto cuando me toman el pelo y se cachondean de mí. Con premeditación, nocturnidad y alevosía.

“La novela que todo el mundo recomienda”.

¡Toma ya!

Así la publicitaba la editorial Alfaguara en los grandes suplementos literarios de los periódicos nacionales de hace unos fines de semana. Y eso sí que no.

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Pero es que encima, cuando lees que es un cruce entre Larsson, Nabokov y Philip Roth; te agarra un retortijón en las tripas que te obliga a dudar entre echar la pota o cagarte por las patas abajo. ¡Y la publicidad no hace referencia a “Twin Peaks” y a Laura Palmer porque David Lynch ya no es el que era!

Y mira que la novela empieza bien, dando unas lecciones para aprendices de escritor que tienen su punto y su gracia. Con razón, también, dicen las frases promocionales que “La verdad sobre el caso Harry Quebert” será de lectura y uso obligatorio en todos los talleres de creación literaria que se precien.

Eran más o menos las 100 y estaba yo preguntándome la razón de que Fran, mi querido coautor, echara pestes de ella. Las 100 primeras páginas, quiero decir. Se trataba de una lectura ágil que, sin asomo de Larsson, Roth o Nabokov; nos enfrentaba a esa situación tan del gusto de los lectores: el bloqueo creativo y el miedo a la hoja en blanco. Además, unos primeros apuntes sobre esas biografías fingidas que, personalmente, tanto me gustan.

Pero fue pasar de ese primer centenar de páginas y la cosa empezó a joderse. Porque la trama, basada en la investigación de la desaparición de una chica, acaecida treinta años atrás; empieza a dar más vueltas que un trompo. Perdón. ¿Investigación he dicho? ¡Por favor! ¡Qué me detenga la policía de la credibilidad novelística sobre lo que debe ser una investigación!

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Daría mucha risa todo lo que tiene que ver con la supuesta investigación si no fuera porque la comparación con Larsson hace que se nos abran las carnes. Casualidades, potras, conversaciones rijosas, encuentros afortunados y un “descubrimiento” tras otro hacen avanzar a trompicones una trama que se cree ingeniosa y adictiva por ir provocando sorpresa-bomba tras sorpresa-bomba en el lector, complicando cada vez más la historia y abriendo infinitas posibilidades a la resolución.

En teoría. Todo en teoría.

Porque, en realidad, como no te crees nada de lo que pasa, te importa un cojón cada supuesta nueva revelación en una historia de amor que… ¡por favor! ¿Eso es una historia de amor? ¡Coño! ¡Si hay más intensidad en las cartas de amor de un adolescente con la cara llena de granos supurantes que en las páginas de esta farsa!

Y no vamos a hablar del final porque, en ese caso, empezaría a aporrear las teclas de este sufrido portátil con tan mala baba que terminaría hundiéndolas, destrozándolas y haciéndolas fosfatina. Mierda, o sea.

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Y luego está el argumento de que “se lee muy fácil”, que yo mismo he utilizado para tratar de salvarle la cara a esta lectura. Pero es que, claro… ¿no se va a leer rápido, si hay partes que, de tan imbéciles, te las tienes que saltar, si te respetas a ti mismo como lector?

En fin.

Que me disculpen la cantidad de procacidades que he escrito sobre el, por otra parte, noble y legítimo producto del trabajo de un escritor, Joël Dicker, que seguro que se lo pasó muy bien escribiendo la novela. De hecho, si no hubiera sido por la campaña de marketing tan brutal a la que “La verdad sobre el caso Harry Quebert” ha sido sometida, seguramente la habría leído con otro talante y de otra forma. No diré que me habría encantado, pero quizá sí me habría divertido. Al no haber esperado una obra maestra del siglo XXI, no me habría decepcionado de esta manera.

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No sé si tú la habrás leído o no. Ni que piensas. Pero me gustaría saberlo. ¿Vamos a ello?

Jesús Lens

 

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