JOVEN CRISIS

Dejábamos anoche un anticipo crítico musical a la columna de hoy de IDEAL que, como veréis, habla de los mismos sujetos que la canción de Albert Pla, esos Veintegenarios en peligro de Insolación, pero desde otro punto de vista… A ver qué os parece. Además, le ponemos la banda sonora de «Cualquier día» y enlazamos con otra desgracia del sistema: los becarios.

Lo peor de que llegue septiembre es que las secuelas de la crisis comenzarán a aparecer en los rostros de los ciudadanos, a medida que el bronceado veraniego vaya desapareciendo y la buena cara estival deje paso a la triste realidad de los altísimos tipos de interés, la morosidad galopante, el paro y la acelerada desaceleración económica.


Aunque las crisis afectan a (casi) todos de forma más o menos directa, en este caso hay un sector de la población especialmente vulnerable: el de los jóvenes del entorno de los veinte años que, al reclamo de la pasta gansa del boyante sector de la construcción, cambiaron los libros por el pico y la pala, abandonando las aulas de los institutos para encaramarse en el andamio y disfrutar de las migajas del “milagro económico” español.


Jóvenes, chaveas casi, que en su versión más hedonista, se gastan su sueldo en fiestas, exquisita ropa de marca, bugas tuneados y vacaciones en resorts del Caribe y que, en su dimensión seria y responsable, se han metido en hipotecas, matrimonios y paternidades más o menos responsables.

Porque ellos estaban convencidos de que la era de las vacas gordas y el ladrillo goloso no había hecho sino comenzar. Como todos, por otra parte, que buena parte de la sociedad española había fiado sus ahorros presentes y futuros al crecimiento permanente e inmoderado del sector inmobiliario y cualquiera con dos duros de capital y medio dedo de frente se metió a promover dúplex y adosados. Que nunca se ha escrito nada de un cobarde.

Hay toda una generación de chavales a los que la fabulosa transversalidad de la ESO y la LOGSE les pareció bastante menos productiva que los 1.500 euros mensuales que sacaban como paletas o que los más de 1.000 euros que ofrecía la hostelería, siempre tan atractiva, con sus cegadoras luces de neón.


Pero ha llegado la crisis, el que fuera efímero presidente del Real Madrid ha suspendido pagos, las inmobiliarias han cerrado por miles y los menús del día se han tornado en bocadillos y tartera con guisos caseros. Y los chaveas de la moto, cadena de oro al cuello, tatuaje en el hombro y piercing imposible se ven en la calle, haciendo cola en el INEM y buscando cualquier tipo de trabajo, asegurado o sin asegurar.

Entonces llega el gobierno y dice que hay que cambiar el modelo productivo de este país. Que los años del cemento por arrobas no volverán y que el futuro pasa por el trinomio I+D+i. Investigación. Desarrollo. Innovación. Y pienso en los chavales de las gafas de sol de tamaño elefantiásico, los peinados decolorados de diseño y los pendientes en la oreja izquierda; que dejaron las aulas sin preocuparse siquiera de conseguir el graduado escolar porque en la obra se ganaba mucho y, además, te ponías cachas y ligabas bronceado. ¿Qué patrón les habla ahora del I+D+i, sin que se le caiga la cara de vergüenza?

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

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