ESTARÉ BIEN

Queridos amigos, este miércoles damos descanso a los Cuaversos de Bitácora, cambiando nuestra cita literaria por el tradicional Cuento de Navidad que vengo escribiendo en los últimos años, y que está en el Cuaderno Especial de IDEAL.

 

Espero que les guste, aprovechando para felicitarles a todos las fiestas y deseándoles una estupenda entrada de año nuevo. Como prólogo al cuento, una frase de una película que, esta noche, proyectan todas las cadenas, en glorioso ByN… Extraño, ¿verdad? La vida de cada hombre toca muchas vidas, y cuando uno no está cerca, deja un terrible agujero, ¿no es cierto?   

 

–         Claro que estoy bien. Sí. No os preocupéis. Venga. Pasadlo de fábula, mujer… que sí… Que no… venga. Pasad buena noche… Sí. Mañana hablamos. Claro que sí.

 

Andrés no veía el momento de que colgara el teléfono. Inmensa mujer, su madre, pero qué pesada podía llegar a ser. Y la de veces que había tenido una conversación como ésa en los últimos días…

 

Bebió otro trago de agua. Largo. Le iba a hacer falta estar bien hidratado. Se estiró las mallas, negras, y se terminó de echar la vaselina en las tetillas y en los sobacos. Se puso la camiseta y, encima, el cortavientos, cogió la pequeña mochila y salió de casa. En el ascensor puso a cero el cuentakilómetros y el cronómetro de su reloj y, en cuanto cruzó el portal, echó a correr.

 

El frío de la noche le cortó la cara. Aunque estarían a unos cuatro o cinco grados, el viento hacía que la sensación térmica fuera aún más fría. Gélida, de hecho. Y eso que apenas pasaban de las diez de la noche. Una noche clara y estrellada, en la que una enorme luna llena asomaba por detrás de la montaña. Esa montaña hacia la que Andrés se dirigía, con paso firme, corriendo a unos modestos pero necesarios cinco minutos el kilómetro, si quería cumplir con el plan y el horario trazados.

 

Para Andrés, correr ya no era una afición. Era una necesidad: como respirar o beber, calzarse unas zapatillas y echarse a los caminos era un rito diario de obligado cumplimiento del que disfrutaba con la adición del converso. Por eso, acompasada la respiración, alargando sus zancadas y habiendo roto a sudar, el frío, el viento y la oscuridad de la noche sólo contribuían a hacer más especial esa carrera.

 

Le resultaba difícil que su familia y sus amigos entendieran la inmensa sensación de libertad que le embargaba cuando salía, sobre todo, en condiciones extremas como aquélla. Desafiando sus límites, poniendo a prueba su capacidad de superación, Andrés amaba correr casi por encima de cualquier cosa. Después de varios años de trotón voluntarioso y acomodaticio, consiguió convertir en aliados al sol que le quemaba la cara o al granizo que azotaba sus piernas, sintiéndose igualmente bien cuando el viento pretendía derribarle o cuando el agua amenazaba con ahogarle de forma inmisericorde.   

 

Ya tenía la montaña encima. El Trevenque. El Rey de la baja montaña de la Sierra granadina. Un pico de 2.000 metros que se yergue majestuoso, orgulloso, desafiante; hermano pequeño del Cervino suizo, en medio de un espectacular paraje calizo.

 

Para la subida, siguiendo el sendero marcado por el famoso Pino-guía, alternaba el correr con el caminar, dado lo pronunciado de la pendiente. Hasta que llegó arriba, con la respiración cortada y el sudor perlándole la frente. Una onírica Sierra Nevada se le apreció como salida de un sueño, iluminada por la luna llena, proyectando el blanco de la nieve sobre la oscuridad de la noche.

 

Se detuvo unos momentos. Abrió la mochila y sacó un objeto muy particular. Se trataba de una de esas botellitas típicas de los minibares de las habitaciones de los hoteles. Tequila José Cuervo Reposado. Seguramente no era la bebida indicada para un deportista, máxime, cuando aún le quedaba un largo camino de vuelta. Pero aquélla no era una noche cualquiera. De hecho, ya empezaban a verse los fuegos artificiales en lontananza, a todo su alrededor. Miró su reloj. Las doce. Se bebió el tequila dando doce escuetos sorbitos a la botellita, brindando íntimamente por el año que empezaba, recordando a tantos y tantos amigos repartidos por el mundo.

 

Sí. Había pasado las dos últimas horas de 2008 haciendo lo que más le gustaba. Y arrancaría el 2009 por el mismo camino. Un camino solitario, libre, escabroso, abrupto, accidentado, incomprendido. ¿Absurdo? Quizá. Pero era el camino que había decido tomar en su vida.

 

Dedicado a mis amigos de Las Verdes,

en el convencimiento de que ninguno está tan zumbado… de momento.

 

Feliz Navidad.