En muerto y en directo

Hace once años, un mes de septiembre, nos descubrimos frente a la televisión, entrando súbitamente en un siglo XXI convulso y salvaje a través de la pequeña pantalla: las cámaras retransmitían, en riguroso vivo y en impactante directo, la caída de las Torres Gemelas y el súbito despertar global del sueño americano y, por ende, universal.

El momento más desasosegante de aquella transmisión vino cuando un avión chocó contra el Pentágono: parecía que la III Guerra Mundial había comenzado, que el ataque aéreo a Estados Unidos abarcaba múltiples y diferentes objetivos y que el mundo había empezado a terminarse.

Y nosotros allí, con la mesa puesta y los platos sin recoger, viendo a través de la televisión lo que podría ser el principio del fin, impotentes, impresionados, impávidos, incapaces casi de articular palabra. Mucho menos de tomar cualquier decisión, de actuar de ninguna manera.

Recuerdo que, a medida que pasaba la tarde, aun con los restos humeantes de las Torres en pantalla, me fui a jugar al baloncesto. La situación parecía estar bajo control, el último avión que sobrevolaba el espacio aéreo norteamericano había sido derribado y lo del Pentágono apenas fue un agujerito de nada… que mató a un puñado de personas. Pero parecía que la superproducción made in Hollywood había terminado y el The End había aparecido en pantalla. No fue un happy end, pero sí un final que nos permitía seguir con nuestras vidas rutinarias, normales y corrientes. Aburridas, si quieren ustedes. Pero vidas, al fin y al cabo.

Era extraño, dos horas después de haber asistido a lo que parecía el fin del mundo, irse a echar una pachanga con la peña y, después de la ducha, a tomar unas cañas. Era extraño, ciertamente. Pero más extraño, absurdo y sinsentido habría sido quedarse en casa, ¿no?

Desde que la Crisis comenzó, en agosto de 2007, son tantas y tantas, tantísimas (y tontísimas, en muchos casos) las cosas que hemos oído, visto, leído y escuchado que estamos total y absolutamente saturados. Sin embargo, en lo que llevamos de 2012, esto se ha desmadrado.

Lo de hoy mismo, por ejemplo, ha sido de traca: a cada anuncio de medidas coercitivas y lesivas para los ciudadanos, los mercados reaccionan con voracidad y más acosan a España, a su deuda, a su prima, a su bono y a su esencia democrática.

No sabemos dónde terminará todo esto.

Hay quién ya da por descontada la intervención y se apresta a saludar a los Hombres de Negro como, en su momento, se recibió a Mr. Marshall.

Hay quiénes, en un ejercicio especialmente perverso, parecen alegrarse de lo mal que van las cosas para meterle caña al PP y a Mariano. Los hay que parece que piensan que, esto, con Rubalcaba, iría de otra manera. Como si el bueno de Alfredo no hubiera tenido nada que ver con el despropósito de ¿gobierno? que perpetró ZP. Casi a la altura de lo que están haciendo Guindos, Montoro & Co.

Para otros, todo esto no parece ir con ellos y ponen cara de fastidio cuando se cuelan en las conversaciones la Prima de Merkell y otras palabras malsonantes por el estilo.

Pero, por desgracia, esto va con todos. Contra todos, más bien. Sin remisión. Y no habrá prisioneros.

Y, aun así, la vida sigue. Sigue habiendo Jazz en Almuñécar, Alhambras en los bares y espetos en los chiringuitos.

En una página del periódico, noticias de caos económico, del Apocalipsis financiero. En la de al lado, ofertas para irse de crucero.

Estamos viviendo uno de esos momentos históricos que, ojalá, no tuviéramos que vivir. Permanente conectados a las webs que conectan con los mercados, viendo a la Prima engordar con una voracidad mórbida y a la Bolsa estrellarse un día tras otro, nos hemos acostumbrado a vivir en el alambre y un día que termina sin riesgo de intervención o rescate es un día cojo. Y sin muletas.

Cualquier jornada en la que el Gobierno no desmiente alguna cosa o traza alguna línea roja que traspasará al día siguiente, es una jornada baldía.

Sin la amenaza de invasión de los Hombres de Negro, la adrenalina no fluye.

Una conversación sin mentar a Ángela, al Banco Central o a la troika, es mínima conversación.

Y no. Ni la Eurocopa ni, ahora, las Olimpiadas, nos evaden de una realidad cruel en la que el rojo de los colores del Íbex se derrama sobre las pantallas de los terminales informáticos como metáfora de la sangre, el sudor y las lágrimas que nos va a costar tanto despropósito.

En fin. Que este verano lo vamos a ver en directo. Y a vivirlo. En nuestras carnes. En vivo. O en muerte viviente, más bien.

¡Esto sí es telerrealidad! El acoso, la agonía y… bueno. Lo que tenga que ser. Que será.

Pero, entre tanto, ¡qué llenen! Mientras haya. Después, ya se verá.

Jesús historicista Lens

Imagino que otros 23 de julio estábamos más optimistas: 2008, 2009, 2010 y 2011.