DEL HUMOR COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES

Escribir es un placer que, personalmente, me reporta satisfacciones directas e inmediatas, por el sólo hecho de practicar.

Pero, a veces, escribir conlleva recompensas inesperadas. Como la de encontrar un mensaje en tu bandeja de entrada en el que Pablo Guarnido (hermano de Juanjo, del que pronto volveremos a hablar) hace referencia a esta columna, publicada en IDEAL.

Y es que Pablo tiene un proyecto genial, llamado “El chiste de los lunes”, cuyo autor presenta así:

“Es un blog (éste) en el que cada lunes cuelgo una página de cómic, cuyo guión es un chiste que me ha contado algún visitante de dicho blog a través del enlace “Cuéntame un chiste bueno y lo dibujaré”.

Es decir, la página se alimenta de sus lectores mediante una simpática simbiosis. El objetivo, además de intentar conseguir una carcajada en cualquier momento de la semana, es el de tratar de endulzar el espeso lunes por la mañana de tanta gente que lo primero que hace es encender el ordenador de su trabajo”.

¿Qué os parece?

Pablo se toma el humor muy en serio. Como debe ser. Y empezar la semana con una carcajada, no tiene precio. No dejéis de leer este reportaje que le dedicó “Granada hoy” hace poco tiempo.

¿Compensa o no compensa el escribir, cuando te pasan como ésta?

Jesús Lens

EL GRAN VÁZQUEZ

Una de las secuencias de la película que más me gustaron es la protagonizada por el hijo de ese genio del crapuleo que tuvo que ser Vázquez, cuando le dice lo que su madre opina de él: que es un Viva la Virgen… pero que él también quiere serlo. Y vaya si aprende rápido, el joio niño.

Cuando leí una crítica de la película, en El Mundo, me quedé un poco decepcionado ya que la misma se ensañaba con una supuesta falta de dimensión amarga en la vida de Vázquez. Vista la película (y nuevamente demostrado que, a veces, los críticos parecen asistir a películas diferentes a las que ve el resto de la humanidad), no sé de dónde se sacaría semejante pamplina el supuesto crítico porque si algo hace el filme de Óscar Aibar es, primero, hacernos reír con el personaje de Vázquez, disfrutar con su cara dura, su jeta y su sinvergonzonería. Para, después, mostrar la dimensión más cruda y amarga de serlo.

Cierto que lo hace con la misma estética “de cómic” que utiliza para el resto de la narración y que la cárcel no es la de “Celda 211” o “El expreso de Medianoche” ni la pensión repleta de ratas hace que el espectador sufra o padezca la sordidez de la vida de Vázquez. Pero es que la intención no es esa, ni mucho menos.

Una digresión personal. No hay nada de divertido en ser moroso. Ni de simpático. Me pasé un año cobrando morosos (por teléfono) y no nos reíamos a menudo, precisamente, ni ellos ni yo.

Ahora bien, como motivo o recurso artístico… hay que reconocer que el contumaz moroso del ático de la Rue 13 del Percebe, dibujado por Ibáñez e inspirado en Vázquez, era genial.

Como lo es el personaje interpretado por Santiago Segura en “El gran Vázquez”. Un personaje que oscila entre lo grotescamente divertido y lo nauseabundamente detestable. Y viceversa. Por una parte, su ser ácrata y libertario, su espíritu libre y antisistema, nos encanta. Y sus victorias sobre el chupatintas, burócrata y taimado Peláez, por supuesto, nos hacen vibrar más que las victorias del Real Madrid… antes de Mourinho.

La contrapartida: sus traiciones a sus mujeres y, seguramente, la cantidad de arte que dejó de crear, dedicado a sus sablazos… y a las posteriores y subsiguientes reparaciones, a través de trabajos de segunda fila.

Me gustó la película, tanto en continente como en contenido. Me gustó el detalle de dar vida a las viñetas y personajes de Vázquez (realizadas por el granadino Chema García) y me encantó el final. O sea, el de antes de la Postdata, aunque ésta tampoco estuvo mal. Sin embargo, hay un detalle que me ofrece dudas: se habla, mucho, de lo bien y genial que está Santiago Segura, interpretando a uno de los más grandes dibujantes de la historia del arte española.

¿Vázquez o... Santiago Segura?

¿Seguro?

Lo mismo es un problema mío, pero cuando Santiago Segura aparece en pantalla, yo sólo veo a Santiago Segura haciendo de Santiago Segura. ¿Me pasa a mí solo?

Sinceramente, los que me parecen geniales son los secundarios, con Álex Angulo y el inconmensurable Enrique Villén a la cabeza. Y la banda sonora de Mastretta… ¡perfecto ese jazz alegre y pegadizo que siempre deberíamos escuchar al leer los tebeos de Vázquez o Ibáñez!

Valoración: 8

Lo mejor: el espíritu libertario de la película, sobre todo, en los tiempos de corren.

Lo peor: que hoy sea virtualmente imposible que haya personajes como Vázquez.

GUERRA, MUERTE, GUSANOS, DESOLACIÓN

Ha querido la casualidad que, en la misma semana, haya visto la miniserie “The Pacific” y haya leído “La canción de los gusanos”, dos productos tan distintos como curiosamente complementarios.

“The Pacific” fue la gran apuesta de la HBO para esta temporada, en formato miniserie televisiva, recién galardonada durante los Emmy con un buen puñado de premios. Heredera de la famosísima y reverenciada “Hermanos de Sangre”, la autoproclamada serie más cara de la historia de la televisión cuenta la II Guerra Mundial desde la óptica de los Marines que combatieron en el frente del Pacífico, de Guadalcanal a Iwo Jima.

“La canción de los gusanos”, por su parte, es un cómic en el que los granadinos Álex Romero al guión y López Rubiño al lápiz cuentan la I Guerra Mundial, desde la óptica de dos soldados ingleses a quiénes, como en las obras de Shakespeare, una ominosa presencia les hace partícipes del destino que les espera. Un destino cruel.

¿Qué tiene que ver la serie más cara de la historia de la televisión, producida con todo lujo de detalles por todo un Tom Hanks, con un cómic publicado en España por Norma editorial?

La relación está en la apocalíptica visión que ambas obras trazan acerca de ese lugar llamado “guerra”, una nebulosa que, más allá de las coordenadas geográficas y espacio-temporales, se repite una y otra vez, con su ominosa carga de podredumbre, dolor, muerte, crueldad, sinsentido, desolación, vacío, sangre, violencia, crudeza, vísceras destripadas, insania y locura.

Habitualmente, la historia del arte, de todas las artes, nos ha contado la guerra desde la óptica de los vencedores, los héroes y las hazañas, las medallas, los logros, los triunfos y las conquistas. Puntualmente, ha habido casos en que la guerra cobraba otra dimensión, oscura, tétrica, cruel, pestilente… en ese sentido, las pinturas negras de Goya sobre la Guerra de la Independencia de los franceses no son una referencia baladí, cuando lees “La canción de los gusanos” y ves la representación de algunas de sus viñetas.

“The Pacific” no ha dado de sí todo lo se esperaba. Mucha cáscara, mucho lujo en los detalles, mucha riqueza de medios, pero poca intensidad, por muchas vísceras que volaran por los aires. Ha sido un intento de reverdecer los laureles de “Hermanos de sangre”, pasando por el tapiz de “Banderas de nuestros padres” y “Cartas desde Iwo Jima”, de Clint Eastwood, pero sin la fuerza, la densidad y la intensidad de aquella.

Sólo hay un episodio en todo “The Pacific” que medio lo consigue: ése en que hace un calor espantoso, los soldados no tienen agua y la fotografía sobreexpuesta hace que la imagen aparezca blanca en pantalla, quemada, abrasada como los labios resecos de los combatientes. Combatientes que son como zombies, que deambulan en pantalla, que no sabes lo que hacen ni por qué, como marionetas o robots desmadejados, rotos.

Y, en mitad, un infierno de cuerpos muertos, podridos y ensangrentados, comidos por los gusanos, desmembrados. Justo como el panorama en que Álex Romero y López Rubiño sitúan la tragedia en dos actos y un epílogo de dos soldados cuya trayectoria en la Guerra no sabemos y que aparecen solos, en mitad de un campo desolado, sin ninguna misión que cumplir, colina por tomar, posición que defender. Sólo saben que uno desertará y el otro le matará. A partir de ahí, la nada. La abyección. La locura. La enfermedad. La crueldad. Con el enemigo. Con los compañeros. Con los civiles. Y los cadáveres, comidos por los gusanos, como testigos de excepción de un tiempo, unas circunstancias que, por desgracia, siempre terminan volviendo.

Porque la guerra no es bonita ni tiene nada de hermoso. Para entender el pacifismo, nada mejor ni más apropiado que “La canción de los gusanos”, los únicos que acaban teniendo voz en mitad de la podredumbre.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.