Clásicos del Noir en viñetas

El género negro que más nos gusta, el que defendemos y contribuimos a difundir, comparte una doble concepción en la que el fondo y la forma van de la mano. Es la enriquecedora dialéctica entre la ética y estética del Noir, uno de los géneros literarios y cinematográficos con más acusada personalidad de la historia.

Estas semanas, en Granada Noir, estamos haciendo un completo repaso por novelas fundacionales del género negro que, después, fueron trasladadas a la pantalla. Algunas de ellas, hasta en dos y tres ocasiones. Un ejercicio que nos permite reflexionar sobre la naturaleza de los diferentes formatos y los cambios aparejados por las adaptaciones cinematográficas.

En el caso de ‘El cartero siempre llama dos veces’ y ‘El sueño eterno’ nos hemos encontrado, además, con sendas adaptaciones de las novelas de James M. Cain y Raymond Chandler al cómic; realizadas por autores españoles, ambas publicadas en la colección ‘Viñetas Negras’ de la editorial Glenat.

‘El cartero siempre llama dos veces’ fue adaptado al arte secuencial por Florenci Clavé en los años 80 del pasado siglo. El artista firma el guion y el dibujo, condensando todo lo turbio y lo malsano de la novela original en un potentísimo tebeo. No deja ser sintomático que Clavé, responsable de la propaganda gráfica del Partido Comunista Marxista Leninista de entonces, fuera el encargado de hacer la adaptación al cómic de una novela negra como el asfalto.

El especialista Felipe Hernández Cava escribe que Clavé, a través de su arte, buscaba “conferir a cada una de sus imágenes una autonomía plena y viva” que para nada ralentizaba la narrativa. “Era, dicho de otra manera, como si retorciera el tiempo y el espacio para que fluyeran más lentos y los lectores fuéramos así partícipes del modo en que uno y otro se iban dilatando”. Y eso, claro, lo asemejaba al cine.

Un detalle interesante: Florenci Clavé simpatiza con la idea que James M. Cain tenía de su propia narrativa y apuesta más por el melodrama trágico y violento que por la serie negra propiamente dicha. La lucha de los personajes por librarse del destino y su pelea por no plegarse a lo que los demás piensan de ellos.

Así, en el cómic desaparecen las coartadas morales y justificativas de los personajes cinematográficos y se queda con lo esencial: la pasión desatada. El asesinato a sangre fría de una persona que no ha hecho nada malo a nadie. Su único ‘pecado’: encontrarse entre los dos amantes, en mitad de un camino predeterminado. Como en las tragedias griegas, el marido es la víctima propiciatoria para que se cumpla el fatal destino de Frank y Cora.

Desde el punto de vista artístico, el blanco y negro aplicado por Clavé a su narración parece un homenaje a los directores de fotografía del cine negro clásico norteamericano y, en algunas viñetas, al brutal contraste aplicado a sus películas por los expresionistas alemanes.

Particularmente, he disfrutado enormemente de los coches de época, el autobús de la Greyhound o los tranvías de San Francisco. Del tosco rostro de Frank y de las elipsis en las secuencias más violentas. De la representación gráfica de Los Robles Gemelos donde transcurre buena parte de la trama y de lo despojado del resto de escenarios en los que transcurre la historia: el juzgado, el hospital… Lo importante: los personajes. Sus caras y la expresión de sus rostros.

La adaptación a las viñetas de ‘El sueño eterno’, por su parte, corrió a cuenta de nada menos que Andreu Martín en el guion y Luis Bermejo al dibujo. Andreu Martín aligera algunos aspectos argumentales de la novela de Chandler sin que la narración gráfica pierda su sentido y coherencia. Por supuesto, mantiene la acidez de los diálogos y el punto cínico y canalla de un Marlowe, cuya representación gráfica se asemeja a aquel Torpedo de tan grato recuerdo. Y las escenas de lluvia, que parecen todo un homenaje al mismísimo Will Eisner.

Resulta muy de agradecer que un maestro del género como el novelista y ensayista Andreu Martín se hiciera cargo de una adaptación tan especial. Los vicios de los personajes quedan claramente desvelados, sin las imposiciones de la censura cinematográfica de antaño, pero no se erigen en lo esencial de una narración que respeta el canon del noir, su estética, sus contraluces y contrastes.

Un tebeo que también reivindica la ética del personaje de Marlowe: los diálogos más definitorios de su forma de entender la vida y la profesión de detective privado están perfectamente recogidos en un cómic que, además de ser una perfecta adaptación del clásico de Chandler al noveno arte, es una magnífica relectura y reinterpretación del canon ético y estético del género negro y criminal.

Jesús Lens

Paraíso interior

Me permito tomarle prestado el eslogan a nuestra provincia hermana, Jaén, para hablar de esa belleza que se encuentra en el interior, pero que tanto trabajo nos cuesta descubrir. Y disfrutar.

El mundo estaba en nuestra casa

Tranquis. Esto no va de que saldremos reforzados de la pandemia y toda esa vaina. Es mucho más sencillo. Y banal: confinados en nuestras casas y sin poder salir, no nos ha quedado más remedio que convivir con nuestro interior cotidiano durante varias semanas seguidas. ¿Y qué nos hemos encontrado?

Para empezar, una enorme desigualdad. El derecho constitucional a disfrutar de una vivienda digna y adecuada se manifiesta de extrema necesidad cuando salir a la calle está vetado por una cuestión de salud pública. De cara a la reconstrucción post-pandemia, la cuestión del acceso a la vivienda debería ocupar uno de los puestos más altos de la lista.

Se dice que a partir de una determinada edad, uno tiene la cara que se merece. ¿Cabe hacer esa analogía con el domicilio en que vivimos? ¿Lo tratamos con el mimo y el esmero que se merece? ¿En serio que menos es más?

A lo largo de esas semanas he disfrutado de un montón de tebeos que tenía pendientes de leer, comprados de forma compulsiva a lo largo de los años. Lo hablaba el otro día con Paco, el dueño de la librería Subterránea: hay cómics que piden tiempo para ser leídos de una tacada, durante varias horas seguidas. En pleno confinamiento les ha llegado su hora.

Rescato viejas películas que tenía amontonadas en vetustos DVD. Porque las plataformas están muy bien, pero no lo tienen todo. Ni muchísimo menos. Y, en ocasiones, me resisto a ver lo que manda el algoritmo de turno. ¡Qué placer, recuperar aquellos clásicos, todavía precintados, que me esperaban arrumbados al fondo de una estantería!

¿Y las paredes? A que no se me cayera la casa encima han colaborado esos cuadros, grabados, fotografías, pósters y carteles que, a lo largo de los años, he ido atesorando con la veleidosa pasión del aficionado diletante. Por no hablar de esas figuritas que me acompañan en la mesa de trabajo, de Blacksad a Vito Corleone, pasando por el capitán Haddock, Laura Palmer; Dalí o la Mujer del Leño. Echo de menos tener plantas, eso sí. Soy descuidado y me daría pena que muriesen. Creo que ahora las cuidaría con mucho cariño.

Si, como pronostican los expertos, seguiremos pasando mucho tiempo en nuestro hogar, toca repensar dónde se esconde su belleza, en busca del paraíso interior.

Jesús Lens

Lorca en viñetas

El jueves, al salir de ver la exposición ‘Suites. El viaje de la percepción’ del Centro Lorca, (leer AQUÍ las impresiones) me fui de librerías. Llevaba un par de meses sin pasear entre anaqueles, con tiempo y delectación. Encontré una nueva edición de ‘Lorca. Un poeta en Nueva York’, de Carles Esquembre, que incluye cinco poemas ilustrados por el artista especialmente para la ocasión.

Nada más llegar a casa, le metí mano a ese cómic tan especial, entre lo narrativo y lo onírico, centrado en la larga estancia neoyorquina del poeta. Las secuencias transcurren entre los bares clandestinos y clubes de jazz, visitas a Coney Island y a los espectáculos de freaks, los recuerdos mezclados de ensueños protagonizados por Buñuel y Dalí, las echadoras de cartas para adivinar la buena (o la mala) fortuna, el crack del 29 y los suicidas cayendo de lo alto de los rascacielos…

Me fascina la luz con la que Esquembre dibuja a Federico García Lorca, iluminando a todos quienes le acompañan en las viñetas. Me maravilla asomarme al cuarto en que residía en la Universidad de Columbia, con el póster de una película de Harold Lloyd en la pared. Un cómic fascinante, rico y abigarrado que nos recuerda la intención de Lorca de publicar ‘Poeta en Nueva York’ en una edición que combinara sus poemas con dibujos, fotografías, fotomontajes e ilustraciones cinematográficas. ¡Un auténtico libro de artista!

Y cómo duele esa nota final dejada a su editor en Madrid, en julio del 36: “Querido Pepe: he estado a verte y creo que volveré mañana. Abrazos de Federico”…

Al terminar el tebeo, sin solución de continuidad, releo otro cómic: ’La huella de Lorca’, de Carlos Hernández, nuestro compañero de IDEAL, padre de Orceman; y El Torres.

Como señala el propio autor, autorretratado en una de las últimas viñetas, no se trata de una biografía al uso. “La obra trata sobre las personas que conocieron a Federico… hacerlo vivir a través de las impresiones de quienes tuvieron la suerte de estar junto a él. Momentos buenos y malos”.

Y es que, efectivamente, Lorca vive. Y palpita. Y duele.

Jesús Lens

Berlín era una fiesta

Cuando viajo, me gusta llevar conmigo libros cuya acción transcurre en el lugar que voy a visitar. Más allá de las guías de viajes y los temibles foros de internet, asomarme a ensayos históricos y tramas de ficción me ayuda a contextualizar lo que veo, a ubicar en el tiempo y en el espacio las calles por las que camino, las plazas que recorro, los bares y cafés en cuyas barras o terrazas me siento.

Hace un par de meses estuve en Berlín, inspirado e impulsado por una mítica serie de televisión: ‘Berlin Alexanderplatz’, adaptación de la novela escrita por Alfred Döblin en 1928. Para contextualizar el viaje, esta vez opté por un cómic monumental, una arriesgada decisión… de la que no me arrepiento en absoluto.

Los cómics no suelen ser buen compañeros de viaje. Son grandes, pesados y muy delicados. Soy de los que, antes de leer un tebeo, se lava las manos para que sus viñetas no se queden siquiera impregnadas de una descuidada mancha de grasa. Y no me pongo guantes de forense de CSI para pasar sus páginas porque no quiero parecer el monje asesino de ‘El nombre de la rosa’.

A la capital alemana, sin embargo, me llevé los tres volúmenes que componen una excepcional trilogía: ‘Berlín’, de Jason Lutes. Se trata de un monumento gráfico de 500 páginas que su autor tardó más de 20 años en completar. Publicados por la editorial Astiberri, los tres tomos de ‘Berlín’ son un abigarrado fresco dedicado a la República de Weimar, mostrando sus luces y sus sombras.

La primera parte de la trilogía, ‘Ciudad de piedras’, cuenta el casual y afortunado encuentro en un tren, protagonizado por una chica joven que llega a Berlín, huyendo del rigorismo de su Colonia natal y de una familia convencional e intransigente; con un periodista de extracción trotskista que se encuentra en plena investigación del rearme de Alemania.

Aunque Marthe y Kurt son las piezas angulares sobre las que se construye ‘Berlín’, lo mejor de la trilogía de Lutes es el protagonismo coral de varias decenas de personajes, desde los compañeros y compañeras de Marthe en la escuela de arte en la que ingresa a los músicos de jazz norteamericanos que andan de gira por el Viejo Continente.

O esa familia que, alegoría de la propia Alemania, está compuesta por una madre que se inclina hacia el comunismo y un padre cuyas veleidades ideológicas le llevan hacia el nacional-socialismo. Una fractura que sufrirán en sus carnes sus propios hijos, en una de las derivas más dramáticas de esta prodigiosa novela gráfica.

El primer tomo de ‘Berlín’ se cierra con la manifestación del 1 de mayo de 1929 en la que la policía de la República cargó contra los manifestantes, dejando a su paso un reguero de sangre y muerte. Este episodio, que también tenía enorme protagonismo en la serie ‘Babylon Berlín’, marcó un antes y un después en la trayectoria política de Alemania y Lutes le concede la importancia que se merece.

Además de los grandes momentos históricos, Lutes describe un sinfín de aspectos de la intrahistoria del Berlín de Weimar, desde los ambientes bohemios y creativos y los encuentros clandestinos en clubes de transformismo a las fiestas de la jet set, repletas de drogas y orgías sexuales. La vida de los barrios, la interacción de la comunidad, el pulso de la calle, los patios de las viviendas…

Conoceremos el despertar sexual de Marthe y sufriremos con la espiral autodestructiva en la que entra Kurt, al ver cómo sus ideales políticos se van derrumbando poco a poco. La libertad de prensa libre enfrentada al poder de la oligarquía y, siempre, la cada vez menos sutil amenaza de la extrema derecha, con las esvásticas empezando a asomar en los brazos de lo que parecen unos pobres diablos.

‘Ciudad de humo’, el segundo tomo de la trilogía, arranca de nuevo en un tren, esta vez a ritmo jazz. Mucho jazz. Pero también mucha confusión, miedo y nihilismo. Porque la amenaza de lo que está por ocurrir en Berlín cada vez resulta más palmaria. De ser una fiesta, Berlín empieza a ser una tragedia.

Diez años más tardó Lutes, completó su trilogía. En total, un proceso creativo de más de dos décadas. En 2018 aparecía ‘Ciudad de luz’. En este caso, el que viaja en tren es un tipo enclenque, de cabellos morenos y ridículo bigotito. El sol inunda Alexanderplatz, pero nada bueno se atisba en el horizonte. Comienza la persecución de los judíos, con un anticuario al que ya conocimos antes, situado en el ojo del huracán. La persecución de los comunistas, también. Y de los homosexuales. Y de los artistas.

La vida de Kurt y Marthe se verá sacudida, esta vez de forma definitiva. El alcoholismo, la desesperanza, la rendición, la humillación, el dolor… Conoceremos a gente que vive en las calles y a las pandillas de nazis que, ya sin disimulo, hostigan a todo el que es diferente. Entonces, Hindenburg encarga a Hitler la formación de gobierno y ‘Berlín’ se termina, marcando el auténtico comienzo del fin.

Jesús Lens

La picaresca en el Buscón del siglo XXI

La novela picaresca, de acuerdo con esa fuente inagotable de conocimiento que es la Wikipedia, es un subgénero literario narrativo en prosa muy característico de la literatura española. Surgió en los años de transición entre el Renacimiento y el Barroco, durante el llamado Siglo de Oro de las letras españolas.

No vamos a forzar las cosas defendiendo que novelas como el Lazarillo de Tormes o el Guzmán de Alfarache son antecesoras de ese género negro y criminal que tanto nos gusta, pero sí que comparten una misma filosofía: narrar las miserias sociales del momento y contar con pelos y señales lo que pasaba en la calle, haciendo escarnio de los ricos y poderosos.

Los protagonistas de esta modalidad de novela son los llamados pícaros, antihéroes de baja extracción social y provenientes de lo que hoy llamaríamos familias desestructuradas. Delincuentes y maleantes que no dudan en cometer cualquier tropelía en aras de mejorar su fortuna o, al menos, de encontrar un chusco de pan que echarse a una boca en la que no es de extrañar que falte algún diente.

El Buscón de mi edición de Quevedo. ¡Viva Pablicos!

Tras el empacho del ideal caballeresco impuesto por la literatura anterior, con el hidalgo como protagonista de tramas justicieras repletas de heroísmo, el género picaresco baja la literatura a la tierra y, a partir de su realismo a ultranza, se trufa de humor negro, sátira social, naturalismo y un cierto pesimismo existencial: por mucho que haga para mejorar su situación, el pícaro está condenado a ser un nuevo Sísifo. Por alto que parezca subir en la escala social, terminará volviendo a morder el polvo y a chapotear en el barro, golpeado, machado y vilipendiado por las circunstancias.

Epítome de la figura del pícaro fue el Buscón llamado Don Pablos, surgido de la fértil y portentosa imaginación de Don Francisco de Quevedo, cuyas andanzas y desventuras nos contó en una novela esencial que terminaba así: “determiné de pasarme a Indias a ver si, mudando mundo y tierra, mejoraría mi suerte”. Un clásico, eso enviar al protagonista a tierras de posibilidades ilimitadas, en busca de más y mejores aventuras. ¿O desventuras?

Porque Quevedo ponía la siguiente puntilla a su Buscón: “Y fueme peor, como usted verá en la segunda parte, pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres”. Una segunda parte que no se publicó… hasta 400 años después de aquella promesa, cuando el guionista de cómic francés Alain Ayroles y el dibujante granadino Juanjo Guarnido retomaron las andanzas de Pablicos por el nuevo continente.

El próximo sábado, 7 de diciembre, a las 18 horas, en la librería Cómic Stores, tendremos a Juanjo Guarnido de vuelta en Granada, para hablarnos sobre la génesis y la ejecución de este auténtico viaje en el tiempo que, cuatro siglos después, nos devuelve a la vida a uno de los personajes esenciales de la literatura picaresca española.

Y es que nos encontramos ante ‘una segunda parte de la Historia de la vida del pícaro llamado Don Pablos de Segovia, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños; inspirada en la primera, tal y como en su tiempo la narrara don Francisco Gómez de Quevedo y Villegas, caballero de la Orden de Santiago y señor de Juan Abad’, tal y como reza la portada de un cómic soberbio, tanto por lo que cuenta por cómo lo cuenta.

Tras un prólogo que enlaza con el final de la novela, el cómic de Ayroles y Guarnido arranca con nuestro Buscón a bordo de la embarcación que lo llevaba a América, en busca de la buena fortuna. Ahí está Pablicos, acompañado de la Grajalita con la que trata de emprender una nueva vida, haciendo trampas con los naipes, para (no) variar.

El Buscón de Guarnido, en el Muelle de las Carabelas de Palos de la Frontera

Arrojado al mar por la iracunda marinería, harta de ser engañada por el pícaro buscavidas, así le escuchamos rezar a nuestro (anti)héroe: “la vida del villano es como yegua penca: uno cree tenerla por las riendas, pero la muy empicada se acula… ¡pensabais hacer esto? Haréis aquello. ¿Queríais ir allá? Es aquí que ella os trae”…

Un aquí bastante poco prometedor, la verdad sea dicha, que la siguiente vez que vemos a Pablicos nos lo encontramos muy desmejorado, macilento y greñudo, con los ojos hundidos en el famélico rostro y unas luengas y piojosas barbas que acreditan lo mal que le ha ido, efectivamente, en su nueva / vieja vida. Detenido, preso y atado a un potro de tortura, el Buscón cuenta su historia, repleta de penalidades… otra vez.

Tras partes tiene este nuevo Buscón: una primera, protagonizada por las picardías del pícaro en el Nuevo Mundo. Una segunda, en forma de viaje. Porque quienes hacían las Américas no se conformaban con su destino y se lanzaban en busca del mítico El Dorado que tantas leyendas ha deparado a lo largo de la historia.

Y está la tercera parte. La parte que deja al lector con la mandíbula desencajada. La parte que hace que te estalle la cabeza y que, nada más cerrar el tebeo y asimilar lo que has leído, lo vuelvas a abrir por la primera página, excitado por volver a empezar. Esta vez más despacio, deteniéndote en los detalles y disfrutando del precioso trenzado que nos regalan Ayroles y Guarnido. Y es que esta continuación del Buscón, sin lugar a dudas, le habría encantado al mismísimo Quevedo. Yo, al menos, me apostaría unos maravedíes…

Compren. Compren ‘El Buscón en las Indias’, publicado por Noma Editorial y léanlo. Poseídos por el ansia viva, la primera vez. De una manera más pausada, reflexiva y juguetona, las siguientes. Entren en el juego de espejos que nos plantean Ayroles al guion, con innumerables referencias a mil y una míticas aventuras de todos los tiempos; y Guarnido a los pinceles. Busquen rostros familiares, guiños inconfundibles, metáforas ocultas. No se arrepentirán.

Jesús Lens