INNOVACIÓN: UNA ACTITUD PARA EL CAMBIO

Me encantó esta definición del concepto de innovación, cuando se la escuché a Antonio Lopera: una actitud para el cambio. A todos se nos llena la boca al hablar de I+D+i, reivindicando la importancia de un elemento diferencial que está llamado a jugar un papel trascendental en la modernización de Andalucía y de España. Innovación. Aunque aparezca con la i minúscula, como un apéndice de la Investigación y el Desarrollo, las políticas y los proyectos de innovación han de estar presentes, y en un lugar cada vez más destacado, en cualquier programa que se precie. Sea en la política, en la empresa, o en la vida personal y familiar, la innovación está siendo reivindicada cada vez con más énfasis.

Pero, si consideramos que la innovación es una actitud para el cambio, ¿como andamos, en general, de disposición para el mismo? Honestamente, creo que bastante mal. Ya sabemos que el hombre es un animal de costumbres y que nuestro refranero está repleto de citas que apelan al célebre “virgencita, virgencita, que me quede como estoy” del chiste milagrero.

No es fácil cambiar. No es cómodo ni sencillo. Las rutinas nos permiten vivir cómodamente instalados en una vida relajada y sin sobresaltos, cercana y accesible. Un dato: los españoles morimos, de media, a catorce kilómetros del lugar donde nacemos. ¡Todos unos aventureros estamos hechos! Y eso que vivimos en el siglo de la globalización en que las distancias parecen no existir. Los hijos quieren seguir la estela laboral de sus padres y, a la hora de emanciparse, buscan una vivienda cercana a su barrio de siempre.


Las hipotecas a cincuenta años son otro síntoma de una concepción inmovilista de una vida en que aspiramos a que el primer trabajo nos dure para siempre. Nos sentimos cómodos con los amigos de siempre, en el bar de siempre, tomando las tapas de siempre y, a ser posible, en el mismo orden de siempre. ¡Si es que nos encontramos una calle cortada, cuando vamos al trabajo -por el camino de siempre- y llegamos a la oficina sulfurados, alterados y cabreados!

No. En general, no tenemos una actitud para el cambio en la mayor parte de los órdenes de nuestra vida. Sabemos que las rutinas son letales y demoledoras, que erosionan el amor de las parejas, matan la creatividad y el entusiasmo en los trabajos y convierten las relaciones sociales y familiares el algo tedioso y profundamente aburrido. Pero, como sostenía el escritor británico Samuel Johnson, las cadenas del hábito son generalmente demasiado débiles para que las sintamos, hasta que son demasiado fuertes para que podamos romperlas.

No vivimos en una sociedad que, fuera de los discursos oficiales, fomente la innovación o los valores del emprendedor. En absoluto. Porque la mayoría de nosotros, en nuestra vida cotidiana, apenas si mostramos esa actitud para el cambio que requiere una comunidad innovadora. Y no son transformaciones culturales sencillas de operar, ni mucho menos.


Por eso, las políticas de innovación que fluyen de arriba hacia abajo son tan necesarias como, me temo, poco productivas. Al menos, en el corto plazo. ¿Qué conexiones hay entre, por ejemplo, las Consejerías de Innovación y de Educación? ¿Incluye la Educación para la Ciudadanía algún apartado específico para espolear en los chavales valores como los que comentamos? Y si así fuera, los propios profesores, ¿son innovadores, imaginativos y originales a la hora de enseñar o siguen aferrados a la tiza, la pizarra y el encerado?

Porque la innovación, con todo lo que lleva aparejado de modernización, desarrollo, enriquecimiento y crecimiento de la actividad productiva e intelectual debería ser algo que trascendiera las proclamas, las rogativas y las declaraciones de intenciones para convertirse en una realidad palpable, constatable y tangible. Como me decía Abel Torres, “es muy difícil romper las inercias. La inercia como dificultad o resistencia que opone un sistema físico o un sistema social a posibles cambios. La inercia como tendencia que tiene un cuerpo a mantenerse en reposo o a no cambiar su velocidad, si no se le aplica una fuerza externa.”

La cuestión sería, por tanto, determinar de dónde podría venir esa fuerza externa que, en nuestro entorno, tendría que ayudarnos a romper la inercia para hacernos ser más receptivos al cambio. ¿De las políticas gubernamentales? Quizá. O quizá la abrupta llegada de la crisis económica pueda servir como acicate para poner en marcha un potente plan de choque que nos haga, de verdad, asumir la necesidad de ser productivos e innovadores. El tiempo lo dirá.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

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PROPUESTA DE MARCA GRANADINA

Como bien sabéis, la cabecera de esta Bitácora la hizo un buen amigo: José Manuel NLl. A propósito de las marcas y de Granada, me comentaba que se podían haber usado otros motivos, sin necesidad de acudir a los tópicos de la Alhambra o Sierra Nevada. Esto es lo que nos dice…

La idea es la jugar con dos lecturas:

1.- Las letras GR identifican a Granada, pero las palabras GRX son las que te imprimen en tu tarjeta de embarque y en la etiqueta de las maletas cuando las facturas. Es decir, tu destino es Granada. El lugar al que quieres llegar. Y del que partes cuando vuelves a tu tierra. En la segunda versión, estas tres letras están subrayadas para darles énfasis.


2.- GR X ti, quiere decir que «Granada está por ti», «Granada te quiere a ti», está en el lenguaje de los jóvenes, en una expresión que usan con los móviles, fácil de entender y fácil de reproducir. Piensa en una campaña viral con el móvil, se llegaría a cualquier sitio.

La opción 1 lleva el nombre de Granada debajo para el momento del lanzamiento, después (una vez consolidado) se podría usar la opción 2.

¿Qué os parece?

DE MARCAS

La columna de hoy viernes de IDEAL viene marcada…

Ha querido la casualidad que, en la misma semana, se hayan hecho públicas dos marcas que tienen a Granada como protagonista. Una, la que se supone va a ser emblema de la ciudad a la hora de venderla y popularizarla por esos mundos. La otra, la de los aceites comercializados bajo la etiqueta “Montes de Granada”. Dos marcas, dos imágenes muy diferentes entre sí.

El GRAciasdeNADA, ya lo saben ustedes, ha levantado una enorme polvareda. Dejando aparte la cuestión del graffiti, no me incomoda esa marca de fábrica, aunque, la verdad, tampoco me apasiona. Más bien parece una solución de compromiso que se ha elegido para no irritar ni molestar a nadie. De hecho, habría sido apasionante asistir al desecho de proyectos, en base al disgusto de unos y de otros.

¿Piensan ustedes que esta marca/lema tiene el empaque suficiente como para convertirse en icono internacional, al estilo del I love NY de la manzana? Sinceramente, y aunque soy persona de letras, mucho me temo que no, que esas dos palabras con una grafía tan rectilínea, clásica y formal no tienen el impacto visual que sería necesario para quedar fijadas en la retina del espectador y, mucho menos, para hacerse deseables en forma de pin, llavero, colgante, imán de frigorífico o pegatina para los cuadernos.


Precisamente, en la presentación de la marca única “Montes de Granada”, elegida para potenciar la comercialización de los aceites de oliva de nuestra provincia, el representante de la agencia de publicidad que ha diseñado el logo señalaba que quisieron huir de cualquier imagen tópica referida a nuestra tierra, del estilo de la Alhambra o Sierra Nevada, que tan apropiadas podrían haber sido para “vender” la imagen de la ciudad.


Y así nace la elegante y estilizada imagen con que los aceites granadinos van a buscar su lugar en el mercado de los productos de alta calidad. El aceite, auténtico oro líquido desde los tiempos de los romanos, parecía ser cosa de italianos y, más cerca, de las provincias del interior andaluz. Por fin, Granada parece haber asumido los retos de la globalización, disponiéndose a comercializar su aceite a través de una denominación común, con el fin de posicionarse a la cabeza de un sector tan rentable como competitivo y complejo.

Para ello, nada mejor que un diseño de botellas y un etiquetado tan luminoso como atractivo, revalorizando una incipiente marca que, a buen seguro, muy pronto veremos en los puntos de distribución de delicatessen más importantes del país. Los aceites granadinos han hecho, pues, una decidida apuesta por la calidad y por un crecimiento basado en la comercialización conjunta de un producto al que, hasta ahora, no se le estaba confiriendo el valor que realmente tiene. Hay que dar la enhorabuena a esta modalidad de cooperativismo que, trascendiendo el localismo más acomodaticio, se lanza a competir en los mercados más reputados y exigentes de España.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

VETUSTA EUROPA

La columna de hoy viernes en IDEAL…

Nuestra tierra celebra hoy su efeméride más importante del año: el Día de Europa. Una cita que se da de bruces con la realidad de un continente que, más allá de su proverbial vejez, se encuentra realmente ajado, achacoso y revenido, como si hubiese caducado hace ya tiempo.

Europa. Hace unos años, esa palabra tenía unas resonancias de optimismo, grandeza y confianza en el futuro que, por desgracia, hoy parecen haber desaparecido. Tras la integración económica y monetaria, el proceso de integración política quedó estancado y, de lo social, nunca se ha llegado a hablar seriamente. Esta Europa unida en que vivimos ha sido confeccionada por tecnócratas y el célebre déficit democrático de las instituciones comunitarias sigue sin ser paliado. Muy al contrario, parece que hayamos pasado demasiado rápido de una Europa de los Quince, relativamente cohesionada, a la caótica e incontrolable Europa de los Veinticinco, las dos velocidades, el cheque británico y el famoso “No” a aquel boceto de Constitución que, paradójicamente, a punto ha estado de enterrar al ideal europeo por el que tanto han luchado miles de personas, desde el final de la II Guerra Mundial.

Europa, hoy, está menos unida que nunca. Su política exterior común no existe, dependiendo ora de las machadas de SK, ora de las bufonadas de Berlusconi. La moneda única se ha convertido en sinónimo de redondeo al alza y subida incontrolada de precios y la apertura de fronteras hacia el Este se ha traducido en deslocalizaciones e imparables incrementos de la inmigración.

Y, mientras, los nacionalismos no han dejado de crecer en los países de la Unión; las desigualdades territoriales, sociales y económicas cada vez son más notables y en el horizonte amenazan conflictos emergentes como los del agua, que cada vez ocuparán más tiempo en las agendas de nuestros dirigentes.

Yo he sido, toda la vida, un Euroconvencido optimista que soñaba con un continente sin fronteras en el que personas, los pensamientos y las culturas transitarían tan libremente como las mercancías. No ha sido así. Al final, en la tierra que inventó el Enciclopedismo, hemos caído de rodillas frente al poderío de la Wikipedia y en el corazón de la deliciosa y creativa Europa de los cafés y las tertulias, hemos dejado que se imponga el modelo Starbucks.

La Europa de las regiones se ha convertido en el infierno de los nacionalismos más reduccionistas, catetos y castradores. La Europa de los ciudadanos ha derivado en el paraíso del consumismo sin medida y en la gloriosa entronización del Homo Comprador Compulsivus, habiendo permitido, en general, que la esencia de la Europa defendida por George Steiner se vea colonizada por el pensamiento único neoliberal.

¿Qué podemos esperar de la Europa del siglo XXI? Me gustaría pensar que avanzaremos, de verdad, hacia una Europa de los ciudadanos socialmente responsable, democrática y cohesionada en la que la solidaridad entre personas, pueblos y territorios fuera algo más que una figura retórica. Me gustaría.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

TIEMPO, FAMA, GRAN HERMANO Y FÚTBOL TELEVISADO

La columna de hoy de IDEAL, un tanto ácida, pero cariñosa y bienintencionada. Relacionada con «Estar más no significa trabajar más.»

Me comentaba un amigo, hablando sobre lo mucho que me gusta escribir, que se notaba que tenía mucho tiempo. Lo decía de buena fe, me consta, pero me hizo gracia escuchar otra vez una expresión que, implícitamente, lleva una cierta carga de crítica mordaz, como si uno fuera un vago redomado.


El caso es que sí. Es cierto. Tengo tiempo. Dispongo exactamente de mil cuatrocientos cuarenta minutos diarios, que, al cambio, suman veinticuatro horas. Es, curiosamente, el mismo tiempo de que dispone Sarkozy para hacerle unos arrumacos a la Bruni, salir en la tele diciendo alguna machada, dictar un par de leyes, liberar a algún ciudadano secuestrado y hacer footing. El mismo tiempo, en fin, que tiene una joven etíope para recolectar leña con que hacer un fuego para alimentar a su familia.


Condicionado por sus circunstancias personales, cada uno hace con su tiempo lo que le viene en gana. Pongamos como ejemplo esa tele-realidad que nos rodea. Tenemos, por un lado, el inefable “Gran Hermano” en que sus protagonistas se dedican a golfear y gandulear el día entero, desde que se levantan hasta que se acuestan. Y tenemos “Fama”, un programa en que sus participantes, además de tontear lo suyo, han de bailar, preparar coreografías, improvisar y trabajar para ganarse su continuidad en el concurso. Siendo lo mismo, no es ni parecido.


En nuestra vida diaria, todos tenemos que decidir a qué dedicamos los mil y pico minutos diarios de tiempo que el reloj nos regala cada mañana. Así, podemos hacer deporte o verlo por televisión. ¿Por qué tiene tanto éxito el fútbol? Porque, cuando termina el partido, sin habernos movido del sofá, podemos presumir, colectivamente, del partidazo que hemos hecho y de la victoria que hemos cosechado. Los deportes televisados transmiten al espectador la falsa sensación de que ha estado haciendo algo, más allá de rascarse la panza, arrumbado en un sillón.


Añagazas para justificar que nos encanta perder el tiempo las hay a cientos. Desde esas infumables comidas de trabajo a las eternas reuniones sin contenido que te dejan baldado. Del cansancio tras una jornada laboral en que no te has levantado de la silla a la pereza provocada por el tráfico, cuando te planteas ir a un concierto, al cine o a ver una exposición; por no hablar del tiempo perdido parloteando por teléfono.

El caso es que siempre tenemos una inmejorable excusa para el no hacer y la inacción. Pensemos en esas determinaciones de año nuevo. En esos planes para el fin de semana o las vacaciones. En esas energías postveraniegas. Al final, las palabras se nos suelen quedar en el tintero, las ideas en la cabeza y las mejores intenciones en el limbo. Por eso, la autodisciplina y la autoexigencia siguen siendo las únicas recetas válidas para vencer la abulia general, siempre disfrazada de unas agendas apretadas hasta la extenuación y de una vida social tan teóricamente activa y excitante como realmente tediosa e improductiva.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.