Un vaquero en Capileira

Cuando ayer les despedía aceleradamente (leer aquí la columna), diciendo que me iba a bichear por el Sendero de la Sierra que parte de lo más alto de Capileira, quizá pensaron que era un recurso dialéctico, una forma de hablar. Pero no. Era literalmente cierto.

Salí con intención de dar un paseo y hacer algunas fotos del pueblo cubierto de nieve y vi el cartel con la ruta marcada hasta la Cebadilla. Con un punto de añoranza y melancolía por el Lens de otros tiempos, pensé en lo chulo, en lo alucinante que debería ser el paseo hasta el pueblo abandonado, todo cubierto de nieve.

Una hora después, estaba allí. Y, efectivamente, el recorrido fue impresionante, corriendo sobre la nieve crujiente entre pinos festoneados de blanco, con el Mulhacén haciendo escorzos para dejarse ver. Y es que la cabra tira pal monte y no por casualidad me había calzado mis zapatillas de trail.

El camino no tenía pérdida. Al menos, para un ser humano normal y corriente. Pero dada mi facilidad para perderme hasta en el pasillo de mi casa, cuando vi a un tipo en la lejanía, que parecía ir en mi dirección, aceleré hasta alcanzarle. Y cuando me confirmó que él también volvía a Capileira, le pregunté si podía acompañarle.

Jose resultó ser un vaquero que regresaba de echarle un ojo al ganado. Vacas, nada menos. Vacas libres. ¡Qué buen rato de cháchara echamos, mientras volvíamos al pueblo! Me impresiona la gente que tiene las cosas claras en su vida y que es valiente y apuesta por ellas, jugándose el todo por el todo. Jose es un tipo así: nacido en un cortijo alpujarreño, treinta años después de que desaparecieran las últimas vacas del Poqueira, pensó que era hora de que volvieran. ¡Y vaya si lo ha conseguido!

Jose, en lontananza

Siendo un furibundo amante del western, comprenderán mi grado de nerviosismo a estas alturas de la conversación. Entonces, LA pregunta, surgida de mi fondo más noir: ¿hay cuatreros en el Barranco del Poqueira? ¿Hay ladrones de ganado?

-Prueba tú a robarle un ternero a su madre- me desafió Jose, sonriendo. -Aquí nos conocemos todos y nos ayudamos siempre que se precisa- contemporizó-. Y si vemos algo raro, nos avisamos unos a otros. Además de que solo hay una vía de salida del Barranco- apostilló señalando al Mulhacén.

Y así terminamos por llegar a Capileira…

Jesús Lens

Alsina a La Alpujarra

Desde que existen las tarjetas de crédito, la célebre diferencia entre turista y viajero de Paul Bowles ya no tiene sentido: todos salimos de casa con billete de vuelta en la cartera, pudiendo tirar de VISA, si las cosas se complican. La auténtica diferencia entre viajero y turista me la enseñó Manuel Villar, cuando sostenía que el viajero es quien lee antes de partir. Libros, revistas o películas y documentales, que es otra forma de leer.

Hace unos días tomaba café con mi querido y admirado Eduardo Castro y le decía que estaba liado con la reedición de su libro de viajes sobre la Alpujarra, «La Alpujarra en caballos de vapor», cuya primera edición, promovida por la Diputación y CAJAGRANADA, me trajo a esta tierra recóndita, mágica y mística. Y digo bien que me trajo porque escribo estas notas desde El Tinao de Capileira, mientras me tomo una birra con tapa de morcilla picante.

Domingo noche. Nieva sobre el Zaidín, sobre Granada toda. Y una idea: ¿Y si…? Y una respuesta: ¿por qué no? Preparé el macuto, miré los horarios del Alsina y aquí me tienen, escribiendo al calor de la lumbre.

¿Se puede entender que subir de Granada a La Alpujarra es un viaje? Si se viene en compañía del excepcional libro de Eduardo Castro, definitivamente sí. Y si el viaje se hace a bordo de la Alsina que entra en todos los pueblos imaginables, más todavía. Que ya tienen mérito Antonio, Vidal y Gabriel, los tres conductores que se turnan para hacer las diferentes rutas alpujarreñas, la de Bérchules y la de Ugíjar.

Me ha encantado, por ejemplo, entrar en Soportújar, el pueblo de las Brujas. Tan sugerente que ganas me dieron de apearme allí, pero me apetecía llegar a Capileira, un pueblo que considero tan mío como el Zadín, Carchuna o Salobreña, por los grandes y buenos momentos que pasé aquí, en aquellos desmesurados septiembres de deporte y cultura, con mi hermano, Antonio, Javi y Alberto. ¡La de locuras que hicimos! Lo mucho que crecimos, durante aquellas semanas…

Volver a Capileira es volver a un pasado muy lejano, pero sin melancolías. Que luce maravilloso, el pueblo, nevado y sin un alma por las calles, con todas las chimeneas humeando. Pero no me enrollo más, que está empezando a nevar y quiero subir por el Camino de la Sierra, antes de que caiga la noche.

Jesús Lens

 

El sesabidismo

No me gusta. De hecho, lo odio. El sesabidismo. Lo de esta semana, por ejemplo, tras la detención de Quique Pina, el antiguo presidente del Granada C.F.: en cuanto se convirtió en tendencia, las redes sociales se llenaron de comentarios sesabidistas. El famoso y manido se-sabía, todo-el-mundo-sabía-que… o el egocéntrico yo-ya-lo-dije.

El sesabidismo tuvo su máxima expresión con la Crisis, cientos del profetas del pasado que no solo la habían visto venir, sino que habían alertado contra ella. Resulta una incógnita, con tanto visionario, cómo nos pudo sorprender al común de los mortales. Será que profetizar el pasado, a posteriori y mirando por el retrovisor, no sirve de mucho.

Ahora resulta que todo el mundo sabía que Quique Pina era un… (que cada lector coloque ahí el término que considere más oportuno). Lo que es grave. Muy grave. Porque si una inmensa mayoría de ciudadanos de a pie lo sabía, más enterados aún deberían estar los políticos, empresarios y representantes de las instituciones que iban domingo sí y domingo también al palco de Los Cármenes… a disfrutar del fútbol, debemos suponer.

¿Y los patrocinadores del club, en los años de la presidencia pinar? ¿También lo sabían? Porque, en ese caso, se les podría culpar de cosas. O quizá solo lo sospechaban y prefirieron aplicar la presunción de inocencia para sumarse a la fiesta.

Créanme que, como aficionado al género negro, no me las voy a dar de ingenuo. Que además de ver las películas de Coppola, también he leído “El Padrino”, novela de Mario Puzo que comienza con una cita de Balzac: “Detrás toda gran fortuna, siempre hay un crimen”.

La pregunta es: si se sabía, ¿por qué duró tanto la fiesta, alentada y alimentada por tanta gente que ahora se rasga las vestiduras? ¡Ay, qué complacientes somos con la corrupción cuando nos depara bienestar, en forma de balón o de burbuja inmobiliaria, y qué dados somos a exigir pureza de sangre y que rueden cabezas, una vez pinchado el invento!

A este ritmo, a los agentes de la UDEF habrá que darles la tarjeta Granada Card y el pase pernocta a la Alhambra, dada la cantidad de tiempo que están pasando en Granada, entre la operación Nazarí y la Líbero. Verás tú, el día que se descubra lo de la marihuana…

Jesús Lens

Turismo pateado

Vaya por delante que me parece muy bien lo del pase pernocta para la Alhambra y otros monumentos de la ciudad -no olvidemos este detalle- a precio especial para los viajeros que duerman dos o más noches en hoteles de Granada.

Pero lo que me preocupa, ahora, es el tremendo error de concepto y de comunicación en que están incurriendo los representantes de las administraciones, a quienes no se les cae el “turismo de calidad” de la boca.

Siempre me gustó una frase atribuida al maestro del periodismo gonzo, Hunter S. Thompson: “Los cerdos de hoy son los jamones de mañana”. O la panceta. Y estos días la tengo muy presente, recordando mi primer viaje al extranjero.

Tenía 19 años y me embarqué en un insensato periplo en autobús, junto mis amigos Jorge y Curro. Nos hicimos, del tirón, un Granada-Madrid-San Sebastián-París. Sólo tuvimos tiempo, en el Foro, para comernos un bocata, precisamente en el Museo del Jamón, mientras cambiábamos de autocar.

No les voy a contar todo lo que hicimos en la capital francesa durante aquellos vertiginosos cinco días. Pero nunca olvidaré aquel mediodía en que, escaseándonos los francos, decidimos comprar pan, vino y paté y almorzar en la orilla del Sena, prescindiendo de cafés o brasseries.

He vuelto a París, desde entonces, otro par de veces. En buena parte, por el recuerdo tan extraordinario que me dejó aquella primera visita, de joven. Pero les aseguro que, si durante aquel viaje, hubiera leído en Libération o Le Monde -uno puede no tener para comer en un coqueto restaurante, pero siempre ha de guardar algo suelto para comprar la prensa- alusiones continuas a las bondades del turismo de calidad y sospechando del turismo de bocadillo -o de paté-, me hubiera irritado bastante y, al cabo del tiempo, con más edad y más poder adquisitivo, hubiera preferido viajar a Londres, Roma o Berlín.

Ojito con tanta ínfula señorial y con tanta tontería de nuevos ricos. Que Andalucía es una de las comunidades más pobres de Europa y Granada, en concreto, marcha en los furgones de cola de nuestra comunidad. De acuerdo con los ratios económicos de nuestra sociedad, ¿cuántos “turistas de calidad” podríamos exportar al mundo?

Está muy bien atraer al turismo de alto poder adquisitivo, pero no se olviden que el turista pateado, el joven mochilero pateador o las familias numerosas, también existen.

Jesús Lens

Tráfico clandestino

—Las tengo. Por fin las he conseguido.

—¿Cuántas?

—Diez. Más, me ha resultado imposible. Pero creo que serán suficientes. Al menos, para quitaros el mono.

—Joder. Diez nada más… Aunque menos es nada, también es cierto. No está mal. Como dices, nos vienen de perlas, con esta ansiedad.

—Es cuestión de racionarlas y consumirlas poco a poco…

—Ya. Eso se dice muy fácil, pero luego, una vez que empiezas, a ver quién es el guapo que se controla. Y más, rodeado de esos locos.

—Y locas.

—Y locas, sí. Faltaría más. Que hay un montón de ellas, afortunadamente. ¿Y el precio?

—Del precio mejor no hablamos. Ni te cuento lo que me han costado.

—¿Entonces? ¿Cómo vamos a hacer?

—Quiero compartirlas con vosotros. Que no es lo mismo consumirlas en soledad que en buena compañía.

—Sí. Eso es cierto. Mejor cuanta más peña. Además que, de ti, nos podemos fiar. Lo realmente difícil es encontrar a gente dispuesta a jugársela de verdad, y no de boquilla. Que dándole al pico, la gente es muy valiente y arrojada. Pero luego, a la hora de la verdad, la mayoría se arruga y empieza a poner excusas.

—Conmigo, eso no va pasar…

—¡Faltaría más! Encima de que eres el suministrador del material… Si te parece, nosotros ponemos el lugar para la primera dosis. Hemos encontrado un sitio discreto y alejado de miradas curiosas.

—Eso es fundamental, pero no basta. Es necesario asegurarse de que resulta ilocalizable y que no podrán rastrearnos.

—Lo sé, lo sé. Tranquilo. Está todo controlado: el lugar no tiene conexión a Internet. Además, dos del grupo se sacrificarán esa primera noche, metiendo todos nuestros móviles en una mochila con la que saldrán de juerga e irán poniendo fotos de cervezas, tapas y copas en nuestras redes sociales, dándole al Me gusta de unas y otras y retuiteando sin parar, desde los diferentes terminales.

—Genial. Pero no es suficiente. ¡Ni te imaginas cómo están las cosas ahí fuera! El lugar elegido, ni siquiera puede estar conectado a la red eléctrica. Será necesario un grupo electrógeno autónomo.

—¿En serio?

—Y tan en serio. Te garantizo que, en cuanto conectáramos el reproductor de dvd y pusiéramos una película de Woody Allen, saltarían todas las alarmas y los agentes de Moralistas sin Fronteras no tardarían ni quince minutos en caer como fieras sobre nosotros…

Jesús Lens