Corona de flores

¡Otro más!

Y van tres.

Con Javier Calvo ya son tres los autores españoles contemporáneos cuya obra huele. Y duele.

Danger. Activo tóxico

Huele a detritus, a descomposición, a sangre seca y cuajarones coagulados, a ambientes enrarecidos, a moho, a carne pútrida. Huele a mierda diarreica y cagalitrosa.

Novelas que duelen. Duele leerlas. Hasta el punto de que, a veces, hay que apartar los ojos de un párrafo especialmente escabroso. Duele tanto que acabas riendo. Por no llorar. Por no enloquecer. Porque lo grotesco y lo bizarro, es lo que tienen.

Novelas que, por la noche, cuando las ves en la mesilla de noche, esperándote, las sientes como una amenaza. Como una condena. Una condena, eso sí, que desde que pasas la primera página, ya no admite aplazamientos, prórrogas o excarcelaciones.

La exposición genera adicción. La adicción conlleva efectos secundarios

Porque la obra de Javier Calvo, como ocurre con la de Juan Ramón Biedma y la de Cristina Fallarás, también es adictiva, enganchándote desde el primer pico, como heroína mal cortada, peor mezclada y tan corrompida que convierte cada viaje en una pesadilla con rumbo al infierno, hacia el final de la noche.

Está claro, por tanto, que no voy a recomendarte que leas esta novela. Te aprecio y te tengo cariño. Así que no. Si lo haces, si la compras, si la lees; será bajo tu propia responsabilidad.

“El sol no derrama su luz enferma sobre las aguas grises. Las gaviotas no sueltan sus chillidos malhumorados por en encima de la Muralla de Mar. La tormenta ha convertido la calle de las Tapias en una marisma llena de remolinos traicioneros donde giran ratas muertas”.

¿Os gusta el paisaje?

Pues que conste que estamos en Barcelona. En el siglo XIX. La que fuera Ciudad de los Prodigios, narrada por Calvo, se convierte en una ciudad hostil, tenebrosa, sucia y amedrentadora. Una ciudad en la que el Asesino de la Esperanza está sembrando el terror. Y en la que un folletín conquista el encogido corazón de los habitantes de una ciudad a la deriva, acosada por la brutalidad de unas fuerzas policiales que no se sabe de qué lado están.

Y hay médicos, en esta historia. Médicos que darían la razón a quiénes defendían que el célebre Jack el Destripador tenía que ser un galeno seducido por el lado oscuro.

“Corona de flores” es una novela que supura fetidez. Por la noche, sin embargo, no podía soltar su absorbente historia hasta que el sueño me vencía y el libro se me caía de las manos. Después, las imágenes descritas por Calvo, sus sádicos personajes y la interpretación literaria de sus sueños, me provocaban pesadillas.

Pues sí. Así que quedas, mismamente, al leerla...

Y al día siguiente, al tomar el primer café de la mañana, los amigos me miraban con mala cara y me preguntaban si todo iba bien…

Aún así, con todo y con eso, ¿serías capaz de leerla?

Tú mismo/a

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

En 2008, 2009 y 2010, también blogueamos, aunque más sosegadamente…

La última caravana

Hablemos de libros, este domingo. De un libro que nadie ha catalogado entre los libros de economía ni tampoco entre los de zombies y muertos vivientes. Pero que podría.

Hablamos de «La última caravana», de Raúl Argemí. La reseña la tenemos en una de nuestras revistas hermanas: el impactante y contundente Calibre 38 de Ricardo Bosque. Y la podéis leer AQUÍ.

A título de anticipo de lo que podréis leer en ella:

Crisis. La crisis. La maldita, odiada, temida y manida crisis. ¿Habrá una palabra que nos provoque más asco y más miedo que “crisis”? Pues como las cosas vayan como en Argentina… “Entonces el gobierno hizo lo único que puede hacer un gobierno que no esté dispuesto a desempolvar la guillotina: decretó el cierre de todos los bancos. Fue como si Dios hubiera decidido irse de viaje para siempre”.

Jesús caravanero Lens

Por cierto que en 2008, 2009 y 2010 hablamos de Nóbeles de Literatura… y de más cosas, los pasados 09-10.

Alta infidelidad

Calvino, protagonista de «Alta infidelidad», de Christopher G. Moore, suelta perlas como ésta:

“Cuando uno se hace más viejo, las cosas van más lentas, pero el tiempo pasa más rápido. Es una de las contradicciones de la vida. Uno tropieza y se cae de bruces. Primero se saborea la mierda y la tierra que hay entre los dientes, pero luego, o bien te levantas o te quedas arrodillado encima de la mierda”.

¿Qué os parece?

Para conocer un pocoa más de esta Alta Infidelidad, os invito a dar un paseo por el Blue and Noir, esa página negra y musical que tanto nos gusta.

¿Os venís?

Jesús noir Lens

Y si queréis saber en qué estábamos tal día como hoy, ahí van el 2008, 2009 y 2010.

Los que hemos amado

Desde que descubrí el sur, nunca quiero ir al norte. Me da igual el calor, la incomodidad, la falta de museos y centros culturales, la sequedad, la sed, las moscas, la malaria o los mosquitos. Desde que descubrí el sur, yo ya solo miro hacia abajo.

Por alguna extraña e incomprensible razón (Cristina seguro que deja de hablarme desde que lo haga público) no había leído nada de Willy Uribe. Hasta ahora. Lo conozco de Semana Negra y cada vez que le he escuchado hablar me ha parecido un tipo serio y cabal. Su “Sé que mi padre decía” arrasó entre lectores y otros escritores, hace un par de años. O tres. Y “Cuadrante las planas” fue uno de los libros más recomendados, boca-oreja, del año pasado.

Pero, por alguna conjura astral o, sencillamente, por una sencilla cuestión de oligofrenia, no había abierto un solo libro de Willy Uribe. Hasta ahora. Aunque los tengo todos. O casi.

Me fui a la playa, el pasado fin de semana. En mi caso, bajar a la playa es bajar a Carchuna y, por tanto, encerrarme en ese espacio mítico en que sólo hay un porche y una playa, una carretera secundaria, unas zapatillas para correr, sol, mar… y muchas, muchas horas por delante.

Comencé “Los que hemos amado” el viernes por la noche, antes de irme a dormir. El sábado a media tarde, no quedaban ni las raspas de la novela de Uribe. Una novela que, en mi caso, arranca con una de esas dedicatorias que ya denotan que el autor es alguien especial, diferente, con voz y criterio propios: “¡Salud y Fortuna!”

Ahí es nada. Salud y Fortuna. ¿Se puede ser más generoso con menos palabras? Y sí. Es cierto que esta novela, editada por Libros del Lince, es relativamente cortita, apenas 225 páginas. Pero… ¡qué páginas!

Dividida en 60 cortos capítulos, secos y contundentes como un puñetazo en la boca del estómago, “Los que hemos amado” es una de esas novelas que ha conectado conmigo, con mi forma de entender la vida (desde una óptica más ideal e idealista que auténticamente real, por desgracia), la literatura, el viaje y la amistad. O de no entenderla, claro. Pero, en el fondo, da lo mismo: los extremos siempre acaban tocándose.

Años 80. Dos amigos de Bilbao, surferos, jóvenes y desubicados, uno rico y distinguido, de noble familia bien situada; el otro humilde y pobre, de familia bien desestructurada, se marchan a Marruecos. A coger olas. Y a ver la vida pasar. ¿O bajan a algo más?

Antes del viaje, algunas señales ya ponen a Sergio, el chico pobre, sobre aviso. O deberían haberle puesto. Porque Eder, el perfecto, quizá no lo sea tanto. ¿O sí?

“La primera vez que viajé al sur, a Marruecos, tenía veinte años. La idea fue de mi amigo Eder, que acababa de cumplir diecinueve. Para él también fue la primera vez. Y muy a su pesar, la última.”

Así comienza “Los que hemos amado”, un título ¿inadecuado? para una historia protagonizada por dos muchachos tan jóvenes, que tienen toda la vida por delante, sobre todo, para meter la pata. Y sacarla después. Y enmendar los errores cometidos. ¿O no?

Tempus fugit. Y se acerca el invierno. Pero nos queda el sur. Siempre, el sur. Gracias, Willy, por recordárnoslo. “Los que hemos amado”. Imprescindible.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

PD.- Otras cosas del 25 de julio: las de 2009 y las de 2010

El agente protegido

Ustedes sabéis que yo lo admiro. Mucho. Y que la humillante derrota de los Lakers, este año, frente a Dallas, me dolió especialmente por él. Por el Máster Zen. Por Phil Jackson, también conocido como “El Señor de los Anillos”, el entrenador más laureado de la historia de la NBA y del baloncesto mundial.

Lo que quizá ustedes no sepáis es que Jackson tiene un rancho en Montana y que, en cuanto termina la temporada de baloncesto, huye de la agitada, cosmopolita y glamourosa Los Ángeles para refugiarse en el conocido como Territorio de los Hombres Libres.

Allí, cabalgando por las montañas de uno de los paisajes más impresionantes que en el mundo se pueden contemplar, Jackson podría haber coincidido, perfectamente, con David Crow, un misterioso y solitario vaquero que se ha instalado en un pequeño pueblo de las rocosas, sin que nadie sepa quién es ni de dónde ha salido.

Deborah y John, compañeros de trabajo, y Hooper, el dueño del rancho en que trabaja, sólo saben que David es un trabajador infatigable que no habla mucho y que vive en una cabaña a la que solo se puede acceder a caballo. O andando. Por una antigua senda india. Pero le tienen aprecio. Tanto como para invitarle a que participe en el rodeo que, el 4 de julio, se celebrará en el pueblo.

La primera parte de la novela de James Nava, recién publicada en España por la editorial Sniper Books, es un western clásico, al estilo de las mejores películas de John Ford, en las que el paisaje es un elemento más de una narración basada en la camaradería de los personajes.

Pero desde el principio, también, encontramos elementos distorsionadores, como si Sam Peckinpah quisiese tener su protagonismo en la historia. Porque, aunque los protagonistas monten a caballo, duerman al raso y beban ese café recién hecho en una hoguera, estamos en el siglo XXI. Y David arrastra tras de sí una especie de maldición: la fatwa que los integristas musulmanes de Afganistán han dictado contra él. Porque David es un ex agente de la CIA que, para escapar de la referida fatwa, se ha escondido en Montana. Y, sin embargo, nunca, ninguna tapadera es perfecta.

A través de una narración muy descriptiva, en la que los paisajes y el territorio de Montana tienen tanto protagonismo como los mismísimos personajes, James Nava nos hace avanzar a través de un western contemporáneo con toques de John Le Carré y John Forsyth.

Es cierto que la novela tiene muchos tópicos y lugares comunes. Pero no es menos cierto que, cuando un sábado a mediodía, en invierno, nos sentamos en el sofá para ver una película del Oeste, lo que queremos son tópicos y lugares comunes: cabalgadas, duelos a pistola, riscos, nieves, bosques, abetos y, por supuesto, el aroma del café recién hecho, al amanecer, después de haber dormido bajo las estrellas. Sensaciones que la mayoría de nosotros ya no somos capaces de disfrutar y que James Nava se encarga de reproducir, con toda su intensidad, en esta apreciable novela.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.