EL EFECTO TRANSILVANIA

Una de las cosas que más me gustan de los libros de Juan Ramón Biedma es cómo los titula. Si “El manuscrito de Dios” podría recordar, tan vaga como falsamente, a las novelas criptomilenaristas de inspiración Danbrownianas; títulos como “El espejo del monstruo”, “El imán y la brújula” o “El efecto Transilvania” son esplendorosos fogonazos de ficción súbita, auténticos microrrelatos en sí mismos con una indudable capacidad de sugestión.


Sugestión. Otra de las razones por las que me gustan tanto las novelas de Biedma es por su alto poder de sugestión. Son novelas que provocan sensaciones en el lector, sensaciones físicas, quiero decir. Se trata de novelas táctiles que, al empezar a leerlas, parece que pusieran en marcha una de esas máquinas de hacer niebla que se usan en los conciertos. Abrir las páginas de uno de sus libros significa destapar una especie de Caja de Pandora que enrarece los ambientes y los hace densos y espesos.


Eso no quiere decir que las novelas se hagan duras o pesadas de leer, ni mucho menos. Porque, y creo que ya lo hemos comentado, las novelas de Biedma nos gustan. Nos gustan mucho. Nos gustan, por ejemplo, por la Sevilla que nos muestran. Una Sevilla oscura, diferente. Una Sevilla alejada de los circuitos turísticos al uso. Una Sevilla imaginaria que resulta de lo más real y creíble. Una Sevilla onírica que, como ocurre en las películas de miedo, te gustaría recorrer aún a sabiendas del horror que te puede esperar al doblar cualquier esquina.

Nos gusta haber podido descubrir, de la mano de Biedma, que eso de la novela gótica no es una cosa antigua y trasnochada del siglo XIX. Que una pirámide precolombina en la Sevilla posterior a la Expo puede producir tantos fantasmas como los castillos ingleses. Porque Biedma es, y hace tiempo que no utilizo esta expresión, un tipo proteico con una envidiable y desbordante capacidad para crear atmósferas, universos paralelos, dimensiones desconocidas, mundos imaginarios.

Pero es que, además, Biedma borda a sus personajes. Los mima, los quiere y los trata con cariño, aunque luego los apalee, llegado el caso. Son personajes complejos, contradictorios y llenos de aristas. Personajes que mienten, aman, odian, engañan, ayudan y traicionan. Personajes de muchas caras, y, desde luego, no siempre amables.

Las tramas. ¿Hemos hablado de las tramas? No. Y es que Biedma también construye tramas de estilo arácnido: tiende una fina tela de araña en torno a un lector que queda irremisiblemente atrapado en ella, sin posibilidad de escape.

Bueno, voy concretando: “El efecto Transilvania”, publicada por Roca Editorial, es una novela de Juan Ramón Biedma, por lo que el lector ya debe saber, a estas alturas de la reseña, de qué estamos hablando. Una novela protagonizada por un chaval de catorce años que acaba de salir del hospital, tras sufrir una extraña enfermedad que le hace ver e interpretar la realidad desde un punto de vista muy, muy especial.

Y, aunque podríamos hablar mucho más de ella, ahí lo dejamos. De momento. Invitándoles a todos a que no duden en penetrar en la Sevilla mágica, onírica y fantásticamente irreal de uno de los narradores más poderosos y de una personalidad más fuerte y definida de nuestras letras actuales. Un lujo.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

PD.- Reseña anterior de «El Manuscrito de Dios», en aquella Bitácora titulada Pinchando en Hueso.

CAMINO DE IDA

No sé, querido lector, en qué onda literaria te mueves. No sé si eres uno de esos sufridos lectores, capaces de aguantar que el protagonista de una novela tarde quince páginas en subir unas escaleras mientras medita sobre el ser y la nada o, al contrario, eres un fuguilla al que le encanta que pasen cosas en los libros.

Muchas veces, desde este lado del teclado, no sabemos cómo ni a quién nos dirigimos. Entonces, podemos escribir que “Camino de ida”, de Carlos Salem, es una novela cojonuda y, quizá, si eres de la facción plúmbeo-lectora, te mosquees conmigo y me consideres una persona frívola, poco seria e indigna de ser tomada en cuenta.

Porque en cuanto cruzas las primeras páginas de “Camino de ida”, publicada por la editorial Salto de Página, y transitas de la Argentina de 1911 al Marrakech del siglo XXI, te das cuenta de que estás ante una novela distinta, una novela espídica, loca, salvaje, libertaria, caótica, hilarante, demencial y, sobre todo, una novela fantástica. Una novela mestiza en que se mezclan géneros, paisajes y personajes. Una novela que transcurre en tiempos imposibles para convertirse en una feliz ucronía. Una novela global en la que los viajes, el fútbol y los traficantes se dan la mano en una trama imposible cuya lectura se hace ineludible y obligatoria.

Me lo había advertido Cristina, lectora voraz poco dada al elogio desmesurado: “Ten en cuenta que, cuando empieces a leerla, te quedarás sin vida social hasta que la termines”. Y tanto que sí. Una novela para leer de un tirón, dejando descoberturizado el teléfono móvil y poniendo el cartel de “No molesten” en la puerta de casa.

“Si hay miseria, que no se note”. Bajo esa premisa, un calzonazos llamado Octavio, que cree haber matado a su mujer en un hotel de Marrakech, iniciará una vertiginosa carrera delincuencial que le hará transformarse en el héroe proteico y desfacedor de entuertos que todos hemos querido ser alguna vez en nuestra vida. En su huida hacia delante, coincidirá con Soldati, un empresario y guerrillero argentino que se encuentra en una encrucijada, al haber fracasado su último negocio: vender helados en el desierto. Y entrará en escena un tal Charlie, hippie sesentón con una idea fija en la cabeza: cobrarle una deuda de honor al mismísimo Julio Iglesias.


Sí. Con esos mimbres se puede construir una novela. Hace falta, eso sí, sentido del humor y talento a raudales. Y de ambos está bien sobrado un Carlos Salem que, en “Camino de ida”, lo borda, a través de una prosa afilada y cargada de sentido.

“-Todavía no sé porque nos fuimos- objetó Octavio.”
-Porque siempre hay que irse, Octavio. ¿O es que a su edad todavía no sabe que la vida es camino de ida?”

Uno, a estas alturas, sí tiene plena conciencia de que la vida se vive una vez, de que hay que disfrutarla, reivindicando un Carpe Diem aplicable a todas y cada una de las esferas de nuestra existencia. Como es la del leer. Y, por eso, conmigo no cuenten para leerme tochos infumables de literatura trascendental. A mí, recomiéndenme muchos “Caminos de ida”, por favor. Les quedaré eternamente agradecido.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

PD.- Buscando documentación gráfica con que “decorar” esta entrada, me he dado de bruces con la feliz noticia de que Carlos Salem ya ha publicado, en la misma editorial Salto de Página, otra novela, de título tan sugerente como “Matar y guardar la ropa”, que ya apuntamos como de imprescindible adquisición…

PD II.- Nuestro socio de Cables Cruzados nos dice que la misma editorial tiene publicado un “Gólgota” de Leonardo Oyola. Pocas, pero intensas páginas, que no debemos perdernos. Venga. ¡Otra anotación en nuestro cuaderno!

LECTURA PARA UN RATO

Dejamos el reportaje que publicamos hoy en las páginas de Vivir de IDEAL, con motivo de la celebración del Día del Libro. Un lujazo la edición en papel. A ver qué os parece on line…

Dedicado a mi amigo Jorge.
Muchas felicidades a un lector voraz.

CUANDO despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Este célebre y bien conocido minicuento de Augusto Monterroso pasa por ser una de las piezas narrativas más cortas de la historia de la literatura. Un ejemplo de ese género que se ha dado en llamar ‘ficción súbita’ y que, pese a su extrema brevedad, conserva toda la fuerza y la capacidad de sugestión de la más poderosa narrativa.


En estos tiempos que, más que correr, vuelan; la brevedad es un activo cada vez más importante y valorado en la literatura. Ya lo anticipó Baltasar Gracián, a través de su célebre máxima: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno».

Por tanto, hoy, Día del libro, vamos a hablar precisamente de libros que se leen en un día. O en medio. O en un rato. Libros, cuentos y poesías que podemos disfrutar, de una sentada, en el tiempo que tarda un autobús urbano en cumplimentar su recorrido, en el intervalo de espera antes de entrar a la consulta del médico o en esos preciados y preciosos minutos que tenemos entre que nos acostamos y caemos vencidos por el sueño.

Cuando hablamos de novelas, tendemos a pensar en gruesos tochos de cientos de páginas que nos tendrán felizmente entretenidos durante semanas enteras. Pero ello no tiene porque ser necesariamente así. Por ejemplo, Ernest Hemingway es recordado por novelas como ‘Adiós a las armas’, ‘Por quién doblan las campanas’ y, sobre todo, por ‘El viejo y el mar’. Pero en realidad, a la historia de la literatura pasó por narraciones más cortas como ‘Las nieves del Kilimanjaro’ o ‘La vida breve y feliz de Francis Macomber’, en las que están todo el genio, la tensión y la fuerza de Hemingway, sus obsesiones, sus personajes y sus aventuras de cabecera.

Para que podamos disfrutar de la narrativa breve del Nóbel de Literatura, Lumen publicó el año pasado una reedición de sus cuentos, nuevamente traducidos y prologados por un Gabriel García Márquez que decía lo siguiente: «Lo mejor que tienen sus cuentos es la impresión que causan de que algo les quedó faltando, y es eso precisamente lo que les confiere su misterio y su belleza».
Precisamente el padre del realismo mágico tiene publicados unos extraordinarios ‘Doce cuentos peregrinos’, explosiva mezcla de diversos géneros que, partiendo de reportajes periodísticos, guiones de cine, seriales de televisión y hasta una entrevista; sirven a Gabriel García Márquez para tejer una imbricada sucesión de piezas que tienen como denominador común la melancolía y la tristeza; no en vano, en su génesis hay un sueño de lo más perturbador: «Soñé que asistía a mi propio entierro, a pie, caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne».


Los escritores sudamericanos han sido siempre grandes cuentistas, en un sentido no peyorativo del término. Maestros del relato han sido Julio Cortázar, Julio Ramón Ribeyro y, por supuesto, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, autores que no sólo escribieron relatos y narraciones breves de apenas cien páginas, como ‘La invención de Morel’ o ‘La muerte y la brújula’, sino que también eran grandes lectores de este género breve, llegando a publicar distintas antologías, como sus famosos y atractivos dos volúmenes dedicados a ‘Los mejores cuentos policiales’.

En este sentido, tenemos que destacar la edición en bolsillo de todas las novelas breves de Paco Ignacio Taibo II protagonizadas por uno de sus personajes más carismáticos: el detective Héctor Belascoarán Shayne, un tipo de lo más peculiar que se pasa la vida desfaciendo entuertos por un México DF siempre desbordante, hiperbólico y electrizante.


El uruguayo Eduardo Galeano acaba de publicar ‘Espejos’, subtitulada como ‘Una historia casi universal’, y es fiel a un estilo muy personal, que lo hace muy atractivo al público. Sus libros están confeccionados con pequeños y cortísimos bocados de realidad que atraviesan el tiempo y el espacio para contar cientos de pequeñas y desconocidas anécdotas protagonizadas por todo tipo de personas. Unas son conocidas, de Mozart a María Antonieta. De Sandino a Julio César. Otras son anónimas. Pero en veinte o treinta líneas cada vez, Galeano evoca momentos de la historia en que el protagonista es, siempre, el ser humano.

Escritores humanistas

La narrativa breve ha sido muy utilizada por escritores humanistas que apelan a lo mejor de las personas. Antoine de Saint-Exupéry apenas necesitó de un centenar de páginas para contar lo que pensaba sobre temas como la amistad, el sentido de la vida o el amor. Revestido de la apariencia de un cuento infantil, ‘El principito’ ha cosechado un éxito universal, traducido a ciento ochenta lenguas y dialectos, ilustrado con los dibujos del propio aviador francés.

En la misma estela, Richard Bach escribió en 1970 ‘Juan Salvador Gaviota’, una narración breve en que, a través de una gaviota, su autor hablaba sobre procesos vitales tan básicos y necesarios como son la exigencia propia, el esfuerzo, el sacrificio y la voluntad, siempre, de llegar más allá. Con tiradas millonarias, hoy sigue siendo libro de cabecera para miles de personas de todo el mundo. Igualmente contando una historia de superación personal y en clave de ciencia ficción, el autor Orson Scott Card escribió una novela corta titulada ‘El juego de Ender’, muy bien acogida entre los aficionados al género. Por esta razón, el propio autor decidió rescribirla y alargarla, cosechando igualmente un notable éxito.

Igualmente exitoso ha sido ‘El niño con el pijama de rayas’ de John Boyne, que ha vendido cientos de miles de ejemplares de la historia de ese niño alemán que acompaña a su padre a Auschwitz. Allí conocerá a otro niño, que vive al otro lado de la alambrada. Y su relación le llevará a darse de bruces con una realidad que, todavía hoy, nos cuesta aceptar. Cuenta el autor que el primer esbozo de la novela lo escribió en dos días y medio, de un tirón, sin apenas dormir. Y esa intensidad, desde luego, se nota en la tensión que destila cada una de sus páginas.
Hay otros libros, como ‘El primer trago de cerveza y otros placeres de la vida’, de Philippe Delerm, o ‘El cerdo que quería ser jamón’, de Julian Baggini, que posibilitan el que, con sólo leer un par de páginas cada vez, la imaginación del lector se desate, poniendo sus neuronas en funcionamiento. En concreto, el libro del cerdo lleva como subtítulo ‘Noventa y nueve experimentos para filósofos de salón’. Situaciones curiosas que, de forma gráfica y amena, plantean al lector dilemas morales o filosóficos que le invitan a pensar en las posibles respuestas.

Y es que muchas veces tenemos el convencimiento de que, para expresar o transmitir ideas, es necesario recubrirlas de miles de palabras. Sin embargo, autores como Kafka, Rulfo, Salinger o Conrad están ahí para acreditar que no. Que no es necesario. Que la buena literatura también puede venir en frasco pequeño, como los mejores elixires. En ‘La metamorfosis’, Franz Kafka consigue transmitir toda la angustia existencial de una persona que, una mañana, se despierta convertido en un insecto. A partir de ese hecho, debe aprender a convivir consigo mismo, a pesar de las reacciones que su repulsivo aspecto provoca, incluso, entre los miembros de su familia. Por su parte, Juan Rulfo fue todo un precursor del realismo mágico con su ‘Pedro Páramo’, una novela tan corta como compleja en su estructura espacio temporal. ‘El guardián entre el centeno’ arrostra la desgracia de haber pasado a la historia popular como la novela que inspiró el asesinato de John Lennon. Una obra iniciática que habla en contra de la hipocresía y la falsedad y que, sin tapujos, describe situaciones tabú para la época en que fue escrita, como los devaneos con el sexo, el alcohol y las drogas. ‘El corazón de las tinieblas’ conradiano, por su parte, es una de las más duras y espeluznantes recreaciones de los efectos de la colonización en África. A través de una narración densa y espesa, la búsqueda de Kurtz se convierte en un descenso al fondo del horror, como después contaría Francis Ford Coppola en su magistral ‘Apocalypse now’, trasladando la acción del Congo a la guerra del Vietnam sin que la historia sufriera menoscabo alguno, lo que demuestra la universalidad de la misma.

Literatura en corto

Lo breve, interesa. Así lo ha entendido La Fábrica Editorial, al poner en marcha una interesantísima iniciativa de literatura en corto, que se presenta bajo esta premisa: «La colección BlowUp Novelas Cortas apuesta por este género breve (pero de largas resonancias), delicioso y codiciado por los lectores más exigentes. Entre el cuento y la novela hay un terreno inmenso y propicio a las grandes sorpresas. En él queremos estar».

Y están. Novelas intensas escritas por autores jóvenes y con mucho que contar. Novelas modernas y de actualidad en que las vidas cotidianas se ven sacudidas por acontecimientos inesperados, con reivindicaciones de huida y fuga de existencias banales y rutinarias, con mensajes recibidos por personajes tan peculiares como Mailer Daemon, ese ser enigmático que siempre se nos cuela en la bandeja de entrada de nuestro servidor de correo electrónico. Autores como Pablo Gutiérrez, José Eduardo Tornay o Doménico Chiappe dan sus primeros pasos en una editorial siempre atenta a las nuevas tendencias narrativas de alcance global.

Sorbos de poesía

Para disfrutar de la literatura cuando el tiempo escasea, haciendo un alto en el camino en la vertiginosa vida que las circunstancias nos impone, tenemos la posibilidad de leer poesía. Una dosis de versos, en el momento oportuno, puede ser la mejor solución para reducir las tasas de estrés y rebajar la tensión de un momento complicado. Igualmente, después de una intensa jornada de trabajo, nada mejor que dedicar un rato de lectura a la poesía. Leer, por ejemplo, alguno de los ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’ de Pablo Neruda, siempre supone un enorme placer. O aprovechar una tarde para disfrutar de la prosa poética de ‘Platero y yo’, de Juan Ramón Jiménez.

Otra posibilidad, para aprovechar un único minuto, es paladear la enorme capacidad de sugestión y evocación de los Haiku, composiciones poéticas de origen japonés, compuestos de tres versos sin rima de cinco, siete y cinco sílabas, en los que siempre debe haber una palabra clave relacionada con la estación del año a que el Haiku se refiere.

La intención de este tipo de poesía, austera y sutil, muy influenciada por la filosofía zen, era describir fenómenos naturales, los cambios atmosféricos y de estaciones o, más sencillamente, la cotidianidad de la vida de las personas. Diecisiete sílabas para describir un momento o una situación, evitando que se pierdan en el tiempo al permitir al lector, después, volver a revivirlos. Una y otra vez.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

EL CASTILLO DEL LAGO ZHOU-AN

El mercado editorial español, a veces, tiene detalles tan elegantes, curiosos y llamativos como editar la traducción de una novela tan agradable, tierna y simpática como es “El castillo del lago Zhou-An”, del escritor francés Frederic Lenormand.

Cuando vi que la editorial Alea metía en su catálogo una novela policíaca que acontecía en la China medieval de la dinastía Tang, me picó la curiosidad ya que soy un enamorado de ese género negro y criminal que acontece en países lejanos y nos sirve para adentrarnos en los entresijos de culturas diferentes, extrañas y desconocidas.

Y de todas ellas, la china es una de la que me despierta mayor curiosidad. Por tanto, en cuanto tuve un hueco me lancé como un poseso a leer las peripecias del juez Di, quien viaja a través un caudaloso río junto a su fiel sargento Hong con dirección al nuevo destino que le ha caído en prenda, para tomar posesión de su cargo. Llueve. Y el río va demasiado crecido como para que la navegación no comporte riesgos y problemas, por lo que el juez se refugia en la posada de un pueblo inundado, quedando total y absolutamente incomunicado.


Y, en esas circunstancias tan extremas, aparece muerto un viajante de comercio de sedas. Tras una chapucera autopsia de circunstancias, el juez Di detecta que el hombre ha sido asesinado, por lo que empleará su tiempo en descubrir al asesino, mientras se encuentre incomunicado. Una investigación que le conduce al misterioso lago Zhou-An y a la familia que ocupa el castillo que hay a la orilla del mismo.

El autor, Frederic Lenormand

A través de una investigación de guante blanco, llena de elementos fantásticos y humorísticos, Lenormand teje una sencilla trama en que los personajes se relacionan entre sí de forma harto curiosa. En las noches hay más vida que durante los días, el vino corre a raudales y el servicio se toma ciertas libertades con los señores. El cocinero resulta patético en los fogones, un viejo loco se pasa la novela proclamando incoherencias y el juez Di se encuentra un tanto atribulado en mitad del caos reinante.

Hay apariciones fantasmales, más asesinatos y más crímenes por resolver. De la nada, surgen unos atractivos lingotes de oro macizo y también se produce alguna que otra pelea en esta deliciosa “El castillo del lago Zhou-An”, una novelita que no llega a las doscientas páginas y que se lee con sumo gusto al ser capaz de transportar al lector a un país lejano, en el espacio y en el tiempo.

Para pasar una tranquila tarde en casa, arrellanado en el sofá, disfrutando de una lectura sin pretensiones, sencilla, cómoda y agradable.

Que no es poco decir.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.