LA VIRTUD DEL TÉRMINO MEDIO

La entrada del Físico sí importa ha conseguido sus comentarios, aunque muy ponderados. Son cuestiones que siempre despiertan suspicacias y pasiones, pero recordemos que,

entre un extremo:

y el otro:


siempre nos queda la virtud del término medio:


Jesús Lens, presto a brindar por la Selección.

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EL FÍSICO SÍ IMPORTA

Tres titulares de la prensa más reciente (publicados entre los días 18 a 26 de junio de 2008)

“Condenan a una prostituta de 100 kilos por mentir sobre su físico.”

“La soprano que caía gorda”. Deborah Voigt fue despedida hace cuatro años de la Royal Opera House por su sobrepeso. Con 61 kilos menos, ha regresado dando el do de pecho y ha vuelto a triunfar en el Covent Garden.

“De obesa a reina de la belleza: no creáis nunca a quien os diga que los gordos son felices. El mundo, por desgracia, es de los delgados”.

Así habla Andrea Musella, una venezolana que hace tres años pesaba 107 kilos, que ha adelgazado 44 y acaba de participar en un concurso de misses. Y es que a resultas de la entrada que dedicamos al nudismo, hace unos días, surgió una conversación muy interesante, a través de los comentarios, sobre la importancia o no del físico en nuestra sociedad.

Personalmente, el discurso de que la belleza está en el interior me parece muy bonito y políticamente correcto, pero más falso que Judas: no se lo cree nadie. Porque la belleza interior y la exterior no tienen nada que ver entre sí.

Yo he luchado contra mi físico desde que tenía quince años y, en apenas unos meses, me convertí en una bola de sebo, un Don Pimpón, como decía unos. El hermano del Piraña de Verano Azul, decían otros. Una auténtica guerra sin cuartel que, por ahora, vamos ganando.

El físico importa. Y mucho. Y, curiosamente, quiénes con más ahínco defienden su no importancia, suelen ser sujetos (y sujetas) de lo más repompolludo, guapo y estupendo.

Desde el tiempo de los griegos y los romanos, el físico ha tenido una gran trascendencia, como la historia del arte se ha encargado de acreditar. Los Dioses mitológicos solían ser tipos hercúleos, con poca grasa y mucha energía de forma que, cuando escuchamos la expresión “un cuerpo escultural”, todos sabemos a que nos estamos refiriendo.

Y sí, puede que sean pautas culturales repetidas a lo largo de los siglos, pero no tener sobrepeso, más allá de lo meramente estético, es bueno para la salud. Que las famosas mujeres robustas de Rubens no son sino una celebrada y divertida raya en el agua de la historia del arte.

El físico importa. Y cada vez más. Gimnasios, cirugías, dietistas, entrenadores personales… la industria que se mueve en torno al físico es cada vez más brutal.

La duda me surge, sin embargo, cuando en vez de hablar de físico, hablamos de imagen. Creo que son dos cosas totalmente distintas. El físico importa cuando es sinónimo de salud, física y mental. De bienestar. De serenidad. Sin embargo, la imagen sería su reverso más enfermizo y agusanado. No es lo mismo una operación de reducción de estómago que un lifting, un peeling o cualquier otra intervención de esas que terminan en ing.

Una cosa es la belleza que proyectamos y otra la imagen que damos. O que pretendemos dar. En la belleza, por supuesto, influye el físico. Pero un físico que, además de un cuerpo, incorpora e incluye una compostura, una mirada, una forma de ser y estar. Esa belleza interior que siempre debemos cuidar y reivindicar.

¿Somos lo que somos?

¿Somos como nos vemos?

¿Somos como nos ven?

En la imagen, nada de eso se tiene en cuenta. En la imagen sólo cuenta la coraza, el exterior, la carcasa, el decorado, lo accesorio, lo circunstancial.

¿Es lo mismo el aspecto físico de una persona que su imagen? ¿Estamos de acuerdo en que el físico sí importa? ¿Y la imagen? ¿Hasta dónde hay que sacrificarse por uno u otra?

En fin. Que, aunque hoy juega la Selección, también podemos hablar de otras cosas…

Jesús Lens.

Entradas relacionadas: Las del Proyecto Florens, con «X quería correr» a la cabeza.

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MEDIA MARATÓN DE LA RAGUA: 2.17.44

No me he parado una sola vez a lo largo de la subida. ¡Y llegué hasta arriba! ¡Hasta tó lo alto! Al final, completé los 21 kilómetros de subida y superé los 800 metros de desnivel de una atacada.

Eso no tiene un mérito alguno, que a veces se avanzaba más rápido andando que al cochiquero trote que yo he llevado en algunas partes de la carrera. Pero es un dato indicativo de algunas cosillas.

La primera, que soy gilipollas.

Lo sé. Muchos lo estáis pensando, y más aún si habéis leído las entradas anteriores a ésta sobre el tema Ragua: “Correr por sensaciones” y “Media maratón de montaña”.

Pero este rapto de locura atlética, rayano a la soplapollez, también conlleva y se acompaña de algunas cosillas no del todo despreciables. Por un lado, estamos en forma. De verdad: no es fácil cubrir una media maratón… en cuesta casi permanente. Y eso que me la tomé con una calma y un relajo tremendos, disfrutando de los paisajes, los castaños, los pinos, las nubes blancas sobre el cielo azul, la escasa nieve que aún queda en las cumbres orientales de Sierra Nevada, el agua de los arroyos, etcétera. Apenas miraba el reloj, apenas forzaba la respiración, apenas se me aceleraba el pulso.

Y, aún así, era dura la carrera. Una carrera que comenzó muy temprano. A las 7 de la mañana, yendo para La Calahorra con los amigos de Las Verdes, donde conocimos a Gregorio Toribio y a Paco Montoro, atletas, blogueros y, sobre todo, dos tipazos de una talla humana directamente proporcional a esos descomunales gemelos que les permiten mover sus piernas a una velocidad de vértigo.

Y, el hecho de no pararse un segundo, ni para beber agua, es un buen indicativo del empecinamiento, la cabezonería y la cerrazón molleril de un servidor, que se propuso subir lento, pero seguro; y lo cumplió. Y que, a medida que caían los kilómetros, se empeñó en llegar antes de las dos horas y veinte minutos… y lo cumplió. Aunque, al final, este último empeño me costó entrar en meta medio mareado, tocado, con una desagradable sensación de encharcamiento en un oído, viendo chiribitas en el espacio, con la mirada más extraviada que perdida.


Así terminamos la Media Maratón de Motril y, poco más o menos, así acabamos en La Ragua

Y es que la altura se dejaba sentir. Y la hartura. De kilómetros. Apenas pude hablar, durante un rato, con todos los colegas que ya habían llegado a meta, antes que yo. Antonio, La Máquina. Víctor, el Fenómeno. Javi, la Clase. Jose Antonio, el Genio. Paco, el Volador. Gregorio, el Monstruo. Bebí, comí sandía y, poco a poco, me fui encontrando mejor. Pero me había exprimido demasiado en los últimos kilómetros, sin necesidad, razón, ni sentido.

En fin, que salimos airosos del reto, que me siento orgulloso y contento, que echamos de menos a algunos Verdes que no nos pudieron acompañar, como Abel, Mario, Paco o José Manuel, que me hubiera gustado que vinieran Álvaro y Javi y que comimos extraordinariamente bien, muy barato y maravillosamente atendidos en ese restaurante El Manjón que nos reservara JM Burgos, disfrutando después de las cerezas más buenas del mundo, en el frescor de la casa de unos amigos de Gregorio, dónde montamos una improvisada asamblea bloguera de muchos quilates. Una estupenda jornada compartida con Sacai, Nuria, Ana y Mati, como debe ser.

Antonio le cuenta a Javi cómo van a afrontar la subida al Veleta de este año

Yo, dando mi opinión.

De todas formas, esta narración no es sino una acumulación de sensaciones transmitidas en caliente, desordenadas y caóticas. Para disfrutar de la verdadera crónica de la Media Maratón de La Ragua deben leer al maestro José Antonio Flores y su entrada correspondiente, en su imprescindible Diario de un corredor. Y no dejen de disfrutar con la desternillante entrevista que le hicieron a Gregorio, nada más cruzar la línea de meta y la muy generosa reseña de Paco Montoro.

Jesús Lens.

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Fotos cortesía de José Antonio y Mati.