Blackthorn

El western. Sinceramente, yo creo que el cine se inventó para que se pudieran filmar películas del Oeste. Lo he dicho, escrito y publicado una y mil veces: no hay como sentarse frente a una pantalla de cine (o televisión) y ver las imágenes de unos cowboys cabalgando hacia horizonte para que yo me sienta muy, pero que muy cerca del nirvana.

Y que sea un español como Mateo Gil el que se haya liado la manta a la cabeza y, cogiendo los trastos de filmar, se haya largado al altiplano de Bolivia a filmar un western de ley, crepuscular, reflexivo, imaginativo y esplendoroso, sólo puede llenarnos de orgullo y satisfacción.

La pena es que, a tenor de las cifras que vemos en las revistas y webs especializadas, la acogida del público no ha sido precisamente entusiasta. Aunque habría que plantearse si la fecha de estreno, en pleno verano, ha sido la mejor para una película de la naturaleza de “Blackthorn”.

A estas alturas, todos sabemos que la película cuenta la historia de Butch Cassidy, ya mayor, después de que consiguiera escapar milagrosamente a la celada que le tendieron las tropas del ejército boliviano, a él y a su compañero de andanzas, el no menos célebre Sundance Kid. Os acordáis, ¿verdad? Dos hombres, un destino, una mujer y gotas de lluvia cayendo sobre sus cabezas, mientras montaban en bicicleta.

¿Qué llevaría a Mateo Gil a embarcarse en una historia como ésta, sabiendo que las comparaciones con la película protagonizada por los míticos Paul Newman y Robert Redford iban a ser inevitables? ¿Cómo conseguiría unir a la causa a un actor tan polifacético, esquivo, complicado y a contracorriente como Sam Shepard?

Ni idea.

Pero bendita sea tamaña locura y semejante decisión: la película es una gozada y el actor está soberbio, esplendoroso y apoteósico, como un viejo, melancólico y taciturno criador de caballos que decide volver a casa, a conocer a su hijo.

No hay grandes duelos a pistola. En “Blackthorn”, lo importante no es ser el más rápido sino ser el más duro, fuerte y resistente. El que resiste, gana. El famoso adagio se hace celuloide en una película que transmite sensaciones muy plásticas, que hace sentir sed, calor abrasador y frío extremo en el espectador. E indignación. Porque el guión, cuyas piezas acaban encajando a la perfección, es prodigioso.

Yo no puedo ser muy objetivo con un western, pero creo que nadie se arrepentirá si va al cine, a ver la película. Eso sí. Que vaya tranquilo y sin prisas. Porque lo importante no es llegar el primero. Lo importante es llegar, como bien le explicará Blackthorn al ingeniero interpretado por un Eduardo Noriega cuyo culo pelado y en carne viva es la mejor plasmación posible de lo dura que es la vida en la frontera.

Valoración: 8.

Lo mejor: el pétreo y surcado de arrugas rostro de Shepard y la secuencia de la persecución en las salinas. Y la aparición de las dos mujeres justicieras. Y…

Lo peor: que no haya colas de espectadores queriendo ver “Blackthorn”.

Jesús Lens

PD.- En años anteriores, sí escribimos los 3 21 de julio. En 2008, 2009 y 2010.