BALCANES

Dejamos este artículo que publicamos ayer domingo en la sección de Opinión de IDEAL. A ver qué os parece.

Pocos nombres se han podido acuñar, en el lenguaje científico y geográfico, con tanta fortuna como la de “Balcanes”, en plural. Porque la ex-Yugoslavia comprende países, regiones, pueblos y ciudades radicalmente diferentes entre sí. En un reciente viaje por las capitales de los diferentes estados resultantes de la partición del antiguo estado yugoslavo hemos podido apreciar esa enorme y rica diversidad que, sin embargo, tan problemática puede llegar a ser.


Tras dejar Viena, llegamos en tren a Lujbliana, capital de un país recién incorporado a la Unión Europea y que apenas sufrió el drama bélico de los años 90. Una ciudad que está en plena transformación arquitectónica, con decenas de proyectos en ejecución, publicitados a través de varias exposiciones multimedia y con el horizonte situado en el 2025, cuando la ciudad eslovena se habrá convertido en la típica capital europea, repleta de obras faraónicas con firma prestigiosa: estadios deportivos, edificios singulares, puentes estrambóticos, bulevares con nombre, torres de oficina de diseño, etcétera.


Entonces, imagino, será una ciudad bonita, claro. Pero aséptica. Con un cierto encanto, por supuesto, pero sin la originalidad de esas dos riberas del río Lujblianica, llenas de gente en sus terrazas. O las bicicletas circulando por toda la ciudad. O sus calles tranquilas y reposadas, con un mobiliario urbano diferente al que estamos acostumbrados… No sé. Pertenecer al núcleo duro de la Unión Europea conlleva innumerables ventajas, pero también tiene algunos inconvenientes. Y la pérdida de la singularidad, la homogeneización del paisaje y la uniformidad de las costumbres será uno de las más notables.

Zagreb (desde dónde escribimos con amor en su día), la capital de Croacia, es una ciudad monumental, una mezcla entre Viena y Budapest, germanófila y de clara inspiración y herencia austrohúngara. Grandes edificios hermosamente decorados con esculturas y columnas que flanquean altísimos ventanales. Amplias avenidas, orden, concierto y dos barrios muy distintos que antes fueron dos ciudades distintas, como Buda y Pest, confieren a Zagreb una atmósfera muy especial.


Y arribamos a Sarajevo (a la que escribimos en su momento una carta de amor), donde no es que Oriente y Occidente contacten, se encuentren o se influencien; es que conviven, ríen, lloran, pasean, comen, duermen y bailan juntos. Sarajevo es puro mestizaje. Un mestizaje de verdad, no de discursos y boquilla. Un mestizaje real, palpable y perceptible que convierte a la capital de Bosnia en la ciudad más vital de los Balcanes, la más atractiva e interesante, la que deja mejor recuerdo, la que te pide a voces profundizar en su historia, en sus monumentos y en sus personalidades. Sarajevo, cuando te marchas, te exige que vuelvas. Y, sin dudarlo, firmas con ella un silencioso íntimo y sentido contrato de pronto y seguro retorno.

Y después nos queda Belgrado. ¡Ay, Belgrado! Qué tremenda decepción, chasco y desesperación. Aunque la prensa, los suplementos de viajes y algunas revistas se empeñan en decir que Belgrado es alegre y bullicioso, de eso nada. Belgrado es gris, sucio, triste y angustioso. El negocio más rentable y más extendido de la capital son las farmacias. Dicen que la guerra y las contradicciones ultranacionalistas tienen la culpa de la ansiedad de sus habitantes.

La realidad es que Belgrado es depresivo al máximo y que su aspecto ceniciento se ha transmitido a buena parte de sus ciudadanos, pertinazmente serios y cariacontecidos. No nos gustó nada la ciudad y sólo una cena en un barco anclado en el Danubio contribuyó a mitigar la sensación de profunda desazón que nos invadió en dicha ciudad.


Los Balcanes son, por tanto, inasibles e irreductibles a una sola esencia o identidad. Pero, precisamente, en su diversidad y en su riqueza étnica, social, religiosa y cultural es donde radica su magia. Los Balcanes son un trozo de Europa que, históricamente, ha jugado un papel de enorme trascendencia en el devenir de nuestro continente. Desde la I Guerra Mundial, desencadenada por el asesinato del archiduque Francisco Fernando y su esposa en Sarajevo, pasando por el socialismo de Tito y hasta llegar a las terribles contiendas de los años 90; los Balcanes han protagonizado buena parte de la historia de Europa.

Ahora, una vez desmembrada la antigua Yugoslavia y con algunos de los protagonistas de aquel despropósito muertos o encarcelados, los estados resultantes de las traumáticas independencias se aprestan a seguir los pasos de Eslovenia y buscan su adhesión a la Unión Europea. Dejando aparte la aparente contradicción que ello podría suponer, bienvenida sea dicha adhesión si ello va a suponer el cierre definitivo y para siempre de unas heridas que parecen no haber dejado de supurar en decenas de años.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.