ARRÁSTRAME AL INFIERNO

Hay películas para las que los conceptos «buena» o «mala» no aplican. ¿Es buena o es mala «Arrástrame al infierno»? No lo sé, la verdad. Pero reconozco que lo pasé pipa viéndola, con su desmesurada carga de hemoglobina, vísceras, ungüentos, sustos, repullos y asquerosidades varias.

 

El momento que, posiblemente, mejor define la última gamberrada/katxondada de Sam Raimi es ése en el que un yunque le cae en la cabeza a la vieja gitana, haciendo que los ojos se le salgan de las órbitas y se incrusten en la angelical carita de la protagonista. Asco, repulsión, risas y un cruel buen humor presiden todas esas sevicias que el director impone a los protagonistas de esta demencial historia.

 

Una historia, por cierto, que deberían proyectar en los cursos de formación de las entidades financieras de todo el mundo, sobre todo, cuando se hable de Responsabilidad Social Corporativa y otros conceptos semejantes.

 

Porque en el punto de partida de la historia se encuentra un banco cuyo director, para estimular la competencia entre sus empleados, les invita a tomar decisiones duras y difíciles que, perjudicando a los clientes, redunden en beneficio de la entidad. Como, por ejemplo, no refinanciar el pago de su hipoteca a una dulce, tierna y cariñosa ancianita que se ha retrasado en el pago por mor de una enfermedad.

 

Maldiciones gitanas, brujería, sortilegios, demonios desatados y misas negras serán el resultado final del abuso de un capitalismo voraz y desmedido que, está claro, cuando se le deja campar a sus anchas, termina por arrastrarnos a todos en una espiral destructiva, demencial y homicida.

 

Corta, contundente, directa y a la cabeza, «Arrástrame al infierno» es una de esas películas de lo que antes se llamaba serie B, destinadas a provocar una mezcla de atracción/repulsión en los espectadores. Raimi, como buen profesional y, además, como inmejorable aficionado al cine de terror, maneja a la perfección los ingredientes necesarios para conseguir la justa dosis de risas y de asco en una película modélica.

 

Desde luego, no es apta para estómagos delicados. Por eso, contará con el fervor de los buenos aficionados al cine de terror en su versión más gore y pasada de vueltas y, sin embargo, hará que los espectadores más tranquilos y pacíficos miren a la persona que los ha arrastrado a la sala con cara de pocos amigos, pidiendo explicaciones y mascullando frases del tipo: «¿cómo se te ha ocurrido traerme a ver este montón de basura?»

 

Desde luego, si te gustan las emociones fuertes y el terror más bromistamente desenfadado, pasar una hora y media de este tórrido verano viendo «Arrástrame al infierno» no es de las peores ideas que se puedan tener.

 

Valoración: 6.

 

Lo mejor: Su contundencia y lo claro y diáfano de su apuesta por esa especial mezcla de terror y humor.

 

Lo peor: Lo previsible de todo lo que pasa. Aunque, en realidad… ¿a quién le importa? 

Jesús Lens