El selfiscurso del rey

Al discurso del rey le pasa como a la reforma laboral o a la alineación de la Selección Española: todo el mundo está convencido de que lo haría mejor. 

A mí, igual que otros años me han parecido inanes o en extremo alarmistas, este año me han gustado las palabras de Felipe VI. Entiendo que, para un sector de nuestra sociedad, el único discurso aceptable del rey sería hacerse el harakiri frente a las cámaras de televisión, metafóricamente hablando. Sus críticas, por tanto, se presumen y se dan por amortizadas.

Me pareció un discurso muy acorde al momento que vivimos, apelando al consenso y a los acuerdos por encima de las diferencias que nos separan; a la necesidad de anticiparnos a los cambios que están por venir, nos gusten más o menos. 

Buena prueba del espíritu del discurso del rey es esa reforma laboral consensuada por gobierno, patronal y sindicatos. Para unos resulta insuficiente. Para otros es excesiva. Para la mayoría, aceptable. 

Madurar es aceptar que las soluciones mágicas no existen. Asumir que tu visión del mundo no es ni la única ni la mejor y que la vida es dialogar, negociar y, en muchos casos, transigir. Que no tragar. O rendirse. De acuerdo con la RAE, transigir es “consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de acabar con una diferencia”. ¡Ahí es nada!

Las redes sociales tienen mucha culpa de esta especie de dieta intelectual del solomillo, el plato más egocéntrico e intransigente que existe: solo, mí, yo. Y no. No es eso. 

Mientras que nuestros políticos se muestran cada vez más crispados y escorados, más aparentemente enemistados entre sí; empresarios, gobierno y sindicatos no dejan de llegar a acuerdos, uno detrás de otro. Que lo hagan en años tan complicados tiene especial mérito. Conviene destacarlo de vez en cuando. Ladran, luego cabalgamos. Ladran, sobre todo, los adalides del ‘cuanto peor, mejor’. Que sigan aullando a la luz de la luna.

¡Acuerdos!

Para el año que viene, ¿qué tal una campaña tipo ‘No sin mi discurso’? Con un móvil es muy fácil grabarse dando nuestra particular y regia alocución. O hacer un discurso presidencial, aunque sea desde la presidencia de la república independiente de nuestra casa.

Un selfiscurso para cantarle las cuarenta a todo lo que nos disgusta y, una vez desahogados, disfrutar de las Navidades en paz, sin darle la turra a nuestro desdichado vecino de mesa.

Jesús Lens