Paraísos fecales en islas pirata

Tras los Papeles de Panamá han llegado los de Pandora y la apertura de esta opaca caja de caudales ha vuelto a levantar una gran polvareda que, sin embargo, tiene visos de acabar en nada. Para variar.

Cuando se hicieron públicos los secretos de Pandora, el morbo nos llevó a buscar qué gente de la farándula se ocultaba tras empresas pantalla y sociedades offshore. Por ahí andaban el Nobel para el que lo importante no es poder votar, sino hacerlo bien, el entrenador exquisito con veleidades nacionalistas, una wakantante y un tonadillero afincado en Miami. También hay empresarios de diferentes sectores involucrados y políticos europeos tan exigentes con las cuentas ajenas como pródigos y liberales con las propias.

El problema cuando se desvelan escándalos como los Papeles de Panamá o los de Pandora es que ponemos el grito en el cielo y señalamos acusadoramente a las personas y empresas implicadas, pero no le prestamos la debida atención a la fuente de problema: los llamados paraísos fiscales que, con mayor propiedad, deberían denominarse paraísos fecales, dado que se ciscan en todos nosotros.

Un solo dato es buena muestra de la magnitud del expolio que estamos padeciendo: según cálculos de los organismos especializados de la UE, las diferentes modalidades de infracción fiscal suponen una merma de 135.000 millones de euros anuales. Es, poco más o menos, el presupuesto íntegro anual de la propia Unión Europea.

Decir que tenemos un problema es quedarnos cortos. Tenemos un problemón con las Islas Vírgenes y las Islas Caimán, con la Isla de Man y hasta con países como Luxemburgo o la verde Irlanda, que hacen dumping fiscal dentro de la propia Europa.

135.000 millones de euros al año perdidos por el sumidero del fraude fiscal. Se dice pronto. Mientras los ciudadanos hacemos ingeniosos memes de Vargas Llosa, Guardiola, Shakira o Julio Iglesias, los expertos en ingeniería financiera se afanan en el diseño de nuevos sistemas con los que seguir saqueando las arcas públicas a manos llenas. Son como Robin Hood, pero a la inversa: nos roban a los pobres para que los ricos sean cada vez más asquerosamente ricos.

Menos filantropía y más pagar impuestos. Menos responsabilidad social corporativa y más compromiso fiscal. No suena tan bonito, pero es más justo y equitativo.

La pregunta es: ¿qué va a hacer la Unión Europea para frenar esta sangría? Si en su momento invadimos el islote del Perejil por un quítame allá esas banderas, ¿habrá llegado la hora de combatir a los piratas financieros asaltando por las bravas sus privilegiadas islas fecales?

Jesús Lens