Juicioso comienzo de año

Por un momento me vine muy arriba y pensé en pasar este fin de semana en La Alpujarra. Habría sido toda una declaración de intenciones: salir de casa para empezar el año visitando algunos de los pueblos más bonitos de Granada, caminar por sus trochas y veredas, embriagarme con el aroma de la leña ardiendo en las chimeneas, comprar artesanía y disfrutar de los buenos vinos y viandas de la tierra.

Después, más sereno y a la vista de ya saben ustedes qué, bajé los pies a tierra y opté por quedarme en casa. Si las cosas van bien, no tardaré en echarme de nuevo a las carreteras y caminos, pero de momento, toca seguir recogidos.

Sin embargo, tengo cuerpo alpujarreño y desde el 30D estoy en modo contemplativo, zen, paseante, tranquilo y calmado. Me he mantenido ajeno a lo que algunos consideran ‘la actualidad’ y he evitado los charcos que lo han petado estos días: el (des)vestido de la Pedroche, la pertinaz e interminable guerra de las banderas, el solo de Nacho Cano, los papeles de Rodhes, los subtítulos de Cachitos…

Fíjense si estoy relajado que, cuando he empezado a escribir la primera columna del año, ya ha pasado el coñazo de la Toma. Hasta ahora pensaba que la celebración del 2 de enero y su enconado enfrentamiento llegaban demasiado pronto, sacándonos abruptamente de la resaca del Año Nuevo con sus rancios y manidos argumentarios de manual.

Este año, sin embargo, lo veo de otra manera. Apenas ha arrancado el 2021 y ya hemos dejado atrás una de las polémicas que tan entretenidos tienen a los guardianes de las esencias locales. ¡Qué buena siesta, una vez tremolado el pendón y manifestados los pro y los anti Toma! Ahora, a mirar hacia delante y a ver cómo y cuándo empezamos a incumplir los propósitos de Año Nuevo. Por ejemplo, el de no enredarnos en polémicas inútiles y discusiones bizantinas.

Quiero terminar esta primera columna del año felicitando al Arzobispado de Granada que, antes de terminar el infausto 2020, anunciaba la suspensión de las procesiones de la próxima Semana Santa.

Una decisión dolorosa, pero necesaria: sería temerario, en apenas tres meses, reunir a miles y miles de personas en las calles, por mucho que la vacuna ya esté aquí. Una forma, también, de zanjar debates estériles y de no alimentar las falsas esperanzas de los más afectados por la decisión. Ojalá seamos todos tan juiciosos.

Jesús Lens