Hay que tener cuajo

Como buen lector de prensa escrita, no dejo de sorprenderme cada día con noticias que, acompañadas o no de sus fotos, me provocan sorpresa, pasmo y estupefacción.

Especifico lo de la foto porque, para muchos políticos y/o representantes institucionales, lo único importante es salir en la foto. Y que la foto salga, claro. Si no, ¿para qué? En estos tiempos de pandemia, sin embargo, a lo de salir en la foto habría que darle una vuelta. ¿Tiene sentido que se junten 13 políticos para posar frente a un tótem, todos bien pegados, por mucha mascarilla que lleven puesta?

Si la Junta de Andalucía nos conmina a no juntarnos más de 10 personas y a mantener una distancia de seguridad de 1,5 metros en nuestra vida normal, ¿qué imagen transmite esa foto? Como tantas otras veces, que con ellos; con alcaldes, concejales y diputados, no va la cosa.

Al menos no hemos llegado al punto de lo acontecido en Madrid, donde un viceconsejero y un consejero posaron en la ‘inauguración’ de un dispensador de gel hidroalcohólico en una estación de Metro. La foto era parte de una campaña que anunciaba la instalación de dispensadores en 50 de las 200 estaciones del popular transporte… el día 22 de septiembre. ¡Cuánta previsión! Ayer, por cierto, les cayó la del pulpo cuando se inundaron varias líneas de Metro por las lluvias, convirtiéndose en carne de meme.

Cambiando de tercio, me sorprendió el cuajo, en este caso como sinónimo de osadía, de un consultor laboral que criticaba ácidamente el decreto que regulará el teletrabajo, señalando que la normativa aprobada va a ser un freno para su implantación. Entre otra razones, denuncia que estará controlada por los comités de empresa y sujeta a negociación colectiva. Llega a decir que debemos cambiar la idea de que tener a los representantes de los trabajadores detrás nos va a mejorar la vida.

¡Claro que sí, guapi! Históricamente, a los trabajadores les ha ido mucho mejor negociando cada uno por su cuenta que de forma colectiva, ¿verdad? Si algo exige el teletrabajo, dado que va a separar y a aislar aún más a los curritos, es que esté perfectamente regulado. Si no, se convertirá en la excusa perfecta para consolidar esa costumbre laboral tan española del echar horas. Si por algunos fuera, se combinaría el presencialismo a ultranza con la conexión 24/7, los 365 días de año.

Jesús Lens

El Madrigal es la RESISTENCIA

Que levante la mano quien no haya declarado ser de la resistencia en el último año. Es una de las expresiones de moda: “la resistencia somos quienes…”. A partir de ahí, lo que ustedes quieran. Quienes solo comen hierbas, quienes pasan de fútbol, quienes se niegan a ver aunque sea el piloto de la serie de la que todo el mundo habla. Hay tantos resistentes como modas. Y teniendo en cuenta que las modas son infinitas, calculen el número de resistentes.

La Resistencia, con mayúscula inicial, también es uno de los mejores programas de la televisión actual, repleto de bocas, boquitas y bocazas que hacen las delicias de los telespectadores.

Pero la RESISTENCIA, con mayúsculas y en letras de oro, la auténtica y genuina resistencia a la granaína, es ese cine Madrigal que, contra viento y pandemia; sigue abriendo sus puertas y proyectando películas en el centro de Granada. Un cine que hoy, precisamente hoy, cumple sesenta años de vida tan gozosa como azarosa.

Durante lo más duro del confinamiento, el día que salí a hacer el reportaje sobre la Semana Santa más extraña de nuestra vida, pasé por delante del Madrigal. En sus grandes carteleras, como congelados en el tiempo, los afiches de las dos películas que se estaban proyectando en el momento del cierre: ‘El plan’ y ‘Los miserables’. Sacudido por un escalofrío, pensé que aquel programa doble había sido profético, dada la deriva que llevábamos. También pensé, y que mi querido Juan Torres me perdone por haber dudado, que la pandemia podía ser la Estación Termini del Madrigal.

Así las cosas, no se hacen una idea de la felicidad con la que esta noche voy a celebrar el 60 cumpleaños de un cine que está haciendo historia en España. Un cine que ya es leyenda. Un cine que, conviene insistir, sigue abriendo sus puertas todos los días para proyectar películas. Por ejemplo, ‘Las niñas’, el gran éxito del pasado Festival de Cine Español de Málaga que, en el Madrigal, está consiguiendo unas recaudaciones extraordinarias y cuya directora, Pilar Palomero, nos acompañará en la última sesión de hoy jueves.

Eso sí: una vez celebrado este aniversario, conviene sentarse a hablar, en serio, sobre el futuro del Madrigal. La pasada Navidad, tan lejana, algo hubo. La pandemia lo dejó todo en suspenso, como tantas otras cuestiones. ¿No es hora de retomar la cuestión?

Jesús Lens

Perversos silogismos

Hemos llegado a un punto de polarización y odio cainita en el que cada vez más gente despacha cualquier argumento sin siquiera escucharlo o reflexionar sobre él, únicamente por venir de quien viene.

Gente de derechas que odia cervalmente a Pedro y Pablo, nuestros Picapiedra de la Moncloa, plenamente convencida de que todo lo que hacen, dicen y piensan es erróneo y nos llevará al más absoluto de los desastres. Normal, dado que Castro, Stalin y los ayatolás les inspiran.

Gente de izquierdas para quienes, desde los tiempos de Aznar, todo el PP y, posteriormente, Ciudadanos en pleno; son fachas. Y punto. Fachas o fascistas, por no repetirse en exceso. Normal, que todos ellos tienen chapas de Franco, Hitler y Mussolini en la nevera, junto a los recuerdos de Benidorm y un relieve de Torremolinos.

Estamos en un punto en que los procesos mentales le han dado la vuelta a cualquier atisbo de lógica, utilizando para ello un perverso silogismo: Pedro Sánchez / Pablo Casado siempre están equivocados. Esta idea la han propuesto Pedro Sánchez / Pablo Casado, ergo, esta idea es equivocada.

A partir de ahí, toca trabajar para destrozar la idea de turno con cualquier tipo de argumento, sea verdadero o falso, sin empacho en utilizar el ad hominem a diestro y siniestro o en recurrir al socorrido ‘y tú más’.

Esto ocurre a nivel nacional, pero también sucede en el espectro autonómico y local. El odio y el desprecio se han enseñoreado de amplias capas de ciudadanos de a pie dado que muchos políticos se parecen cada vez más a actores y actrices de vodevil, recitando de corrido los papeles que les escriben y multiplicando sus astracanadas sobre el escenario. Es lo que espolea, a su vez, a las bases de fieles acólitos, a los periodistas, analistas y comentaristas hoolligan y a cientos de miles de internautas desocupados.

Desconfíen de quienes siempre ven mal lo que hacen los otros. Sospechen del discurso permanentemente frentista y exaltado. Cuestionen las verdades universales y las soluciones mágicas. Recuerden que hasta un reloj parado da bien la hora dos veces al día. Es imposible que el rival lo haga todo mal todo el tiempo. Es igualmente improbable que los nuestros acierten siempre y en todo momento. El forofismo, para el fútbol. Y que decida el VAR.

Jesús Lens

Matar en tiempos analógicos

En muchas ocasiones, la semana pasada sin ir más lejos, hablando de Bevilacqua y Chamorro, les insisto en la importancia que, en las investigaciones policiales contemporáneas, tiene todo lo referente a los móviles, los ordenadores, las redes sociales, la geolocalización y las mil y una cámaras que controlan muchos más espacios públicos de lo que somos capaces de imaginar.

Hay novelas, sin embargo, en las que sus autores prefieren cometer sus asesinatos literarios y las posteriores investigaciones en tiempos analógicos, anteriores a la irrupción de internet en nuestras vidas. Mis dos últimas lecturas policíacas han ido en esta dirección.

Empecemos por ‘Moscas’, de Hans Olav Lahlum, recién publicada por RBA y cuya acción arranca en 1968, en Oslo, sin que la historia tenga nada que ver con los hippies, mayo ni las revoluciones pendientes o por hacer. En un edificio normal y corriente se escucha un disparo. Al entrar, la policía se encuentra un cadáver ‘imposible’: con todo cerrado desde dentro, no puede ser un suicidio, dado que no hay arma alguna a la vista. Y nadie pudo salir del edificio sin ser visto por los vecinos que se arraciman junto a la puerta del apartamento del fallecido.

El muerto, un héroe de la resistencia contra los nazis, reclama justicia. La investigación recae en un joven e impetuoso inspector con ganas de demostrarle al mundo lo bueno que es. Pero se encuentra perdido. Entonces recibe una llamada, cruzándose en su camino una brillante joven de apenas dieciocho años que, postrada en una silla de ruedas, tendrá mucho que decir. Y que preguntar.

‘Moscas’ es la típica novela enigma de habitación cerrada que no oculta su pasión por las tramas de Hércules Poirot o Sherlock Holmes. Un divertimento literario muy bien armado en el que los vecinos y familiares del finado se convierten en la agradable compañía del lector durante el puñado de horas que tarde en devorar el libro.

Una novela en la que el autor, que además de novelista es historiador y maestro de ajedrez, invita al lector a disputar con él una ingeniosa partida en la que no hay engaños, que está contada sin trampa ni cartón. El lector tiene acceso a la misma información que el investigador protagonista en tiempo real, por lo que puede aventurar hipótesis, anticipar interrogatorios y despejar sospechas. El autor, honesto hasta el final, no se guarda ases en la manga, algo muy de agradecer. Si les gusta el juego y la novela enigma, lean ‘Moscas’. No les decepcionará.

Vayámonos a 1981 y a Inglaterra, cuando un músico aparece muerto en extrañas circunstancias, con la cara marcada y cortada cruelmente. Imaginen al Joker, pero mutilado de verdad. Se trata de un músico de segunda fila cuyo mayor logro es haberse convertido en imitador de una leyenda del glam, Lucas Bell, más conocido como el Rey Perdido, quien se había suicidado siete años antes.

La investigación le toca a Henry Hobbes, un inspector caído en desgracia entre sus compañeros, quienes le acusan de haber provocado el suicidio de un compañero. Como ven, la cosa pinta luctuosa y trágica.

Lo más interesante de ‘El rey perdido’, de Jeff Noon, igualmente recién publicada por RBA, es su estudio y análisis del fenómeno fan: la locura de los seguidores, la presión de las estrellas, la exigencia de los críticos, las ganas de huir, la necesidad del anonimato, la importancia de la máscara, metafórica y real… Y los rituales de emulación y celebración. La copia y la falsificación.

El escritor Jeff Noon, veterano del género de ciencia ficción, debuta en la novela negra con una historia en la que la trama y la investigación son menos interesantes que el contexto en que se desenvuelve la historia y los personajes que la protagonizan. O, mejor dicho, los personajes de fondo, los secundarios, los raritos, que son los realmente interesantes.

Ha sido una gozada, en unas semanas muy analógicas en las que no he visto cine o series ni he escuchado más música que el sonido de las olas del mar, el rugir del viento y el piar de los pájaros; leer dos novelas en las que, por ejemplo, se revelan fotos. ¡Se revelan fotos! Protagonistas que, sin móviles, quedan incomunicados nada más salir de la oficina o de casa. Y que utilizan planos y mapas físicos para orientarse. Investigaciones en las que lo deductivo y el arte del interrogatorio adquieren todo el protagonismo, sin que nada cibernético perturbe una lectura que invita a apagar el móvil y disfrutar de un puñado de horas de tranquila y sosegada lectura bajo el sol de septiembre.

Jesús Lens

Atraco a mano filmada

Llevaba tiempo dándole vueltas a esta columna dedicada a ciertos ladrones de tiempo que actúan con total impunidad: los cines que, antes de proyectar la película, te fríen a anuncios. Y miren ustedes por donde, ayer domingo, Agustín Gil lo clavó en una deliciosa, divertida y cultivada carta al director.

A él y a su hijo Rubén les pasó lo mismo que a nosotros hará un mes: sacaron sus entradas para ver ‘Tenet’, ocuparon sus asientos y, antes de que comenzara el secuestro con que Nolan apabulla a los espectadores al inicio de la cinta, se chuparon quince minutos de anuncios. Y no escribo ‘quince minutos’ así al bulto y por redondear, en plan un cuarto de hora, que dirían los adolescentes de ahora. Fueron quince insoportables minutos de reloj.

Antes, cuando ibas al cine, te ponían un par de tráilers de otras películas y comenzaba la proyección por la que habías pagado tus buenos euros. Ahora, además de cobrar la entrada a precio de oro, tienes que soportar un interminable e insensato chorro de anuncios de todo tipo. Y nada tiene que ver con la crisis de la Covid, que este atraco a mano filmada viene de antes.

Es tal el abuso que, cuando voy al cine, suelo dejarme mails por escribir y güasaps por contestar para hacerlo durante ese interminable minutaje. Cómo será la cosa que, en una ocasión y esperando un estreno, tuve tiempo de confesar un pecadillo a mi pareja, discutir, explicarme, pedir perdón y reconciliarnos antes de la proyección.

Entiendo que el negocio del cine pasa por momentos complicados, pero penalizar a quienes acudimos religiosamente a las salas y pagamos nuestra entrada, los refrescos y los bocabits; poniéndonos de un humor de perros antes de que empiece la película, no parece lo más inteligente.

Exprimir al cliente solo es pan para hoy y hambre para mañana. Que te enchufen quince minutos de publicidad antes de ver una película por la que has pagado una pasta gansa es una desconsideración y un insulto a tu inteligencia. Y a tu paciencia. Un auténtico robo. Un atraco a mano filmada.

Jesús Lens