Un hospital como medida

Uno de los efectos colaterales del coronavirus ha sido la incorporación de una nueva medida de tiempo a nuestro lenguaje cotidiano: la marcada por la construcción del hospital de Huoshanshen en Wuhan.

La promesa era levantarlo en diez días. Ayer, antes de escribir estas líneas, busqué información sobre el particular, que el anuncio de la proeza arquitectónica se hizo el 24 de enero. Un time lapse en la web de la BBC me confirmó que sí. Que ya estaba funcionando. Que el lunes 3 de enero, los primeros enfermos de coronavirus traspasaban las puertas de un hospital edificado en tiempo récord en un solar vacío.

Desde este 2020, en nuestras vidas hay una nueva unidad de tiempo que los columnistas de prensa utilizaremos generosamente a la hora de criticar la lentitud en la toma de decisiones y ejecución de proyectos de nuestros gobernantes. Por ejemplo, lo de la presa de Rules.

¡Qué gran guion habrían escrito Berlanga y el llorado José Luis Cuerda con esta historia! ¿Se imaginan? Una comisión interministerial para celebrar el 20 aniversario de la infraestructura más inútil de la historia: un pantano sin canalizaciones que permitan usar el agua que atesora, convertida en la piscina más grande de Europa, para solaz y deleite de los amantes del windsurf.

¿Qué diferencia hay entre diez días y veinte años? Estos chinos es que son muy ansiosos. ¡Con lo que mola el movimiento slow en que viven nuestros políticos! La vida lenta, pausada y relajada.

En Rusia, diez días sacudieron al mundo. En China, diez días bastaron para levantar un hospital desde sus cimientos. Aquí, veinte años no son nada, plazo insuficiente para construir las canalizaciones de un pantano y llevar su agua a la Costa Tropical, que se muere de sed.

Igual que los campos de fútbol se han convertido en unidad de medida de espacio, verbigracia, para cuantificar el terreno devastado por los incendios forestales; los diez días empleados en erigir el hospital de Huoshanshen constituyen una nueva unidad de medida de tiempo que nos viene pintiparada para ironizar sobre la incapacidad de gestión gubernamental de nuestros políticos, entre observatorios, comisiones, anteproyectos y preceptivos dictámenes dilatorios.

Jesús Lens

En un lugar solitario

Todos atesoramos recuerdos lectores y cinematográficos que, más allá de argumentos, personajes, tramas y desenlaces, se nos quedan grabados en la memoria de forma indeleble, sin saber por qué.

Me pasaba, por ejemplo, con el arranque de la película ‘En un lugar solitario’, un clásico del cine negro norteamericano dirigido en 1950 por Nicholas Ray e interpretado por Humphrey Bogart y Gloria Grahame.

Al abrir el plano y aparecer el título sobreimpresionado en pantalla, ‘In a lonely place’, una poderosa y recia voz en off lo traducía al castellano: “¡EN UN LUGAR SOLITARIO!” Aquella gente, a falta de respetar la versión original y limitarse a subtitularla en nuestro idioma, sabía cómo captar la atención del televidente.

De la película de Ray, recordaba que me había gustado. Mucho. Pero nada más. No guardaba en mi memoria nada sobre la trama. Ni una secuencia. Ni una acción. Casi que ni un sólo plano. Hasta que vi la portada del libro, publicado en España por Gatopardo ediciones en noviembre del año pasado, con traducción de Ramón de España. Un primer plano de Bogart al teléfono, ataviado con traje y pajarita. Al fondo, Grahame, en la puerta de una habitación, mirándole con una cara que no sabría cómo interpretar. Recordé que Bogart interpretaba a un escritor de guiones de películas metido en problemas en Hollywood… pero nada más, insisto.

Marta Marne, una de las mejores críticas de novela negra y de cuyo criterio siempre hay que fiarse, me recomendó vivamente la lectura de la novela de Dorothy B. Hughes. Esto escribía sobre ella: “Aquellos que aún creen que en los albores del género negro las únicas historias que una escritora tenía capacidad de contar eran aquellas ambientadas en la campiña inglesa con protagonistas de la alta sociedad, deberían echarle un vistazo a esta novela”.

Efectivamente, durante los años 40 del pasado siglo, una autora nacida en Kansas en 1904, que había estudiado periodismo y sólo había publicado un libro de poemas en 1931, antes de casarse; empezó a despacharse con una serie de novelas policiacas de alto voltaje. En concreto, en 1947 vio la luz una historia negra como el carbón, un noir de tomo y lomo en el que aparecía nada más y nada menos que un serial killer. Décadas antes de que ese término fuera acuñado por los especialistas del FBI.

Y con esto no les desvelo nada —¡malditos spoilers!— dado que en la segunda página de la novela, Dorothy B. Hughes escribe lo siguiente: “Podría haberla atrapado fácilmente, pero no lo hizo. Era demasiado pronto. Mejor aguantar hasta haber superado la loma, en el tramo intermedio del camino, y luego acercarse a ella”.

Aunque está escrita en tercera persona, seguimos el desarrollo de los hechos a través de uno de los personajes principales: Dix Steele. Lo que él sepa y vea, sus interpretaciones de los hechos y las conversaciones que escuche o mantenga; serán lo que el lector conozca. Por ejemplo, la continuación del párrafo anterior: “Pegaría un gritito, o puede que sólo suspirara, cuando apareciese a su lado. Y entonces él le diría suavemente “Hola”. Nada más que “hola”, pero ella se asustaría aún más”.

¿Por qué odian tantos hombres a las mujeres? Es una constante a lo largo de la historia. Y no me digan que no lo sabíamos. Que ahí están Jack el Destripador, sin ir más lejos. O este Steele, un aviador que participó en la II Guerra Mundial y que, al volver a casa, no termina de ubicarse: vive de prestado en la casa de un amigo de Los Ángeles que está de viaje y va tirando gracias a la asignación mensual de un familiar de la Costa Este. Le descubrimos solo y desubicado, casi como si de un fantasma se tratara. Hasta que se encuentra con un viejo colega del ejército: Blurb. E igualmente importante: hasta que conoce a Laurel, una vecina.

Quiere la casualidad que Blurb sea inspector de homicidios. Y que forme parte del equipo que investiga la muerte sucesiva de varias chicas en el entorno del condado de LA. ¡Suerte para Dix! Porque, ustedes ya lo saben, Dix es el asesino. Y gracias a su cercanía a Blurb, recién casado con Sylvia, tendrá información de primera mano del desarrollo de la investigación.

Muy interesante el cambio de roles en la novela de Dorothy, con un Dix entregado a Laurel, desesperado cuando no le coge el teléfono y consumido por los celos cuando no va a dormir a casa. Y muy necesario el estudio del comportamiento casi piscopático de una persona celosa.

Así las cosas, entusiasmado por la lectura de un clásico de la literatura negra norteamericana que no conocía, me lancé a ver la película, que se encuentra en el catálogo de Filmin. Mi primer interés: saber qué papel interpretaba Bogart, si el de Dix o el Blurb. ¿Qué piensan ustedes? Lo dejo aquí. De momento. Si tienen curiosidad, vean la película después de leer la novela y, pronto, retomamos esta historia.

Jesús Lens