Un paseo por el bosque

Aprovechando la tregua que nos dio la lluvia el pasado domingo, los granadinos salimos en masa a pasear por los bosques. Unos se marcharon al Camarate, a su mítico bosque encantado que, en otoño, alcanza el culmen de su belleza. Otros, al igualmente idílico robledal del Guarnón.

Y estamos quienes nos quedamos más cerca y optamos por subir a los bosques de la Alhambra, uno de los privilegios, de los lujos que tenemos en Granada. Inciso: no sé yo hasta qué punto aprovechamos el sinfín de posibilidades que nos ofrece la apabullante belleza de nuestra ciudad, la verdad sea dicha. Es una de las cosas que más me gustan de irme fuera unos días: al volver, el reencuentro con nuestra tierra es feliz, alegre y gozoso.

En los últimos años, la vuelta a la comunión con la naturaleza ocupa cada vez más tiempo y espacio en libros, ensayos, conferencias y festivales. El empacho de realidad virtual, pantallas y digitalización nos empuja de vuelta a un mundo físico, real y natural donde el amarillo de las hojas de los robles se erige en simpar espectáculo, con el rumor del viento como insuperable banda sonora y el olor a tierra mojada como el mejor de los efectos especiales.

En nuestro particular paseo matutino aprovechamos para volver al Carmen de los Mártires y sumergirnos en ‘El bosque’, la inspiradora instalación de Andreu Carulla para la plataforma crear / sin / prisa, impulsada por Cervezas Alhambra. La semana pasada, durante la inauguración, llovía. (Lo contamos aquí) El domingo, en una mañana luminosa, el bosque lucía de otra manera distinta, como ya nos anticipó el diseñador.

Efectivamente, los rayos de sol arrancaban destellos luminosos tanto del barro como de la cerámica vidriada del interior de algunas piezas. El amarillo se hablaba con las hojas de los árboles. El intenso verde, muy de la botella de la popular ‘milnoh’, era puro musgo. Y el azul eléctrico, en fin, bajaba el cielo a la tierra.

Había decenas de personas paseando entre las piezas de cerámica, admiradas por su comunión paisajística con el entorno. Y entre los caminantes, una misma pregunta: ¿por qué no se queda esta maravilla aquí, de forma permanente? O, al menos, algo más de tiempo, para que podamos seguir disfrutándola en las próximas semanas, sin prisas ni urgencias.

Jesús Lens

Contra el maltrato machista

Hoy toca volver a las calles. Da lo mismo que haga frío, que llueva, truene o que el tiempo amenace con dejarnos escarchados. Porque si hay algo que nos debería helar el corazón es la violencia machista que se ceba contra las mujeres, la violencia que las hiere, la mata y deja huérfanos a su devastador paso.

A comienzos de noviembre eran ya 50 las mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas en España. Es una cifra atroz, inasumible e insoportable y, de todas las excrecencias supuradas por la extrema derecha de nuestro país, lo de su ninguneo y desprecio por las políticas de erradicación de esta lacra resulta especialmente lacerante.

De ahí que el esperpéntico ‘Día Internacional del Hombre’, así, en letras mayúsculas, celebrado el 19 de noviembre en Churriana de la Vega a instancias del consistorio del PP, rsuponga una burla que va mucho más allá de lo anecdótico. Si el PP permite que las políticas más rancias de Vox le señalen el camino y le marquen la agenda, cavará su propia tumba. Recuerden: si podemos tener el original, en bruto y en crudo, ¿para qué queremos sucedáneos?

En el mismo sentido, craso error el de focalizar la marcha de hoy contra la violencia machista en Juana Rivas. Especialmente poco afortunado cuando, en La Zubia, una mujer de 40 años fue asesinada por su marido en octubre y el pasado año, terrible, Granada se situó a la cabeza de la lista nacional de asesinatos machistas con cinco crímenes.

Poner el acento, hoy, en un caso tan polémico como el de Juana Rivas es dar alas a los enemigos de la causa contra la violencia machista. Es dar argumentos a sus críticos. En el caso de Juana Rivas hay tantos intereses creados que se ha convertido en epítome del argumentario de la derecha más rancia.

Hoy no se trata de opinar o posicionarse sobre el caso de Juana Rivas. Hoy se celebra el Día contra la Violencia de Género y hay que salir a la calle, en masa, para gritar y proclamar nuestra repulsa frente a la violencia machista.

Jesús Lens

¡Qué bueno EREs!

He flipado. Mucho. No sé si he flipado en colores o en blanco y negro, pero ha sido alucinante leer la cascada de adversativas con las que los socialistas más o menos orgánicos, más o menos simpatizantes, han tratado de nadar y guardar la ropa tras la sentencia de los ERE.

Que Susana Díaz estuviera obligada a hacerlo era lógico y normal. Pero lo de los otros, los que voluntariamente se han posicionado a favor de la gran familia, me sorprende mucho más. Para ellos será una cuestión moral apoyar a los suyos. Para quienes estamos fuera, sin embargo, es la enésima muestra de que determinados políticos viven en un universo paralelo, en un mundo aparte que les impide ver la realidad tal y como es.

Una sentencia judicial de la Audiencia de Sevilla emite durísimas y severísimas condenas que afectan a dos ex-presidentes de la Junta de Andalucía y a decenas de ex-altos cargos de la administración socialista y lo que leemos de algunos supuestos pata negra del entorno del PSOE es que lo de los ERE no era para tanto. Que los condenados no se han enriquecido personalmente. Que son honrados a carta cabal. Buenos chicos. Majos. De moral intachable. Que lo de los otros era peor. Que no se puede comparar. Y así.

Luego se quejan de que les llamen casta y no entienden la desafección política que lleva a cientos de miles de votantes a quedarse en sus casas o, como en las últimas andaluzas y generales, a apoyar masivamente opciones políticas que apelan al voto de castigo.

Se les llena la boca hablando de separación de poderes y de respeto a las decisiones judiciales, pero cuando les son adversas, tiran de adversativas para hacer infames juegos florales que intentan justificar lo injustificable.

Los ERE se gestionaron en tardes interminables de gintónics y rayas de coca, en bares y cafeterías perdidas, mientras los de la moqueta roja levitaban en su serena y grandiosa majestuosidad, sin enterarse de nada, contemplando con displicencia a esa gente que, años después, les botó votando a Vox. Otros, siguen sin coscarse.

Jesús Lens

Elogio del aburrimiento

Hace unos años que renuncié a estar en todos los sitios. Ser Géminis hizo que, en ocasiones, practicara la bilocación y trabajara intensamente mi don de la ubicuidad. Mi agenda era una locura y empecé a correr para tratar de estar a la vez en lugares diferentes. Organizar las tardes y las noches para jugar al baloncesto, echar unas cañas, ver una película y asistir a un concierto era un arte más complejo y excitante que resolver el más sesudo de los sudokus.

Difícil que me hubiera caído la manzana en la chola…

Ya no. Ya no sufro por las exposiciones que me pierdo, las conferencias a las que no llego y las presentaciones que se me escapan entre los dedos. He aprendido a disfrutar de cosas tan sencillas como vagabundear sin prisas y sin rumbo o tomar un café con la mirada perdida más allá de la la cristalera. Ya no me siento mal por estar tranquilo, viendo la vida pasar.

Reflexionaba sobre todo ello ayer, mientras escuchaba a Andrés Trapiello en los Premios Literarios Jaén de CajaGranada y Bankia. En su defensa de los pequeños placeres, entre los que incluye la lectura, hizo un encendido y entusiasta elogio del aburrimiento. El aburrimiento es una de las herramientas creativas más potentes que existen. Me encantó cuando Andrés concluyó su disertación, erudita y cargada de referencias, señalando que la sociedad del espectáculo que nos venden sí que es, en sí misma, profundamente tediosa y decepcionante.

Y es que Trapiello, parafraseando a Juan Manuel Bonet, hizo una encendida defensa de la erudición, “una actividad prestigiosa hasta fechas relativamente recientes, pero que fue cayendo en el descrédito, hasta convertir la palabra erudito en sinónimo de árido, inútil y en el fondo irrelevante… De la erudición puede decirse lo que del colesterol, que hay una buena y otra mala, y que la mala esclerotiza el saber, pero la buena hace que este fluya de modo orgánico por el cuerpo de la historia y de la ciencia”.

También me encantó su elogio del momento, del instante: “el sabio es, pues, aquel que cultiva sólo esa clase de instantes únicos, milagrosos, tanto si son de orden sensorial como si son de orden espiritual e intelectual”. Porque, efectivamente, la vida son momentos.

Jesús Lens

Sevilla, tradición y modernidad gastronómica

No me llamen provinciano ni corto de miras. No me consideren ombliguista ni reduccionista, pero confieso que me hizo mucha ilusión estar en un local tan afamado como la Antigua Abacería San Lorenzo, toda una institución en la gastronomía sevillana, y encontrar a dos clientes franceses dando buena cuenta de una botella de ‘Malafollá’, el vino alpujarreño de la bodega Cuatro Vientos.

Es la única referencia granadina en una carta de vinos corta, pero explosiva, que el local regentado por Ramón López de Tejada no da puntada sin hilo y lo mismo te puedes tomar un ‘Sin complejos’ de la zona de Toro que un ‘Insensato’ de Rioja. La cuestión, para un gastronómada con ínfulas literarias, es ir escribiendo el relato.

Una nueva semana en que hacemos una gastro-ruta fuera de Granada, entre la tradición y la modernidad. Inciso: ¿vieron que le han dado una estrella Michelin al restaurante Magoga de Cartagena, que visitamos hace unos días? En Granada, sin embargo, debemos conformarnos sólo con un nuevo Bib Gourmand, para Atelier Casa de Comidas. Lo que está muy, muy bien. Pero que no es lo mismo.

Volvamos a Híspalis y a la Abacería, una tienda de ultramarinos más barroca que la iglesia de los Venerables, donde el paté sobre torta Inés Rosales con naranja amarga es una delicia y los canelones de carne de toro, fuera de carta, más aún. Lo suyo es ponerse en manos del dueño del local y pedirse un ‘Lo que diga Ramón’, asegurándose el mejor producto a un precio imbatible.

Otra recomendación: pasarse por ‘El Rinconcillo’, a la sazón, la taberna más antigua de Sevilla, cuya apertura data de 1670. Más de 300 años sirviendo gloria bendita, la verdad sea dicha, en una barra que tiene que haber visto de todo. Y a todos.

La mezcla entre habituales de la casa y turistas curiosos resulta estimulante. Por ejemplo, lo de los dos australianos en camiseta, a pesar del frío, con los brazos llenos de tatuajes y que, sin hablar una papa de español, acabaron pidiendo unas papas con choco por consejo de un parroquiano que, por supuesto, no hablaba un pimiento de inglés. Pero la fraternidad gastronómica propicia encuentros tan afortunados como ése. Personalmente, me entregué al bacalao, en forma de pavía y a la rondeña, con una contundente y espesa salsa de tomate con verduras.

Por salirnos de lo clásico y tradicional, visitamos el Chifa, un restaurante de extracción peruana que sirve unos ceviches tan historiados como sabrosos y un pisco sour de los de verdad. Y otro guiño granadino: la cerveza Alhambra, que cada vez ocupa más espacio en la capital andaluza. Comer cocina peruana con guiños asiáticos en el corazón de Sevilla, bebiendo cerveza de Granada, es toda una Alianza de Civilizaciones en clave gastronómica.

Y nos queda la gran sorpresa de esta ruta por la Sevilla culinaria más de vanguardia: Tribeca. Un maridaje de vinos con pescado y marisco, la mayoría de Cádiz, excepcionalmente bien tratados y de una calidad superior.

Un menú compuesto por varios aperitivos tras los que llegó una lubina encurtida, holandesa y emulsión de yemas de erizo que se deshacía en la boca. El conocido como ‘caldillo de perro’ en áspic; que era un sorbo de mar en el plato. Una soberbia espineta frita de corvina, de la que estuve tentado de comerme hasta la raspa.

El fondo marino con cocochas de merluza y molusco te hace viajar al océano batiente y, después, el pulpito confitado y las huevas de atún a modo de riñones al jerez, el soberbio y contundente canelón de sepia, ragú de tendones de ternera y raíz de apio y, por fin, el sorbete de lechuga de mar y manzana ácida.

Una sinfonía marina acompañada por manzanillas de Sanlúcar como La Goya en Rama, una referencia de Rías Baixas como Attis Embaixador y tragos de bodegas de Oporto, Hungría y La Poulosa del Bierzo. Les confieso que permanecí muy atento a la Gala Michelin, pensando que Tribeca se podría hacer acreedora de una estrella. No fue así, pero su nivel de excelencia lo hará posible más pronto que tarde.

Andalucía sólo es una. Pero es grande y variada. Rica y sabrosa. No hay como hacer una excursión gastronómica para descubrirla, desde los garbanzos con espinacas a las carnes en diferentes salsas. Y los míticos serranitos, a años luz de cualquier hamburguesa industrial. Olviden las rivalidades territoriales y vayan a comerse, también, Sevilla y Málaga . ¡Disfruten!

Jesús Lens