Un Lorca nuevo

El pasado fin de semana me quedé en Granada. ¡Cómo cambia nuestra propia ciudad durante esas interminables tardes festivas de julio y agosto! Caminas por las calles, vacías y semiabandonadas, con todos los comercios cerrados, y es como transitar por un escenario postapocalíptico; una Granada distópica tan sólo habitada por los fantasmas de sus vecinos.

Entre lo poco que se podía hacer el pasado sábado por la tarde, más allá de beber gintónics o refugiarse en el cine, era visitar exposiciones. Fuimos a tres. La de Gran Capitán, dedicada a José María Mezquita, y las de las líneas amarillas y la historia del Festival de Música y Danza, ambas en el Palacio de Condes de Gabia.

Otro día les hablo de las exposiciones, que hoy me quiero centrar en el impacto de subir por las escaleras de la sede cultural de Diputación y hallar un majestuoso cuadro dedicado a la figura de Federico García Lorca.

Y digo bien hallar porque, aunque el cuadro es colosal, nunca lo había visto. O, al menos, nunca había reparado en su magnificencia ni me había fijado en sus detalles. Y miren que voy a Condes de Gabia… Imagino que, como tanta gente, o cojo el ascensor o camino concentrado en el móvil. El caso es que hasta el pasado sábado no me había detenido a disfrutar de la magnífica obra pintada por Juan Vida.

Subí la foto del cuadro a las redes sociales y cosechó un éxito instantáneo, con cientos de visitas e interacciones. Entre ellas, las de Fátima Gómez Abad, la diputada de Cultura, y la del propio Juan Vida. Resulta que el cuadro estaba arrumbado en un almacén, cubierto de polvo, hasta que Fátima y su equipo lo rescataron, adecentaron y colgaron en el magnífico lugar que ocupa ahora.

Al margen de recomendarles que vayan a verlo, una reflexión: ¿cuántas extraordinarias obras de arte estarán durmiendo el sueño de los justos en sótanos y almacenes de diferentes instituciones públicas, hurtadas al disfrute del público en aras de nadie sabe qué criterios estéticos… o de otros carices?

Jesús Lens

Fantasmas del pasado

Hay dos calles que me provocan tristeza y melancolía cada vez que paso por ellas. También un conato de esperanza. Una, la calle Tablas. La otra, Solarillo de Gracia. Son calles que albergan las ruinas de dos lugares básicos en mi formación mental y sentimental: la librería Urbano y Multicines Centro.

No puede ser casualidad que, años y años después de cerrar, ni la Urbano ni los Multicines hayan sido capaces de reconvertirse en algo diferente, como si los fantasmas de lectores y cinéfilos se resistieran a dejarlos marchar. Como si parte de nuestra memoria siguiera allí encerrada, recordando los libros que ojeamos y hojeamos, los que nos llevamos y leímos y los que allí se quedaron. Las películas que vimos, los tráilers que nos ilusionaron y los que nos decepcionaron.

Subo por la calle Tablas y recuerdo aquellos sábados en que me dejaba la paga semanal en la librería Urbano, comprando los libros amarillos de Anagrama, entre el realismo sucio y el nuevo periodismo. Después, las cañas en el Reca, con sus volaíllos y berenjenas.

Cruzo por Solarillo de Gracia y me acuerdo de los jueves por la noche, cuando volvía a casa y me obligaba a pasar por delante de los Multicines para ver los pósters con los estrenos de la semana, recién colocados. En las salas 7 y 8, los presumibles bombazos de taquilla. En la 1, 2 y 3; el cine minoritario y de autor.

Giro el cuello y allí sigue el Rialto, aunque completamente nuevo y remozado. Otro rito: salir del cine en silencio, cruzar la calle, entrar al bar, pedir las cañas y lanzarnos a hablar torrencialmente sobre la película.

Cada vez que contemplo los esqueletos de la Urbano y los Multicines, confluyen en mi interior el chavea que fui con el señor mayor cuyas canas se reflejan en el cristal de los escaparates. Cuando no tengo prisa, ralentizo el paso y mis neuronas provocan una mezcla de recuerdos y fantasía, creando un universo paralelo en el que sigo comprando libros y yendo al cine.

Jesús Lens

Compañeros de viaje

Entre canción y canción, a Loreena McKennitt le gusta contarle cosas al público. A través de su voz prodigiosa, te envuelve con sus palabras igual que con su música, embarcándote en un viaje espacio-temporal durante el que lo mismo despides a los elfos cuando se van a dormir en las brumosas montañas célticas que das palmas al calor de la hoguera en un alto de la ruta caravanera con la que estás atravesando Asia. (No dejen de leer aquí la prodigiosa crónica del concierto que hizo Juan Jesús García en el IDEAL de ayer)

Foto: Alfredo Aguilar

Pocas artistas tienen la capacidad de evocación de una Loreena McKennitt a la que el público granadino esperaba rendido de antemano y deseoso de revivir aquellos míticos conciertos de la Alhambra de hace ya tantos años, inmortalizados en un DVD cuyos poseedores atesoramos como oro en paño.

En una de sus alocuciones, tuvo palabras preciosas para toda la gente que la acompañaba en escena. Les alabó como los excelentes músicos que son, por supuesto, pero también como maravillosos compañeros de viaje. Y es que Loreena ha hecho del viaje y del descubrimiento de culturas una fuente de inspiración constante.

Nada más salir a escena recordó su paso por Granada, antes de ser una artista famosa, y reivindicó el papel de nuestra tierra como lugar de encuentro de culturas. Y habló de los árboles, de la importancia que deberían tener en nuestra vida. Curiosamente, el día anterior, la cantante Aurora Arteaga también desgranó un par de canciones inspiradas por los árboles en su concierto del Jazz en la Plaza del Centro Cultural Memoria de Andalucía, lleno hasta la bandera.

Loreena nos advirtió de los riesgos del falso progreso enfrentado a la naturaleza. Y nos encorajinó a recuperar los placeres sencillos de la vida, a la que conviene mirar de tú a tú, al natural, y no a través de una pantalla. Un mensaje que no aplicó, por ejemplo, al fulano del saquito a rayas que no dejó de enarbolar el móvil para grabar fragmentos de todas y cada una de las canciones, creyéndose un émulo de Almodóvar por hacer zooms con la pantalla táctil de su teléfono ¿inteligente?

Jesús Lens

Las derechas cobardes

Es la palabra del primer semestre del 2019. Cobarde. Y hablo con conocimiento de causa. ¿Por serlo? También. Pero, sobre todo, porque para escribir esta columna he hecho un profundo y sesudo estudio de campo con el que espero ganarme el respeto de Juanjo Cerero y el DataLab de IDEAL.

Empecé por googlear ‘derecha cobarde’ y, el algoritmo, además de devolverme casi cuatro millones y medio de referencias en medio segundo, me aconseja que busque ‘derechita cobarde’. Le hago caso y, con José María Aznar convertido en estrella, me encuentro múltiples acusaciones cruzadas, sobre todo entre Vox y PP.

En nuestro refranero apócrifo tenemos una frase recurrente que lo mismo se usa como ayuda motivacional que termina dando nombre a una rumba de Peret: nunca se ha escrito nada de un cobarde. Una frase más falsa que los discursos populistas de Trump, dado que la historia del arte y la literatura está repleta de historias protagonizados por cobardes de todo tipo y pelaje.

Será la edad, pero cada vez me siento más identificado con los cobardes. Con los prudentes. Con quienes se piensan las cosas un par de veces. Nuestras derechas, sin embargo, apuestan por el igualmente célebre ‘sujétame el cubata’, retándose sin cesar a través de la prensa y las redes sociales. Y con constantes apelaciones a los atributos masculinos por parte de sus corifeos, faltaría más.

Sigo googleando. ‘Ciudadanos cobardes’ nos devuelve citas de Rivera tildando con la coletilla de marras a los independentistas a la vez que sus colegas de derechas se la imputan a él. ‘Toro manso’ llegó a definirle Santiago Abascal, el macho man que no hizo la mili y se forjó al calor de los chiringuitos institucionales que tanto critica. Y es que a la ultraderecha le encantan los símiles taurinos, aunque al final todo sean metáforas y recursos dialécticos, como estamos comprobando en Granada.

Estoy cansado de baladronadas, fanfarronadas y bravatas baratas. Una ciudad, una región o un país no se gobiernan a base de pitones o testiculina. Rebajen el tono, por favor.

Jesús Lens

Entorno favorable para la ciencia

Me hubiera gustado disfrutar en vivo y en directo del Alhambra Venture organizado por IDEAL y conocer de primera mano los proyectos de los diferentes emprendedores de toda España que se han dado cita en el Palacio de Congresos, pero me ha resultado imposible.

Resulta muy atractivo todo lo que se está escuchando estos días sobre el mundo del emprendimiento digital: nuevas plataformas, e-learning, domótica, impresión en 3D y un larguísimo etcétera. Pero más allá de los proyectos concretos, me gustaría centrarme en la parte del ecosistema, del entorno.

Es uno de mis caballos de batalla: incidir en la importancia de convertir a Granada en modelo de ciudad creativa y científica, en imán para el talento. Al margen de la trascendencia del proyecto IFMIF-Dones y del acelerador de partículas, el gran mascarón de proa de Granada como potencia científica es nuestra UGR, que ha vuelto a quedar muy bien clasificada en el ranking de Shanghai. Y, de su mano, el PTS, otro de los grandes aciertos en la planificación y ejecución de la Granada del siglo XXI.

Por eso me ha gustado leer que un experto en innovación pide que se termine ya con la construcción de edificios para albergar semilleros de empresas, startup, etc. Seguimos pensando en el futuro con una mentalidad del pasado y gastando cantidades ingentes de dinero en infraestructuras del siglo XX.

Es necesario invertir en tecnología para retener la materia gris que produce nuestra UGR y, también, para atraer al talento científico, joven y emprendedor de fuera. Invertir en telecomunicaciones. En 5G. Convertir a Granada en el Neutron Valley del que hablábamos hace unos meses en esta columna. Es necesario construir una Granada dinámica, ágil e interactiva. Una Granada que ofrezca atractivos culturales, turísticos, gastronómicos, deportivos y de ocio a esas clases científicas y creativas que, hiperconectadas a través de sus móviles y sus portátiles, se mueven a la velocidad de la luz por todo el mundo.

El AVE, que era un requisito imprescindible, ya está aquí. ¿Qué toca hacer ahora? ¿Con qué nos ponemos?

Jesús Lens