A las Casas Ahorcadas de Cuenca hay que ir

Son de necesaria visita y obligado cumplimiento para los amantes del Noir. Las Casas Ahorcadas, el festival literario montado por Sergio Vera en Cuenca, convertido en lugar de culto donde reunirse al calor de lo mejor del género negro y policial.

Fui el año pasado por primera vez y, como confesé en alta voz durante una de las jornadas de la pasada edición de Granada Noir, me traje un montón de ideas. Me gustó el carácter diferente e innovador de un festival inspirador al que suelen ir algunos de los autores y autoras más interesantes del panorama literario español contemporáneo. Y algunos extranjeros, que este año vamos a tener el privilegio de escuchar a Massimo Carlotto, por ejemplo.

Para quienes programamos actividades culturales, es imprescindible salir por ahí, a ver qué se cuece en otros sitios. Y cómo se hace. Es igualmente necesario para experimentar en vivo y en directo cómo funcionan los programas diseñados sobre el papel, la reacción del público a las charlas, la interacción de los invitados y la acogida de las diferentes actividades, conferencias y mesas redondas.

Los festivales literarios son especialmente complicados en ciudades como Granada, cuya profunda agenda cultural ofrece todas las semanas varias presentaciones de libros y diferentes conferencias, seminarios o encuentros de todo tipo. Es necesario afinar muy bien para ofrecer propuestas interesantes y atractivas para el público. Y ahí, la capacidad de comunicación de los ponentes es esencial, al margen de la imprescindible calidad de sus obras, algo que, como al militar el valor, se les presupone.

Así, el año pasado tuvimos ocasión de conocer a José Antonio Pérez Ledo, un tipo proteico que lo mismo escribe novelas que es guionista de talk shows, monta espectaculares podcasts y publica tebeos tan interesantes como ‘Los enciclopedistas’.

En Casas Ahorcadas también vi las enormes posibilidades del debate sobre corrupción y novela negra que replicamos en Granada Noir, con Graziella Moreno y Carles Quílez en apasionante conversación con Quico Chirino.

Este año tengo especial interés en reencontrarme con Domingo Villar, que ha vuelto a la primera línea de la actualidad editorial con la publicación de su esperadísima ‘El último barco’, la nueva aventura del inspector Leo Caldas. Es una de las novelas, además, que leeremos en el Club de Lectura de Granada Noir en las próximas semanas, así que pienso sacarle hasta el tuétano al autor gallego.

Les hablaba de Massimo Carlotto, un autor total que lo mismo escribe novelas que obras de teatro, hace reportajes para revistas o colabora con la prensa más comprometida. Su historia es fascinante: en 1976, con 19 años de edad y militante del grupo izquierdista Lotta Continua, es testigo del asesinato de una joven estudiante. Se presenta ante la policía italiana para declarar, pero termina imputado como autor de un delito de homicidio.

Absuelto en primera instancia, fue condenado a 18 años de prisión tras la apelación. Pendiente del cumplimiento de la condena, en 1982 decide exiliarse, primero a Francia y después a México, donde es detenido por la policía y extraditado a Italia, donde es encarcelado. Tras una revisión del caso, la condena se reduce y, finalmente, gracias a la presión popular, Carlotto es indultado en 1993.

A partir de 1995 comienza su exitosa trayectoria literaria con la publicación de ‘La verdad del caimán’, una excelente novela en la que el autor italiano también da rienda suelta a su pasión por el blues. Aunque sus libros han sido traducidas al castellano, su distribución fue dispersa. Eso sí, en 2018 se reeditaron sus dos primeros títulos en formato de bolsillo, lo que supone una inmejorable oportunidad para reencontrarnos con el Caimán.

Por Cuenca pasarán ese imprescindible dúo dinámico noir de nuestras letras conformado por Nieves Abarca y Vicente Garrido, ganadores del Tormo Negro, el premio que cada año concede el Club de Lectura de Las Casas Ahorcadas a su novela preferida del ejercicio. Y estará Carlos Bassas, que publicará su ‘Soledad’ a finales de mayo. Ya he tenido la oportunidad de leerla y les aseguro que, siendo dura como una pedrada en el occipucio, va a dar mucho que hablar.

Pero sobre todo, uno va a los festivales esperando descubrir cosas nuevas. A autores que no conocía. Libros que no había leído y de los que no tenía noticia. Savia fresca. Los festivales también tienen que ser eso: territorio de aventura al que acercarse sin saber exactamente qué se va a encontrar. No hay nada más aburrido que el tedio de la previsibilidad… ni nada más placentero que la sorpresa del descubrimiento.

La responsabilidad de los programadores es ofrecer una propuesta de actividades de calidad contrastada que, al margen del mayor o menor nombre de sus protagonistas, resulte interesante y atractiva para el público. ¡Espero que a la gente de Cuenca le guste ‘Black Water’, la presentación que les llevo este año!

Es para eso -además de para pasarlo bien, obviamente- para lo que viajamos a festivales originales, novedosos y diferentes como Las Casas Ahorcadas, Aragón Negro, Bruma Negra o el Quais du Polar. Para ver, escuchar, descubrir, compartir, ofrecer, mostrar, aprender… y tratar de replicar las mejores prácticas en casa, en Granada Noir y en Gravite.

Jesús Lens

La gestión del silencio

No hay nada más complicado, en el proceloso mundo de la dialéctica, que administrar los silencios. Siempre que doy cursos y charlas sobre comunicación, se lo advierto al alumnado, poniendo como ejemplo al auténtico maestro en eso de quedarse callado: Jesús Quintero.

El Loco de la Colina le sacaba más verdades a sus interlocutores callando que friéndoles a preguntas. ¿Se acuerdan de aquellos hondos silencios, en los que parecía que el tiempo se detenía y el entrevistado, sin saber qué hacer, acababa diciendo en alta voz lo que jamás hubiera sospechado que iba a confesar?

No nos llevamos bien con el silencio. No estamos acostumbrados a él. Vivimos en una sociedad eminentemente estruendosa. ¡Qué les pregunten a los cada vez más escasos vecinos de la Plaza del Carmen, hartos del ruido imperante en los aledaños del Ayuntamiento!

Aun así, el silencio está teniendo mucha presencia en los debates de la campaña electoral. Hemos podido escuchar a Cayetana Álvarez de Toledo apelar a él durante una aberrante intervención en que mezclaba el silencio, las violaciones y el consentimiento.

En el debate del lunes, Rivera se deslizó por el filo de la navaja con su afectada y teatrera -que no teatral- apelación al simon-garfunkeliano sonido del silencio. Al principio, pensé que se refería a las mujeres, ausentes en este Todos contra Todos y solo visibles en televisión… mientras pasaban la mopa.

Sánchez y Casado fueron más prudentes en su gestión del silencio, haciendo bueno el Tractatus de Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar, es mejor callarse”. Interpelados por Rivera e Iglesias por la cuestión de los pactos post-electorales, se hicieron los longuis.

Casado sabe que necesita a la ultraderecha, pero no lo quiere confesar en alta voz. Ni puede comprometerse a hacer presidente a Rivera, llegados a un rocambolesco recuento de sufragios. Por su parte, Pedro negó tres veces a Pablo, como si siguiéramos en Semana Santa, no sea que al final haya que centrarse. O algo.

Para silencio estruendoso, el de Casado frente a las 127 iniciativas votadas al alimón entre el PP vasco y Bildu y las siniestras manos manchadas de sangre. ¡Ahí sí se pudo escuchar un largo, espeso y genuino sound of silence!

Jesús Lens

Libro: Manual de Instrucciones

—¿En serio? ¿En serio nos vas a dar un manual de instrucciones sobre… un libro?

Es cierto que, en principio, todo el mundo sabe usar un libro. Es bien sencillo, ¿verdad? Lo primero es elegir un buen ejemplar y sopesarlo en las manos. Deleitarse con la cubierta y echarle un vistazo a la contraportada, a ver qué cuenta. Pero ojito con los resúmenes, que los departamentos de marketing de algunas editoriales son más propensos a los spoilers que Twitter después de la emisión de cada capítulo de ‘Juego de Tronos’.

Es bueno, también, echarle un ojo a la biografía del autor, aunque no deben detenerse demasiado en su foto de la solapa. En unas ocasiones, te encuentras con la torva mirada de lo que parece un preso preventivo detenido tras una noche de altercados y borrachera. Y es que nadie dijo que para ser buen escritor haya que saber posar. Otras veces, la pose de autor es tan afectada -mano en la barbilla, mirada perdida en el horizonte, gorra o sombrero estrafalario, emocionado abrazo al propio libro…- que dan ganas de salir corriendo y no parar hasta batir el récord del mundo de media maratón.

Es importante, también, abrir las páginas del libro y comprobar el tipo, el tamaño de la letra. Sobre todo, a partir de cierta edad. Hay a quien le gusta, incluso, llevarse el libro a la nariz y olerlo, como si quisiera captar su bouquet o, a través de la tinta, rastrear los matices de la escritura, los aromas primigenios de la narración.

Y picotear. Leer al azar algunos párrafos y frases sueltas. Algún diálogo. Comprobar cómo les suena la escritura del autor, cómo fluye. Y si les convence el ritmo y la cadencia de la prosa, si se creen lo que dicen los personajes y cómo hablan, cómo se expresan.

—¿Todo eso, para elegir un libro?

Sí. Y no es una cuestión baladí: según las últimas encuestas, un 40% de españoles no lee jamás un libro. Y eso no es, no debería ser normal.

Por todo ello, hoy, Día del Libro, vayan a una librería, busquen, comparen y, en caso de duda, pregunten a los libreros, los auténticos influencers de esto de la lectura.

Jesús Lens

¿A setas o a saetas?

El chiste es muy antiguo y está más repetido que ciertos políticos en las listas electorales para el Ayuntamiento de Granada, pero me viene al pelo de lo que les quiero contar.

Aunque el original está protagonizado por dos vascos, es extensivo a cualquier comunidad, sea foral o autonómica. Los protagonistas son Patxi e Iñaki, que han madrugado para salir al monte en busca de setas. Van charlando tan tranquilos mientras se agachan para cortarlas y echarlas en una cesta.

—Oye Patxi, ¡qué cantidad de setas! Nos vamos a poner moraos…

—Y tanto que sí, Iñaki

—¡Ostras Patxi! ¡Mira ahí! ¡Un Rolex nuevecito!— dice Iñaki mientras se agacha a recoger el peluco.

—A ver Iñaki, ¿a qué estamos, a Rolex o a setas?— le espeta Patxi, mirándolo con una expresión entra la superioridad y el desprecio.

Esta Semana Santa había decidido quedarme a setas, en Granada. Me aclaré la agenda de estos días, algo teóricamente no tan complicado, y me dispuse a escribir, largo y tendido. A escribir de esos temas alejados de las urgencias y del día a día…

¿El resultado? Manifiestamente mejorable. Por razones diversas no escribí todo lo que me hubiera gustado. Y, encima, no vi ninguna procesión. O sea que ni me he hartado de setas, ni he escuchado saetas.

Confieso que no soy muy de procesiones, pero cuándo he visto los Gitanos o el Silencio, he quedado profundamente conmovido. Hay que ser de piedra para que no te impresione algo así. Recuerdo otra vez, volviendo a casa, que me crucé con una procesión por San Antón, con toda la iluminación callejera apagada. Recuerdo la música de las cornetas y los tambores rasgando el oscuro silencio de la noche y sacudiéndome como un electroshock.

Me he quedado a setas y le he dado la espalda a las saetas. Una tontá como otra cualquier, estando en Granada. Qué pena, por cierto, las procesiones que no han podido salir. Todo el que haya estado un año preparando cualquier cosa sabe el dolor y la frustración que provoca una anulación de última hora.

Foto Pepe Marín

Así las cosas, ya tengo un propósito para el próximo año: si me quedo en Granada por setas, también saldré a escuchar algunas saetas.

Jesús Lens

Voto útil vs. Voto fútil

A la espera de analizar en profundidad los datos de la encuesta sobre intención de voto en las elecciones del próximo domingo que publica hoy IDEAL, me asaltan varias dudas motivadas por cómo se ha planteado la campaña electoral, de acuerdo con el tenso clima político que nos ha tocado vivir.

Nunca imaginé que la política española pudiera derivar en el frentismo al que se ha visto abocada esta campaña, hasta el punto de que la mayoría de mensajes están dirigidos contra el otro, más que al planteamiento de un programa electoral propio, creíble e ilusionante para la gente.

¿Cuánta gente va a votar contra algo o contra alguien, más que a favor de un conjunto de propuestas constructivas y de futuro? Ítem más: ¿cuánta gente está dispuesta a introducir su sufragio en la urna pensando íntimamente que cuanto peor, mejor? De ahí la doble apelación de los políticos en campaña a luchar contra la abstención y a favor del voto útil.

La batalla por la participación electoral va bien encauzada. Gente que se abstuvo consciente y activamente en las andaluzas va a comparecer en las urnas. El misterio es a quién votará.

Forges lo tenía claro. Llegado el caso…

Voto útil, dicen. Votar a X para evitar una disgregación de sufragios que beneficiaría a Y. Votar a Z para que a W no le alcance a formar gobierno. Y en medio de todo este ruido mediático, con el despropósito del debate sobre los debates de fondo; la duda metódica: ¿y por qué no votar a F?

F, en esta hipótesis, es el voto fútil. El voto inútil, desde la perspectiva de las posibilidades de gobierno. Para unos, es un voto romántico, apoyar opciones con nulas posibilidades de aupar a un congresista o a un senador a su escaño. Un ejercicio de compromiso y coherencia. Para otros, es tirar el voto a la basura, literalmente hablando.

Dicen, también, que son las elecciones más importantes de nuestra historia democrática. Que es necesario posicionarse. Que no valen titubeos ni medias tintas.

Es cierto que vivimos bajo la amenaza de una regresión en derechos y libertades, en conquistas sociales; pero agobia tanta presión, tanta exigencia. Agobia hasta el punto de confundir el voto útil con el voto fútil.

Jesús Lens