La cultura; ahí, ahí…

Se acaban de publicar los resultados del Informe sobre el Estado de la Cultura de la Fundación Alternativas. Y, aunque resultan algo mejor que los de años anteriores, tampoco son como para tirarnos de cabeza a los bares y brindar desenfrenadamente.

Al mejorar la situación económica general, también mejora la industria cultural. Pero al hacerlo de forma desigual y a la velocidad de un caracol artrítico, la cosa de la cultura no es que haya cogido velocidad de crucero, precisamente.

Si las actividades culturales suponen hoy un 2,5% del PIB -un 3,2% si se suman las actividades provenientes de la propiedad intelectual-, en el momento de la explosión de la burbuja inmobiliaria y la entrada en barrena en la crisis, en 2008, los porcentajes eran del 2,8% y del 3,6%, respectivamente. Una pérdida muy apreciable.

Otro dato muy ilustrativo: si en 2009 teníamos 87.894 empresas culturales censadas en España, en 2016 había la nada desdeñable cantidad de 114.099. Ese dato, que podría considerarse un éxito sin precedentes, se ve matizado por otra cifra, letal en este caso: en 2009, las empresas culturales empleaban a 591.200 personas. En 2016, tan solo tienen a 544.700 empleados. Ustedes saben lo que esto significa: precariedad, autoempleo y supervivencia pura y dura.

Y si hablamos de gasto familiar en cultura, de los algo más de 16.000 millones del 2008 hemos pasado a los poco más de 14.000 del 2016. O, lo que es lo mismo: cada español gastaba 368 euros en esta materia al comienzo de la crisis mientras que, en 2016, tan solo invertía 306 euros.

Y el dato auténticamente demoledor: la crisis se ha llevado un 50% del gasto público en cultura. Así como lo oyen. La mitad. Y de un plumazo. O dos. De ahí que resulte hiriente escuchar a determinados políticos, sobre todo a los del partido en el gobierno, con el discurso de sus bondades en la boca.

El mundillo sobrevive a base de una portentosa imaginación, ímprobos sacrificios y a través de la muy española táctica de la guerra de guerrillas. Ahora que empiezan las diferentes campañas ante-pre-electorales, habría que ir pidiendo a los unos y los otros que se mojen y nos hablen de sus proyectos de política cultural para cuando estén en el gobierno. El PP, que no se moleste: lo tenemos muy claro.

Jesús Lens

Lanjarón: el agua que más sabe

“Líquido transparente, incoloro, inodoro e insípido en estado puro”. Así describe la RAE al agua, “el componente más abundante de la superficie terrestre y el mayoritario de todos los organismos vivos”.

Agua somos y en agua nos convertiremos. Y, en el tránsito, el agua es elemento esencial de nuestra vida. Sin embargo, acostumbrados a que forme parte de nuestro día a día más cotidiano, corremos el riesgo de no concederle la importancia que se merece.

En Lanjarón saben bien que pocas cosas hay más placenteras que un buen trago de agua fresca, cuando tenemos sed. Incluso cuando no la tenemos. Y lo saben desde hace 200 años, nada menos. 200 años de historia de Lanjarón, el agua de Sierra Nevada, una marca que goza de una excelente salud, en pleno crecimiento y expansión, tanto en el ámbito doméstico como en el hostelero. (Aquí, columna en IDEAL sobre mi última visita a Lanjarón y AQUÍ, artículo en el suplemento económico Expectativas, sobre la empresa Agua de Lanjarón)

Lo explica muy bien François-Xavier Lacroix, director general de Aguas Danone, cuando dice que es necesario educar el paladar para aprender a disfrutar del agua. Y hacerlo desde muy pequeñitos, para que los niños sepan apreciarla. Por eso, Lanjarón tiene una línea de envases juguetones con forma de animalitos, para que la gente menuda identifique el agua con algo agradable y divertido, de forma que esa imagen no sea privativa de zumos y refrescos.

“Nuestra competencia nunca es el agua del grifo”, insiste François-Xavier, para quién es importante que la gente se acostumbre a disfrutar del agua, a comer con ella, a paladearla y saborearla. Convertirla en parte de su dieta cotidiana, tanto en casa como al salir fuera.

En ese sentido, las nuevas botellas de vidrio, con un diseño moderno y vanguardista, hacen que pedir agua en un bar o un restaurante se convierta en algo atractivo, revestido de un punto de glamour. De hecho, el agua con gas cada vez tiene más penetración en el sector de la hostelería, una bebida muy demandada por el cliente extranjero a la que cada vez se aficiona más el cliente nacional.

Un agua con gas que, servida con hielo y limón, por ejemplo, se convierte en un estupendo, sano e inocuo trampantojo líquido que da muy bien en las terrazas y en las barras de los bares, a la hora de las copas… y del postureo etílico.

Los responsables de Lanjarón también saben que su agua, el agua de Sierra Nevada, es especial. Un agua que, desde que llueve, tarda entre tres y cinco años en convertirse en el agua de Lanjarón que tanto apreciamos, filtrándose a través de la roca, mineralizándose poco a poco, hasta desembocar en los fértiles manantiales alpujarreños.

De ahí el estricto cuidado en los análisis diarios del agua que se embotella y en las catas especializadas: solo los estándares de calidad más altos y exigentes son admisibles. Porque aguas hay muchas, pero como la de Lanjarón, solo una: la que proviene de las altas cumbres de Sierra Nevada.

Precisamente por eso, la conservación del medio ambiente es algo irrenunciable para Lanjarón: de la calidad y la pureza del agua de Sierra Nevada depende su producto. De ahí que, además de estar a punto de lanzar una botella fabricada al 100% de PET reciclado y reciclable, el llamado Proyecto Lanjarón contribuya a la lucha contra el abandono de residuos o a la limpieza de distintos puntos de nuestro litoral.

Y otro proyecto con una enorme carga simbólica: el cuidado y recuperación de las acequias alpujarreñas que históricamente han servido de conducción para el líquido elemento. Porque en aras de la calidad y la sostenibilidad, tanto del agua como del medio ambiente en general, el pasado y el futuro, la tradición y la innovación; deben seguir yendo de la mano.

Jesús Lens

El Conde: un periplo gustativo muy vistoso

Si hay una receta con la que todas y cada una de nuestras madres y abuelas se alzarían con el Masterchef de nuestras emociones, es la de las croquetas. Ya pueden decir los críticos lo que quieran: como las croquetas de nuestras  madres no hay ningunas.

Precisamente por eso, una carta que ofrece Croquetas caseras de jamón según la receta tradicional de la abuela, tiene tanto de reto y de desafío como de declaración de intenciones. ¿Y el resultado conseguido por el equipo de El Conde? Espectacular. Caseras, caseras. Hacía mucho tiempo que unas croquetas, doradas y crujientes por fuera y tiernas, suaves y cremosas por dentro; no me recordaban tanto a las de mi madre.

El Conde es un coqueto restaurante que, en el pujante entorno de la calle Varela, recibe al visitante con una decoración muy atractiva, combinando motivos viajeros en las estanterías con arte en las paredes y, discretamente repartidas, ristras de ajos, pimientos y chacinas o colecciones de botellas, corchos y diferentes detalles que le dan calor y familiaridad al establecimiento.

La carta, no muy extensa, pero ajustada y bien rematada, permite disfrutar una serie de platos muy sabrosos y con fuerte personalidad. Para empezar, una suculenta minihamburguesa servida como tapa de la Alhambra Especial de grifo, bien servida en copa tallada, con la cantidad justa de espuma y fuerza en su interior.

Tras una cata de aceite, unas aceitunas rebozadas, muy crujientes, le dan un giro muy original a un aperitivo que, de esa manera, resulta diferente y novedoso. Y la tortillita de camarones, con un toque dulce de mermelada de mojito, resulta igualmente deliciosa, con todo el aroma del mar en cada bocado.

El El Conde, partiendo de unas materias primas excelentes, cuidan tanto los sabores como el aspecto visual de los platos, algo esencial en los tiempos de las redes sociales, donde están muy presentes con el hashtag #EstiloConde. Una carta que cambia dos veces al año, apostando por las novedades que el equipo encuentra en los viajes gastronómicos que hacen, todos juntos, en las temporadas de cierre. El último, a Valladolid y Bilbao, por lo que ahora trabajan los pintxos con especial cariño.

Muy interesante el salmorejo, convertido en uno de los platos estrella de la gastronomía contemporánea. En El Conde está perfecto, con el grado justo de espesor y la cantidad exacta de jamón y huevo. Y la pequeña hamburguesa servida como aperitivo tiene en la carta a toda una hermana mayor, llamada Alma: 200 gramos de carne de buey 100% con queso puro de oveja, lechuga, tomate, patatas, salsa de Jack Daniel’s y pickle de cebolla.

Otro plato imprescindible es el Pollo con salsa El Conde: solo pechuga, cortada en forma de lágrimas para que la salsa la acompañe por los cuatro costados. Suave y tierna, invita a mojar pan en una salsa que es una variante casera de la Strogonoff.

Y para los amantes de las patatas bravas y los amigos de los sabores más fuertes, una estupenda noticia: en El Conde, las patatas bravas son bravas de verdad. De hecho, las sirven con una cápsulas transparentes de plástico que albergan dosis extra de picante “Balotelli”, para quiénes quieran convertir en ardiente una salsa casera de lo más sabrosa.

Otro descubrimiento realizado en uno de los viajes gastronómicos del equipo son las Albóndigas de calabacín, mezcladas con una salsa de origen griego que realza el sabor algo plano del vegetal. Mucha atención, igualmente, a las tablas de ibéricos y a la morcilla y chorizo de Noalejo.

Y resulta encantadora la Carta de Vinos, diseñada por el propio equipo de El Conde a modo de guía de viajes y en la que se descubrirán vinos buenos, nuevos y diferentes, pero de precio asequible y ajustado.

Así las cosas, no duden en dejarse conducir por el sabroso periplo gustativo que propone la gente de El Conde. Lo disfrutarán.

Jesús Lens