Pésimas decisiones

Estos días comparten titulares dos presuntas y presumibles nefastas decisiones, una atribuible a la inteligencia humana y la otra, a la artificial.

Por un lado, alguna mente pensante dio la orden de desaguar el embalse del Cubillas durante la madrugada del sábado al domingo. Cumpliendo estrictamente con el protocolo, los responsables de la Confederación Hidrográfica avisaron a Emergencias para que cortaran las carreteras afectadas y, sin siquiera emitir un ¡Agua va!, anegaron la vega y contribuyeron a provocar un terrible desastre agrícola.

Por otra parte, un coche autónomo de Uber atropelló a una mujer en Arizona, cuando presuntamente cruzaba la carretera por una zona no habilitada para ello.

En ambos casos, los protocolos parecen haber funcionado bien y las decisiones tomadas, si bien no se pueden calificar de acertadas a la vista de los resultados, tampoco podrían ser consideradas como completamente erradas. Que hay matices, peros y explicaciones. Dicen…

A la espera de datos más precisos, fantaseo con las decisiones que habría tomado la Inteligencia Artificial de haber estado al mando de la CHG y qué habría hecho un conductor humano en el caso del atropello.

Sobre esta segunda cuestión es más fácil opinar, aunque carezcamos de información precisa sobre el accidente de Arizona: un conductor humano hubiera hecho todo lo posible por evitar el atropello, por muy mal que estuviera cruzando la víctima. Después, se hubiera bajado del coche y le habría armado un vocinglerío de aquí te espero o se habría tomado un ansiolítico. Sobre la reacción de la Inteligencia Artificial que conducía el coche al tener conocimiento del atropello, sin embargo, no ha trascendido nada.

Ahora, la otra incógnita: ¿habría previsto un robot las consecuencias de desaguar un embalse, en plena tromba de agua, para los intereses de los agricultores? Siendo tan lista como presumimos que es, fijo que sí, que la Inteligencia Artificial habría tenido en cuenta esa y otras mil variables. Pero, ¿le habrían afectado a la hora de tomar la decisión o, sencillamente, hubiera actuado de acuerdo con el protocolo?

El ejemplo del coche de Arizona ha hecho saltar todas las alarmas: ¿hizo todo lo humanamente (sic) posible por evitar el atropello o se limitó a cumplir con el ordenamiento de tráfico, con independencia de las consecuencias? Porque, en ese caso, la Inteligencia Artificial hubiera sido capaz de convertir toda nuestra vega en una marisma…

Jesús Lens

Hablar del tiempo

El pasado sábado, antes de conversar con Hernán Migoya y Bartolomé Seguí en el Salón del Cómic de Granada acerca de su adaptación en viñetas de la novela “Tatuaje”, de Manuel Vázquez Montalbán; comentamos la histeria en la que estamos empezando a entrar, con la cuestión del tiempo. Del tiempo atmosférico, me refiero.

Es normal mirar las previsiones cuando se trata de irse de viaje. O si estás en la montaña y piensas emprender una travesía. Pero, ¿es necesario manejar una App sobre presión atmosférica y probabilidades de lluvia para decidir si sales de casa y vas a Puerta Real, a escuchar a todo un Premio Nacional del Cómic?

Lo he dicho otras veces y no me cansaré de repetirlo: cuanta más tecnología tenemos a nuestro alcance, más gilipollas nos volvemos. Y no por la tecnología en sí, que su desarrollo siempre es positivo y necesario, sino por el uso de hacemos de la misma. Un uso paradójicamente reduccionista y empobrecedor.

De hecho, empezamos a utilizar la tecnología aplicada a los fenómenos meteorológicos como coartada: “con lo que va a llover, mejor no salimos, nos quedamos en casa y hacemos un maratón de Netflix o vemos seis partidos de fútbol seguidos, que el primero empieza a las 13 horas… para que lo vean en Shanghai”.

¿En Shanghai? ¿Seguro? ¿No será, más bien, para que haya fútbol en la tele, desde el amanecer?

Charlie Brooker, el responsable de “Black Mirror”, debería dedicar un capítulo de su distópica serie a la parálisis en que nos sume la tecnología del clima: cabalgatas de Reyes adelantadas no sea que llueva, gente que no sale a correr o a pasear por el parque por las alertas amarillas o naranjas, voyeurs parapetados en los balcones de los apartamentos de la playa buscándoles las vergüenzas a los fenómenos costeros…

¿Cuantísimas horas no le habrán dedicado los medios de comunicación al tiempo, en lo que va de año? El tiempo, un inane tema de conversación que, antaño, solo servía para entretener la espera del ascensor.

Es tal el empacho de información climatológica que, cuando llegan las noticias de verdad, como los desbordamientos de los ríos, los campos anegados y los chiringuitos arrasados; ya nos encuentran hartos y anestesiados, hasta el colodrillo de tanta cháchara incesante, y corremos el riesgo de no prestarles la atención que se merecen. Ahora sí.

Jesús Lens

Mea culpa lingüística

Tengo que entonar un sincero y sentido mea culpa por la columna de ayer, dedicada a una docencia que cree en la originalidad, la innovación y el uso de nuevas metodologías a la hora de impartir clases.

Todo comenzó cuando tuiteé la columna, titulada “Profesores felizmente raros”, (leer AQUÍ) y @generoenaccion me afeó el no haber incluido a las mujeres en el texto, hablando de alumnos y profesores. Me gustó que, además del nickname, la que hablara fuera una persona con nombre y apellido: María Martín, seguidos de toda una declaración de principios: Formación feminista.

También reconozco que, al principio, me reboté un poco: “ya estamos con el reiterativo discurso de género”, pensé. Además, me incomodó una cierta acritud en otro de sus tuits: “Modelos diferentes, novedosos y exitosos en los que las mujeres permanecemos invisibilizadas bajo el manto del masculino supuestamente genérico. ¡Qué diferencia, qué novedad, qué éxito!”.

Mi primera reacción fue pasar del tema, no contestar y olvidar la cuestión. Entonces, volví a leer mi columna. Y María tenía razón: había abusado innecesariamente del uso de palabras como “profesores” y “alumnos”, de forma vaga y acomodaticia.

Cuando escribo, no me gusta utilizar la duplicidad femenino/masculino -profesoras y profesores- ni la cosificación que conlleva usar términos neutros como “profesorado”, que restan fuerza a los textos y los hacen planos. Sin embargo, lo cierto es que no hubiera estado de más comenzar por un “profesoras y profesores”. Máxime, porque son dos mujeres quiénes más me han marcado en mi trayectoria formativa e intelectual: mi madre, Maria Julia, profesora en el Sagrado Corazón; y Cecilia, profesora en el Colegio Cajagranada.

Una vez citados ambos géneros al principio del artículo -o de un discurso, en su caso- no hubiera resultado necesario insistir en la duplicidad: ya ha quedado clara la voluntad inclusiva. A partir de ahí, María me animaba a utilizar palabras como “docentes” o “profesionales”. Y puntualizaba: “a veces, no es la palabra, es la frase la que necesita una vuelta. Con quién maneja la lengua como tú, las opciones llegan con el uso”.

Y ahí es donde lo vi claro. ¡Touché! Al escribir, me esfuerzo en ser original, utilizar metáforas, manejar un lenguaje amplio, no caer en reiteraciones… me concentro en muchos aspectos, menos en utilizar un lenguaje no sexista que, desde hoy, trataré de interiorizar para hacerlo mío. ¡Gracias, María!

Jesús Lens

Docencia felizmente rara

En los Máster universitarios y diferentes cursos que imparto sobre Comunicación, procuro terminar con una anécdota que deja a alumnas y alumnos bastante sorprendidos, por no decir estupefactos: en 2014, Gerrit Zalm, presidente del banco holandés ABN Amro y ex ministro de Finanzas del país neerlandés, se presentó ante sus empleados, en un evento corporativo, disfrazado de su hermana Priscilla.

Pero lo auténticamente llamativo del caso era que Priscilla salía al escenario vestida con un vistoso traje azul eléctrico, capa y pelucón… en su calidad de encargada de un burdel, con el objetivo de mostrar a sus empleados las enseñanzas que un banquero puede obtener de un negocio con miles de años a sus espaldas y basado en tres valores fundamentales: seriedad, profesionalidad y ambición; requisitos imprescindibles para superar las expectativas del cliente.

¿Se imaginan el impacto, entre la plantilla? (Tenéis el vídeo completo ahí abajo) Pensar que algo siquiera parecido pudiera darse en España es completamente ilusorio, con lo serios y pagados de nosotros mismos que creemos. Aquí somos más del estilo Camacho: apariencia, litros de sudor agrio y cojones, muchos cojones.

Sin embargo y por fortuna, hay docentes hartos de la rutina de siempre y empeñados en innovar en sus clases, mostrando a los estudiantes que hay otros mundos, estando en éste. Por ejemplo, Javier Lozano, profesor de la Universidad Loyola de Andalucía que, en sus clases, utiliza referentes como Bola de Dragón, Stranger Things, The Walking Dead, Paquita Salas u OT.

¿Y qué me dicen de la maravillosa página que Andrea G. Parra le dedicó ayer en IDEAL a Isaac J. Pérez López, recientemente elegido como uno de los cinco mejores profesores de España?

Es una de esas páginas que recorto y guardo como oro en paño: aplicar a sus clases de Educación Física lecciones de Star Wars o de Juego de Tronos, introducir al Guerrero de Nautalia o La Profecía de los Elegidos y animar a su alumnado, hablando de la mítica banda AC/DC, diciéndoles “que tenemos que crear en nuestros alumnos, cuando seamos profesores, las mismas sensaciones que tiene una persona cuando va a un concierto de esa banda”.

Un docente al que llaman el “inventor” y cuyo despacho, la Guarida, es una mezcla de museo y laboratorio donde crea juegos de cartas, videojuegos y todo tipo de estrategias que utilizan la ficción, la música y la imaginación como innovadoras herramientas docentes.

Jesús Lens

Responsabilidad y vergüenza

Un mismo escrito. Dos diferentes interpretaciones. Una enorme paradoja. Todo ello confluye en el escrito de acusación presentado por el Ayuntamiento como parte personada en el caso Serrallo que “exime” a seis de los concejales que ahora mismo forman parte del consistorio y que estaban en aquella junta de gobierno que tomó ciertas decisiones muy cuestionables.

XXX. FOTO: ALFREDO AGUILAR

El Ayuntamiento acusa al ex alcalde Torres Hurtado y a la ex concejala de Urbanismo, Isabel Nieto; pidiendo para ellos mucha cárcel y mucha pasta, pero a ningún otro concejal de aquella infausta corporación local.

Para unos, los concejales votaron de acuerdo con los informes técnicos y, por tanto, no cometieron delito alguno. Para otros, como IU, este escrito “nos vuelve a llevar a sospechar que existe un pacto encubierto entre PP y PSOE para taparse las vergüenzas unos a otros. Exigimos una rectificación”.

Si preguntan ustedes a personas del sector privado obligadas a lidiar con la administración en cuestiones como urbanismo, les dirán que no hay quien firme un papel, una autorización, una licencia, un permiso.

Por ejemplo, la denuncia de Francisco Carmona, presidente de la patronal andaluza Fadeco Contratistas: el Plan de Construcción Sostenible lanzado entre alharacas en febrero de 2015 apenas se ha puesto en marcha y no hay manera de encontrar personal cualificado en Andalucía que se adapte a los requerimientos de un sector en plena evolución: cuatro años sin planes de formación han dejado obsoletos a miles de trabajadores, lo que redunda en una baja productividad que se utiliza como excusa para la congelación de los salarios.

Términos como urbanismo o formación son anatema en nuestro entorno. Se han convertido en tóxicos, en puro veneno. De ahí que, volviendo al caso Serrallo, el Ayuntamiento trate de sentar un precedente para que los concejales no tengan la presión de una amenazadora Espada de Damocles, cada vez que votan una resolución.

¿Ejercicio de responsabilidad o taparse las vergüenzas? Complicado tenerlo claro, que también nos escandaliza la excesiva y paralizante intervención jurídico-penal en mil y un asuntos de ámbitos muy diferentes. ¿Dónde está el término medio entre el exceso y el defecto, entre pasarse y quedarse cortos?

Termino con la paradoja: que hubiera seis concejales del PP investigados por el caso Serrallo fue lo que impidió la moción de censura al gobierno municipal del PSOE. La cuestión era… medir bien los tiempos.

Jesús Lens