La vida es un cabaret

Consumimos los últimos suspiros del año 2017 entre pesadas y largas digestiones y los planes para el despiporre de fin de año, con ganas de darle matarile a un ejercicio tanto o más complicado que sus predecesores y antesala de 365 días… que tampoco serán fáciles. Ni muchísimo menos. Por eso, el cuerpo pide fiesta, locura, abandono y desenfreno.

El Rincón Oscuro, en IDEAL

Históricamente, las fiestas más desmadradas y espectaculares se han celebrado en tiempos difíciles y complejos, tumultuosos y propicios a cambios vertiginosos. Ya lo cantaba Sally Bowles, a comienzos de los años 30, sobre el escenario del Kit Kat Club berlinés: la vida es un Cabaret que invita a beber champán, a gozar del jazz, a hacer sonar los tambores y a disfrutar de un buen jolgorio.

“Cabaret”, película mítica de Bob Fosse, filmada en 1972 e interpretada por una majestuosa Liza Minelli, mostraba la contradicción de una Alemania libertina y desenfrenada que, sin embargo, ya empezaba a sufrir los primeros embates del nazismo que estaba por llegar, poniéndolo todo patas arriba. Ahora, recuperando aquel espíritu contradictorio, nos llega una de las mejores series europeas de los últimos años, “Babylon Berlín”, que nos transporta a la capital alemana de los años 20 del pasado siglo, uno de los momentos estelares en la historia de la humanidad.

Cuando digo que la serie nos transporta a otra época, no exagero un ápice: son tales el cuidado en el detalle y el preciosismo en la ambientación que cada episodio de “Babylon Berlín” se transforma en un viaje a un pasado mítico, a una época convulsa en la historia del Viejo Continente… que terminó de la peor manera posible. Sin embargo, las contradicciones y dificultades sociales, políticas y económicas de la Alemania de los años 20 y de la República de Weimar supusieron, paradójicamente y desde un punto de vista artístico y creativo, uno de los momentos cumbres de la cultura europea, como la editorial Taschen mostrará, con todo lujo de detalles, en uno de sus libros más esperados: la edición en inglés de “La noche cae sobre Berlín durante los locos años veinte”, de Robert Nippoldt y Boris Pofalla.

“Un paseo por un tiempo tan presente y apasionante como ningún otro de la historia alemana”, define al libro uno de sus autores. “Explore el Berlín de la década de 1920, las luces brillantes, los susurros entre bastidores y los frágiles consensos políticos… un vívido retrato de las personas, los lugares y las ideas de una metrópolis efervescente durante una década de gran transformación”, nos sugiere la editorial.

Mientras nos comemos las uñas, esperando la edición del libro, podemos matar el gusanillo disfrutando de esa “Babylon Berlín” que le pone imágenes, música y ambientación a aquellos tiempos difíciles, a través de una trama policíaca protagonizada por Gereon Rath, un joven policía de Colonia destinado a Berlín para investigar una red de pornografía y chantajes varios. Gereon se encuentra, solo, en una ciudad convulsa que, a medida que se aproxima la celebración del 1 de mayo de 1929, amenaza con arder por los cuatro costados. Una metrópoli, sin embargo, en la que nadie parece dormir, yendo de los despachos y las calles a clubes como el Babylon, sin pasar por casa. Y viceversa.

En el segundo episodio de la serie, algunos de los personajes participan de una ceremonia ritual que se celebra, por supuesto, en el Babylon. Cae la oscuridad sobre el escenario. La batería y el contrabajo toman la manija musical y un misterioso personaje irrumpe en escena, vestido de cuero negro, con sombrero de copa y un fino bigote negro sobre su nívea cara. Y comienza a cantar. Quedo, al principio; de forma abrasadora, inmediatamente después. “Zu Asche zu Staub”, demasiada ceniza, demasiado polvo; se titula una canción cuyas coreografías combinan a la perfección la libertad de una Josephine Baker con la estética nazi que ya se intuía en el ambiente.

Una intensa secuencia que marcan los mejores cinco minutos de la televisión de este 2017 que ya se termina y que nos recuerda a otro fiestón descomunal: el que abría la serie “Boardwalk Empire”, en el episodio piloto dirigido por Martin Scorsese. ¿Se acuerdan?

Termina el año 1919 y Nucky Thompson, tesorero del Ayuntamiento de Atlantic City, pronuncia un encendido discurso en contra del consumo de alcohol frente a las damas de la Liga de Mujeres por la Templanza. Acto seguido se desplaza hasta el Babette Supper Club, donde se celebrará una fastuosa fiesta para dar la bienvenida a la Prohibición, que entró en vigor el 1 de enero de 1920. Una fiesta lógica y generosamente regada con alcohol y en la que un baile desaforado, al son del jazz más caliente, es buena muestra de por qué aquella década pasó a la historia como los Locos Años Veinte, antecesores del crack del 29 y de los oscuros, sombríos y violentos años 30.

Pero esta sería otra historia: en este final de año tan solo queremos celebrar, cantar, bailar y disfrutar como locos. La resaca llegará después, pero mientras… ¡salud y feliz 2018!

Jesús Lens

 

Mi año lector

Este año no puedo hacer una lista con mis diez libros favoritos, mis mejores lecturas, mi Top-10 ni nada de eso. Y no puedo hacerlo por algo puramente egoísta y, si me apuran, sinsentido: a la vuelta del verano me lancé como un poseso por “4, 3, 2, 1”, novela que, a decir de los críticos-publicistas, era una obra maestra incontestable de la literatura contemporánea que recuperaba al mejor Paul Auster. Se trataban de casi mil páginas de letra menuda. Y sin diálogos. Y me lo leí enterito. De pe a pa. Fue un exigente y titánico ejercicio lector a través del que Archie Ferguson, protagonista absoluto de las cuatro historias trenzadas por Auster, me acompañó durante varias semanas.

Al terminar la lectura de “4, 3, 2, 1” me quedé vacío. Entre triste y decepcionado: ni la novela era la obra maestra publicitada ni me pareció el desastre absoluto del que renegaban los haters literarios tan de moda. Por desgracia, me dejó frío. Había páginas deslumbrantes y otros muchos momentos pesadotes, aburridos y redundantes. Reconozco que si terminé de leerla fue porque, más allá del bueno de Archie, la gran protagonista de la novela es Nueva York, la ciudad que más me fascina y más me atrae del mundo.

 

Así las cosas, y como ustedes comprenderán, no voy a hacer una lista con lo mejor del 2017 que no me permita presumir de haberme leído LA novela del año. De casi 1.000 páginas. ¿Lo habíamos comentado ya? ¡Ah sí! Pero lo había escrito en letra y, en número, impresiona más. ¡1.000 páginas, compae! Que se dice pronto…

 

En mi Top 10 de lecturas del año estarían novelas de las que ya les he hablado estos meses, sea en esta columna o en la sección El Rincón Oscuro que dedicamos a la cultura negra y criminal en las páginas de cultura de IDEAL, los miércoles.

Novelas rítmicas e hipnotizadoras como “Taxi”, de Carlos Zanón o la perturbadora “Canción dulce”, de Leila Slimani. El fascinante debut literario de Quico Chirino, “A la izquierda del padre” o los maravillosamente desconcertantes “Tres minutos de color” de Pere Cervantes.

Tendría que hablar de Dennis Lehane, de “Los perros que duermen” del mordiente Juan Madrid, de la salvaje “Bull Mountain” de Brian Panovich o de las amargas lágrimas de Claire Jones, de Berna González Harbour. Por ejemplo.

 

Jesús Lens

Almas solitarias

Por mucho que se empeñara, en realidad, no era una noche como las demás. Y, por más que se quisiera convencer de lo contrario, si estaba allí, era porque se había quedado sin nadie cercano con quien estar en cualquier otro lugar.

Se había blindado por todos los medios posibles para tratar de olvidar que era Nochebuena, incluyendo su selección más dura de heavy metal atronando el coche a todo volumen, pero las calles vacías, a las once de la noche, no dejaban mucho margen a la imaginación. Era eso o el Apocalipsis zombi. Y mejor pensar que se trataba de una festividad, a pesar de todos los pesares.

“No estoy sola”, se consolaba, pensando en los voluntarios que se apuntan a hacer la guardia en hospitales, comisarías o parques de bomberos, en esos viajeros solitarios que aprovechan las fechas señaladas en que todo el mundo está en casa para conseguir billetes baratos de avión o en otros como ella, la gente del taxi, recorriendo las grandes avenidas de la ciudad a la caza y captura de esos jóvenes -y no tan jóvenes- que no perdonan una fiesta para correrse una juerga.

A las cuatro de la mañana, tras varios servicios tan lucrativos como hirientes -aún le dolía esa felicidad ajena, fuera real o impostada- el recuerdo, la pena y la melancolía habían conseguido derrotarla. Decidió volver a casa y encerrarse de una maldita vez hasta que pasaran aquellas condenadas fiestas.

Dudó si recoger a aquel último cliente o enfilar directamente hacia su cochera, pero esos últimos 10 o 15 euros le darían algo más de sentido a aquella noche y, al menos, no era otra parejita feliz camino del catre, para darle sentido carnal a la Nochebuena…

Serio y circunspecto, el hombre hizo el amago de sentarse en el asiento delantero. Sin saber por qué, ella le abrió la puerta, cuando se lo tenía terminantemente prohibido siempre que hacía el turno de noche.

Se quedó mirándole, esperando, pero él tenía la mirada perdida, como si no estuviera allí.

—¿A dónde?—preguntó.

No obtuvo respuesta.

—¿A dónde le llevo, oiga?—insistió en voz más alta, tocándole el hombro.

—Lo más lejos posible.

Horas después, todavía inmovilizados por la tormenta de nieve, seguían conversando en la impersonal cafetería de un área de servicio perdida de Despeñaperros.

FIN

NOTA.- Me encanta la tradición literaria del Cuento de Navidad, sobre todo, porque no soy yo, precisamente, de natural espíritu navideño. Así, escribir mi columna de IDEAL en forma de Cuento de Navidad me anima a cambiar de registro.

Os dejo los últimos que he ido escribiendo. El de 2016 se tituló «La multitud», en 2015 no escribí, en 2014… ¡tampoco! El de 2013 se tituló «Hasta aquí hemos llegado», en 2012 también fallé y es que, a 2011, ya llegué por los pelos: «Esta vez no lo conseguí (pero sirvió para algo)». En 2010, lo titulé «Nieva en La Habana», el de 2009, «Alegría».

En 2008, «Estaré bien», y en 2007… ¿dónde demonios estaría yo, en 2007, que no encuentro nada? Imagino que en otro blog cuyo contenido estará dando vueltas por ahí, por el ciberespacio.

 

Lo dicho: ¡FELIZ NAVIDAD!

Jesús Lens

No nos ha tocado

Si es usted uno de los -pocos- afortunados a quienes les ha tocado la lotería, esta columna no le concierne, estimado lector. De hecho, no sé qué hace usted leyéndola en vez de seguir por ahí, celebrándolo de forma desaforada.

Pero lo normal, insisto, es que usted sea un pobre desgraciado, como yo, que se habrá dado con un canto en los dientes si ha pillado una pedrea o un reintegro.

¿Desgraciado he dicho? ¡No! ¡Ni muchísimo menos! En realidad, somos de lo más afortunados. Y no por lo de la salud, créame… Para empezar, a esos tipos a los que usted ha visto dando saltos de alegría y brindando con cava, sonrientes y dichosos, se les acabó la tranquilidad en cuanto cesó el burbujeo del espumoso. “¿Dónde puse al Gordo? ¿Estará bien guardado? ¿Se me habrá caído de la cartera?” ¡Qué sufrimiento, comprobar cada cinco minutos que el billete premiado se encuentra en perfecto estado de revista, sin mácula o doblez que pudiera invalidarlo!

Además, esos pobres premiados sufren el acoso de mil y un amigos, conocidos y vecinos que les dan ideas y consejos sobre dónde depositar el maldito-bendito Décimo para que les reporte los máximos beneficios. ¿Qué hacer? ¿Llevarlo a la sucursal del banco de toda la vida o hacerle caso a ese primo que sabe de buena fuente que…? Y luego está la siempre espinosa cuestión fiscal. Que ya le vale, a la avariciosa Hacienda, llevarse un pico de esta ganancia, no tanto por el dinero, como por el feo detalle en sí.

¿Y qué me dicen de los problemas del día después, una vez pasada la resaca? El torrente de decisiones que hay que afrontar. ¿Quitar la hipoteca o comprar un coche? ¿Darse un capricho cigarrero o actuar como la proba hormiga, por lo que pueda pasar? ¿Será el momento de dar la vuelta al mundo, por fin, o mejor invertir en una segunda residencia en la Costa Tropical, antes de que vuelva a inflarse la burbuja inmobiliaria?

Aunque, bien pensado, ¿y si hubiera llegado la hora de sacar al emprendedor que llevamos dentro? Porque todos tenemos una o dos ideas fabulosa llamadas a convertirse en boyantes negocios de éxito asegurado… En fin. Que menos mal que no nos ha tocado, querido lector. Que eso de ser rico tiene que ser un sinvivir constante.

Jesús Lens

 

Urnas, bombos y balones

Ya están aquí. Ya han llegado esos días tan anunciados, previos a esos otros días, tan señalados. Días que tan bien reflejan cómo somos. Días simbolizados, por las urnas, por ejemplo.

A estas horas ya se sabrá el resultado de las elecciones catalanas. Lo que no sé si sabremos es si servirán para algo. Unas elecciones convocadas para tratar de solucionar uno de los grandes problemas que nos aquejan… desde el siglo XIX: el nacionalismo. Ese nacionalismo que, cuando despertamos, siempre sigue ahí. El dinosaurio incombustible, aun en los tiempos de internet, la Unión Europea sin fronteras y la moneda única.

 

Hoy es el día de analizar los resultados de las urnas, pero con el oído puesto en el bombo. Porque hoy, todos somos ojalateros, invocando a la Diosa Fortuna a través de un deseo, compartido y repartido por toda España, más allá de ideologías, credos y nacionalismos: Ojalá toque aquí. Ojalá me toque el Gordo. Ojalá me toque algo.

Dentro de unas horas, la inmensa mayoría de nosotros apelaremos a ese otro milagro, el de la salud, portadores de un par de pedreas en el mejor de los casos. Pero no pasa nada. Estamos de enhorabuena y, para mitigar la decepción lotera, siempre nos quedará el balón. El Clásico, con mayúsculas. El último partido del siglo del año.

Que el problema no es el fútbol. Ni la lotería. Y unas urnas y unas elecciones siempre deberían ser bienvenidas. El problema es que, en tres días, quedamos perfectamente retratados en las grandes cuestiones que nos preocupan y que consumen la mayor parte de nuestro tiempo: nacionalismo, lotería y fútbol.

 

Hagan la prueba. Traten de contabilizar el tiempo que les están dedicando a esos tres temas ustedes mismos. Cuenten el minutaje de los informativos de radio y televisión o las páginas que les dedican los periódicos.

Vale. Son días especiales. Ha sido pura casualidad. ¿Seguro? ¿De verdad creen ustedes que, en las próximas semanas, nos preocuparemos de los temas que realmente deberían importarnos? En fin. Les dejo. Que creo que ha salido el Gordo…

Jesús Lens