Rodeados, entre el miedo y el desdén

Con Raúl Lozano comenzamos una nueva serie en este Blog. La firma invitada.

Sí. Otra novedad más. Porque, o evolucionamos, inventamos y cambiamos o nos morimos.

Hoy dejamos un artículo largo, intenso y potente. Que plantea muchas cuestiones. Que hace algunas preguntas, contiene algunas respuestas y, sobre todo, hace pensar.

Con vosotros…

En mi hambre mando yo… o debería

Que me presente. Pues… no me presento, quién soy yo para tener que presentarme y exponerme a contar tonterías sobre lo que nada sé… Pero agradezco mucho este gesto de Jesús de radiar lo que digo, por desinteresado y valiente. Sí les daré una pista, soy como la mayoría, además de mi biología, una suma desordenada de credos, me-gustarías y deberías…

Creo en la pereza y en la contemplación, que no en la indolencia, y en la intensa ilusión o incluso el cabreo, que te hacen hacer. Aunque dado al vicio de la dispersión, creo en lo bien hecho, aunque sea poco y tarde en llegar. Creo en el conocimiento como señor de la acción, en la necesidad creadora del ser humano, y en su conciencia poética respecto a todo lo vivo de lo que forma parte y por lo que se conmueve y anima. Creo en la superación del miedo como la medida de la libertad individual y la independencia de pensamiento que todo hombre o mujer podrían proponerse alcanzar. Creo en la naturaleza y en el amor, y en el placer y en el dolor como verdades incontestables. Creo en la vida que se nutre de la muerte y a sus manos acaba. Acaso creo en el dios o dioses que pudiera haber tras estas creencias.

Dicho esto, no entiendo casi nada de lo que hay a mí alrededor. No soy nadie pero no encuentro muchas razones para superarme salvo, quizás, ver menos tele y leer más… Me gustaría cada día tener encuentros agradables y desinteresados, charlar sin objetivo con mis diferentes y compartir emociones con mis semejantes… cambiar de país y alcoba de vez en cuando, respirar aire puro, disfrutar de una buena comida y buen vino y escuchar música con frecuencia… O sea, que como la mayoría, sueño con alcanzar la isla protegida donde disfrutar de lo que creo sin molestarme en mantenerme todo el rato alerta de tiburones, serpientes venenosas o virus mortíferos. Por lo demás, debería venderlo todo y conservar solo un pequeño refugio y el suficiente dinero para concedérmelo todo cuando lo desee deseando lo justo. Este último “debería” encabeza una larga lista hasta los confines de mi desgastada memoria que, no obstante, no me estropea aún las divinas siestas.

Pero de un tiempo a esta parte, todo el mundo quiere vender lo que no tiene y no se había dado cuenta que era del banco y como siempre, pero más, para aguantar sigue vendiendo-se al mejor postor por un plato de lentejas. Y no es que no haya ninguna honra en lo de venderse ni que algunos necesiten por cuestiones de alergia alimentaria sustituir las lentejas por caviar, la mayoría no hemos encontrado otra para comer y los mínimos caprichos. Creo que no la hay –me refiero a la honra- en hacerlo cobrándose en estiramiento y desdén como lo hacen algunos, más cuando con frecuencia se trata de especimenes a menudo más dotados en estatura y de cuello largo, y más dados al gimnasio –tan vistosos con sus trajes entallados y corbatas apretadas, que recuerdan al multiplicable Sr. Smith-… Si al menos tuvieran el pico rosa como los flamencos y lo metieran en el fango para buscar gusanos y pececillos, entonces se les podría clasificar con justicia como hermosa especie de trepadores grises comegusanos de patas largas pero sin alas.

Recuerdo a alguien que me crucé en una céntrica calle de esta ciudad lo suficientemente callada como para escuchar cómo le regañaba por el móvil a otro alguien subordinado, profiriendo ese tipo de expresiones tan típicas: “a ti no te pagan por pensar”, “cumple los objetivos y déjate de excusas”, etc. Recuerdo que percibí claramente, entre aquellos ladridos regañones, algo tan sencillo como miedo, miedo que necesitaba desahogar. Supongo que era el miedo a perder algo que su status no podía aceptar. Aquel miedo hoy es dueño y señor de plazas y edificios, de tiendas y jardines, de personas y haciendas. Ahora está en juego, ya no el status, sino la supervivencia económica, así que las actitudes de defensa (que se tornan en ataque al vecino) son mucho más patéticas. No sé pero en la carta de derechos humanos, podrían resumirse muchos en uno que sin embargo no se explica solo por la suma de todos ellos: Todo ser humano, por el hecho de nacer, tiene derecho a no tener que sentir miedo por la causa o la inacción de sus congéneres. Si esto se siguiera y se profundizara en el ejemplo de gentes heroicas y culturas avanzadas –que las hay- donde se protegiera la libertad de los individuos combatiendo el miedo, acaso otro gallo nos cantara. En nuestra particular versión cultural mezcla de muchas cosas y dotada de un clima tan benigno que favorece el rápido crecimiento de bacterias y maldades, lo del miedo y el desdén están muy unidos. El desdén que se ejerce es una forma de protegerse del miedo que se tiene, con el ataque preventivo a los semejantes, que pasan a considerarse potenciales enemigos, por lo que se les inocula el mayor miedo posible. Gracias al desdén y en combinación con circunstancias propicias, sus artistas encuentran oportuno y necesario pasar por encima de cualquier valor, o lo que es peor por encima de cualquier hermano, por sagrados que uno y otro sean, con tal de disminuir la ansiedad que su miedo les provoca o por el simple placer de contemplar el dolor ajeno. Así, y gracias a esta perversa espiral, enseñamos unos a otros que el triunfo sobre el miedo es el desdén, cuando no es más que su hijo putativo.

El otro día estuve con mi niño en el Parque de las Ciencias y como es lógico, no me resistí a ver la muestra sobre el tiranosaurio rex, corta pero de buena factura, y entre lo interesante de la puesta en escena, la interacción que se pretende con el visitante planteándole, a partir de la información suministrada, una pregunta: ¿Depredador o carroñero? Y es que los pocos datos científicos podrían apuntar en ambas direcciones a la vez. Yo voté ni lo uno ni lo otro, sino ambas cosas a la vez, y en cuanto a su estrategia de caza, me lo imaginé mordiendo a sus víctimas por la espalda cuando éstas no se hubieran percatado con tiempo de su presencia. Y pensando, pensando, en este artículo, me digo: eso es, los artistas del desdén no son/somos depredadores ni carroñeros, sino a la vez carroñeros (de moribundos que no pueden defenderse) y depredadores (de lo frágil y a traición). Así que bien haríamos en estar bien vivos y no darles nunca la espalda, morirían de inanición. Y ya de paso, hacer como nuestros primos los monos que ante la amenaza de hienas carroñero-depredadoras, legislan desde los árboles y a voz en grito, contra el miedo, y las matan así de hambre. O hacer como aquél a cuya voluntad pretendían obligar: tirarle el duro a la cara al señorito, diciéndole: “en mi hambre mando yo”…

Si hay ganas, porque gente más sesuda seguro, otro día debatimos de formas ocultas de miedo y sus antídotos, y-o de efectivas vacunas para el desdén de los tiranosaurios… Yo propongo el primer antídoto: lista de megustarías y de cosas y bienes de las que debería estar dispuesto a desprenderme sin poner en peligro mi independencia ni mi felicidad…Por un tweet un dos tres r.o.v…

Raul Lozano

Y, esta vez sí que soy el Lens quién publicó, en 2008, 2009, 2010 y 2011.