YUYANAPAQ. PARA RECORDAR

Mientras intento recuperar el aliento, recién llegado a Cuzco, haciéndome a sus infernales 3.500 metros de altitud y antes de echarme a disfrutar de las calles de una ciudad que, por lo poco que he visto, sé que me va a encantar, permitidme una licencia en forma de un artículo seguramente incómodo, pero no por ello menos necesario. El caso era que, tras en infructuoso intento de ver el Museo del Arte de Lima, en restauración, me planté en el Museo de La Nación y, para mi indignación y bochorno… también estaba cerrado. Por reformas. Pero antes de maldecir como un condenado, me señalaron que había un par de exposiciones temporales que podía visitar, en la cuarta y en la sexta planta, respectivamente.

La de planta cuarta era interesante, sobre el toro y la mitología del mismo en la cultura peruana, que lo introdujo en su mística tras quedar impresionados por el astado animal, traído por los españoles en sus barcos que, a veces, eran como el Arca de Noé. Pero la auténtica conmoción llegó en la planta seis. «Yuyanapaq». ¿Qué sería aquello? ¿Momias incas? ¿Textiles? ¿Un personaje histórico? Cuando salí del ascensor, un ordenanza me entregó el folleto que tengo entre las manos y que se titula, sencillamente, «Yuyanapaq. Para recordar. 1980-2000», y que no incluye la leyenda que podéis ver ahí abajo, en la foto.

Las fotografías, sin embargo, eran inequívocas: un espectacular recorrido por 20 años de guerra civil en el Perú, que provocó 70.000 muertes y que desangró al país, sumiéndolo en una oscuridad y un caos sin precedentes en la historia.

Junto a las imágenes, los paneles con la información. Y con las conclusiones de la Defensora del Pueblo o del Presidente para la Comisión de la Verdad y Reconciliación. «Un pueblo sin memoria es un pueblo sin destino. Un país que resuelva cerrar los ojos ante las tragedias de la guerra, el crimen inhumano, la desparición de personas, la violencia contra las mujeres, el asesinato aleve y nocturno, la matanza de inocentes, será finalmente una sociedad incapaz de mirarse a sí misma y, por lo tanto, proclive a repetir las causas y los efectos de la violencia, la discriminación y la muerte.» (Beatriz Merino Lucero)

«Toda comunidad que sale de una historia de violencia enfrenta, entre varios dilemas, uno que es ineludible y radical: recordar u olvidar. El Perú, al constituir una Comisión de la Verdad y Reconciliación, tomó partido por la memoria. Optar por el recuerdo es al mismo tiempo, escoger la verdad. Es una elección moral que implica valentía y madurez». Salomón Lerner Febres.

Os dejo fotos de esa exposición. Algunas son mías (las peores). Otras, de Internet.

Al final de la exposición, había una sala en que se podían escuchar los testimonios de familiares de personas muertas y desaparecidas durante el conflicto. Un enorme ventanal de abría al extrarradio de Lima. A los cerros en que la inmigración del campo a la ciudad se ha ido arracimando sin orden ni concierto. Unos cerros en los que, para entender la dimensión de lo que hablamos, ha sido necesario que instituciones metropolitanas construyan escaleras que permitan subir y bajar los cerros a los vecinos, sin que tengan peligro de muerte en su travesía. Todos los ciudadanos lo han considerado un notable avance y una ayuda de trascendental importancia. Escaleras normales y corrientes. Escalones. Ya está. Tallados en la piedra. Escaleras amarillas que comunican el valle con las montañas aledañas a Lima.

Al finalizar la exposición, tras más de dos horas de ver las fotos y leer todos y cada uno de los Paneles, dejé una frase en el libro de visitas de la Exposición: «Enhorabuena por esta imprescindible recuperación de la Memoria colectiva. Pero no descuidemos ni olvidemos el futuro. Miremos por la ventana. La pobreza genera violencia.»

Jesús Lens, deseándoles a todos ustedes un feliz domingo.

TRICONTINENTAL

El pasado sábado estábamos hablando de libros, viajes y cine en Madrid, con un puñado de amigos que, por lo habitual distantes, esa tarde estaban bien cerca. Después nos fuímos de copas, teatro, cena… el domingo anduvimos viendo cuadros y disfrutando de ese gélido Madrid de aire limpio y transparente en invierno.

Hoy es sábado y estoy Lima, preparando el petate para irme unos días a Cuzco. Me acabo de despedir de un grupo de gente que ya son más, mucho más que colegas de trabajo. Amigos mexicanos, franceses, austriacos, españoles y, por supuesto, peruanos. Gente que trabaja en montes de piedad, microcréditos y crédito social. Jorge Alberto, al que todo el mundo echa de menos, me decía hace unos días que hablara sobre el natural amable y acogedor de la gente del Perú. Y vaya si lo son. Besos, abrazos, arrumacos, sonrisas: una extraordinaria atención les carecteriza, en todos los órdenes, profesional y personal.  La gente de la Caja Metropolitana de Lima y sus asistentes han sido unos maravillosos anfitriones y, gracias a ellos, hemos conocido lo mejor del Perú.

Tras una completa visita al interesantísimo Museo del Oro, estuvimos comiendo en la Hacienda Los Ficus, viendo a los caballos peruanos y su espectacular y singular paso sincopado. Disfrutando de los pisco sour y de los tiraditos, ajíes y carpaccios. Y de los bailes populares del Perú. Haciendo justamente el guiri, que es lo que los turistas tenemos el derecho y la obligación de hacer, de vez en cuando.  Faltaría más.

Y, a la vuelta de Cuzco, paso unas horas más en Lima y un avión me devolverá a España, donde ya se está preparando una Arrancaílla noctámbula que nos haga aguantar el tipo hasta la hora de coger un avión para Marrakech. Con otro puñado de amigos. Y con MJ, ¡por fin! La Gente del Sur. Los Lobos de Agüimes. Los aldeanos del Sáhara.

Sí. Efectivamente. Me encanta viajar y me encanta aprovechar las oportunidades que la vida me ofrece para disfrutar del viaje. Pero lo más importante, siempre, son los amigos. Las personas. Ésas a las que conoces de antes y con las que te sientes cómodo y a gusto y esas otras a las que recién vas encontrando en cada recodo del camino, incorporándolas a tu vida, las vayas a ver otra vez o no. Sus miradas, sus relatos, sus palabras y pensamientos, pasan a ser tuyos.

La vida son las personas que conoces. La vida son los ratos que compartes con ellas. Porque luego, cuando estás lejos y las extrañas, nunca te sientes solo. Ahí están su recuerdo, su imagen, sus gestos y sus palabras, siempre diciéndote al oído que, si por algo eres afortunado, es por tener tantos y tan buenos amigos, de aquí a Lima, en tantos países de los cinco continentes, de tantos tipos, orígenes, intereses, aficiones y extracciones. Gente a la que conoces de siempre. Gente a la que jamás volverás a ver. Gente que pasa a ser parte importante de tu vida. Gente. La gente, siempre.

Jesús Lens, pelín nostalgioso otra vez, volviendo a despedirse de un puñado de amigos, pero mirando adelante. Siempre adelante. Para conocer a otra gente distinta y reencontrarse con la de siempre.