Llegaba a casa de madrugada y mi padre no me dejaba entrar porque creía que era un juerguista, pero venía de estudiar para ser juez

Buenas, soy Emilio Calatayud. Nunca he sido un estudiante espectacular.  Al contrario, de niño llegué a suspender ocho asignaturas. Después de eso, y tras un instructivo verano en el colegio de Campillos (Málaga), progresé algo, pero siempre sin exagerar. Estudiaba para aprobar. Ni más ni menos. Hay quien me pregunta que cómo es posible que sacase la oposición de juez siendo tan tímido para los libros. Es una buena pregunta, porque, además, no tenía vocación. Lo único que puedo decir es que, durante ocho meses, estudié con un amigo catorce horas diarias: sólo parábamos los domingos. Unas veces nos juntábamos en su casa y otras, en el apartamento de alquiler que yo tenía en Madrid. Empezábamos por la mañana y terminábamos a las dos de la madrugada. Y, en más de una ocasión, estando de visita de mi padre en mi piso, me cerraba la puerta porque creía que venía de correrme una juerga. Así que tenía que volver a la casa de mi amigo. Pero no venía de fiesta, venía de estudiar. Y aprobé. Y mi padre, sorprendido, me animó a hacer la oposición a notarías, pero yo le dije que ‘una y no más, Santo Tomás’. Y me fui de juerga de verdad.

 

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