Merece la pena ‘Romper cadenas’

Tal y como os comenté en el post anterior, aquí va el reportaje que escribí para mi periódico sobre el programa ‘Romper cadenas’, que sirve para que presidiarias con hijos menores de seis años puedan cumplir condena fuera de la cárcel. Es bueno para los niños, para ellas y para la sociedad. Merece la pena ‘Romper cadenas’.

«Mi bebé duerme mejor fuera de prisión»

«Creía que tenía un catarro muy fuerte o una gripe y, mira por donde, era el «mono». Estaba enganchada. Así que me tiré al barro total. Me metía todo lo que pillaba». La escena es paradójica: Cati narra las enormidades y excesos de su pasado reciente mientras da el biberón a su hija de sólo dos meses. El ruido, la velocidad y la furia de ayer, contra la reposada ternura de hoy. Con una voz pequeña y dulce, Cati desgrana sus desventuras, que son muchas. Sólo tiene 29 años y ya ha parido cinco chiquillos. «Uno me nació muerto», recuerda mientras acuna a la última en incorporarse a la prole, un bebé de mirada grande y despierta. Parece que no quiere perderse nada. «Yo le llamo mi ex presidiaria», dice riendo bajito para no perturbar el incipiente sueño de la pequeña.
Cati es una de las seis madres reclusas que cumplen condena fuera del penal provincial del Albolote gracias al programa «Romper cadenas», una apuesta valiosa y valiente por la reinserción (sólo hay otras cuatro experiencias similares en España) que nació hace tres años de la tenacidad de las Hermanas Mercedarias de la Caridad. O dicho de otra forma: una iniciativa impregnada de principio a fin del espíritu y la letra de la Constitución de 1978. Ni más ni menos.
Cinco kilos de «coca»
Poco después del parto, Cati y su niña dejaron atrás los muros del talego y se mudaron a un acogedor chalé ubicado en un municipio del Área Metropolitana de Granada. La casa es una extensión de la cárcel, pero nadie lo diría. No hay cerrojos ni barrotes. Las «celdas» son habitaciones de colorines tapizadas de peluches. «Fuera de la prisión, mi bebé duerme mejor. Se nota mucho. Dentro hay más voces, más jaleo. Aquí es diferente. Y eso que al principio te cuesta acostumbrarte. No te haces a ir a los sitios sin la compañía de una funcionaria. Te da hasta susto verte sola. A mí, casi me atropella un coche el otro día porque iba embobada mirándolo todo», cuenta divertida la última reclusa incluida en el programa «Romper cadenas» de Granada.
Cati aún no ha pagado la deuda que contrajo con la sociedad hace algo más de cuatro años, cuando fue interceptada en el aeropuerto de Barajas con cinco kilogramos de cocaína adosados a un cuerpo escuchimizado, roído por el consumo compulsivo de heroína y cocaína. Acababa de llegar de la República Dominicana junto al que entonces era su hombre (él llevaba otros cinco kilos). Fue su primer y último «trabajo» como camellos internacionales. «Yo fui engañada hasta allí. Habíamos decidido casarnos y él me dijo que íbamos a hacer el viaje de novios por adelantado. Cuando llegamos, me contó la verdad y bueno, lo hicimos».
Los «narcos» les prometieron cinco mil euros a cada uno por hacer el porte. Pero la Policía les echó el guante y el sueño del dinero rápido acabó en pesadilla. «Me veo en las fotografías y no me reconozco. ¡Qué pintas! No me extraña que me detuvieran. Estaba muy mal. Ahora creo que fue una suerte que me cogieran. Si no, estaría muerta. Eso lo tengo claro», reflexiona.
Estaba en ruinas y la cárcel le salvó la vida. No es fácil llegar a una conclusión así. Cati pasó un calvario indecible para recuperar la libertad que las drogas le arrebataron cuando apenas era una adolescente. «Pasé el «mono» a pelo. Me ayudaban a caminar. No me tenía en pie. Pero no quería ni metadona ni nada. Pero, mira, lo conseguí», relata, al tiempo que reconoce que lo único que no ha podido dejar es el tabaco: fuma algo menos, pero fuma.
Después, cayó en una depresión. Se desmoronó. No se acostumbraba a la prisión. Pero no le quedaba otra. Su condena era de nueve años de reclusión. Mucho tiempo para cualquiera y una eternidad para una joven de sólo 25 años. Fuera, al cuidado de su madre, aguardaban sus tres hijos. Dentro, en la celda, la guerra abierta contra los fantasmas.
Embarazada por cuarta vez
Cati conoció en Albolote al que iba a ser el padre de su cuarta hija, un hombre condenado a 18 años de presidio por delitos que ella prefiere no revelar.
Cuando se quedó encinta, su madre, la futura abuela, se incendió. Como si no tuvieran ya suficientes problemas. La vida exagerada de Cati condicionaba a toda la familia. Su mundo volvía a tambalearse. Una vez más.
Pero ella siguió adelante. La pequeña vio por primera vez la luz de Granada hace un par de meses. Cati presentó entonces su candidatura para entrar en el programa «Romper cadenas». Reunía los requisitos: acaba de ser madre, estaba en tercer grado penitenciario (el más liviano, aunque también hay beneficiarias del proyecto que aún no han superado el segundo grado), no consumía drogas y, sobre todo, quería «romper cadenas». Es esencial. La aspirante ha de solicitarlo. El programa comporta ventajas evidentes, pero también una serie de exigencias que las reclusas no pueden soslayar. Siguen en prisión. Al anochecer, las voluntarias mercedarias y los trabajadores laicos dejan el chalé y son sustituidos por funcionarias del centro penitenciario de Albolote (no van uniformadas y son seleccionadas por orden de antigüedad).
Ahora es de día. El bebé de Cati apura el biberón con los ojos abiertos de par en par. «Dejé de darle el pecho porque tuve una depresión post parto y no me sacaba nada de leche», explica.
Sale de la cocina un aroma a paella que anuncia la hora de la comida. Arriba, en el piso superior, otro pequeño solloza irritado. Quiere su ración de cariño y la quiere ya. Su madre corre escaleras arriba para calmarlo. Un plácido trajín de platos y el tintineo de los cubiertos inundan el comedor. Alguien canturrea mientras vigila el arroz. Pronto llegaran los niños mayores del «cole».
Cati acuna a su hija. Cuesta imaginarla cruzando el Atlántico con la piel forrada de cocaína».

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1 Comentario

  1. ¡Hola!

    No he visto el programa, pero espero que Cati salga adelante, no es fácil, ha vivido muy deprisa y mal y tal vez ahora sea el momento de empezar de nuevo (al menos por sus hijos).

    ¡QUERER ES PODER!.

    Un saludo,

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