Creo que siempre se pinta el mismo cuadro. Una vez que tienes asumido cierto uso de razón plástica, su desarrollo describe una elipse que, en la medida que avanza, busca de forma invariable el punto de partida, desde el que vuelve a emprender el trayecto que te aleja y te acerca al punto de partida y así sucesivamente. Estos dos cuadros pueden explicar mi continuo éxodo hacia el origen. El del atleta manco lo pinté en 1974 y el del galgo corredor en 1988, entre los dos viví mi pasión y desencanto por la Universidad y la militancia política, el realismo social, el expresionismo abstracto, la alegría de pintar, el expresionismo figurativo y esa caída del caballo al regreso de Nueva York que engendró mi lenguaje figurativo actual.
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Sin título (1974) Óleo/madera. 82,5 x 56,5 cm.
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Galgo corredor (1988) T/M sobre papel 74 x 114 cm.
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