VERTE COMO LOS DEMÁS TE VEN

16 de octubre de 2009

Esta mañana me he cruzado con un rockabilly de reglamento que lucía un airoso tupé empavonado en bucles deshilados hacia atrás que a duras penas le cubrían la calva celtibérica y traidora. Lo he imaginado confortablemente instalado en sus días de gloria, tramitando el paso por los años, a la espera de que, en la noche febril del sábado menos pensado, se volviera a proclamar el triunfo planetario de la brillantina. Este moderno pretérito me ha recordado a mi amigo Javier, que vestía pantalones de campana cuando en las calles reinaba el pantalón de tubo, y se cambiaba al de tubo cuando a los escaparates volvía el de campana. Nunca supimos en qué tiendas los compraba ni tampoco de dónde salían aquellos chalecos imposibles con los que completaba su peculiar aliño indumentario.

Las modas, como los años, nos uniforman en casilleros generacionales bien compartimentados. Así, al igual que los hermanos acaban pareciéndose al llegar a viejos, los individuos de una misma generación acaban hermanados por la estratificación de modas y modales, con un patrón que les distingue y define. Cuando conocí a Francisco Ayala le encontré un gran parecido con mi padre a pesar de que  objetivamente no existiera tal semejanza. Lo que ocurría es que, habiendo nacido en el mismo año y en la misma ciudad, compartían un mismo modelo generacional que les regía desde el corte de pelo a las normas de cortesía.

No es fácil pensarse a sí mismo, ni tampoco verse como los demás te ven.

Paso junto a conocidos de mi edad y me alarmo de las marcas que el tiempo ha dejado en sus cuerpos, resistiéndome a ser uno de ellos. –Qué mayores están, me digo mientras en la prensa leo que vuelve la moda rockabilly a las pasarelas.

EL ARTISTA, EL ESPECTADOR, EL CRÍTICO Y EL MERCADO

12 de octubre de 2009

El arte moderno se funda en el romanticismo con la aparición de un nuevo sujeto que expresa libremente su “genio”, y con la asunción de la independencia de cada una de las disciplinas artísticas, que superan el viejo debate sobre qué arte imitaba mejor a la Naturaleza: Ut pictura poesis

En la escena del arte aparecieron cuatro nuevos actores: el pintor, que pretende leer la naturaleza desde su individual “genialidad” expresiva; el espectador, que con su mirada accedió por vez primera a la libre interpretación del cuadro; el crítico del arte, que glosa el fenómeno estético y lo teoriza; y finalmente el mercado del arte, con su voluntad de dominio.

Así pues, no sólo se trató de la aparición de un nuevo pintor, sino también de un nuevo espectador formado en los “salones” oficiales de las academias,  que hizo valer sus opiniones sobre el arte y sobre los artistas. Opiniones que por lo general, estaban conformadas por las ideas de los folletos explicativos de los “salones”, que dieron lugar a un nuevo género literario, el de la crítica del arte, que pronto se extendió a la prensa, influyendo de forma decisiva en el incipiente mercado artístico.

El Impresionismo fue el primer gran movimiento capaz de congregar a todos estos actores. Innovador, colorista y visual, triunfó desde la marginalidad frente al artificio literario del clasicismo prerrafaelista, inaugurando una dinámica decisiva en el desarrollo posterior del arte: la secuencia de movimientos vanguardistas que se presentan como negación de sus predecesores. Al definirse en oposición a sus tradiciones, las vanguardias conciben la Historia como un teorema de progreso, en el que cada movimiento se entiende como superación del anterior, y aunque negaban el pasado, paradójicamente mantenían intactos los vínculos con sus respectivas tradiciones. Incluido Marcell Duchamp, cuya radical ruptura del espacio artístico no se entiende si no es como herencia legitima de los principios románticos de libertad creativa y de sacralización de lo cotidiano.

Al prescindir de la tradición, las vanguardias se desprendieron también del sustento que ésta les aportaba, por lo que necesitaron del apoyo teórico de los manifiestos fundacionales para explicar su razón de ser. Con ello, el arte moderno volvía la mirada a la verbalización, cerrando en círculo su propia historia, iniciada con la afirmación de su independencia como leguaje expresivo con respecto a la palabra.

El desenlace final ha sido la aparición de un cortocircuito generalizado entre el emisor, el medio y el receptor, en el que para que el espectador asuma el mensaje del artista se precisa de la explicación teórica de la palabra escrita.

Por último, subió al escenario la larga sombra del mercado.

Respirar por la herida

En el catálogo de la exposición José Guerrero. Los años primeros. 1931–1950,  en “Guerrero en las ciudades”, Justo Navarro hace referencia a una broma ácida que Federico García Lorca construyó a propósito de los artistas granadinos: “Queremos pintar, esculpir y hablar como nuestros padres. Todo lo tenemos que hacer sin salir de Granada, de la que no debemos faltar un minuto”.

Por lo que a mi persona se refiere, la descripción de Lorca es exacta. Aunque no haya pretendido pintar como mi padre, es cierto que nunca quise dejar en serio Granada, y cuando lo hice fue siempre pensando en volver.
Una vez aceptada como verdadera la premisa mayor de la foto de grupo, lo que no tengo claro es si se trata de una patología endémica de los artistas granadinos. Si es así, me pregunto si lo es por su condición de granadinos o por la de artistas. ¿Este inmovilismo es propio del oficio de artista granadino o es común a otras actividades de los aquí nacidos? Por ejemplo, la de notario granadino, o tendero granadino. ¿Querrán las notarias y notarios granadinos dar fe tal y como lo hicieron sus padres? ¿Y a las tenderas y tenderos granadinos les apremiará no salir un minuto de su ciudad? ¿Será esta manera poco aventurera de ser lo que nos diferencia de los artistas, por ejemplo, valencianos? Estarán los artistas de otras ciudades definidos por una consustancial vocación viajera? ¿Les afectará la patología a los artistas que sin ser nacidos en Granada residen o han residido en Granada? ¿Tendrá variantes según el sexo de los afectados?
No descubro nada si digo que la inmovilidad es síntoma de inseguridad y miedo a los otros, engendro de repulsa a lo foráneo y desprecio hacia lo que se ignora. Pero también digo que los humanos somos muy parecidos unos a otros y que repetimos un escueto repertorio de comportamientos. El deseo de alejarse es tan humano como el de no hacerlo, y la emigración es igual de penosa para Agamenón que para su porquero.

En el referido catálogo de los primeros  años de Guerrero hay reproducciones de obras firmadas por él en la década de los treinta que, de alguna forma, se parecen a las que yo hacía cuando era aprendiz de pintor en los años sesenta.

Asusta comprobar cómo unas y otras se miran en un mismo espejo que refleja el estancamiento pantanoso de largos años de desprecio arrogante hacia lo nuevo. En ese ambiente es comprensible que el joven Guerrero le hiciera caso a García Lorca, tirara los pinceles al aire y saliera corriendo. Tirar los pinceles al aire no garantiza el advenimiento de las musas, pero es muy saludable. Aunque, ojo, si no te mueves con acierto puede que te caigan encima como puntas de navajas.

Cuando tomé la decisión de ser pintor tuve muy claro que no quería ser uno de esos “artistas granadinos” que retrata Lorca, y si bien no tiré los pinceles al aire, sí que me fui en busca de la vida lejos de casa. Con la carpeta de dibujos en una mano y con el billete de vuelta en la otra me presenté en Madrid a probar suerte. Y la encontré en una buena galería que representaba mi obra en tales condiciones que me permitían no tener que salir de mi casa. Esta parecía ser la mejor de las opciones, y al abrigo de ella me construí una verdad a medida que me indujo a pensar que mi obra se defendería sola mientras que yo paseaba lánguidamente por la Acera del Casino.

Así,  mientras mis cuadros se distribuían puntualmente en exposiciones y ferias de arte internacionales, yo borraba con esmero mis perfiles.
En mi haber he de decir que, si bien el aislamiento dio como resultado la invisibilidad del autor, también propició la formación de un estilo poco contaminado, y una poética artística que sostiene mi obra con voz propia. Voz ensimismada y discreta, pero original y mía.

MARÍA Y JESÚS EN VIGO

MARÍA Y JESÚS EN VIGO23 de septiembre de 2009

Este fue el cuadro que cedí para la exposición de hace dos años de “La más elegante del invernadero”. Su título es “María y Jesús en Vigo” y lo pinté en 2003. El texto que hice para acompañar la reproducción del catálogo fue este:

“Una mujer lleva en brazos a un niño con los ojos de haber llorado. Ella, ocultando su rostro, parece querer irse del cuadro. La escena no es real, sólo apariencia de lo real. Evocación propiciatoria de un deseo.

La representación de María y Jesús en sus innumerables peripecias vitales ha servido de modelo canónico de la mujer en el universo católico. La maternidad como realización biológica y social. El sacrificio como redención de la culpa original que ocasionó la primera mujer, en palabras de los hombres.”

“María y Jesús en Vigo” (2003). Técnica mixta sobre madera. 100 x 100 cm.

PONTE SERIA

LE DIJE PONTE SERIA-217 de septiembre de 2009

Este es uno de mis últimos cuadros. Lleva por título “Ponte seria”.

Para el catálogo de la exposición “La más elegante del invernadero” me pidieron que escribiera algo sobre él. Sólo se me ocurrió esta frase:

“Le dije: ponte seria, y pintó de oro el ánimo en penumbra del viejo equilibrista”.