Tiempo Perdido en una librería

Iba caminando más o menos sin rumbo, pateando tranquilamente las calles de nuestra Granada, con di con ella, de forma tan sorpresiva como impremeditada. Y, claro, tuve que entrar. Estoy seguro de que si la hubiera buscado a propósito, no la habría encontrado, dada mi proverbial tendencia al despiste y a la perdición.

 

La primera en hablarme de “El tiempo perdido” había sido, paradójicamente, otra librera: Marian, de Ubú Libros. Y es que, en este sector, más que competencia, hay alianzas. Y de ello hablo hoy en IDEAL.

 

¿Saben ustedes el gusto que da entrar en una librería nueva, recién abierta? En estos tiempos tan duros para el sector cultural, en estos años en que tantas míticas librerías han cerrado (la última, Continental, en plena Puerta Real), descubrir que alguien es tan osado como para abrir una nueva se merece toda una fiesta de celebración.

 

Me gusta “El tiempo perdido”, una librería que, además de buen gusto, tiene alma. Me gusta la música que pone su dueño, un tipo joven y, sobre todo, excelentemente preparado, atento y profesional. Muy profesional. Me gusta entrar en una librería y descubrir a un chaval, sentado, que dibuja silenciosamente en un cuaderno. Y charlar con una mujer que parece ser de la casa. De la familia, incluso. Escuchar sus historias y reír con su ácido sentido del humor.

 

No esperen encontrar una enorme cantidad de libros en “El tiempo perdido”. Eso sí, todos los que encontrarán son buenos. Excelentes. Y exquisitamente elegidos, con tino y oportunidad. Desde el imprescindible “La araña del olvido” de Enrique Bonet al “Blacksad” de Canales y Guarnido. La segunda parte de “El Club de la Lucha”, que no es novela ni película, sino un cómic; o ediciones ilustradas de los cuentos de Poe, del “Frankenstein” de Mary Shelley o de “Moby Dick”.

 

Además, “El tiempo perdido” tiene un montón cosas que harán perder la cabeza a los buenos aficionados. Cosas, sí. Desde tazas dedicadas a Poe o Whitman a encantadoras postales, facsímiles de libros antiguos, láminas y un largo etcétera de objetos y utensilios tan bellos como aparentemente inútiles e innecesarios.

 

Si a usted le gusta leer y el mundo del libro, ya tarda en descubrir “El tiempo perdido”. Si no es muy aficionado a la lectura, ni se le ocurra pasar por la calle Marqués de Falces: corre usted un severo riesgo de contagio bibliófilo.

 

Jesús Lens