Viajeros por el Zaidín

Es la segunda vez que Alfonso Salazar me convierte en turista por mi barrio. Viajero, mejor dicho. Viajero en el tiempo, de hecho. Viajero por el Zaidín. Domingo por la mañana. Sol a raudales. Cerca de treinta personas colapsando la Avenida de Dílar y una vecina que pregunta “¿qué pasa aquí?”. Nada señora, no pasa nada. Estamos haciendo turismo. ¿Por el Zaidín? Sí, por el Zaidín.

Por ejemplo, frente al local de Bolsos Bravo, el único comercio que muestra el auténtico aspecto original de la Avenida, que se elevó sobre el nivel del suelo. Tiene sus escaleras y su techado de tejas. “Este debería ser el Centro de Interpretación del Zaidín”, comentaba Alfonso. ¡Y qué razón tiene! Luego, nos arrepentiremos. Visitamos la zona de las fuentes y recordamos la de Fontiveros, con esa réplica de Canaletas inaugurada por Narcís Serra. Pasamos por clásicos de la hostelería del Zaidín de toda la vida, como el Chencho o La Cruzada, ecosistema que habitaban los protagonistas de la saga del detective del Zaidín, el mítico personaje de la tetralogía de Salazar.

Plazas como la del Sol y la Luna o las Columnas, siempre rebosantes de vida, y ¿leyendas urbanas? como la de la Venerable Hermandad de Caridad del Santísimo Cristo del Trabajo y nuestra señora de la Luz que hicieron suyos nada más y nada menos que al INEM y a la Sevillana.

“¿Pero tú dónde te documentas, Alfonso?”, preguntó alguien. “En los bares. Los bares son la mejor fuente de información. Y los autobuses, aunque ahora con los móviles, apenas se habla en ellos”, ironizaba nuestro guía por un día.

Zaidín, el barrio de aluvión entre los ríos Genil y Monachil, con el recuerdo de vecinos ilustres como Javier Egea o Isidro Olgoso en un precioso recorrido memorístico y sentimental que no tiene precio.

Jesús Lens

¡Todos a la Biblioteca!

Ha querido el azar que este año inauguremos la séptima edición de Granada Noir en la Biblioteca Francisco Ayala del Zaidín. Será esta tarde a las seis, con la presencia de Fernando Marías, Clara Peñalver y Rosa Masip. Y ya es casualidad que precisamente ayer se celebrara el Día de las Bibliotecas, muy celebrado en Twitter, con decenas de mensajes de apoyo a uno de los espacios culturales más importantes de nuestras ciudades y pueblos. (AQUÍ el programa completo de Granada Noir).

Le pregunto a Fernando Marías por lo que han supuesto las bibliotecas en su vida y me da una de esas respuestas para enmarcar: “Para mí las bibliotecas son, junto a los cines, el primer lugar mágico de mi infancia. Solo que el cine ofrecía una película y la biblioteca tantos libros que no sabías cuál elegir. La excitación por tanta lectura a la vista y al alcance de la mano. Solo hay que ir, dejarse fluir, leer. El lugar sagrado del lector, su paraíso”.

Y lo dice un escritor consagrado con, entre otros, el Premio Nadal, el Primavera, el Biblioteca Breve y el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil. ¡Casi nada al aparato!

Las bibliotecas, como casi todo en este siglo XXI, están en pleno proceso de transformación. Además de ser ese templo para los lectores, son centros de dinamización que acogen todo tipo de actividades para atraer y fidelizar a un público con mil y una ofertas de ocio y cultura al alcance de su mano, literalmente hablando, que el móvil es uno de los objetos más poderosos y adictivos jamás inventados.

Las bibliotecas han dado respuesta a los desafíos tecnológicos de estos tiempos vertiginosos. Permiten ‘sacar’ libros electrónicos desde hace tiempo y ahora les toca adaptarse a ese nuevo y pujante formato: el audiolibro. Es la nueva revolución en marcha. Y ya ha llegado. Precisamente de ello hablaremos en Granada Noir, con el ejemplo de Storytel y el maridaje entre ilustraciones, relatos y narración oral.

Las bibliotecas son un imprescindible factor de democratización cultural. Eso sí, para que sigan cumpliendo ese papel es necesario dotarlas de fondos para comprar nuevos libros y organizar esas actividades culturales en torno a los libros que tan importantes son. Conferencias, presentaciones, clubes de lecturas, talleres…

La biblioteca es un espacio de convivencia, integración y desarrollo cultural e intelectual imprescindible en una sociedad democrática, moderna y desarrollada. No lo olviden las autoridades encargadas de cuadrar los presupuestos, que no solo de autovías vive el hombre.

Jesús Lens

Mala gente y, además, ridícula

El pasado miércoles, después de echar unas canastas y con la satisfacción del deber baloncestístico cumplido, el cuerpo me pedía hidratación, por lo que puse rumbo a un bar. Hacía tiempo que le había echado el ojo a un gastrobar de mi entorno y encaminé mis sedientos y cansinos pasos hacia su terraza.

Cuando estaba a punto de llegar me crucé con dos jóvenes que, vestidos de calle, corrían por la acera como si tuvieran el coche mal aparcado y un guardia hubiera sacado su bloc de multas. Les confieso que me escamó. Suspicaz que es uno. He escrito ‘jóvenes’, pero tendría que haberme referido a ellos de manera más ajustada: niñatos. Veinteañeros que deberían tener negras según qué partes de su cuerpo. Pero no.

Ejemplo de Sinpa

Como bien habrán deducido ustedes, aquel par de mequetrefes había hecho un ‘sinpa’ y corrían como gallinas, tratando de que no se les viera el plumero. “No es por las cuatro cervezas, es el coraje, la rabia que da”. Algo así decían los encargados, no sé si también dueños del garito. La atenta camarera que servía a toda velocidad, con exquisita profesionalidad, y el cocinero que había salido a ver si les echaba el ojo. Y el guante. Pero ya era tarde.

Por pura casualidad, esa misma mañana me había fijado en el cartel de un bar del Zaidín: “El servicio en terraza se paga al momento”. ¿Un celo exagerado? A la vista está que no. Me cabrea esa mala gente que, además, es ridícula. Hay que ser miserable para echar a correr por no pagar dos cervezas. Y conste que su ropa pija, esas bermuditas de color rojo bermellón y las camisas que vestían; no les hacía parecer sospechosos. Lo que tiene fiarse de las pintas. Y de la apariencia.

Desde que coordino el suplemento Gourmet de este periódico, que pueden leer hoy viernes en sus páginas centrales, siento más de cerca las zozobras de todas las personas que trabajan en el mundo de la hostelería. De todas formas, mi respeto y mi admiración por ellas es histórico y viene desde tiempos inmemoriales. Así, la dedicatoria de mi libro ‘Café-Bar Cinema’, publicado allá por 2011, rezaba lo siguiente: “A toda la gente de la hostelería que, con su sacrificado trabajo detrás de las barras, en las cocinas o en las mesas, contribuye a nuestra felicidad. Suyos son el mérito y el esfuerzo. Nuestro, el placer. Va por ustedes. ¡Salud!”.

Lo dicho: va por ustedes. ¡Salud!

Jesús Lens

Vaya con la valla

Caía la noche cuando me topé con un enorme montón de tierra que cortaba el camino. Apenas me quedaban 300 metros para salir a los aledaños de Los Cármenes y no me apetecía dar la vuelta, que me suponía un rodeo bastante considerable. Bordeé el montículo como pude y seguí mi marcha.

Como iba sin gafas y apenas quedaba luz, a punto estuve de estamparme con la valla que bordeaba la calle Torre de Comares. ¿Valla? ¿Qué valla? ¡Si allí nunca había habido valla! Entonces me fijé en que el suelo estaba repleto de mojones y señalizaciones trazadas con cintas blancas y rojas… que no tenían pinta de ser por el Granada C.F.

También caí en la cuenta de que no había un alma en una zona habitualmente transitada por perros variopintos acompañados de sus humanos, ciclistas, paseantes y patinadores. ¿Qué pasaba allí? Tiré por el camino transversal que sale a la calle de la Sultana buscando un punto de fuga, pero no hubo manera. Aquella valla no dejaba un resquicio.

Por un momento y amparado por la nocturnidad, pensé saltarla alevosamente, imitando a los mozos del Rocío. Pero me entró el canguelo. Por el ridículo. ¿Y si no lo conseguía? La sensación de fracaso me haría reparar de una forma demasiado cruda en la acumulación de años, kilos y sedentarismo. ¿Y si, peor aún, terminaba rompiéndome la crisma? Menuda estampa.

Con el rabo entre las piernas, retrocedí hasta el montón de tierra, volví a rodearlo iluminándome con la luz del móvil, desanduve el camino hasta la carretera de La Zubia y regresé al Zaidín por la otra margen del río Monachil.

Y fue entonces y solo entonces cuando me acordé de que hacía unos días,  Luis González, concejal de Urbanismo, había dado la paletada de salida a las obras de un nuevo parque. 34.000 metros cuadrados (a mí me parecieron más), una inversión de 1.750.000 euros y un plazo de ejecución de diez meses.

Se va a quedar muy bonita toda esa parte de Granada. Verde que te quiero verde. Haría falta, eso sí, intervenir en el cauce del Monachil y trabajar en una renaturalización sensata, junto a la del Genil. ¡Qué risas me voy a echar el próximo febrero, cuando pasee por el recién inaugurado parque y me acuerde de aquella imprevista excursión nocturna, ataviado con mi mascarilla! Porque una valla, en nuestro entorno, es algo sin mayor trascendencia.

Jesús Lens

Ser río en Granada

Es una maldición, ser río en Granada. Lo escribía hace unos meses en este artículo y lo constato una vez más gracias a esa costumbre mía de hacer “recorticos” con los periódicos y guardar páginas y páginas con noticias, artículos, entrevistas y reportajes que, pienso, me pueden resultar de utilidad en el futuro.

Paso el fin de semana haciendo limpieza y despejando la habitación de mi casa, en el Zaidín, donde voy a instalar mi despacho profesional, ahora que soy autónomo. Y, entre los montones de papel amontonado he encontrado la página 7 del IDEAL del domingo 11 de septiembre de 2016.

“La antigua fábrica de cordeles se recuperará como base del nuevo paseo del Darro”, reza el titular. Y continúa la noticia: “Alhambra y Ayuntamiento arrancarán a final de año la rehabilitación de la galería de arcos y todo el interior, que se transformará en un recinto expositivo para la próxima primavera”.

Cualquier tiempo pasado fue mejor

Esa primavera debía de ser la de 2017, lógicamente. Y como no me suena ninguna noticia sobre la inauguración de ninguna fábrica de cordeles restaurada, tiro de Internet. Y nada. De nada. Nada… más allá de una noticia de La Vanguardia, muy cachonda, fechada un par de meses antes, el 31 de julio de 2016: la intervención en el Darro se hará por fases, para evitar el fiasco del Atrio.

Hace unos días salí a trotar con mi hermano, en un -vano- intento por tratar de ponerme en forma de cara a Las 2 Colinas. Aprovechamos las últimas lluvias para correr junto al cauce del río Monachil, que viene cargado de agua por primera vez en yo que sé cuántos años. Un disfrute. Un gustazo.

Quedamos para volver a salir, pronto, por el más habitual cauce del Genil, para completar el sentido del nombre “Zaidín”, ese brazo de agua, tierra entre dos ríos, que tan bien describiera Isidro Olgoso.

Lo siento por mi hermano, pero también tendremos que acercarnos al Darro, a ver cómo van todas esas maravillosas intervenciones rehabilitadoras que iban a devolvernos el río a los granadinos. Y a los turistas, por supuesto. No olvidemos a los turistas…

¡A la mierda el río, ya!

Cinco años trabajando en un libro titulado “Ríos de celuloide” me han hecho especialmente sensible a esos cursos de agua viva que, en Granada, tienen mala suerte: embalsados, embovedados, tapados, olvidados o abandonados; nuestros ríos son el perfecto paradigma de esa mala follá tan proverbialmente nuestra.

Jesús Lens