¡Cambien lo del ANT!

Hagamos una encuesta a pie de columna, carente de toda validez técnica y científica: si a usted, estimado lector, le preguntan que dónde preferiría alojarse en sus próximas vacaciones, ¿cuál de las siguientes opciones elegiría?

 

A.- Hotel.

B.- Hostal.

C.- Pensión.

D.- Alojamiento no tradicional.

 

Yo, créanme, tendría claro que lo primero que miraría es lo de “Alojamiento no tradicional”, que suena novedoso, diferente y original. ¿Qué opciones me darán? ¿Un tipi indio perfectamente acondicionado? ¿Un iglú en la nieve? ¿Una casa cueva?

Mola eso de “Alojamiento no tradicional”. Y su acrónimo, ANT, es una pasada. Que juega con el concepto de hormiguero. ¡Si hasta hay un superhéroe llamado Antman!

 

La decepción vendría al comprobar que el alojamiento no tradicional es la muletilla acuñada por los responsables de nuestra hostelería para referirse a esas habitaciones y apartamentos que se alquilan a turistas, sin control alguno, sin pagar impuestos, tasas o gravámenes.

Entonces me surge la duda: ¿por qué le da Trinitario Betoret esa pátina tan chula, moderna, molona y enigmática a lo que solo son apartamentos de alquiler o, peor aún, habitaciones con derecho a baño? Lo escuchaba en la radio, hablando de los índices de ocupación turística del pasado puente, y me sorprendía su alusión a los Alojamientos no tradicionales, haciéndolos tan atractivos al oyente.

 

Háganse un favor, gentes y empresas de la hostelería, y busquen una denominación diferente a Alojamiento-No-Tradicional: con ese nombre tan alternativo y vanguardista, le hacen una innecesaria e inmerecida publicidad al invento y, además, ustedes quedan como carcas y viejunos.

 

Si algo nos ha enseñado el ejemplo de Catalunya es que resulta fundamental ganar la batalla del relato. Hoy, el relato, el storytelling de los anglosajones; lo es todo. Y tratar de hacerse con el relato apelando a conceptos como el referido ANT, no es el mejor camino.

 

Yo tiraría más bien por las vías de la experiencia y la sostenibilidad. ¿Qué experiencia te puede ofrecer un apartamento amueblado con cocina o el cuarto para las visitas de un domicilio particular? ¿Recordar tu vivienda, de la que te acabas de marchar y a la que no tardarás en volver?

Y está el tema de la sostenibilidad de las ciudades, cada vez más puesta en entredicho por modelos turísticos agresivos que, en poco tiempo, cambian su fisionomía, su alma y su esencia, deformándolas hasta hacerlas irreconocibles e inhabitables.

 

Jesús Lens

Antes del anochecer

Hay películas que, además de ser “propiedad” de su director, guionistas, intérpretes y del resto del equipo que las hacen posibles; también son tuyas. Y mías. Nuestras. Literalmente y en el sentido afectivamente patrimonial del término. Películas que forman parte de nuestra vida y sin las cuales nada sería igual. Quizá porque la vimos con aquella persona especial. O porque está vinculada a un suceso, a un acontecimiento que cambió nuestra existencia. Radical o, al menos, parcialmente.

 Antes del Anochecer

Hay películas, en fin, que las ves en un momento vital tan singular que se integran en tu yo más profundo y te acompañan por siempre jamás.

Para los cuarentones, la Trilogía de “Antes de…” forma parte de nuestra educación sentimental desde aquel ya lejano 1995 en que los personajes interpretados por Ethan Hawke (1970) y Julie Delpy (1969) se conocieron en un tren. Diez años después, Jesse y Celine volvieron a coincidir en París. Por sorpresa. Nadie se lo esperaba. Porque “Antes del amanecer” fue una de aquellas películas pequeñitas y discretas que, disfrutadas por un puñado selecto de espectadores, ni arrasó en taquilla ni se hizo acreedora de grandes premios.

“Antes del atardecer” nos trajo, en 2005, el reencuentro entre los dos personajes con el guionista y director Richard Linklater, nuevamente como testigo de excepción, y demostró una vez más que la magia, en el cine, es posible. 80 minutos de diálogo en los que la misma pareja de actores, que ya sí figuraban en los créditos como coguionistas, hacen avanzar una historia de amor que pareció imposible y que, sin embargo…

 Antes de

En 2013, Jesse y Celine ya peinan canas, sus rostros empiezan a estar surcados de incipientes y reveladoras arrugas y la lozanía, los sueños y las esperanzas de entonces han dejado paso a la confirmación de una realidad palpablemente contradictoria conformada por carreras profesionales tan exitosas como exigentes, una vida en común, un par de hijas compartidas… y todos los problemas inherentes a una pareja que empieza a tener más pasado que futuro.

La llegada de los 40.

La caída del viejazo, o sea.

La tercera entrega de esta saga, filmada con las tripas y el corazón es, de largo, la más dura, la más amarga y la más descarnada de las tres. Y, sinceramente, no podría ser de otra forma. Se suele decir que, a los 40, cada uno tenemos la cara que nos merecemos. Jesse sigue teniendo cara de niño. Ha crecido, pero mantiene incólume su sonrisa de malillo y su atractivo canalla. Celine, sin embargo, a pesar de su maravilloso culo francés y de la belleza de su parcial desnudez, está más perjudicada, más ajada y envejecida. Y la cámara no hace nada para disimularlo. Sobre todo, en la secuencia del hotel. Esas piernas hinchadas, esos tobillos inflamados…

 Antes del Anochecer Delpy

No. El tiempo no ha tratado con el mismo rasero a ambos protagonistas. Y eso se nota. Se nota en los diálogos, en las pullas y en las réplicas y contrarréplicas que vuelven a jalonar una película intimista y dialogada en la que la palabra es la protagonista absoluta, como en las dos entregas precedentes.

En este caso, y para ponernos en situación y explicar qué ha sido de nuestros dos protagonistas, dado que están juntos desde que se reencontraran en París y no sería muy creíble que ellos mismos nos contaran su vida, el guion, en una hábil pirueta, nos presenta a un grupo de amigos que disfrutan de una agradable comida antes de dar por concluidas sus creativas vacaciones en el Peloponeso.

Y ahí, en unos primeros quince minutos que podría haber filmado el mejor Eric Rohmer, los personajes hablan, bromean y juegan, para poner al espectador en situación y hacerle saber qué ha pasado en estos últimos años con Jesse y Celine, antes de dejarles a ellos nuevamente solos, frente a ese espejo que son los ojos de quiénes les vemos desde el otro lado de la pantalla.

 Antes del Anochecer actores

Un paseo al aire libre, una puesta de sol en un café, una habitación de hotel y nuevamente el café. Y la vida, claro. La vida que pasa. Y pesa. La vida de dos personas, con sus ilusiones y decepciones, con sus sueños y sus pesadillas. La vida. Su vida. La mía. La tuya. Nuestra vida.

Porque pocas veces una serie de películas ha estado tan apegada a la realidad de lo que cuenta y, sobre todo, es difícil pensar en otra trilogía que haya sabido captar las aspiraciones, los miedos y las desilusiones de toda una generación que, en Jesse y Celine hemos encontrado el mejor y más ajustado reflejo que el cine puede mostrar.

 Antes del Anochecer cartel

No sé si habrá cuarta parte, cuando estemos rondando los cincuenta. Hasta entonces, creo que sería una inmejorable idea, cuando “Antes del anochecer” esté en el mercado doméstico, ver la trilogía de una sentada… y hablar. Hablar, como decía Paul Auster, hasta que se nos suban los colores, “Blue in the face”.

Porque hay veces en que el cine solo es la excusa.

@Jesus_Lens , impresionado.

DEL VALOR DE LA EXPERIENCIA A LA IMPORTANCIA DEL TRABAJO EN EQUIPO

Dedicado a mis compañeros de Peñas, Intercajas y deporte.

Porque somos un buen EQUIPO.

 

El titular no fue que «Un equipo de viejunos derrota a la Bestia», pero podría haberlo sido. Perfectamente. Porque la semana pasada, los Boston Celtics ganaron a los Cleveland Cavaliers de LeBron James las semifinales de conferencia de la NBA.

 

– ¿Y a mí, qué? – seguro que os estáis pensando más de uno. Y de una.

 

Pues eso. Que el deporte, aunque a muchos no os guste ni os diga nada, nos da auténticas lecciones de vida, en multitud de ocasiones. Y ésta es una de ellas. Porque Cleveland no sólo tiene en sus filas al mejor jugador de la NBA, un portento físico y técnico… es que, además, terminó la exigente temporada regular clasificado en primer lugar, habiendo ganado más partidos que el resto de sus rivales.

Pero llegaron las eliminatorias, llegaron los tan anhelados como temidos play offs… y los viejunos de Boston les dieron para el pelo a unos Cleveland Cavaliers que perdieron exactamente igual que el año pasado, cuando eran claros favoritos para hacerse con el anillo de campeones. Y eso que en la presente temporada, para ayudar a LeBron, sus directivos habían fichado a otro animal de las canchas, el brutal Shaquille O´Neall.

 

La realidad ha sido que Cleveland ha ganado sus partidos sólo cuando LeBron ha hecho auténticas proezas. Si no… ¡al hoyo! Por ejemplo, en el último partido de su serie contra Boston, aunque La Bestia se marcó el enésimo «triple doble» de la temporada, sus porcentajes fueron bajos. Y Cleveland perdió. Otra vez.

Como tantas veces ha pasado en la historia del baloncesto, tener al mejor jugador no sirve para ganar campeonatos. Contratar al hombre-récord sirve para acumular marcas para la historia, como la de tener en tus filas al jugador más joven en alcanzar los 1.000 puntos en la NBA, recién salido del instituto, el único jugador capaz de destronar a Kobe al alcanzar los 15.000 tantos a los 25 añitos de edad. Pero todo eso son estadísticas y marcas individuales. Nada menos. Pero nada más.

 

De hecho, en cuanto Cleveland cayó eliminado, Kevin Garnett, uno de los puntales de Boston, le aconsejó a LeBron que tuviera los pies en el suelo y que pensara muy bien qué iba a hacer en el futuro inmediato. Que no tomara decisiones en caliente. Ni aceleradas. Y él bien sabe de lo que habla, no en vano, su historia es muy parecida a la de La Bestia, aunque con matices.

Garnett fue el primer hombre en veinte años que saltó del instituto a la liga profesional, sin pasar por la universidad. Fichó por Minnesota por una morterada de dinero (llegó a firmar un contrato de 126 millones de euros por varias temporadas) y se convirtió en una de las estrellas de la NBA, jugador franquicia de un equipo joven que nunca había entrado en los play offs. Gracias a sus prestaciones, Minnesota fue dando pasos hacia delante y creciendo de forma continuada. Garnett fue elegido MVP de la liga, entraba en los quintetos ideales de todos los analistas, fue designado mejor jugador defensivo de varias temporadas y su equipo se clasificó para los play offs… pero prácticamente siempre cayeron en la primera ronda. De hecho, nunca llegaron a jugar siquiera una final de la NBA.

 

La bomba explotó el 31 de julio de 2007. Boston, una franquicia en franca decadencia que llevaba más de veinte años sin disputar una final de la NBA y que vivía anclado en el recuerdo de sus años gloriosos, protagonizados por Larry Bird, Robert Parish o Kevin McHale, fichaba a Garnett. Pero es que un mes antes, el equipo del trébol ya había fichado a otro jugador mayor, otra vieja estrella decadente en su equipo de siempre: Ray Allen. Y había renovado su contrato a Paul Pierce, apodado «La Verdad» -The Truth-, un jugador que, tras varias lesiones, ya había dejado atrás su plenitud física. En teoría…

Partiendo de un Triángulo Mágico de jugadores tan experimentados como veteranos, supervivientes de mil batallas y con un amplio historial de lesiones a sus espaldas, Boston protagonizó una reveladora paradoja: los tres antiguos líderes y superestrellas bajaron en su anotación, disminuyeron sus minutos en cancha, tuvieron menos protagonismo individual y sus estadísticas personales menguaron. Al igual que su caché. Pero el equipo salió fortalecido. Ninguno de sus jugadores solía presentar estadísticas espectaculares después de cada partido, pero fueron ganando eliminatorias, por desgaste de los contrarios. Boston se mostró compacto, duro y rocoso… hasta terminar ganando el anillo de campeones, ese mismo 2008, derrotando a Los Angeles Lakers de Bryan y Gasol, en una apasionante final… de color verde.

Danny Ainge, otro famoso ex jugador del mítico Boston de los ochenta, reconvertido en general manager del equipo, fue saludado como el genio que consiguió el milagro, alabado y felicitado por todos los analistas de la NBA. Un milagro que, tras la eliminación de Cleveland, continúa este 2010.

 

De este tipo de ejemplos hay muchos en la historia del baloncesto. De hecho, hasta que no dejó de meter sistemáticamente cerca de cuarenta puntos por partido, Michael Jordan no ganó el anillo de campeón de la NBA con Chicago Bulls. Sus gestas, anotando más de cincuenta tantos en algunas ocasiones, aquellos mates y aquel derroche de facultades; nos tenían en vilo durante las madrugadas. Pero tuvo que llegar Phil Jackson, el Entrenador Zen, para convencer al genio de que sólo ganaría títulos si, en vez de jugar tan bien él solo, hacía jugar mejor a sus compañeros. Aunque él bajase sus prestaciones. Los resultados: medias de «sólo» veinticinco a treinta puntos por partido… y seis anillos de campeón de la NBA, con una inesperada y sorprendente retirada de por medio, para probar fortuna con el baseball.

 

Pero ésta… ésta es otra historia.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

 

PD.- Cuando subo estas notas on line, Boston le va ganando por 3 a 0 al Orlando de SúperHoward en la Final de la Conferencia Este y todo hace pensar que estamos abocados a una brutal Finalísima entre el Verde de los Céltics y la Fiebre Amarilla de Los Ángeles.

 

Vuelve el glamour…

 

¡Vivan los Viejunos!