Para quien no brilla la luz

Ando inquieto y nervioso, de cara a la presentación literaria de esta tarde, a las 19.30 en la librería Picasso, con mi compañero columnista y, sin embargo amigo, José María Pérez Zúñiga.

Será la última presentación hasta Granada Noir 4, que la temporada ha sido larga y fructífera desde la Feria del Libro hasta aquí, con el paso por nuestra ciudad de José Luis Ordóñez, Gustavo Abrevaya, Alicia Giménez Bartlett, Antonio Lozano, Leonardo Padura, Toni Hill o Lorenzo Silva… ¡casi, casi un festival en sí mismo!

Estoy intranquilo porque “Para quien no brilla la luz” es una novela profundamente desasosegante. Una combinación de género negro y terror que me lleva alterando el sueño las últimas noches, por mucho que yo, como ustedes, sepamos que los vampiros no existen.

Al menos, los vampiros que nos han contado la literatura y el cine, con sus colmillos puntiagudos, su dificultad para apurar el afeitado frente al espejo del cuarto de baño y su pasión por la sangre, pero en crudo y sin intermediarios, de la huerta a la mesa; que a los vampiros no se les conoce pasión por la morcilla. Al menos, no que yo sepa.

Y, sin embargo, el vampirismo sí existe. El vampirismo como fenómeno sociológico. El vampirismo económico. El vampirismo emocional. Lo sostiene José María, cuando recuerda a Claude Kappler: “Si el vampirismo fascina, es porque representa, con inmensa fuerza, una imagen del hombre contemporáneo”.

El vampiro contemporáneo se esconde detrás de diferentes máscaras. Entre la gente tóxica, por ejemplo. Esa gente que tiene la extraña costumbre de enredarnos en sus propios problemas una y otra vez, más allá de nuestros deseos y de nuestra voluntad.

Los vampiros se encuentran entre los compañeros de trabajo que escalan posiciones por la vía de pisotear a los demás. O entre esos jefes que abusan de sus empleados para medrar, que consiguen sus objetivos personales a costa de la fuerza vital de sus subalternos. ¿Y qué decir de la corrupción, esa lacra, esa peste que nos chupa la sangre hasta dejarnos literalmente secos?

Los vampiros nos siguen enamorando, como bien señala José María, porque nos brindan la posibilidad de ser otros. De ser diferentes. De ser omnipotentes. Pero esa es su dimensión fantástica. En la real, los vampiros nos estrujan y nos explotan… hasta reducirnos a la condición de zombis.

Jesús Lens

La noche más Noir

El jueves 16 de junio se celebra el doscientos aniversario de una de las noches más oscuras y terroríficas de la historia de la literatura. Una noche tétrica que, en realidad, duró tres días. Una noche que, paradójicamente, alumbró a algunas de las criaturas más fascinantes y misteriosas del género de terror.

Porque en la noche del 16 de junio de 1816, un variopinto grupo de personas se encerraron en Villa Diodati, a orillas del Lago Leman. Entre ellas, el poeta Lord Byron, que había alquilado la monumental residencia para pasar el verano haciendo excursiones por la montaña, nadando y navegando en las aguas suizas y disfrutando de una naturaleza exuberante. También participó en aquella velada J.W. Polidori, el médico personal de Byron. Y otro gran poeta: Percy Bysshe Shelley. Junto a ellos, dos mujeres. Dos hermanas: las jóvenes, impetuosas y aguerridas hijas del también poeta William Godwin: Claire y Mary.

Hijos de Mary Shelley diodati

Todos ellos habían huido de una Inglaterra encorsetada, puritana, pacata y muy cerrada sobre sí misma, en la que se asfixiaban tanto su voluptuosa juventud, su romanticismo y sus ansias de aventuras como su amor por los espacios abiertos y sus ansias de disfrutar de una naturaleza violenta y salvaje.

Hijos de Mary Shelley Byron

Pero, aunque la primavera debería haber dejado paso al verano, el 16 de junio fue un día gélido que obligó a los exiliados ingleses a refugiarse entre los muros de Villa Diodati y a encender un gran fuego que les hiciera entrar en calor. Y llegó la noche. Y, por la mañana, no salió el sol. Porque  1816 pasó a la historia como “El año del verano que nunca llegó”, en feliz expresión del escritor colombiano William Ospina.

Hijos de Mary Shelley Ospina

Lean, lean el libro que, con dicho título, publicó Ospina el pasado año, en la editorial Random House. Lean una fascinante investigación que cabalga entre lo histórico y lo literario y que da varias vueltas al mundo. Hasta llegar a aquel memorable 16 de junio de 1816.

Busquen, también, los cuadros que Turner pintó durante esos meses, con aquellos atardeceres incendiados en rojo sangre o en violentos morados. Porque en 1815, llovió sangre. Y llovió barro. Y el cielo fue un espectáculo multicolor. Y es que durante meses y meses estuvo lloviendo la ceniza del volcán Tambora, cuya salvaje erupción, el 5 de abril de 1815, provocó un tsunami que mató a muchos miles de personas. Además, la cantidad de azufre que el Tambora expulsó a la atmósfera produjo un cataclismo climático que se alargó durante meses y meses, volviendo loco al tiempo, literal, cromática y metafóricamente.

Hijos de Mary Shelley Tambora

Por eso, la noche del 16 de junio de 1816 abrió las puertas del invierno, en Suiza. Y las del infierno, en Villa Diodati. Una noche que duraría tres largos días y que el grupo de románticos literatos que se habían dado cita en la casa decidió ocupar y enriquecer a base de fantasía e imaginación.

¿Quién sería capaz de inventar la historia más terrorífica y misteriosa, de entre todos ellos? ¿Sería el Lord Byron del que media Europa hablaba, escandalizada? ¿El Shelley cuya poesía conmovía… a la poca gente que le había leído?

La respuesta es no.

Porque las historias más impactantes, las que parieron a las criaturas más salvajes y llegaron a aterrorizar a los residentes en Villa Diodati, las narraciones que trascendieron y se convirtieron en clásicos de la literatura universal fueron la del doctor Polidori y la de una insultantemente joven Mary, casada por aquellos entonces con el propio Shelley, del que había adoptado el apellido. Y es que, aquella noche, el médico sacó a la luz a la figura del vampiro y Mary, a la del hombre resucitado de entre los muertos, al que bautizó como Frankenstein. O el moderno Prometeo.

Hijos de Mary Shelley Vampiro

Pocas veces en la historia de la literatura, una noche fue tan fructífera. Muchas fueron las causas que desembocaron en aquella velada mítica, la del 16 de junio de 1816 que, doscientos años después, todos los que somos Hijos de Mary Shelley nos aprestamos a celebrar.

Porque, desde hace un tiempo, el escritor Fernando Marías ha ido reuniendo a una nutrida pléyade de narradores, escritores y creadores en torno a la figura de Mary Shelley. Antologías de cuentos y relatos, monólogos, obras de teatro, poesía, cómics, dibujos, ilustraciones y un largo etcétera de las más variadas manifestaciones artísticas conforman un proyecto, en continuo crecimiento y expansión, que confluye en esta página web: http://www.hijosdemaryshelley.com/

Obra original de Jesús Conde
Obra original de Jesús Conde

Una página web que está en pleno proceso de transformación y cuyo rostro definitivo se alumbrará mañana jueves, 16 de junio, en Madrid. Porque los Hijos de Mary Shelley tenemos una cita a la que no podemos faltar. En Espacio Fundación Telefónica. A partir de las 12 de la mañana. Con la etiqueta #200Diodati  Y hasta que el cuerpo aguante. Porque el programa confeccionado en torno a los “200 años de Diodati” comienza a mediodía. Y sus actividades se alargarán, oficialmente, hasta las nueve de la noche. Oficialmente, insisto. Porque bien sabemos que la noche es oscura y alberga horrores, ¿verdad?

Hijos de Mary Shelley

Volveré para contarlo. Espero.

Jesús Lens

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Lo que haya que hacer

Hoy, en IDEAL, publicamos una columna sobre cine, pero que va más allá del cine, claro. Hablando de la programación de Retroback, aPostamos por el cine de vampiros y por Drácula; claro que sí. Pero también reivindicamos a los zombis y a los héroes crepusculares del cine de Peckinpah (recordemos el homenaje que rendimos a Borgnine en la pasa Semana Negra en este «Va por ti, Ernest»). A ver qué os parecen estas ideas:

¡Qué fantástica idea, que sea el Conde Drácula el protagonista de la próxima edición de Retroback, el Festival de Cine Clásico de Granada! Pocas veces, un mito ha estado tan de actualidad. Drácula, el chupador de sangre que vampiriza a sus víctimas y les extrae su fuerza vital para poder seguir siendo inmortal. Drácula, seductor, atractivo, frío, sanguinario y carente de cualquier escrúpulo ético, moral o filosófico.

¡Chupasangres sorbeenergía!

Cuenta la leyenda que, poco antes del Crack del 29, Nelson Rockefeller había ido a que le sacaran brillo a sus lustrosos botines. El limpiabotas que le atendía no quiso dejar pasar la oportunidad y le recomendó al potentado que invirtiera en un determinado valor bursátil, dado que le habían dado un chivatazo y él mismo había invertido todo su capital en dicha compañía. Sigue contando la leyenda que, en aquel momento, Rockefeller deshizo sus posiciones y liquidó toda su inversión en Bolsa, salvándose de la debacle: si hasta los limpiabotas especulaban es que aquello estaba a punto de estallar.

Cuando Hollywood vuelve su mirada sobre Drácula y los vampiros… malo. No hay analista ni oráculo capaz de hacer mejores vaticinios que los de la industria norteamericana del cine: si los vampiros empiezan a ponerse de moda es que se está fraguando una crisis. Y para poder atisbar su profundidad y duración habrá que estar atentos a otra sintomatología audiovisual: si los zombis aparecen en escena es que la cosa va a ser especialmente grave.

El paisaje después de la batalla

Las historias de vampiros ponen el acento en el chupasangres, en el malo, en el causante de la enfermedad. Las de zombis; en sus víctimas, en esos pobres seres desharrapados que, carentes de voluntad o raciocinio, vagan por el mundo en manada, buscando algún bocado de carne putrefacta que llevarse a la boca. No sé si Retroback tiene pensado incluir en su programación películas de muertos vivientes, pero debería. El zombi es la otra cara de la moneda vampírica, su inexistente e imposible reflejo en el espejo. El zombi es la excrecencia, el resultado nauseabundo, la obra fallida, el producto malogrado de ese vampiro habitualmente mundano, fino y sofisticado.

Pero Retroback, en otra acertadísima decisión, también proyectará las películas de ese genio salvaje y desbocado, Sam Peckinpah, cuyos héroes crepusculares sí que son un modelo a seguir e imitar. Personajes que, contra toda lógica, siempre siguen adelante. Tipos duros a los que ninguna realidad, por áspera que sea, les desvía de su camino. Pistoleros a quienes les crujen los huesos cada vez que montan sus caballos, pero que jamás cejan en su empeño. Sujetos que tienen lo que hay que tener para hacer, siempre, lo que hay que hacer.

Ellos son nuestra luz

Viejos curtidos en mil batallas que no renunciarán a volver a empuñar un revólver, por última vez, para defender una causa que crean justa. Aunque les vaya la vida en ello.

Jesús Lens

Los 27 aPostados anteriores, desde aquí.

¿Y el 28 de agosto de 2008,2009,2010 y 2011?

Diástole

– ¿Y por qué dices que estás durmiendo tan mal estos días?

– Será por el calor…

Pero no. No era el calor. O sí. Pero no eran los más de cuarenta grados que marcaba el termómetro durante el pasado y letal mes de junio los que inquietaban mi sueño, sino el calor que desprendían las páginas de un libro, “Diástole”, de Emilio Bueso, publicado por la modélica editorial Salto de Página, cuyo catálogo permite que no sea necesario leer las solapas de sus libros para saber que cualquiera de sus títulos será bueno, atractivo, interesante y diferente.

Como “Diástole”, uno de esos libros cuya extrema frialdad hace que se te congelen las manos, mientras intentas sostener el libro. ¡Hasta las pestañas se escarchan, cuando lees algunos de los pasajes de una novela terrorífica, subyugante, enigmática, gótica y contemporánea, muy contemporánea!

Y sí. Hablamos de la misma novela en los dos párrafos anteriores. Porque la buena literatura, como “Diástole” pone de manifiesto, puede provocar un incendio a la vez que conllevar una glaciación. Y todo ello, en el espacio de un puñado de páginas.

Protagonizada por Jérôme, un pintor bohemio en las últimas, drogadicto y enganchado hasta las trancas, la novela se desarrolla en el lapso de cuatro días, lo que no es óbice para que abarque décadas y décadas en la vida del otro personaje; un extraño sujeto que le encarga al artista un cuadro, un retrato, para ser pintado en cuatro noches durante las cuáles le irá contando su historia.

Una historia que empieza en Rusia. En San Petersburgo. Que se convertirá en Leningrado. Y desembocará en Ucrania. En una ciudad muy concreta, cuya mera enunciación nos hace estremecer: Chenobil.

¿Quién es Iván? ¿Por qué necesita que su retrato esté listo en cuatro jornadas? ¿Por qué vive en esa casa, alejada de cualquier sitio? ¿Quién es ese asistente tan extraño que le acompaña?

Y, sobre todo, ¿por qué el preludio de la novela reza así?: “Al fin y al cabo siempre he sido un cero a la izquierda y un ignorante. Con el tiempo, me iré dando cuenta de ello. Y eso que estaré muerto para cuando termine mi historia.”

Una historia que comienza, efectivamente, cuando unos tipos de la Federación Rusa empiezan a espiar a alguien tan improbable como el pintor por encargo. ¿Y eso?

Emilio Bueso, con el Rufo y el diploma de Ganador del Celsius

Intriga, tensión, historia, personajes potentes, miedo, fatum, amor fou… de todo ello hay en las 230 páginas de una novela ardiente como el hielo, gélida como los fuegos del infierno; adictiva, fantástica y terrorífica, recientemente galardonada con el Premio Celsius de Semana Negra a la mejor novela de terror y ciencia ficción publicada en español a lo largo del pasado año 2011.

Jesús Lens

THE WALKING DEAD

Pues no. No era “The event” la serie del momento o lo que hay que ver, como decíamos aquí. Lo que realmente peta, ahora mismo, es “The walking dead”. Y para darle la bienvenida a mi Némesis, a nuestro querido Indi-Rash, empecemos con una de esas teorías sociológicas que algunos se inventan para “justificar” lo que, en realidad, no debería necesitar justificación alguna.

El caso es que, según dicen, el cine de vampiros ha cedido el testigo al cine de zombies (y quién dice cine dice televisión de la buena) por cuestiones relacionadas con la Crisis Financiera Internacional. Hasta ahora, la crisis nos hacía fijarnos en los vampiros chupasangres. En los tecnócratas financieros que, con su sofisticada ingeniería y su falta de ética, llevaron a la ruina a ciudadanos, empresas y hasta bancos, poniendo en jaque la sostenibilidad del sistema.

Pero, una vez desenmascarados esos viles y turbios manejos, ¿qué nos queda? Una ingente masa de gente impotente, haciendo cola en el INEM, viendo su vida arrasada, su casa embargada y su coche inmovilizado, por falta de dinero con que pagar la gasolina o, lo que es más sintomático, por no tener ningún sitio al que ir. Los muertos vivientes, o sea. Los zombies.

Y, una vez “dada” la bienvenida a Rash (no sé como verá / veréis esta teoría) hablemos de la serie en sí misma. Porque la serie es un serión. O sea, un cañón de serie. Que comienza situando el listón muy alto… para no bajarlo en la hora larga que dura el inmejorable piloto de “The walking dead”.

Que va de zombies ya lo sabemos. Por eso, el creador de la misma, Frank Darabont, no se molesta en explicarnos qué son los zombies, ni cuándo o porqué vienen a la tierra. Al menos, no en el primer episodio, rompiendo con la dinámica habitual de presentarnos a los protagonistas en su ambiente para, después, contarnos la tragedia, el accidente o el incidente de turno.

No sé si los tebeos en que se basa la serie arrancan de la misma forma. De lo que podemos dar fe es de que sus creadores no aceptaron ninguna oferta para que su historia fuera llevada al cine o la tele hasta que se vieron convencidos por la oferta del director de “La milla verde”, en quién confiaron ciegamente.

Y bien que han hecho.

Porque, ¿lo hemos dicho? “The walking dead” es un pedazo de serie.

El prólogo, seguido de la equívoca introducción que enlaza con el principio de la historia, resulta prodigioso. Y el recurso de las flores que le llevan al enfermo al hospital, frescas primero y secas después, resulta de una poesía metafórica que, si no habláramos de una historia de zombies, podría parecer hasta empalagosa.

Y hablemos de ellos. De los zombies. No vaya a parecer que soslayamos la cuestión. ¿Qué tal salen los zombies en la serie de Darabont?

Pues salen… de lujo.

Porque, al principio, durante (casi) todo el piloto, los muertos vivientes (a los que llaman injustamente “Caminantes” en la traducción española), los pobrecitos zombies, dan una mezcla de pena y miedo, hasta el punto de que su ejecución es algo casi piadoso. (No le demos vueltas a la sociología, de nuevo, vayamos a terminar de liarla)

Pero, justo al final del capítulo, en una imagen de Apocalipsis total, la cosa cambia de color y el momento en que el caballo cae en manos de los ciudadanos de Atlanta… en serio, mejor no hacer sociología, no sea que los disturbios de Atenas, este verano; o los de París, hace unas semanas, se nos queden convertidos en una mera anécdota…

¿La estáis viendo?

Jesús Lens (que ya lo advertía hace unos meses: Be Zombies, my Friends)