Godzilla

¿Por qué ahora y otra vez, Godzilla?

Podría ser una pregunta pertinente, máxime después de que Roland Emmerich ya le diera una nueva vuelta de tuerca a uno de los mitos recientes más explotados por el cine de la segunda mitad del siglo XX.

Vuelve “Godzilla”. Y lo hace a rebufo del terror nuclear despertado en el mundo entero, pero sobre todo en Japón, tras el desastre de Fukushima. Y vuelve, claro, a lo grande.

 Godzilla panorámica

El director de esta nueva entrega del monstruo nipón es Gareth Edwards y el guionista es Max Borenstein. Datos que, en realidad, nos resultan intrascendentes. Porque estamos ante una de esas películas en las que el factor humano es lo menos importante de todo. Ni siquiera que en el reparto figuren Bryan Cranston o Juliette Binoche nos dice nada, especialmente en el caso de la francesa. Esperemos que, al menos, disfrutara de unas vacaciones en alguna isla exótica, durante el rodaje, porque su papel… Ken Watanabe sí tiene más presencia. Y Aaron Johnson, el musculitos de turno con mirada tierna. Pero dejémonos de veleidades artísticas, que aquí todos hemos venido a ver… al monstruo. Que, en el caso que nos ocupa, resulta venir por partida triple.

 Godzilla chaval

“Godzilla” (pronúnciese “Góchila”, con acento en la Ó) es una de esas películas que conviene ver en pantalla grande, cómodamente sentados y acompañados de refrescos y garguerías. Una de esas películas que conviene ver sin tratar de buscarle las fisuras al guion, que ya aparecen por sí solas, sin necesidad de rascar. Una de esas películas que conviene ver desde la óptica disfrutona de los grandes espectáculos repletos de efectos especiales.

Personalmente, además del despertar, el levantar y el rebuznar de Godzilla, una imagen icónica; lo que más me gusta es la estética postapocalíptica de Honolulu, Las Vegas y San Francisco. Porque, junto a la crítica nuclear (ya sabes que el mito de Godzilla nació en Japón, en los años 50, tras las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki), esta nueva versión del monstruo nos invita a reflexionar sobre la crisis energética que podría estar por venir y sus terribles consecuencias.

 Godzilla poster

Y es que, más que la hecatombe nuclear, lo que ahora debería darnos miedo, mucho miedo; es el Gran Apagón. ¿Somos conscientes de lo rápido que se iría nuestro mundo al garete, de producirse un gran apagón? No durábamos ni una semana.

 Godzilla grito

Si a todo eso le añades el inevitable tsunami que toda película catastrofista de gran presupuesto del siglo XXI está obligada a tener, “Godzilla” ofrece dos horas de puro entretenimiento, lo que no es chica cosa. No es de extrañar, pues, que la película se haya encaramado en lo alto del Box Office, terminando de devorar los restos de “Ocho apellidos vascos” y a la espera de los grandes blockbusters del verano.

Jesús Lens

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Cosas que se dicen en voz baja

O que se piensan. Y no se dicen. O que se sienten. Sin pensarlas.

Hoy estoy fracturado. No es que me sienta así. Es que lo estoy. Quebrado. Partido por la mitad.

En días como hoy, es difícil encontrar palabras.

Por eso, vídeos como este, sobre el nuevo libro de Daniel Rodríguez Moya, tienen un eco y una resonancia especial. Llegan más. Te penetran con más fuerza.

Acostumbrado a hablar en voz alta, altavoz siempre en ristre, ¿cómo decir cosas en voz baja?

Descubro la imagen de David Reboredo, en la calle, por fin, besando a su padre, sin barrotes que los separen.

David Reboredo

No es el indulto completo. Pero es un paso.

Y un beso.

Hoy veo fotos. No muchas. Cuatro. Cinco…

Suficientes.

Más que suficientes.

Preciosas.

Y escucho a Keith Jarrett, sus gemidos y sus murmullos, cuando toca el piano y se funde con él. En tardes como ésta no cabe otra música que “Hearts in space”, “Waves” o “Tsunami”.

Entonces vuelvo a las historias de soledad y miedo de Peeters y Tomine. Y sé que hoy hay Black Mirror. Y siento miedo. Terror. Porque en la noche, hay monstruos.

Entonces vuelvo a la poesía. A “Sarajevo”, por ejemplo. Al “Sarajevo” de Izet Sarajlic.

Delicadeza humana,

¿Dónde estás?

¿Tal vez

solo en los libros?

Sarajevo Sarajlic

O el dedicado a Bora Spasojevic:

Antes de la guerra,

te prometí un poema

sobre Sarajevo.

.

Aquel último día que te vi

lo escribiste tú mismo,

mientras llorabas delante de las cámaras de televisión

por la ciudad destruida.

.

A mí solo me queda firmarlo.

Sarajevo. Estuve una vez. He vuelto muchas veces, desde entonces. A Sarajevo. Esta tarde, una vez más.

Y me acuerdo de una historia de Khalil Gibran, que leí cuando estaba en el Líbano. Y en Siria. En Alepo. En Damasco. Hoy devastadas.

Una historia sobre las ciudades del pasado. Pero, sobre todo, del futuro.

Y así va pasando la tarde.

Sentado.

Y de pie.

Dando vueltas.

Bebiendo.

Agua.

Sin parar.

Y pastillas.

Y pensando

que da igual estar partido

porque no estás fraccionado.

o roto.

Sino entero.

.

En Twitter @Jesus_Lens

Imagino que otros 18 de marzo serían diferentes: 2008, 2009, 2010, 2011 y 2012.

Lo imposible

Ya lo sabéis, ¿verdad?

“Lo imposible” está arrasando en taquilla, batiendo récords y cosechando aplausos, loas y parabienes de (casi) todo el que la ve.

¿Qué os parece el cartel, más allá del obvio Spoiler que constituye, en sí mismo?

Así las cosas y tras tres fines de semana abarrotando las salas más grandes que imaginarse pueda, toca responder a una pregunta: ¿es para tanto?

Me vais a perdonar si os parezco un pedante, un marisabidillo o un snob que va contra la corriente, pero la respuesta es…

¡NO!

Y eso no quiere decir, ni mucho menos, que sea una mala película. O que no me gustara. Pero, sinceramente, si no fuera porque estamos en lo más hondo de una crisis devastadora que, sin embargo, aún no ha tocado fondo; creo que “Lo imposible” no estaría siendo el fenómeno que es.

La película, que cuenta las vicisitudes de una familia española en la Tailandia arrasada por el tsunami de la Navidad de 2004, sitúa al espectador frente a una pesadilla mucho más espantosa que la provocada por el paro, la crisis y los activos tóxicos. Una tragedia devastadora que segó la vida de 200.000 personas que se encontraban en un lugar muy parecido al paraíso terrenal.

Una pesadilla que llega de improviso. Sin avisar. Como una maldición bíblica que lo arrasa todo a su paso; una ola gigante proveniente del interior del océano convierte en peleles a las miles y miles de personas que encuentra a su paso, arrastrando tras de sí no solo a sus cuerpos desmadejados e indefensos, sino también a los árboles, barcos, coches y cualquier cosa que no estuviera bien anclada en el suelo, por grande que pudiera parecer.

Ni que decir tiene que las secuencias del tsunami son espectaculares y que solo los quince o veinte minutos en que el agua desatada tiene el protagonismo ya hacen que merezca la pena pasar por taquilla. Para ver la película en una buena pantalla, claro. Una de esas pantallas gigantes que dan al cine espectáculo todo su sentido.

Porque el resto de la historia, la verdad, no raya a la misma altura. Superación, capacidad de aguante, resistencia, solidaridad, fuerza, coraje y ganas de vivir. Mensajes positivistas que llaman a la no rendición, a seguir luchando aun en las peores situaciones, por mucho que la lógica invite a abandonar.

Autoayuda a raudales y cantidad de secuencias muy apropiadas para la sección de psicología de los suplementos dominicales de los periódicos. Y, por supuesto, momentos lacrimógenos tan previsibles como inevitables.

Pero, por encima de que “Lo imposible” me haya gustado más o menos, sí estoy feliz por el hecho de que una película española esté arrasando y sea la comidilla en todas las charlas y tertulias del momento. Una película producida por gente de aquí, que apostó por un proyecto grande, multinacional, rodado en inglés, orientado a un mercado mundial, protagonizado por estrellas del calibre de Naomi Watts o Ewan McGregor y dirigido por un director español joven, pero sobradamente preparado: Juan Antonio Bayona. Un marketing excelente, una programación en festivales fabulosa… todo lo que rodea a “Lo imposible” muestra talento, inteligencia y gusto por las cosas bien hechas.

Cuando el gobierno del PP ha mandado un misil de largo alcance y brutal potencia destructiva contra la cultura española, el cine responde tomando la cartelera con películas como “Lo imposible”, la maravillosa “Blancanieves” de la que hablábamos hace unos días y la no menos estupenda “El artista y la modelo”, de la que no tardaremos en hablar, pero que debes ver, mejor antes que después.

Y tampoco tardaremos en hablar sobre el absurdo e irracional sistema de exhibición vigente en España y una política de precios que resulta tan vergonzante como abstrusa e irracional. Pero será otro día. Ahora nos quedamos con el devastador paso de “Lo imposible” por las pantallas españolas.

Un ejemplo de que otro cine también es posible. En España. Aquí y ahora.

Jesús imposibilitado Lens

PD.- De mareos, lipotimias, angustias y desmayos varios… ¡Paparruchas! Nada de nada. Sandeces que se inventan algunos listillos para darse pisto. Ni caso.

Ahora, a ver los anteriores 29 de octubre: 2008, 2009, 2010 y 2011