Torrentismo como síntoma

Hace unos días que escribí este artículo, pero lo tenía en la nevera. Sin embargo, al leer ayer domingo el titular que vais a ver más abajo… ¡tenía que ver la luz!

Salgo del cine de ver la última entrega de la saga de Torrente y me conecto a Internet para conocer la última hora sobre el estado de salud de Teresa Romero. Lo que me encuentro, sin embargo, es la Red incendiada por Excalibur.

 

Mientras camino, voy leyendo a decenas de expertos opinar sobre la evolución del virus del Ébola… en los perros. ¡Increíble! Hablamos de un virus que se ha cobrado miles de vidas humanas y para el que todavía no hay cura, pero en sus muros de Facebook, decenas de compatriotas parecen saberlo todo sobre sus efectos… en los animales.

Acto seguido, leo un reportaje sobre los protocolos seguidos por las autoridades ¿competentes? en el Carlos III. Y pienso que el inefable Torrente perfectamente podría haber estado a la cabeza de la gestión de todo el tinglado.

 Torrentismo

No sé si han visto la película. Posiblemente sí, dado que ha sido el mejor estreno cinematográfico del año y, en un solo fin de semana, reunió a más de medio millón de espectadores en las salas españolas. Más allá de procacidades como las del Segoviano o las arcadas –lo de las pajillas es otra cosa,  habiendo pasado ya a formar parte de nuestra cultura popular- la última película de Santiago Segura nos habla de un país decadente y lamentable, expulsado de la UE y con una Cataluña independiente. Un país cuya moneda es la Nueva Peseta, repleto de ruinas, con flamantes aeropuertos sin aviones y un Eurovegas de saldo.

 Torrente pajillas

Y ahí van Torrente y su troupe de desgraciados, con Jesulín a la cabeza, a atracar el casino. El plan, diseñado por un maquiavélico norteamericano, es digno de la saga de Ocean, trufado de los mejores momentos de Misión Imposible. Su efectiva ejecución, sin embargo, es más propia de Pepe Gotera y Otilio. ¡Typical Spanish!

Y ahí es donde radica el éxito de la saga de Torrente. En que es un espejo en que no nos queda más remedio que mirarnos… y reconocernos. Un espejo deformado, como los del Callejón del Gato de los esperpentos de Valle Inclán. Un ejercicio de exageración que, por desgracia, deja al descubierto las costuras y las vergüenzas de una sociedad casposa y ridícula en la que siempre tendemos a criticar a los otros. A los del otro lado. A los vecinos. A los compañeros. A los rivales. Y, sobre todo, a los de arriba, a los que mandan, a los que dirigen el cotarro. Como si fueran marcianos que han llegado del espacio exterior, y no los representantes públicos elegidos en las urnas por nosotros mismos.

 Torrentismo histórico

De la gestión del Ébola a la implantación de la LAC, pasando por los EREs, los impuestos, la crisis, el paro, la educación y la evasión fiscal; todos sabemos, todos opinamos y, por supuesto, todos tenemos LA solución. Lástima que después, para su ejecución, solo nos quede Torrente.

Jesús Lens

Firma Twitter