Terrorismo: ficción y realidad retroalimentadas

Hay una secuencia en la pésima nueva entrega de la mítica serie “24” en la que un coche cargado de bombas explota en mitad de un puente atestado de tráfico. Ocurría al final de un episodio y la cámara se alejaba en una toma aérea, mostrando la dimensión más colosal del asunto: el puente partido en dos, el humo, el caos…

Me pareció una secuencia respetuosa con el espectador, al no centrarse en los efectos más brutales, cercanos y perceptibles del atentado: personas heridas y ensangrentadas, gritos, fuego, metal retorcido, cadáveres quemados tendidos sobre el asfalto, cuerpos desmembrados… No es que esperara que una serie de estas características fuera a mostrar escenas gore, pero me resultó llamativo que, al comenzar el siguiente episodio, nos enteráramos del número de muertos y heridos por las desapasionadas informaciones que desgranaba un noticiero de televisión, sin que en ningún momento se vieran en pantalla los resultados del atentado.

Y entonces me acordé de un magistral artículo de Jesús Ferrero titulado “Terror, relato y espectáculo” en el que, partiendo del filósofo Peter Sloterdijk, se vincula el terrorismo con la cultura del entretenimiento.

 

Hablando de los atentados reales que, por desgracia, están sacudiendo Europa de forma recurrente en los últimos años, señala Ferrero que el espectáculo que ofrecen las imágenes de televisión es muy pobre, visualmente hablando. Son secuencias deslavazadas, mal enfocadas, confusas y, por lo general, apenas muestran nada. Sin embargo, no dejamos de mirarlas, hipnotizados. Sobre todo, las imágenes de las personas heridas, de los cuerpos tendidos, de los efectos más perceptibles de los atentados.

¿Qué tienen esas imágenes para mantenernos fijos frente a una pantalla, viéndolas en bucle, una y otra vez? Para Ferrero, el secreto está en la narración que, de las mismas, se va construyendo a través de la información que recibimos. La clave está en el relato que se va elaborando.

 

Un relato -y esto ya es una opinión personal mía- que también construimos gracias al creciente número de series y películas que hemos visto sobre terrorismo islamista y en las que sí aparece ese espectáculo del que adolece la realidad. Si hemos visto “24”, por seguir con el mismo ejemplo, y contemplamos en un telediario o en la web de un periódico un puñado de imágenes de un atentado capturadas con un teléfono móvil, el relato de lo que nos cuentan las noticias lo completamos, visualmente, con las vívidas imágenes que el cine y la televisión nos han mostrado mil y una veces.

Realidad y ficción, ficción y realidad se retroalimentan de tal manera que, durante la emisión de la quinta temporada de “Homeland”, algunos episodios comenzaban con la advertencia de que las imágenes podrían herir la sensibilidad del espectador. Y no por su crudeza, sino porque la historia que contaba -la preparación de un atentado islamista en Berlín- coincidió con los atentados de París. Y la similitud de ambas tramas, la real y la de ficción, resultaba ser extraordinaria. Lo que, por supuesto, era aterrador.

En Hollywood, el Estado Islámico y Daesh son el nuevo gran enemigo, protagonizando algunas de las series de más rabiosa actualidad y que más seguimiento tienen. Además de las mencionadas “24” y “Homeland”, están el meollo argumental de “House of cards”. Y, en todas ellas, el personaje del presidente de los Estados Unidos tiene una enorme importancia. Lo que, teniendo en cuenta quién es el nuevo inquilino de la Casa Blanca, no deja de ser sintomático.

El caso es que, hoy, el enemigo público número 1 es el terrorista islamista radical. Y una oportunidad como ésa, la Meca del Cine no la va a dejar pasar. Lo señala Ted Johnson, redactor Jefe de la revista Variety: “El Daesh y el miedo venden. Y eso Hollywood lo sabe muy bien. Es mucho más difícil vender las películas que dan una visión un poco más matizada. El criterio número uno es: ¿se puede ganar dinero con ella? Y esa es la pregunta más habitual de Hollywood”.

Y ahí es donde podemos empezar a tener problemas, como bien señala Asiem El Difraoui, historiador de la propaganda yihadista: “El problema no es que Hollywood se apropie del Daesh. El problema va a ser cómo Hollywood se apropia del Daesh. Si la gente es capaz de verlo de una manera en que no se estigmatice a los musulmanes, sino que se consiga explicar lo que alimenta al Daesh; puede ser beneficioso. Pero me temo que no va a ser el caso y que este tipo de películas va a contribuir a dividir más a nuestro mundo”.

 

Así, no es de extrañar que el profesor y ensayista Jack G. Shaheen diga, literalmente y hablando de “Homeland”, que no la puede ver. “Es como la serie “24” con adultos educados. Se han vuelto tan sofisticados… han disimulado el estereotipo mejor que nadie. Básicamente dicen: no son del todo malos, pero siguen siendo malos”. Habla, por supuesto, de los personajes musulmanes, dibujados con trazo grueso en cada vez más películas, series y novelas, lo que contribuye enormemente a una islamofobia cada vez más global, cada vez menos sofisticada.

El gran problema es que los esquemas de Hollywood, sus producciones, su forma de narrar; están siendo perfectamente replicados por el enemigo. Por el Estado Islámico, tal y como nos cuenta un documental esencial, “Terror Studios”, del que he extraído los entrecomillados anteriores. Un documental estremecedor que el lector debe ver a la mayor brevedad.

Se lo aconsejo vivamente. No solo porque volveremos muy pronto sobre él, sino también porque es uno de los ejemplos más claros de que el cine y la televisión son poderosas herramientas transformadoras de la realidad, yendo mucho más allá del puro y simple divertimento.

 

Jesús Lens

De ser humano a integrista radical y asesino

Hoy publico en IDEAL este artículo que te pone en una pista literaria que, creo, te va a resultar muy interesante. Si es así y el libro te llama la atención, dímelo y hablamos.

¿Cómo se convierte, en tan poco tiempo, un repartidor de pizzas al que le gusta el rap en un asesino en masa que, armado con un kalashnikov, masacra fríamente a una docena de personas? ¿Qué poderosos mecanismos han de operar para que una chica que luce un bikini en una foto, mientras abraza a su pareja, aparezca poco después ataviada con un luctuoso burka, blandiendo amenazadoramente una ballesta?

 Burka

A lo largo de estos días vamos leyendo distintas informaciones y reportajes sobre las vidas de los hermanos Kouachi, Amedy Coulibaly y su pareja, Hayat Boumeddiene; tratando de encontrarle una explicación a sus crímenes.

Cada persona es un mundo, por supuesto. Y la trayectoria vital de cada individuo es distinta a la de los demás. Pero en el proceso de conversión al islamismo radical que desemboca en un ser humano matando y muriendo por Alá, Mahoma y el Corán hay una serie de pasos que el escritor Roger Mimó desgranó en su excepcional novela “Veintidós peldaños”, publicada por la editorial granadina Almed.

 Veintidós peldaños

La novela lleva como subtítulo “Memorias de un terrorista islamista” y los escalones referidos son todos y cada uno de los estadios por los que pasa un muchacho tan brutote como noble, nacido en una zona de Marruecos, hasta verse convertido en una bomba de relojería a punto de estallar.

¿Hay religión en la conversión del protagonista de la novela? Sí, claro. Pero mucha menos de la que el lector pueda imaginar. Y, desde luego, de un tipo diferente a la que podríamos pensar. Porque, para que un chaval normal y corriente decida convertirse en un asesino en masa, la religión tiene que venir acompañada de más cosas. De muchas más cosas.

De una situación económica complicada, por ejemplo. De un entorno familiar que tampoco es fácil. De una sociedad y un ambiente opresivos. De unas expectativas demasiado altas. De una realidad más dura aún. De los sueños que se rompen. De los sueños robados. De los sueños que, al final, se convierten en pesadillas.

 Islam radical

No es igual la situación en Marruecos que en París, por supuesto. Como no lo es en Nigeria, Irak, Arabia Saudí, Argelia, Siria o Egipto. Pero los mecanismos de captación y convencimiento que describe “Veintidós peldaños” pueden ser perfectamente extrapolables.

Hablamos de un libro con enjundia, escrito por un viajero nato, residente en Marruecos desde hace años. Mimó es un buen conocedor del Islam. Tanto que decidió profesarlo, también desde hace tiempo. Lo que no le impide describir la aberración que supone el integrismo radical, el fanatismo y la sinrazón de los terroristas.

 Roger Mimó

Hablamos de un libro adictivo, en fin, que se lee a una velocidad vertiginosa. Una vez que el lector pase las primeras páginas y suba el primer peldaño, ya no podrá dejar de ascender hasta alcanzar el veintidós, el más alto y definitivo. Sin hacer un alto en el camino, sin buscar un rellano en el que coger aliento.

Jesús Lens

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Veintidós peldaños

De Roger Mimó, autor de esta extraordinaria “Veintidós peldaños” que acaba de publicar la editorial ALMED, tenía referencias por ser autor de una guía de viajes de Marruecos que me gusta usar cuando viajo hasta allí, y por regentar uno de esos hotelitos con encanto en el país alauita. Además, de Roger Mimó había leído la muy recomendable “El largo camino africano”, una narración de las aventuras que vive el autor cuando emprende un completo y complejo viaje, en un jeep artrítico, por Marruecos, Argelia, Mali, Costa de Marfil, Mauritania y Guinea Conakry.

Con estos avales podréis entender que un buen día, tomando café con Juanma, esturreara toda la barra del garito de Arriaga en que nos vemos de vez en cuando, al decirme que estaban a punto de publicar la nueva novela de Roger Mimó, cuya web podéis ver aquí.

Noticias como ésa son de las que te alegran un día, haciendo que no te importe que empiece a llover cuando has salido de casa sin paraguas o, peor aún, comprobar que no tienes las llaves encima, al regresar. Da igual. No importa. No pasa nada.

Reconozco que cuando Juanma me comentó de qué iba “Veintidós peldaños”, me dio un poquito de yuyu. Ojo, el tema me parecía, y me sigue pareciendo, apasionante, pero después de haber leído las novelas de Yasmina Khadra, temía que el descenso al abismo del terrorismo islamista al que nos invita Mimó me sonase a conocido. Peor aún, a repetido.

Porque “Veintidós peldaños” lleva como subtítulo, precisamente, “Memorias de un terrorista islamista” y los escalones referidos son todos y cada uno de los estadios por los que pasa un muchacho tan brutote como noble, nacido en una zona de Marruecos, hasta verse convertido en una bomba de relojería a punto de estallar.

Pero no. Os puedo asegurar que no hay que tener el más mínimo de los recelos y que cualquier atisbo de duda se disipa prácticamente desde que comienzas una lectura absolutamente recomendable, necesaria y esencial para saber muchas de las cosas que pasan ahí abajo, ahí al lado, en un país del que somos vecinos y con el que estamos felizmente condenados a entendernos.

¿Hay religión en la conversión del protagonista de la novela? Sí, claro. Pero mucha menos de la que te puedas imaginar. Y, desde luego, no del tipo que estás pensando. Porque para que un chaval normal y corriente decida convertirse en un asesino en masa, la religión tiene que venir acompañada de más cosas. De muchas más cosas.

De una situación económica complicada, por ejemplo. De un entorno familiar que tampoco es fácil. De una sociedad opresiva. De unas expectativas demasiado altas. De una realidad más dura aún. De los sueños que se rompen. De los sueños que nos roban. De los sueños que, al final, se convierten en pesadillas.

Cuando leas “Veintidós peldaños” –porque tienes que leerla, ya me lo agradecerás- hablamos de todo esto y demás. Hablamos, que el libro tiene miga y, lo que es mejor, se lee a la velocidad de un huracán.

Una vez que pasas las primeras páginas y subes el primer peldaño, ya no podrás dejar de ascender hasta alcanzar el veintidós, el más alto y definitivo. Ya verás que no haces un alto en el camino, que no buscas un rellano en el que coger aliento. ¡Todo hacia arriba!

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

Mitad de diciembre. ¿En qué estábamos, en 2008, 2009 y 2010?