Granada, Ciudad del Cómic

Aprovechando que estaba en Granada, un grupo de amigos decidimos hacerle una encerrona a Juanjo Guarnido. Le citamos con nocturnidad y alevosía en Salón Clandestino del TTT, donde le esperaban, emboscados, un puñado de amigos artistas, dibujantes e ilustradores.

Sergio García, Enrique Bonet y Juanjo Guarnido; clandestinos

Quiso la casualidad que esta visita de Juanjo haya coincido con el premio Eisner logrado por otro dibujante granadino: Gabriel H. Walta. Su obra “La Visión” ya figura en el Olimpo del Cómic, junto al Blacksad de Canales y Guarnido, que el Eisner es el premio más importante del cómic internacional.

Pero es que, además, si abrieron ustedes ayer la edición digital de IDEAL, se encontraron con una viñeta prodigiosa de otro artista local: la que el joven Jorge Jiménez ha dibujado para la portada del último número de Supermán y en la que, paradójicamente, no aparece el súper hombre venido de las estrellas, sino un grupo de gente que, desde el suelo, le jalea, le aplaude, le saluda y le sonríe.

Tanto Juanjo Guarnido como Gabriel H. Walta y Jorge Jiménez trabajan para la industria internacional del tebeo, participando en algunas de las series más importantes y reputadas del cómic internacional. Pero la nómina de artistas granadinos con proyección nacional e internacional no se agota en ellos, que el trabajo de Sergio García, profesor de la Facultad de Bellas Artes de Granada, sobre “Moby Dick” para el New York Times, impresiona, apabulla y quita el hipo.

Y están José Luis Munuera y su trabajo para Spirou. Y Enrique Bonet y su proteica “La araña del olvido”, que no se agota nunca. Y Joaquín López Cruces, Nacho Belda y Francis Porcel… Y eso que solo cito a los implicados en la encerrona a Guarnido del pasado jueves, perpetrada con la complicidad del imprescindible Jesús Conde.

Celebro que Granada sea flamante Ciudad de la Ciencia y la Innovación, Capital de la Música y Ciudad Literaria de la UNESCO. Pero también resulta perentorio reivindicar el marchamo de Granada como Ciudad del Cómic y la Ilustración y, de cara a la futura capitalidad cultural del 2031, hace falta canalizar este brutal caudal creativo.

Juanjo Guarnido con su premio Eisner

Por ejemplo, el gran Miguel Ángel Alejo, compañero de IDEAL y especialista en el mundo del cómic y la ilustración, seguro que tiene mucho que decir en este sentido.

Ahí lo dejo, que me espera “La Visión”. ¡Ya les cuento qué tal!

Jesús Lens

Un regalo inesperado

El sábado, que llovía a cántaros, estaba yo refugiado en mi cueva, echando un Apalabrados con el Gran Rash, cuando mi impaciente amigo me urgió a terminar la partida porque tenía que ir a recoger unos tebeos.

En broma, por el chat del adictivo juego de construcción de palabras, le dije:

– ¡Cómprame alguno!

El lunes, a las 8, en lo más crudo del comienzo de la semana laboral, el Gran Rash me trajo este tebeo.

Y se empeñó en que no se lo pagara.

La semana avanza, a trancas y barrancas, con sus luces y sus sombras.

Pero cuando las cosas se tuercen, pienso que una semana que comenzó con un regalo inesperado no puede ser tan mala, ¿no?

¡Gracias Rash! (Pero esto no es óbice para que siga pensando que “clámide” es una palabra de mierda… 😉 )

Adolf

Este año, que aún no ha consumido su primer trimestre, está siendo poco activo, desde el punto de vista lector. Lo reconozco. Estoy escribiendo mucho y el trabajo resulta muy absorbente así que, excepción hecha de algún sábado largo con tiempo por delante y poca agilidad en los dedos para darle a la tecla, solo leo antes de irme a dormir, lo que, en realidad, es muy poco, demasiado poco, apenas nada.

Pero es que, además, este año, los Reyes fueron Majos y me regalaron una barbaridad, un desafío llamado “Adolf”, un tebeo de Osamu Tezuka que publica Planeta en dos tomos de 600 páginas… cada uno.

Aún olía a sudor de camello y al regio aroma del incienso que acompaña a los Reyes cuando ya estaba yo enfrascado en las primeras páginas de la historia de Adolf, entre la Alemania nazi y el Japón imperial.

Y ahí permanecí, sumergido, días y días, sufriendo, disfrutando y vibrando con la historia cruzada de tres personas llamadas Adolf, cuyas vidas se desarrollan en los crueles y complicados años 30 y 40 del pasado siglo.

Todo comienza durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Berlín, cuando los nazis ya estaban en el poder. Y discurre a lo largo de los años siguientes, hasta el final de la II Guerra Mundial.

Tratar de resumir una historia de 1.200 páginas en este puñado de palabras es tan ocioso como gratuito. Solo diremos que si este monumento gráfico cayera en manos de Iñárritu, el director de “Babel”, se vería irrefrenablemente obligado a filmarlo ya que caería seducido por ese efecto mariposa que, de Japón a Alemania, pasando por Rusia y Polonia, conecta a todos los seres humanos en menos de los famosos seis grados de separación.

Lealtades, venganzas, obsesiones, amistades, amores imposibles, amores azarosos, miedo y determinación. Junto con peleas, persecuciones, palizas, huidas y viajes. Esas son solo algunas de las mimbres con que se construye una novela gráfica de un larguísimo alcance en la que tenemos referencias históricas y políticas de dos países y dos culturas que son anatema.

Que el fascismo engendra monstruos es algo que la historia y el arte nos han mostrado cientos de veces. Pero que también tienen sus contradicciones, lo sabemos algo menos. Que en el Japón imperial vivieran comunidades judías, por ejemplo, y que desempeñaran un importante papel en el descubrimiento de uno de los secretos que, de haberse sabido antes, habrían hecho tambalear al Tercer Reich; es de lo más interesante.

Lo que pasa es que, me temo, esta reseña es como predicar en el desierto. Si eres aficionado a los cómics, seguro que sabes infinitamente más que yo de Osamu Tezaka y que te conoces el “Adolf” de pe a pa.

Y, si no eres comiquero, si los tebeos no están entre tus lecturas habituales, será complicado animarte a que le metas mano a las 1.200 páginas de este Manga, por impresionante que sea.

Así que, lo dejamos aquí.

Balance final: si quieres pasarte unas cuantas semanas absorbido por una narración fascinante, larga, densa y completa; ni lo dudes: lánzate de cabeza a compartir tu tiempo con los tres Adolf de Tezuka.

¡No te arrepentirás!

Jesús Lens

Veamos, en anteriores 28 de marzo, qué blogueábamos: 2008, 2009, 2010 y 2011

Dublinés

Lee uno palabras como James Joyce, Ulises o Dublineses y le entra una especie de miedo paralizante, de pereza inconmensurable, de tedio supino, de superior aburrimiento.

Lo siento, pero es así. Al menos, a mí me pasa.

¿Qué me llevó, pues, a comprar y leer una obra como “Dublinés”, de Alfonso Zapico?

Teniendo en cuenta de que “es una obra llena de detalles, está centrada en la vida de James Joyce y recorre con el autor los momentos, las conversaciones, las penurias y las aventuras con las que se fue construyendo una de las grandes figuras del siglo XX”, sería como para hacérselo ver, ¿no crees?

Ahora que, ¿y si nos encontramos a Joyce “escribiendo novelas o bebiendo cerveza? Es posible que le veas vacilándole a Yeats o riéndose de Proust en su propia cara. Si te lo cruzas, conviene no molestarle… Es mucho mejor reírse con él”.

¿Ein? ¿Perdón? ¿Reírse con… Joyce? ¿Con James Joyce? ¿Estamos locos, se nos ha ido la pinza o es que, quizá, Eduardo Madina había bebido demasiadas pintas al escribir ese párrafo anterior?

Pues no, amigos. No. Resulta que, efectivamente, James Joyce puede ser un cachondo. Al menos, eso piensa Alfonso Zapico. Y así nos presenta al autor de algunas de las obras más, más, más (*)… de la literatura universal: un juerguista nato, un irresponsable, un niño grande egoísta y sinvergüenza que vivía en los pubs y que cada libra que tenía, se la gastaba en una buena farra.

Alfonso Zapico ha escrito y dibujado un fastuoso álbum en que ha recreado el Dublín de los años 20 así como las grandes (y pequeñas) capitales europeas en las Joyce residió a lo largo de su vida. Un álbum fastuoso y desenfadado en el que veremos al genio irlandés echando la pota después de agarrar una kurda, a su hermano hecho un basilisco por tener que aguantar a un gorrón como el literato y a la señora Joyce hecha una energúmena, cansada de las golferías de su díscolo esposo.

Disfrutaremos con los paseos de Joyce por esa Dublín que, después, describiría con todo lujo de detalles en sus libros. Sentiremos la atmósfera de los pubs y descubriremos el proceso creativo de un autor que, no por consagrado, era menos humano que el resto de sus semejantes, con sus imperfecciones, infidelidades y miserias a cuestas.

Le veremos descubrir el amor y el sexo, comportarse como un irresponsable y caprichoso, viajar por toda Europa, pegando sablazos a todos los que se le ponían a tiro. Le encontraremos dando clases de inglés para sobrevivir y aquejado de la melancolía, la morriña y la saudade por su Irlanda perdida. Conoceremos esas leyendas que tanto le gustaban y le escucharemos entonar esas baladas que todo buen irlandés lleva impresas en su ADN más profundo.

Decíamos que “Dublinés” es un álbum fascinante. Fastuoso y desenfadado. Es uno de los grandes tebeos, o cómics, publicados por la imprescindible editorial Astiberri en su más que delicioso catálogo.

Penséis lo que penséis de Joyce, no dejéis de leer “Dublinés”. Eso no te garantiza que, después, leerás el “Ulises”. Pero sí, a buen seguro, que le tendrás menos manía.

Jesús Lens

(*) Que cada uno añada los objetivos que, consideren, mejor pegan en ese espacio.