El arma del crimen

Hace un par de años escribía en esta sección una entrega titulada “Martillo matón”, surgida tras una conversación con el escritor Carlos Zanón, uno de nuestros autores de referencia.

Señalaba Zanón que es un escritor más de personajes y atmósferas que de complejas e intrincadas tramas. Por eso, a la hora de matar, hace que sus personajes actúen de forma natural. Y lo natural, en España, no son las pistolas, escopetas o armas de fuego, precisamente. Un martillo, sin embargo, sí forma parte del escenario cotidiano de cualquier vivienda. El martillo, como recordábamos entonces, ha estado presente en las novelas de Andreu Martín y del cubano Lorenzo Lunar, en películas como “Misery”, “Drive” y la tremenda “Old Boy”, del surcoreano Pak Chan-uk, o en series como “Fargo”.

Me acordaba de todo ello viendo el mejor thriller del año pasado: “En realidad, nunca estuviste aquí”, una genialidad de Lynee Ramsay en la que su protagonista, el excesivo y desmesurado Joaquim Phoenix, libera a chicas secuestradas por las mafias de la prostitución martillo en mano, con una brutal contundencia. La secuencia en la que entra en una tienda y elige la herramienta con la que va a tratar de rescatar a otra muchacha, nos recuerda al mazo empleado tradicionalmente por los jueces anglosajones a la hora de impartir justicia, aunque Phoenix la administre de forma mucho más directa y contundente. (Más obre esa joya, AQUÍ)

Viendo “Solo quiero caminar”, de Agustín Díaz Yanes, me encontré con otra secuencia en la que el villano de la función castiga a la sufrida Gloria Duque por el expeditivo método de romperle una mano… de un martillazo. Y es que hay algo especialmente doloroso y humillante en utilizar de forma tan salvaje una herramienta convencional y al alcance de cualquier persona.

 

Menos mal que las chicas son guerreras y, en la misma “Solo quiero caminar”, el personaje interpretado por Ariadna Gil se cobra una deuda pendiente, moral en este caso, a través de otro instrumento poco habitual: un sólido y recio bate de béisbol con el que le mete una paliza de impresión a un macarra al que se la tenía jurada, un mamón con pintas que se merece el severo correctivo que le aplica Aurora, uno de los personajes femeninos con más prestancia del Noir cinematográfico español. (Más sobre estas películas de Agustín Díaz Yanes, AQUÍ)

En España no estamos muy acostumbrados a los bates, herramienta que suelen utilizar los neonazis en sus razzias callejeras. En Estados Unidos, sin embargo, tener un bate de béisbol en casa es tan normal como tener unos patines, un balón de fútbol o unas zapas de baloncesto. De hecho, hay tipos que lo llevan en el maletero de su coche, por lo que pueda pasar. Como Ray Donovan, al que encontramos en uno de los episodios de su magnífica serie quitándose la camisa y haciendo ejercicios de estiramiento con el bate, antes de entrar al bar en que se esconde el perla de su padre, rodeado de sus pendencieros colegas.

Ese mismo bate con el que amenazó a otro mal bicho, que había robado una bolsa llena de dinero, utilizando una de sus frases más memorables: The Bag or the Bat. Una sentencia tan afortunada que ya es leyenda… impresa en camisetas negras de lo más llamativo. (Más sobre Ray Donovan, AQUÍ)

Con imaginación, decisión y mala leche, casi cualquier instrumento puede convertirse en arma homicida. Recordemos las célebres tijeras de “Crimen perfecto”, de Hitchcock, el auténtico maestro en convertir los objetos más convencionales de nuestra vida diaria en arma letal, por inocentes que pudieran parecer. La pala de “Cortina rasgada”, la cuerda de “La soga” y hasta una pierna de cordero, bien congelada, antes de ser debidamente horneada con el fin de hacerla desaparecer… de la manera más sabrosa posible.

¿Y qué me dicen de Coppola y de Mario Puzo, a la hora de planear la muerte del siniestro Don Lucchesi, en “El Padrino III”? A sabiendas de que cualquiera que se acercara a un hombre de su posición sería escrupulosamente registrado por sus guardaespaldas, el enviado de la Familia Corleone le arrebatará sus propias gafas y se las clavará en el cuello, en una de esas secuencias que, como la del disparo en el ojo a Moe Green, resultan inolvidables para el espectador, quedando grabadas en su retina de forma indeleble y por siempre jamás. (Más AQUÍ, sobre Los Padrinos)

Esas gafas no te quedan nada de bien…

Vamos a terminar haciendo justicia poética y volviendo a la vapuleada Gloria Duque, uno de los grandes personajes de Agustín Díaz Yanes. En su memorable “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”, Gloria era torturada por un gángster-gourmet que le clavaba, cruel y sañudamente, un abrebotellas en la rótula. ¿Cómo consigue zafarse Gloria, a la vez que vengarse?

Con un bolígrafo metálico que alcanza in extremis y clava en el cuello del vil y taimado sicario mexicano, en una preciosa y sangrienta metáfora visual sobre la pluma y la espada, trasladada al ámbito de los bajos fondos cinematográficos.

 

Jesús Lens

Seguiremos hablando de ellas

“Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto” atesora, como primera gran virtud, uno de esos títulos con fuerza y personalidad, imposibles de olvidar. Un título que dan ganas de enmarcar con letras de oro y colgarlo en el despacho, sobre el escritorio, bien visible.

Por supuesto, la gran obra maestra de Agustín Díaz Yanes, dirigida en 1995, es más, mucho más, que un título prodigioso: si la película no hubiera sido tan grande como es, habríamos terminado olvidándonos de Gloria y de Doña Julia a las primeras de cambio.

 

Sin embargo, a comienzos de 2017, cuando el escritor Fernando Marías se planteó poner en marcha el proyecto Hnegra, en el que las mujeres serían las grandes heroínas de 22 cuentos cortos escritos por 22 autoras de género negro y que serían ilustrados por 22 reputados artistas, su referente fue “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”.

 

“—No disparen… solo soy una puta…

 

Así recuerdo que suplicaba Gloria Duque, bañada en sangre ajena, ante los policías que irrumpían pistola en mano en la pantalla del cine, aquel lejano día de 1996. Desde mi butaca, estremecido, la vi llorar. Aterrorizada y sola, con las manos en alto, de rodillas en el suelo del tugurio, rodeada de cadáveres acribillados a balazos. Esa mujer muy pobre y muy desdichada, también inocente o incluso muy inocente, inocente de casi todo, no quería, a pesar de su vida perra, que la matasen un disparo fortuito.

 

—No disparen… Solo soy una puta…

…Esta película llegó para demostrar que era posible filmar obras maestras del cine negro en idioma español, senda que, por suerte, luego seguirían otras películas y cineastas. Pero, además, de forma también novedosa y hasta insólita, concedía el protagonismo de la trama y de su intensidad emocional a las mujeres”.

 

Estos fragmentos del excepcional prólogo que el escritor y muy cinéfilo cinéfilo Fernando Marías ha escrito para el libro Hnegra, publicado por la editorial Alrevés y Ámbito Cultural El Corte Inglés, nos dan la razón a quienes pensamos que sí. Que seguiremos hablando de ellas, por siempre jamás.

Seguiremos hablando de los personajes magistralmente interpretados por Victoria Abril y por Pilar Bardem, ambas ganadoras del Goya por sus interpretaciones de Gloria y Doña Julia, y escritos por un Agustín Díaz Yanes que hacía su debut como director con una película que, efectivamente, nos sacudió a todos los espectadores en la sala de cine.

 

Yo, que no soy de mucho llorar con las películas, no puedo evitar que, cada vez que veo el final de “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”, me caigan lágrimas como puños mientras espero a que terminen los títulos de crédito, para rehacerme y recomponerme antes de volver a la realidad. Porque hablamos de una película más negra que el asfalto, pero con un poso de humanidad en sus personajes que, si no le conmueve, querido lector, es que está usted tallado en roca pura.

Pocos debuts cinematográficos tan deslumbrantes como “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”, una película totémica y fundacional de un nuevo cine negro español que arrasó en el Festival de Cine de San Sebastián y que terminaría cosechando ocho premios Goya, entre ellos, mejor película, mejor director novel y mejor guionista; para Díaz Yanes, además de los referidos galardones a Pilar Bardem y a una Victoria Abril que definía así a Gloria, su personaje, durante el estreno de la cinta: “Es una personaje real, de hoy, del Madrid de 1995. Me siento representando a millones de mujeres de carne y hueso, no es una heroína de gimnasio. Es de las que se callan, cuya vida se desarrolla en una sociedad difícil, y más aún para las mujeres”.

Así las cosas, no es de extrañar que, más de veinte años después, sigamos hablando de Gloria Duque, ¿verdad? Sobre todo porque Agustín Díaz Yanes retomó su personaje en una extraordinaria secuela titulada “Solo quiero caminar”, en la que Gloria Duque regresa a México, viéndose enredada en la mala vida. Otra vez.

 

Otra potente historia, igualmente Noir, en la que el elenco femenino incluye a Ariadna Gil, Pilar López de Ayala y Elena Anaya, arropando a la imprescindible Victoria Abril. Y, si en la primera entrega, el villano estuvo interpretado por el argentino Federico Luppi; en este caso será el mexicano Diego Luna el personaje trágico masculino.

Uno de los temas que más me apasionan, de un tiempo a esta parte, es cómo reflexiona el cine sobre el paso del tiempo en películas que, pasados diez años o más, retoman a personajes de títulos anteriores y los sitúa en otro tiempo, en otro espacio, en otra sociedad y en otras circunstancias.

 

¿Cómo ha tratado la vida a Gloria Duque, en los cerca de quince años que median entre “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto” y “Solo quiero caminar”? ¿En qué han cambiado las sociedades española y mexicana que nos muestra Agustín Díaz Yanes? ¿Qué queda de la impronta de Doña Julia en la protagonista, años después de su muerte?

 

Para el festival multidisciplinar Granada Noir es un orgullo y un placer contar este año, en su tercera edición, con la presencia del guionista y escritor Agustín Díaz Yanes, que recogerá el Premio GRN a toda una trayectoria dedicada al género negro.

Será el martes 3 de octubre, en el Teatro CAJAGRANADA, antes de la proyección de su obra maestra, “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”, con la que se inicia el ciclo que AulaCine CAJAGRANADA dedica a la mujer en el género negro.

 

Tras la proyección, el cineasta mantendrá un coloquio abierto con el público en el que hablará de su cine y sus novelas, de la adaptación de Alatriste, del guion de “Madrid Sur”, una cinta de ciencia ficción que no pudo ser rodada por falta de financiación; y de su película más reciente, “Oro”, que ya está a punto de estrenarse en las salas de cine.

Una película que esperamos con ansia cinéfaga sin límites.

 

Jesús Lens

Alcanzado por el futuro

Ayer fue uno de esos días decisivos. Uno de los días que conforman cómo va a ser el resto de tu vida. Un día que lo cambia todo. Porque ayer, me alcanzó el futuro. Ese futuro que venía persiguiéndome desde hacía meses.

Durante un lapso de tiempo, no excesivamente largo, pero sí muy intenso, coincidimos mi futuro y yo.

 

—¿Qué tal? ¿Cómo me ves? —me preguntó.

 

No pude contestarle. Porque el futuro es algo que siempre va por delante de ti: en cuanto lo alcanzas, se convierte en presente e, inmediatamente después, ya es pasado.

 

El futuro, una vez que llegas a él, ya es otra cosa.

 

No es habitual, por tanto, que sea tu futuro el que te alcance a ti. Y, cuando ocurre, como ayer, es complicado saber cómo reaccionar.

 

—¿Soy como te esperabas?

 

Tampoco tuve respuesta. ¿Cómo esperaba yo que fuera a ser, mi futuro? Reconozco que, desde hace tiempo, no me lo planteo. Cuando somos jóvenes, nos creemos dueños de nuestro destino. A medida que crecemos, las circunstancias nos vapulean y nos enseñan que, tal y como decía John Lennon, la vida es eso que ocurre mientras tú haces otros planes.

 

Mi futuro no se tomó a mal mi silencio reflexivo. Creo. Estuvo un rato conmigo, mirándome cara a cara. Y, de pronto, echó a correr, volviendo a ir por delante mí, como se supone que debe ser.

 

Más tarde, comiendo con el escritor Fernando Marías en ese oasis que es el restaurante Ácimo, mientras dábamos cuenta de una rica ensalada de pollo con curry, salió el tema. El del paso del tiempo. El de los ciclos que se terminan. Y los que empiezan. Porque solo cuando se cierra un ciclo es posible disfrutar plenamente del siguiente.

Durante la comida, Fernando y yo hablamos de cine. De Marlon Brando, esencialmente. Y de Coppola. De Clint Eastwood en “Gran Torino”. Y de Agustín Díaz Yanes, por supuesto. Actores que han personificado el paso del tiempo y directores que han reflexionado sobre él. Sobre los efectos que tiene en personajes como la Gloria Duque de “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”, un título que es, en sí mismo, una declaración de intenciones y cuya segunda parte se tituló “Solo quiero caminar”.

Y ahí resultó estar mi respuesta, de cara al futuro. En una sencilla actitud: solo quiero caminar…

 

Jesús Lens