La dama de oro

El pasado.¡Ay, el pasado! Va uno a ver “La dama de oro” y se pasa la película reafirmándose en su idea de que, para que las heridas cicatricen, es necesario sacarles todo el pus que acumulan en su interior. Que no bastan los paños calientes, las gasas y el agua oxigenada. Que hay que sajar, limpiar profundamente y desinfectar, antes de suturar para que la herida cicatrice.

 La dama de oro Mirren

Y piensas todo esto porque “La dama de oro” cuenta una historia con los nazis como protagonistas. Los nazis, los malos más malos de la historia. Los malos por antonomasia. Aquellos nazis que, antes de asesinar a millones de judíos en los campos de concentración, les despojaron de todos sus bienes materiales, incluyendo obras de arte de valor incalculable.

Robaron, por ejemplo, el “Retrato de Adele Bloch-Bauer I”, popularmente conocido como “La dama de oro”. Un cuadro espectacular, mágico y extraordinario que Gustav Klimt pintó para una de esas familias judías centroeuropeas que gozaban de una desahogada posición económica y que amaban el arte, la música y la cultura.

La dama de oro

Un cuadro tan importante que se convirtió en uno de los iconos de Austria, en una de sus señas de identidad, figurando en uno de los lugares más destacados del Palacio Belvedere que acoge la pinacoteca más importante del país.

Sigue leyendo la reseña en mi espacio Lensanity de la web de Cinema 2000

 

Jesús Lens

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