De salarios y propinas

Habíamos terminado de comer en el Grand Central Oyster Bar de Nueva York. No fue un almuerzo particularmente memorable y el trato de los camareros fue manifiestamente mejorable. Dado que la cuenta, barata no fue, optamos por dejar una discreta propinilla y marcharnos con viento fresco.

No habíamos llegado a la puerta cuando se formó un tremendo griterío a nuestras espaldas. Hicimos un Ronalmessi y seguimos caminando como si nada, obviando el caudal de furiosos improperios que llegaban a nuestros oídos. Hacernos los suecos, sin embargo, no nos sirvió de nada: justo antes de franquear la salida, nos vimos rodeados por un grupo de iracundos camareros. La desidia y el desdén mostrados a la hora de atendernos en la barra habían tornado en una iracunda antipatía hacia nosotros, que poníamos cara de besugo y de no entender un pijo.

Pero pasar de hacernos los suecos a hacernos los tontos tampoco fue solución: terminamos pagando el 20% de sobreprecio en el importe de la comanda, de acuerdo con los cánones baristas yanquis, y salimos con las orejas gachas y los hombros hundidos, entre ofendidos y humillados.

Estos días se ha desatado una enorme controversia contra las propinas en los Estados Unidos, dado que esta inveterada tradición contribuye a generar una creciente precariedad laboral -como bien mostraba Tarantino en el memorable arranque de “Reservoir Dogs”- además de provocar una indiscutible discriminación racial, que los afroamericanos reciben un 25% menos de propinas que los empleados blancos.

Sin embargo, ¿adivinan ustedes quiénes se llevan la peor parte en un sistema retributivo basado en las propinas? Efectivamente: las camareras, expuestas a un nauseabundo acoso sexual del que se aprovechan muchos clientes masculinos, perfectamente conscientes de que ellas necesitan ese dinero que ellos les darán, más o menos graciosamente, más o menos espléndidamente… dependiendo de cómo se porten.

En España, la propina es otra cosa, pero en cuestión de precariedad, el sector de la hostelería no tiene mucho de lo que presumir, de acuerdo con las estadísticas oficiales y la realidad de la calle.

La mejor política para luchar contra la discriminación y el acoso viene dada por unos salarios razonables, unos horarios sensatos y unas condiciones laborales justas. Ojalá que las promesas de luchar contra la explotación laboral del nuevo gobierno de Pedro Sánchez no se queden en papel mojado ni termine llevándoselas el viento.

Jesús Lens

Día de la Mujer

Hoy es un día en el que resulta muy fácil detectar a cierto tipo de espécimen sobre el que es necesario seguir trabajando y al que resulta imprescindible tratar de educar. Hablo, por supuesto, de las personas que hoy, Día de la Mujer, dirán eso de: ¿y por qué no hay un día para el hombre?

En su mayoría, serán hombres los que suelten la manida perla de rigor. Pero también habrá alguna mujer que lo piense… y verbalice. Hoy es un día en que, entre todos, tenemos que reflexionar sobre la brecha que sigue separando a las mujeres de los hombres en nuestra sociedad.

 

Porque la hay. Una brecha que, por desgracia, no parece ni hacer amago de estrecharse, como se pone de manifiesto con las insoportables e intolerables cifras de asesinatos machistas en lo que va de año.

Y el asesinato, no lo olvidemos, es el resultado final de una violencia estructural que, históricamente, los hombres han ejercido contra las mujeres. Ya es triste, en pleno siglo XXI y en España, tener que escribir una atrocidad como esta. Pero el acoso verbal y físico, el menosprecio, el insulto, la intimidación… todas esas actitudes machistas siguen presentes en nuestra sociedad, en todos los ámbitos, edades y extracciones sociales.

 

Hoy miércoles, la consigna es “Nosotras paramos”. Porque, tal y como arranca el llamamiento al paro internacional de mujeres convocado para hoy, “las mujeres del mundo estamos hartas de violencia física, económica, verbal y moral dirigidas contra nosotras”.

 

Hoy, es importante que hagamos visible la desigualdad que lastra nuestra sociedad, que seamos conscientes de que una mitad de la población no puede ser considerada inferior por la otra mitad. Empezando por los sueldos que cobran y por los puestos que ocupan en los centros de poder.

 

No hace falta más que mirar a nuestro alrededor para comprobarlo: ¿cuántas muestras de desigualdad no hay en su entorno más cercano, estimado lector?

No. Lo siento. No creo, ni por asomo, que la causa del feminismo esté desfasada ni que sea una lucha que haya que dar por concluida. Las furibundas reacciones a una iniciativa como el de CalendariA de la UGR, sobre el que hablé aquí, lo dejan bien a las claras. Hoy, 8 de marzo, todo hombre que se precie de serlo, debe proclamarse feminista. Y, por supuesto, debe serlo. Hoy, mañana y pasado. Porque, mientras la desigualdad de género siga vigente en la sociedad, tenemos mucho trabajo por hacer y mucho camino por recorrer. Desgraciadamente.

 

Jesús Lens