Un día sin Internet

Ayer se cayeron WhatsApp, Facebook e Instagram durante un par de horas y los efectos fueron, básicamente, divertidísimos. Para empezar, los viejunos pontificadores volvieron a aprovechar las cada vez más habituales caídas masivas de las redes sociales para ironizar con que los jóvenes Millennials descubrirían que existe una vida real fuera de las pantallas.

Otra gente se vio obligada a hacer algo tan anacrónico como hablar por teléfono para cuadrar la comida del domingo, confirmar la reserva en el restaurante o explicarle al cuñado torpe y despistado cómo se llega al garito.

Una inmejorable ocasión, también, para recordar el por qué de las leyes antimonopolio: que tres canales de comunicación de tanta implantación como Facebook, Instagram y WhatsApp estén en las mismas manos y dependan de las mismas redes, tiene sus riesgos.

Lo que me lleva a ir un poco más allá. ¿Se imaginan que, en vez de las redes sociales, se cayera Internet como tal? ¿Cómo sería un día sin Internet? Para empezar, habría que ir al quiosco en busca de la prensa, si quisiéramos estar bien informados y no quedarnos en saber lo que pasa.

De encontrarnos en una ciudad extraña, habría que buscar un plano que nos permitiera orientarnos. Eso, y preguntarle a la gente, claro. Al no poder subir fotos a las redes ni interactuar en foros, estaríamos obligados a mirar las cosas que nos rodean. Al natural; sin filtros, marcos o adornos. En vivo y en directo. Es posible que nos saliera tortícolis por mantener el pescuezo recto durante tanto tiempo, pero sería un riesgo asumible.

No funcionarían las plataformas televisivas y las Smart TV volverían a ser tontas, aunque ya no fueran cajas. En ese caso, los viejos DVD y Blu-Ray serían la tabla de salvación para cinéfilos compulsivos que no se conformaran con ver lo que echen las cadenas de turno.

Y quedarían los libros, claro. Los libros de toda la vida. Los de tinta y papel, invitándonos a una lectura tranquila y sosegada sin que los avisos, alarmas y globitos de colores del móvil nos interrumpieran y molestaran continuamente.

—Muy bien, Lens. Todo eso está muy bien. ¿Pero cómo te las ibas a apañar para mandar al periódico esta columna?

Jesús Lens

Quioscos y quiosqueros

Hace muchos, muchos años, para pagar cualquier cosa, había que llevar cash en el bolsillo. Me remonto tan atrás que, por entonces, no gastaba ni cartera. Eran tiempos en que podías salir a la calle con unas monedas de veinte duros en el minibolsillo de la derecha de los vaqueros. Y, si portabas un billete verde bien doblado en el fondo del bolsillo del pantalón, eras el rey.

En aquella prehistoria, tratando de impresionar a una chica con la que había quedado, la invité a ir a ver una película al Madrigal. Original que es uno. Para mi sorpresa, aceptó. Entonces llegó el pánico y me invadió el terror. El suelo desapareció bajo mis pies y un denso sudor frío cubrió mi frente. Efectivamente: nada más hacer la propuesta, eché mano al bolsillo y… ¡no me quedaba un chavo!

¿Qué hacer? Por una vez, estuve rápido de reflejos. Miré a mi alrededor, vi el quiosco de Puerta Real en que tantas veces compraba el “Fotogramas”, el “Natura” y algunos tebeos y le dije a la quiosquera que necesitaba mil pesetas. Que al día siguiente se las devolvía. Sin un atisbo de duda, sacó el billete de la caja y me lo dio, acompañándolo de una sonrisa que jamás olvidaré.

El quiosco es importante

Desde entonces, los quioscos de prensa son algo sagrado para mí. Y a ese recuerdo dedico hoy este artículo de IDEAL. Cada vez que paso frente a uno, me detengo a mirar sus expositores, aunque sea treinta segundos. Y, si voy con prisa y no puedo parar, noto cómo mis piernas bajan el ritmo al caminar, experimentando una especie de efecto imán.

Quioscos prensa

Con el paso de los años, con cada mudanza de domicilio, una de mis primeras preocupaciones era localizar mi nuevo quiosco de cabecera. Ahora, entre mi querido Francis, de Jalu; y el grandísimo Paco de Avda. de Cádiz, estoy bien surtido.

Como tantos otros negocios, los quioscos de prensa están en pleno proceso de transformación. La famosa reinvención, un término del que hablaremos otro día. Permítanme que hoy termine este artículo reivindicando la importancia de los quioscos, uno de los elementos urbanos que más vida dan a calles y barrios.

Quioscos IDEAL

Son las portadas de los periódicos y el colorido de las revistas. Los mil y un coleccionables y los libros a precio asquible. Y los tebeos, por supuesto. Son centros neurálgicos para la tertulia y la discusión. Son… imprescindibles.

Jesús Lens

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