Como nos ve el CIS

Cuando sale publicado el Barómetro del CIS, nos tiramos como locos a la cuestión electoral, a las intenciones de voto y a la valoración de los políticos, como hice hace un par de días en IDEAL. Pero el CIS es mucho más que la cuestión electoral y el informe correspondiente al mes de julio nos invita a ir un poco más allá de las urnas.

Por ejemplo, con el asunto de la independencia de Cataluña. A la pregunta de “¿Cuál es a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España? ¿Y el segundo? ¿Y el tercero?”, la cuestión del Procés está en la respuesta de solo el… ¡2,6% de los encuestados! Quién lo diría, con la de tinta que derrama la cuestión en los periódicos impresos, la de bytes que acumula en los digitales y la de horas de cháchara que consume en informativos y tertulias de radio y televisión.

 

Pero es que los Estatutos de Autonomía preocupan a un 0,2% y los nacionalismos, a un 1%. O sea que no parece que sea algo que, en nuestro día a día, nos altere demasiado. Lo cual es bastante de agradecer y una buena muestra de que estamos tirando a cuerdos.

Y es que, de acuerdo con el CIS, lo que nos preocupa a la mayoría son aspectos más prosaicos como el paro, problemas de índole económico, la sanidad, la corrupción y el fraude, problemas de índole social, la educación… ¡Qué cosas!

 

Eso sí. A la hora de valorar la actual situación económica de España, las respuestas mayoritarias se concentran entre el Regular (40%), Mala (34,1%) y Muy Mala (19,2%); sin que las perspectivas de futuro sean muy halagüeñas, que para el 44,6%, dentro de un año, será igual.

 

Peor se presenta la cosa con la situación política de nuestro país, que para más del 70% es Mala o Muy Mala y, de cara al año que viene, para el 49% será igual y para el 23%… peor todavía.

Este pesimismo sí que resulta preocupante y descorazonador; algo que nuestros políticos deberían analizar y hacerse ver. ¡Menos postureo y menos invocar al Apocalipsis nacionalista y más trabajo en lo que a la gente preocupa de verdad!

 

Insisto: la desafección hacia la política no es algo casual ni accidental y la gente, que no es tonta, empieza a estar muy harta de palabrería hueca y debates interesados y estériles.

 

Jesús Lens

La urna como símbolo

Hasta ahora, nunca había reparado en ellas. En las urnas. Y mira que una vez me tocó ser mesa electoral y me pasé un montón de horas haciéndole compañía a una. Pero no me fijé en ella, por mucho que fuera el centro de atención del colegio.

Es lo que tiene ser paisaje: no cobramos conciencia de su importancia hasta que, de repente, ocurre algo que nos obliga a pararnos, mirar a nuestro alrededor, fijarnos y reflexionar.

En este caso, el anuncio de la licitación de un concurso por parte de la Generalitat para la compra de 8.000 urnas y la advertencia del gobierno del PP de que dicha licitación iría contra lo dictado por el Tribunal Constitucional hace que, de repente, esos cubículos adquieran una relevancia especial.

Ha sido ahora cuando he recordado que, efectivamente, en el anterior simulacro de consulta instigado por la Generalitat se utilizaron cajas de cartón a modo de urnas. Y aquello daba una sensación de falta de seriedad y de charlotada que no se podía aguantar.

La adquisición de urnas transparentes y de metacrilato se convierte, pues, en requisito sine qua non para darle enjundia al que debería ser el momento culminante del llamado proces catalán o proceso soberanista de Cataluña. Y, como símbolo… ¡vive Dios que no podían haber elegido uno mejor!

Una urna electoral representa la democracia infinitamente mejor que las banderas, escudos, proclamas, manifiestos, mítines o procesos de primarias. Una urna electoral es un hermoso objeto de una belleza minimal al que deberíamos erigir un monumento: perfectamente rectangular, angulosa y herméticamente cerrada, excepción hecha de la estrecha ranura superior a través de la que se introduce el sufragio voluntario. Inaccesible. Inviolable. Pura. Divina. Virginal.

Una urna electoral, además, solo sirve para lo que sirve. Y nada más. Cumple con su función democrática durante la jornada electoral y, una vez finalizada, vuelve al almacén, al armario, al altillo en que reposará durante varios meses, antes de que su concurso vuelva a ser requerido. ¿Se puede ejemplificar mejor la esencia de lo que debería ser la democracia?

No sé en que terminará la iniciativa de la Generalitat de licitar la compra de urnas electorales. Lo único que pediría a todas las partes responsables de esta situación es que tengan sentido común y las miras suficientes para no convertir las urnas electorales en urnas funerarias.

Jesús Lens