El caos de Ceuta

No entiendo nada de lo que está pasando en Ceuta. Y es por eso que escribo esta columna, caótica y sin sentido. No es dejación mía, ojo. Al menos, no creo que lo sea. Estoy tratando de comprender los cómo, quiénes y por qué. Pero no es fácil. La actitud del gobierno marroquí resulta indignante. Promover un éxodo masivo de personas para presionar a España, invitarlas a que se echen a las aguas para llegar a nado a Ceuta… ¿por qué? ¿Para qué?

Voy leyendo la información más actualizada posible y lo mismo me encuentro con referencias al Polisario que con la aprobación de una partida de 30 millones de euros del Ejecutivo español a Marruecos para frenar la inmigración irregular.

Según Marlaska, se incluye en la política de cooperación y coordinación del Gobierno español con diversos países africanos para controlar la presión migratoria y luchar contra el crimen organizado. Que no dudo que sea así. Pero, ¿ahora? ¿Justamente ahora? ¿No les suena a lo del palo y la zanahoria? ¿Al poli bueno y al poli malo, con la Unión Europea mostrándose «tajante» y diciendo que no se dejará intimidar por nadie? ¿Quién es nadie, por cierto?

Ni que decir tiene, en mitad del carajal montado en Tarajal, Gobierno y oposición no han tardado en tirarse los trastos a la cabeza. Para el PP, la crisis migratoria era algo previsible, que se podía esperar. Al final, Casado y los suyos van a tener una capacidad profética mayor que la del mismísimo CIS de Tezanos. Para Sánchez, por su parte, el líder de los populares se está comportando con deslealtad. Otro clásico de la música política contemporánea.

Y luego está la ultraderecha, claro. Con un ojo miro las emocionantes imágenes del rescate del bebé por parte de un submarinista de la Guardia Civil y con el otro leo las amenazas de Vox a Juanma Moreno: dejará de apoyar a la Junta si recibe a niñas y niños desamparados. Qué grima da. Sin embargo, ya no engaña a nadie: aullará a la luna y tirará de chau chau, pero seguirá apoyando al PP, siempre y en todo lugar. Como ven, yo tampoco comprendo nada. Pero trato de entender.

Jesús Lens

Juan Ramón Tramunt

¡El sábado! ¡El sábado vienen Juan Ramón y María Jesús! A presentar la novela «La piel de la lefaa», cuya reseña dejamos aquí y, sobre todo, a charlar con todos nosotros sobre viajes, Marruecos, el Sahara, libros, documentales, películas, etc. Será a las 20 horas del sábado 8, en la Sala de Exposiciones de CajaGRANADA en Puerta Real, a las 20 horas.

La piel de la lefaa

Una inmejorable ocasión de disfrutar de una ilustrativa y excitante charla con personas sabias, buenas y entrañables, como vais a tener la ocasión de comprobar.

 

¿Nos vemos?

 

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Jesús Conde: de recuerdos y sueños

La primera vez que lo vi, pensé que podía ser Granada. Pero no. No lo es. Aunque podría serlo. ¿Por qué no?

Jesús Conde, autor del cuadro, me dice que es el Funduq de los Andaluces y que se encuentra en Marruecos, concretamente, en la ciudad de Fez.

Entro en Internet, buceo, busco, comparo… Y sí. Claro que es. O que puede ser. El Funduq de los Andaluces. Aunque también puede que no lo sea. Al menos, que no sea exactamente así como es.

Porque las cosas, los lugares, los objetos; ya no son lo que eran. Excepto en nuestra cabeza, en nuestra imaginación, en nuestros sueños, en nuestros deseos.

Cuando contemplo, admirándolo, el cuadro de Jesús me dan ganas de volver a Fez y buscar el lugar en que se encuentra el Funduq. O lo que queda de él.

Hace unos años, en la Medina de Fez, viví uno de los momentos más intensos en mi existencia viajera, recorriendo durante horas y horas sus callejones, recovecos, cafetines, mezquitas, baños y comercios; perdido en el fragor casi medieval de un barrio que es un mundo en sí mismo, un universo completo, suspendido en el tiempo, en el que las mercaderías se transportan en burro y el paso se pide a voces. O a golpes y encontronazos.

Pocas veces como en la Medina de Fez he estado menos en un lugar físico y concreto que en una pura abstracción, en un universo onírico, metafísico.

Entonces recuerdo el discurso que Jesús Conde pronunció con motivo de su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de Granada, titulado “Los objetos melancólicos”, y que incluye el siguiente párrafo:

“La melancolía, “esta forma placentera de estar triste” decía Víctor Hugo, es un sofoco del espíritu que afectará a generación tras generación, y Occidente persigue desde hace veinticinco años. Los viajes y cuadernos de apuntes que dibujaron las ciudades perdidas, las cajas que guardamos de niños, los tesoros de los piratas, las tiendas de antigüedades, los mercadillos de viejo, escuchar boleros, buscar en la madrugada el duende del flamenco es a fin de cuentas un estado de ánimo entre “el ombligo y la lágrima” ya que no hay melancolía sin memoria, ni memoria sin melancolía. Ella crea el sentimiento habitual de nuestra imperfección, esa enfermedad de los héroes, la tristeza sin causa. ES LA LUZ DE LA SANGRE.”

Se puede viajar de muchas formas y de muchas maneras y cada persona, en cada viaje, busca cosas distintas. Y, si el viaje es bueno, encontrará cosas diferentes, también, a las que buscaba.

Una de las formas posibles de hacer un viaje, inmóvil, es a través de la ensoñación.

“El Funduq de los Andaluces” es precisamente eso: una invitación al viaje, una ensoñación, una metáfora pictórica de lo que es, de lo fue y de lo pudo llegar a ser.

Me gusta tumbarme en el sofá, cuán largo soy, y contemplar el Funduq. Cerrar los ojos y dejarme llevar por los recuerdos que no sabes si son sueños.

Por los sueños que te gustaría que fueran recuerdos.

Para eso es el arte, ¿no?

Jesús soñador Lens

¿Qué soñábamos, anteriores 13 de enero en los que no era viernes? 2009, 2010 y 2011

Veintidós peldaños

De Roger Mimó, autor de esta extraordinaria “Veintidós peldaños” que acaba de publicar la editorial ALMED, tenía referencias por ser autor de una guía de viajes de Marruecos que me gusta usar cuando viajo hasta allí, y por regentar uno de esos hotelitos con encanto en el país alauita. Además, de Roger Mimó había leído la muy recomendable “El largo camino africano”, una narración de las aventuras que vive el autor cuando emprende un completo y complejo viaje, en un jeep artrítico, por Marruecos, Argelia, Mali, Costa de Marfil, Mauritania y Guinea Conakry.

Con estos avales podréis entender que un buen día, tomando café con Juanma, esturreara toda la barra del garito de Arriaga en que nos vemos de vez en cuando, al decirme que estaban a punto de publicar la nueva novela de Roger Mimó, cuya web podéis ver aquí.

Noticias como ésa son de las que te alegran un día, haciendo que no te importe que empiece a llover cuando has salido de casa sin paraguas o, peor aún, comprobar que no tienes las llaves encima, al regresar. Da igual. No importa. No pasa nada.

Reconozco que cuando Juanma me comentó de qué iba “Veintidós peldaños”, me dio un poquito de yuyu. Ojo, el tema me parecía, y me sigue pareciendo, apasionante, pero después de haber leído las novelas de Yasmina Khadra, temía que el descenso al abismo del terrorismo islamista al que nos invita Mimó me sonase a conocido. Peor aún, a repetido.

Porque “Veintidós peldaños” lleva como subtítulo, precisamente, “Memorias de un terrorista islamista” y los escalones referidos son todos y cada uno de los estadios por los que pasa un muchacho tan brutote como noble, nacido en una zona de Marruecos, hasta verse convertido en una bomba de relojería a punto de estallar.

Pero no. Os puedo asegurar que no hay que tener el más mínimo de los recelos y que cualquier atisbo de duda se disipa prácticamente desde que comienzas una lectura absolutamente recomendable, necesaria y esencial para saber muchas de las cosas que pasan ahí abajo, ahí al lado, en un país del que somos vecinos y con el que estamos felizmente condenados a entendernos.

¿Hay religión en la conversión del protagonista de la novela? Sí, claro. Pero mucha menos de la que te puedas imaginar. Y, desde luego, no del tipo que estás pensando. Porque para que un chaval normal y corriente decida convertirse en un asesino en masa, la religión tiene que venir acompañada de más cosas. De muchas más cosas.

De una situación económica complicada, por ejemplo. De un entorno familiar que tampoco es fácil. De una sociedad opresiva. De unas expectativas demasiado altas. De una realidad más dura aún. De los sueños que se rompen. De los sueños que nos roban. De los sueños que, al final, se convierten en pesadillas.

Cuando leas “Veintidós peldaños” –porque tienes que leerla, ya me lo agradecerás- hablamos de todo esto y demás. Hablamos, que el libro tiene miga y, lo que es mejor, se lee a la velocidad de un huracán.

Una vez que pasas las primeras páginas y subes el primer peldaño, ya no podrás dejar de ascender hasta alcanzar el veintidós, el más alto y definitivo. Ya verás que no haces un alto en el camino, que no buscas un rellano en el que coger aliento. ¡Todo hacia arriba!

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

Mitad de diciembre. ¿En qué estábamos, en 2008, 2009 y 2010?

Los que hemos amado

Desde que descubrí el sur, nunca quiero ir al norte. Me da igual el calor, la incomodidad, la falta de museos y centros culturales, la sequedad, la sed, las moscas, la malaria o los mosquitos. Desde que descubrí el sur, yo ya solo miro hacia abajo.

Por alguna extraña e incomprensible razón (Cristina seguro que deja de hablarme desde que lo haga público) no había leído nada de Willy Uribe. Hasta ahora. Lo conozco de Semana Negra y cada vez que le he escuchado hablar me ha parecido un tipo serio y cabal. Su “Sé que mi padre decía” arrasó entre lectores y otros escritores, hace un par de años. O tres. Y “Cuadrante las planas” fue uno de los libros más recomendados, boca-oreja, del año pasado.

Pero, por alguna conjura astral o, sencillamente, por una sencilla cuestión de oligofrenia, no había abierto un solo libro de Willy Uribe. Hasta ahora. Aunque los tengo todos. O casi.

Me fui a la playa, el pasado fin de semana. En mi caso, bajar a la playa es bajar a Carchuna y, por tanto, encerrarme en ese espacio mítico en que sólo hay un porche y una playa, una carretera secundaria, unas zapatillas para correr, sol, mar… y muchas, muchas horas por delante.

Comencé “Los que hemos amado” el viernes por la noche, antes de irme a dormir. El sábado a media tarde, no quedaban ni las raspas de la novela de Uribe. Una novela que, en mi caso, arranca con una de esas dedicatorias que ya denotan que el autor es alguien especial, diferente, con voz y criterio propios: “¡Salud y Fortuna!”

Ahí es nada. Salud y Fortuna. ¿Se puede ser más generoso con menos palabras? Y sí. Es cierto que esta novela, editada por Libros del Lince, es relativamente cortita, apenas 225 páginas. Pero… ¡qué páginas!

Dividida en 60 cortos capítulos, secos y contundentes como un puñetazo en la boca del estómago, “Los que hemos amado” es una de esas novelas que ha conectado conmigo, con mi forma de entender la vida (desde una óptica más ideal e idealista que auténticamente real, por desgracia), la literatura, el viaje y la amistad. O de no entenderla, claro. Pero, en el fondo, da lo mismo: los extremos siempre acaban tocándose.

Años 80. Dos amigos de Bilbao, surferos, jóvenes y desubicados, uno rico y distinguido, de noble familia bien situada; el otro humilde y pobre, de familia bien desestructurada, se marchan a Marruecos. A coger olas. Y a ver la vida pasar. ¿O bajan a algo más?

Antes del viaje, algunas señales ya ponen a Sergio, el chico pobre, sobre aviso. O deberían haberle puesto. Porque Eder, el perfecto, quizá no lo sea tanto. ¿O sí?

“La primera vez que viajé al sur, a Marruecos, tenía veinte años. La idea fue de mi amigo Eder, que acababa de cumplir diecinueve. Para él también fue la primera vez. Y muy a su pesar, la última.”

Así comienza “Los que hemos amado”, un título ¿inadecuado? para una historia protagonizada por dos muchachos tan jóvenes, que tienen toda la vida por delante, sobre todo, para meter la pata. Y sacarla después. Y enmendar los errores cometidos. ¿O no?

Tempus fugit. Y se acerca el invierno. Pero nos queda el sur. Siempre, el sur. Gracias, Willy, por recordárnoslo. “Los que hemos amado”. Imprescindible.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

PD.- Otras cosas del 25 de julio: las de 2009 y las de 2010