Martillo Matón

En la conversación organizada por Granada Noir con el escritor Carlos Zanón, hablando sobre cómo se convirtió en novelista adscrito al género negro y criminal, señalaba que en una de sus primeras novelas, el protagonista mataba a un amigo, utilizando para ello un martillo. Y en las birras posteriores, Entre Milnos y Letras, seguimos hablando del tema, lo que sirvió de inspiración para esta nueva entrega de El Rincón Oscuro de IDEAL.

Martillo Carlos Zanón

Insistía Zanón en que es un escritor más de personajes y atmósferas que de complejas e intrincadas tramas. Y que a la hora de abordar el comportamiento de sus personajes, siempre piensa en cómo actuaría él, una persona normal y corriente. ¿Cómo matar en la Barcelona urbana de hoy a un tipo? Pistolas, revólveres y armas de fuego, por lo general, no están a disposición de cualquiera. Las escopetas de caza o herramientas como hachas, guadañas y horcas, son propias de entornos rurales. Así las cosas, ¿qué tendría más a mano un vecino cualquiera, para agredir a otro? Básicamente, cuchillos de cocina… y un martillo.

Por poco manitas que sea uno y por enemigo que se declare de la Bricomanía, siempre tendrá en casa un martillo a su alcance. No hallará cerca taladros, brocas o berbiquíes. No habrá usado un serrucho desde que recortaba el pané con la segueta, en la escuela, tratando de construir una imposible Torre Eiffel de madera; pero seguro que sabe dónde está el martillo.

Y por eso resulta tan creíble que un personaje mate a otro a martillazos. Tan creíble… y tan salvaje. Porque el martillo es una herramienta de construcción. Es algo familiar, sencillo y accesible. Forma parte de nuestro entorno más íntimo y cercano. Nos acompaña desde que nacemos y es uno de los primeros objetos que cualquier niño pequeño aprende a reconocer. Y ver a esa herramienta convertida en arma letal, impacta. Y mucho.

Martillo sangriento

Andreu Martín, uno de los padres del género negro español, tituló “A martillazos” una de sus más memorables novelas policíacas y Lorenzo Lunar también utilizó un martillo de zapatero para matar, literariamente hablando, a un tipo ataviado con traje inmaculadamente blanco, en la Cuba del Período Especial. En aquellos años tan complicados, en los que había escasez de casi todo, la vida valía más bien poco, como Leo Martín, policía de la ciudad de Santa Clara, iba a comprobar en sus propias carnes, al enfrentarse a un cadáver con la cabeza destrozada a martillazos en un turbio entorno de prostitución y corrupción de menores, en “Usted es la culpable”.

Martillo Andreu Martín

En el cine, el martillo como arma también ha sido muy utilizado. ¿Quién no cerró los ojos, por ejemplo, cuando Kathy Bates enarboló un mazo para romperle los tobillos al escritor interpretado por James Caan en “Misery”, adaptación de la novela de Stephen King?

Martillo Misery

Vale, vale. No es lo mismo una maza que un martillo. Pero a tipos duros como el conductor sin nombre que protagoniza la excepcional película “Drive”, le basta el preciso uso de un pequeño martillo para arrancar a un facineroso la información que precisa. Basada en una novela de James Sallis, la película dirigida por Nicolas Winding Refn nos electrizó a todos los amantes de Noir, provocando un terremoto de emociones fílmicas al que ya no estábamos acostumbrados.

“Drive” también sirvió para presentar en sociedad a un actor, Ryan Gosling, que desde entonces no ha hecho sino subir como la espuma. Con el hieratismo y la contención gestual como bandera, la imagen del conductor ataviado con la chupa del escorpión, guantes negros y martillo en mano; ya forma parte de la iconografía más reconocible del Neo-Noir del siglo XXI.

Martillo Drive

Y luego está esa joya titulada “Old Boy”, del surcoreano Pak Chan-uk. ¿Corea ha dicho usted? Sí. Película coreana por los cuatro costados. Y uno de los thrillers más impactantes de los últimos años, que en Oriente también saben matar. A martillazos, por ejemplo. En el Festival de Cannes de 2004, “Old boy” conmocionó. En el de Sitges, arrasó. Y fíjense si la película resultó memorable que el director afroamericano Spike Lee dirigió un remake de la misma, estrenado en 2013, en el que el martillo también era utilizado con fruición como arma homicida.

Martillo Old Boy

Terminamos este repaso recordando que en la serie “Fargo”, un martillo homicida desempeña un trascendental papel en la trama, convirtiéndose en un objeto de humor negro que arranca algunas de las carcajadas más políticamente incorrectas de los últimos años.

Martillo Fargo

Y, sin embargo, ¿no resulta aterrador?

Jesús Lens

Twitter Lens

CUBA LINDA

Lo bueno de conocer gente nueva es que te permite hablar con ella de cosas que, con otros, ya puedes tratar, a pique de que llamen cansino, pesado, repetido, aburrido y pelma sin remedio.

Estos días hablamos de Cuba, de mis queridos Lorenzo y Rebeca, estos Príncipes de Santa Clara.

Y de Lola y el Mejunje, por supuesto.

Hablamos del Barrio, de Pechoemulo, de “Que en vez de infierno encuentres gloria”. Hablamos de Santa Clara.

Hablamos, claro, de Cuba Linda.

Y cuando hablamos e Cuba Linda, hay que escuchar el piano de Bebo. Y al Cigala. Que a los niños, antes de darles leche, hay que darles cariño.

Cuba Linda, de mi vida,

Cuba Linda, siempre te recordaré.

Y el «Chan chan», por favor. ¡¡¡¡El «Chan chan»!!!!!

Brindemos. Por los amigos de siempre. Y por las nuevas amistades.

Y así pasan los días, y yo desesperando, y tú,,,, tu contestando Quizás, quizás, quizás 😉

¡Salud!

Jesús Cubanísimo Lens.

LA HABANA. PUERTA DE LAS AMÉRICAS

Este libro, para mí, es muy especial, íntimo y sentido. Por muchas razones. Pero antes de entrar en ellas, dejadme que os lo presente, para que lo conozcáis y le vayáis cogiendo cariño…

 

«Bañada por las aguas del mar Caribe, estilizada a la entrada del Golfo de México con la rara semejanza a una llave antigua o a un delgado caimán, Cuba es una vieja dama que carga orgullosa en los huesos sus más de ocho siglos de existencia desde que a ella llegaron los primeros aborígenes.»

 

Así comienza el escritor Amir Valle su narración de La Habana, posiblemente, el personaje más interesante de su ya larga y fecunda carrera como periodista y novelista. A través de las páginas de «La Habana. Puerta de las Américas», recién publicada por la editorial granadina ALMED, Amir Valle cuenta la historia de la Perla del Caribe con la pasión del habanero convicto y confeso, pero también con el rigor del periodista más objetivo y analítico de una realidad tan dura como contradictoria.

 

Por todo ello, además de referir las leyendas y los mitos fundacionales de una de las ciudades más excitantes del mundo, con la que los españoles mantenemos una especial y muy sentida relación, Amir Valle hace una precisa disección de la auténtica y verdadera historia de la ciudad fundada en 1514 por Pánfilo de Narváez y que cuenta, por tanto, con casi cinco largos siglos de intensa y apasionante vida.

 

Una vida repleta de acontecimientos y momentos decisivos en la historia no sólo de Cuba, sino de toda América. Porque como el propio Amir Valle señala, «…su estratégica posición geográfica posibilitó ser elegida como centro de experimentación de muchas de las industrias, inventos científicos y técnicos más adelantados que surgieron luego de la Revolución Industrial en Inglaterra; fue cuna y casa de la mayoría de los grandes movimientos culturales, sociales y políticos de los siglos XVIII y XIX en este lado del mundo; inauguró el siglo XX a la cabeza del desarrollo de la industria, el comercio y la cultura latinoamericana; y conmovió al planeta Tierra con una Revolución social que todavía hoy para unos es «la última dictadura socialista» y para otros, un «ejemplo único de resistencia ante la hegemonía de los Estados Unidos de Norteamérica».

 

Además, el libro de Amir Valle nos cuenta La Habana desde la óptica de las muchas y muy distintas personas que, atrapadas por su magnetismo, dejaron testimonio escrito de su experiencia cubana. Desde ese mafioso, Meyer Lansky, que acuñó la etiqueta de Puerta de las Américas a un Albert Einstein para quién la capital de Cuba era «la ciudad de los asombros».

 

Para el escritor norteamericano Ernest Hemingway fue «la llave del Golfo de México» y el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer la consideró «la meca de la arquitectura latinoamericana». El cantante norteamericano Elvis Presley la definió como «la capital musical del Nuevo Mundo» y para el gran pintor español Pablo Picasso, La Habana era la «ciudad donde los colores hablan» mientras que, en fin, para el mítico actor Alain Delon, se trataría de «la ciudad más alegre de las Américas».

 

Y de todas esas La Habana nos habla Amir Valle en un libro cargado de datos e información, pero escrito con el temple de las mejores novelas, lo que hace que su lectura resulte tan ilustrativa como apasionante.   

 

 

EL AUTOR

 

Amir Valle Ojeda (Guantánamo, Cuba, 6 de enero de 1967) escritor, crítico literario y periodista, está considerado como una de las voces esenciales de la actual narrativa latinoamericana.

 

En Cuba ha obtenido importantes premios literarios, así como en la República Dominicana, Colombia o Alemania. Sus últimos premios más importantes han sido el Premio Internacional de Novela Mario Vargas Llosa 2006 por Las palabras y los muertos; el Premio Internacional Rodolfo Walsh 2007 a la mejor obra de no ficción publicada en lengua española en el mundo por Jineteras, el Premio Novelpol a la mejor novela negra publicada en España durante el 2007 por Santuario de sombras, y el Premio Internacional de Novela Ciudad de Carmona 2008, en España.

 

Sobre Amir Valle, el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos ha dicho que «estamos ante uno de esos narradores natos que no abundan, de mirada incisiva, pericia increíble para su edad, y con un admirable sentido de pertenencia literaria e intelectual a su tierra».

 

Comprando libros en Semana Negra, en Negra y Criminal
Comprando libros en Semana Negra, en Negra y Criminal

Su colega, el prestigioso novelista de Santa Clara Lorenzo Lunar Cardedo, le define así: «El líder de gran parte de una generación. Explorador incansable de la narrativa cubana, generador de opiniones y suplente de una crítica casi inexistente al fenómeno de la más nueva narrativa cubana. Renovador, junto a Leonardo Padura, del policial cubano. Una lectura imprescindible en la narrativa cubana actual.»

 

Actualmente, reside con su familia en la ciudad alemana de Berlín.

LA LOLA

Se llama Lola y tiene historia, 

aunque más que historia sea un poema. 

Su vida entera pasó buscando 

noches de gloria como alma en pena.

 

Café Quijano.

La Lola (*) 

 

 

Ella fue la primera (y única) cubana que consiguió que bailase. Indirectamente. Porque yo, créanme, tengo un gran problema con el tema del baile. No puedo con él. Ni nos entendemos ni nos llevamos bien. Además, mi médico me lo tiene prohibido. Que no me hace ningún bien, dice.

 

Como mi entrenador personal. Mi coach particular, cuando me vio una noche intentar dar unos pasos de baile, animado por tres rones de más:

 

  • En serio. Bastante tienes con arrastrarte por los caminos, cuando sales a correr. Y con mancillar la memoria de los grandes jugadores de la historia que tanto reverencias, cuando juegas al baloncesto… De verdad. Lo del baile, olvídalo. Tú, en la barra. Todo el mundo lo agradecerá. Además, a ti que te gusta la novela negra, recuerda el gran clásico de Norman Mailer, «Los tipos duros no bailan».

 

Y, sin embargo, ella lo logró. Con una simple mirada… me arrastró a la pista. Ella. Lola. La única, la especialísima, inolvidable y singular Lola.

 

Pero antes de contarles cómo lo consiguió, permítanme que les hable de El Mejunje, el garito, el antro con más personalidad que he conocido en mi vida.

 

El Mejunje. Entramos antes de que abriera, Panchy, Rebeca, Alvaro, Lorenzo, Pepe y yo, al terminar nuestro paseo por el Barrio, a echar un vistazo. Estaban preparando las cosas para una velada que se prometía de alto voltaje, con actuaciones en directo de buena parte de los artistas habituales del lugar. Lo primero que nos llamó la atención: las pintadas en las paredes. Buenísimas. Descojonantes. Algunas, hasta hirientes.

 

Por ejemplo, el letrero para el WC: «Si es virgen, no pase». «Hoy no se respetan las canas. Se tiñen». «un chisme es como una avispa. Si no puedes matarla al primer golpe, mejor no te metas con ella». «El amol no se compra. Se alquila». «Clínica estética: entre siendo una mujer vieja y salga siendo un hombre nuevo». «Lo que sentí fue como un gallo en mi interior. Fdo. La Gallina».  «El dinero no hace la felicidad. La compra». Y otras perlas por el estilo.

 

Prometía la noche.

 

Y nos fuimos a cenar. Al Amanecer. Donde nos dimos una mano imperial de puerco, pescado y otras delicias. Tanto y tan bien comimos que, cuando volvimos al Mejunje no cabía un alfiler y buena parte de las actuaciones ya habían terminado, aunque tuvimos ocasión de disfrutar del espectáculo de un genial transformista antes de que arrancara el grupo encargado de tocar para cerrar la noche, algunos de cuyos miembros habían tocado con Celia Cruz.

 

El público, de lo más variado. Gente joven y menos joven, pero toda tirando a moderna. Y es que, tal y como nos explicarían Lorenzo y Rebeca, el Mejunje pasó de ser un local proscrito, paraíso de transformistas, transexuales y homosexuales, al único espacio de libertad artística y resistencia cultural de Santa Clara, rendida mayoritariamente a la tiranía del Regetón más irritante.

 

Un espacio al que acudimos debidamente pertrechados de una botella de Havana Club, que bebíamos a buchitos, solo, ya que el Mejunje sólo dispensaban calambuco casero y no estaba Lorenzo muy convencido de que nuestros aburguesados estómagos europeos fueran capaces de soportarlo.

 

Bueno. Ya están ustedes ubicados, amigos lectores. Como nosotros, en medio del maremágnum que era El Mejunje, pasada la medianoche, cuerpos contoneándose al son de la música de Los Caifanes y tomando el ron a pequeños tragos.

 

Y, entonces, apareció ella. Lola.

 

Poderosa melena al viento, sosteniendo un pitillo con formas sofisticadas, maquillaje abundante y, sobre todo, una altura que la acercaba a los dos metros y una musculatura tan poderosa que decía que sí. Que, efectivamente, Lola era un gran hombre.

 

Tanto, que su mirada se elevaba por encima de los demás mortales que se movían por El Mejunje y se clavaba directamente en mí, otro tipo de altura. Y no era una mirada cualquiera. Era una mirada desafiante, aviesa, retadora. Y uno, que de natural es osado y valiente, esta vez escondió el rabo entre las piernas y, soltando el vaso de ron, se abrió paso entre sus amigos para, tan cortés como firmemente, pedirle a Panchy que le hiciera el honor de bailar conmigo.

 

Y allí estaba yo, convertido en un trasunto de Travolta, ignorando los consejos de mi médico y de mi coach particular, bailando como un poseso, provocando el furor de la concurrencia. Tras destrozar los pies de Panchy, la emprendí con la pobre Rebeca, y ya iba a prender a Lorenzo por el talle cuando vi que Lola había entablado animada conversación con Pepe.

 

Fotografía realizada por Álvaro y gentilmente cedida por Pepe,
hombre sin complejos.

Respiré tranquilo. Pepe, como aquel Sonny Crocket de «Miami vice», tiene una innata capacidad para atraer a todo tipo de personas y sabe lidiar con los morlacos más comprometidos. Así, consiguió que Lola, después de brindar con nosotros amistosamente, siguiera su periplo por El Mejunje dado que no éramos sino un grupo de amigos sin ganas de ligar, poseídos únicamente por la sana voluntad de pasarlo bien.

 

A lo largo de la noche, Lola volvió a acercarse por nuestro redil, pero su mirada ya era otra. Más relajada. Menos desasosegante. Fue entonces cuando Panchy intercambió con ella una serie de pareceres acerca de la lozanía de la carne, con Pepe como mudo testigo, en un diálogo ciertamente surrealista que no puedo reproducir de primera mano.

 

Porque, en ese momento, este cronista esta siendo verdaderamente acosado.

 

Resulta que, a mi vera, se había situado un segurata, con gafas de sol, uniforme y hasta porra. El tío estaba ahí de pie, impasible, mirando a uno y otro lado del Mejunje, como un perfecto bodyguard. La gente bailaba, chocábamos unos con otros… pero… ¡coño! ¿cómo es que siempre chocaba el bolsillo lateral izquierdo de mi pantalón con quién fuera? Miré y allí estaba, un discreto mulato, intentando abrir el susodicho bolsillo. En cuanto eché mano al mismo, tanto él como el segurata pusieron pies en polvorosa.

 

  • Hermano-, me dijo pacientemente Lorenzo, ¿tu crees que un garito como El Mejunje puede tener Segurata y, más, uniformado?

 

Y se descojonó de risa.

 

En fin. Que al rato tenía otra vez al segurata a mi lado. Y nuevamente sentí la torpe mano que intentaba abrir el botón del bolsillo… en que llevaba mi Cuaderno de Viajes, que no la cartera.

 

Cuando se lo hice saber al ratero, volvió a salir cagando leches de mi lado. Estaba verdecillo todavía, el pobre.

 

Y así pasamos la noche, entre música, tragos, risas, rateros y transformistas. En El Mejunje, un club en el que, a decir de su Director y Maestro de ceremonias al presentar al grupo musical que cerraba el espectáculo, «esta noche todo está permitido… menos suicidarse. Que limpiar luego los restos es muy pesado.»

 

Está claro, ¿no?

 

Jesús Lens, perdidamente enamorado de El Mejunje.

 

 

(*) Letra íntegra de la canción «La Lola»,

cariñosamente dedicada a esa Reina de la Noche del Mejunje.

 

Se llama Lola y tiene historia, 

aunque más que historia sea un poema. 

Su vida entera pasó buscando 

noches de gloria como alma en pena. 

Detrás de su manto de fría dama 

tenía escondidas tremendas armas, 

para las batallas del cara a cara 

que con ventaja muy bien libraba. 

Le fue muy mal de mano en mano, 

de boca en boca, de cama en cama, 

como una muñeca que se desgasta, 

se queda vieja y la pena arrastra. 

Óyeme mi Lola, mi tierna Lola, 

tu triste vida es tu triste historia. 

Pero qué manera de caminar, 

mira qué soberbia en su mirar. 

Óyeme mi Lola, mi tierna Lola, 

tu triste vida es tu triste historia. 

Pero qué manera de caminar, 

mira qué soberbia en su mirar. 

Óyeme mi Lola… 

 

Fue mujer serena hasta el instante 

de entregarse presta a todos sus amantes. 

Es tiempo de llanto, es tiempo de duda, 

de nostalgia y de tu locura. 

Tienes el consuelo de saberte llena 

de cariño limpio y amor sincero, 

por que nadie supo robar de tus besos 

eso que hoy te sobra y que nadie añora. 

Óyeme mi Lola, mi tierna Lola, 

tu triste vida es tu triste historia. 

Pero qué manera de caminar, 

mira qué soberbia en su mirar. 

Óyeme mi Lola, mi tierna Lola, 

tu triste vida es tu triste historia. 

Pero qué manera de caminar, 

mira qué soberbia en su mirar. 

Óyeme mi Lola, mi tierna Lola, 

tu triste vida es tu triste historia. 

Es el tiempo de la arruga que no perdona, 

es el tiempo de la fruta y de la pintura.

LOS GÍMEZ

«Los Gímez son como el Buena Vista Social Club, como La Vieja Trova Santiaguera de Santa Clara.»

 

Así definió Lorenzo Lunar a este inmortal grupo de músicos que todas las noches toca su música y desgrana su arte en la terraza de «La Toscana», una afamada pizzería de la ciudad cubana. Llegan temprano, sobre todo, los más veteranos. Les gusta sentarse por allí a tomar una cerveza bien fría y charlar con los amigos, conocidos y clientes, tan accesibles y afables como sólo los cubanos pueden serlo. (Para ambientar esta entrada, les recomiendo repasar el Post dedicado a Lorenzo, Rebeca y el Barrio, o el especiíficamente fotográfico, siguiendo los enlaces.)

 

Cuando viajamos a Cuba, había algunos hitos obligatorios e imprescindibles en nuestro itinerario. Escuchar a los Gimez era uno de ellos. ¡Cuántas veces, tomando copas con Rebeca y Lorenzo, en la terraza del Don Manuel gijonés o en los bares del Sacromonte granadino, nos han alabado el buen hacer de esa banda, los Gimez!

 

Por eso, nuestra primera noche en Santa Clara la pasamos con ellos, tomando cervezas Bucanero y Cristal bien frías. Los Gimez. Nada más ver a Lorenzo, el director musical del grupo, Don Vicente Gimeránez, una de esas personas a las que su apostura natural te invita, con total naturalidad, a usar el «Don» antes de su nombre, se acerca a la mesa y, tras saludarnos a todos, comienza a charlar sobre una rocambolesca historia acaecida tiempo ha y que el grupo ha convertido en canción: el Gogomóvil.

 

A partir de ahí, charla fluida y anécdotas trufadas de risas y bromas hasta la hora de empezar a tocar. Seis músicos en escena. Los más veteranos, con unos instrumentos añejos y llenos de solera. Y comienza la música. Impresionante. Un grupo que, en España, estaría llenando teatros, estaba allí, tocando plácidamente en la terraza de una pizzería, para nuestro deleite y el de otros cuantos afortunados espectadores.

 

Se levantan unos chavales de una mesa próxima y se arrancan a bailar. Uf. Esa forma de menearse no se aprende en academias o cursos. Ese movimiento es tan natural como respirar, comer o dormir. ¡Qué arte!

 

Y, de pronto, uno de los músicos se pone en pie y dice que va a dedicar el siguiente tema a Lorenzo Lunar, el conocido escritor. En España, eso significa que cantan una canción del repertorio mirando, de vez en cuando y con ojitos de cordero degollado, al homenajeado. En Cuba, dedicarle una canción a alguien es improvisarle, sobre la marcha, diez minutos de letra rimada sobre distintas facetas de su vida, su personalidad, su obra y su familia. Ahí. Con un par. Y a pelo.

 

Ni que decir tiene que, impactados, nos rompemos las manos aplaudiendo después de tamaño regalo, hecho a nuestro gran amigo. ¡Qué pena no haberlo grabado! Nos sentimos absolutamente privilegiados por haber disfrutado de uno de esos momentos que se perderán en el tiempo, como lágrimas entre las gotas de lluvia.

 

Al terminar su actuación, felicitamos a los músicos y estrechamos unas manos que llevan décadas haciendo magia. Un honor haber podido disfrutar de un concierto de Los Gimez. ¡Qué razón tenías, hermano! Grandes. Los Gimez.